23 octubre 1968

El ataque va dirigido especialmente hacia NUEVO DIARIO, hacia Pedor Carantoña y hacia Pedro Calvo Hernando

La prensa falangista a través de José Búgeda descalifica a los periódicos opusdeista como ‘neoliberales’

Hechos

El 23 de octubre de 1968 el diario PUEBLO publico la tribuna ‘Uno de Neoliberales’.

Lecturas

José Bugeda publica dos artículos en Pueblo celebrando que se acaba la impunidad contra los periódicos del Opus Dei en referencia a los cuatro meses de suspensión al Diario Madrid y la revocación de PESA como empresa gestora de El Alcázar.

08 Octubre 1968

El final de la impunidad

José Bugeda

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Cuando un grupo de presión implanta su colonización sobre una sociedad, el factor con que cuenta de modo principal para conseguir sus fines, es sin duda, la incapacidad de reacción de los inválidos, que permite la más obsoleta impunidad para las operaciones más audaces: hoy cae un periódico; mañana una sociedad financiera y una inmobiliaria; al otro día, un banco y poco después, un Ministerio. Y nadie acierta a defenderse. Todo son complicidades, por lo menos pasivas, cuando no descarados puentes y ofertas de rendición de lo que parecían bastiones sociales inexpugnables, y lo hubieran sido de hecho si la ambición y el miedo de los hombres encargados de defenderlos no hubieran producido capitulaciones aun antes de producirse el ataque. En esta propensión a la hecatombe de los futuros devorados está la explicación sociológica de la increíblemente rápida invasión de sociedades en las que uno hubiera legítimamente esperado encontrar recursos sobrados para la resistencia.

En su momento habrá que dedicar atención y estudio detallado a esta psicología de la entrega, fenómeno apasionante para un sociólogo, pero ahora quiero huir de la tentación de hacerlo para centrar la atención únicamente en el campo contrario, es decir, en el de los invasores. Implantada para éstos la fase de impunidad todo está ya permitido. Parece como si la sociedad, adormecida o cataleptizada, estuviera dispuesta a tragarse todo: Tergiversaciones de ideologías, confusionismo producido por el uso de ‘slogans’ y fraselogías formadas de otros campos; descomprometimiento entre lo que se dice y se proclama y lo que realmente se hace. Confusión dialéctica monstruosa, en suma, sólo tendente a ocultar el verdadero objetivo de dominio de la sociedad. Así, podemos ver a gentes retrógradas irremisibles defendiendo de palabra el progreso y la libertad, a acciones políticas penetrantes y bien coordinadas que pretenden pasar como asunto individual e irresponsabilizado de los miembros del grupo ‘que son libres de adoptar personalmente las actitudes que prefieran”, a cómo nos tragamos el cuento de la diversidad de matices y tendencias, con lo que en realidad son los bloques más monolíticos, totalitarios y despóticos que la historia de la Humanidad ha conocido. No, reconozco que no es fácil ver claro en el bosque que forma la inmensa confusión y que ello ha contribuido a extender más y más la sensación que la sociedad ha tenido de estar ante lo irremediable.

Y sin embargo no es así. No es así en absoluto. Alguna vez hemos dicho que tales grupos de presión quedan reducidos a simples tigres de papel en cuanto encuentran la primera resistencia seria. Basta que alguien demuestre que la impunidad se les puede acabar para que el principio del fin comience para ellos. La heterogeneidad de su reclutamiento humano, la pérdida de sus finalidades originarias, muchas veces respetables y aun sublimes, las ambiciones personales a participar en el soñado dominio constituyen quiebras que imposibilitan la resistencia al primer golpe. En la fase de impunidad todos estos elementos se suman para la progresión del grupo, pero si hay riesgo – y lo hay en cuanto alguien deje a un lado la ambición y el miedo y se proponga decir ¡basta! – la disgregación no tarde en producirse.

Es extremadamente interesante observar las reacciones de los grupos de presión cuando toman conciencia de que la impunidad se les ha acabado. La lucha por las posiciones logradas no la pueden hacer a la luz del día, porque sus fines verdaderos, naturalmente, no son confesables. Están, pues, privados del recurso más natural y normal que es siempre la proclamación abierta de intenciones para encontrar apoyos de opinión. No pueden enarbolar una ideología porque antes han proclamado la caducidad de todas. No pueden defender una línea política porque se han hartado de decir que en su seno caben todos. No tienen un programa de acción social o de gobierno porque el pragmatismo a ultranza y el oportunismo no son exhibibles. No hay más camino para ellos que proclamarse paladines de la legalidad – que es muy otra cosa que proclamarse paladines de la Justicia – y eso es precisamente lo que hacen. Se trata como último recurso de hacer tragar a la sociedad, la falacia de que la maraña de la disposición legal, el procedimiento, la competencia, el plazo y el requisito formal es nada menos que la Ley, con mayúscula, y que por consiguiente merecen pareja dignidad e intangibilidad. El recurso no es ciertamente eficaz para gente dotadas de conciencia normal, ya que salta a la vista que si la maraña legalista no sirvió para defender a la sociedad de la invasión, no parece legítimo pretender que sirva de refugio a los invasores. Siempre hemos creído que la llamada legalidad sólo se justificaba en el servicio de la sociedad y n que la sociedad debiera estar al servicio y disposición del leguleysmo. ¿O estamos tal vez equivocados, señores tecni-juristas? Si estamos dispuestos a admitir que la norma legal pone fin a la ley de la selva, debe quedar claro a quién protege esa norma, si al chacal o a la gaceta.

La estricta juridicidad me parece, pues, cuestión muy secundaria cuando se trata de poner fin a la impunidad. Una sociedad se gobierna con decisiones políticas, y los vetos administrativos y judiciales son tan subordinados a estas decisiones que sólo una grave confusión mental puede pretender su presminencia. Lo que andamos echando de menos hace tiempo es que se gobierne más con política y menos con tecnicismos de dos filos. Y el decir ¡hasta aquí! A una cefalopódica y tentacular penetración será siempre un acto político. Un noble acto político ante el cual el pueblo, el único legitimador posible de decisiones, no puede adoptar más que una actitud: la de decir ¡gracias!

José Bugeda

23 Octubre 1968

Una de neoliberales

José Bugeda

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Mis queridos compañeros de profesión señores Carantoña y Calvo Hernando (don Pedro) se han escandalizado bastante por algunas afirmaciones contenidas en mi artículo sobre la impunidad de los grupos de presión, publicado hace unos días en estas páginas. Ninguno de los dos, por supuesto, dice ni pío sobre la tesis central que yo defendía, y que no era otra que afirmar como noble acto político el de poner fin a la impune penetración en la sociedad de cualquier grupo de presión y exponer mi convicción de que el final de la impunidad significa también el principio del fin del grupo de presión en cuestión. Ambos arriman el ascua a su sardina pretendiendo relacionar mis palabras con incidencias recientes de nuestro mundo de la Prensa, cosa que hacen, desde luego, bajo su completa responsabilidad. Yo hablaba de los grupos de presión y me hubiera encantado polemizar con ellos sobre el tema, pero no estoy dispuesto a seguirles al terreno de sus preocupaciones, aunque tal vez otros lo harán por mí.

Pero como ambos pretenden una defensa a ultranza del legalismo, y como ambos – no muy hábilmente, esa es la verdad – pretenden hacerme deicr cosas que yo nunca he afirmado, no tengo más remedio que ofrecerles algunas precisiones.

Carantoña, que es más elemental y sincero, dice que toda su seguridad se vería en peligro si nos empeñásemos en sustituir el legalismo por una búsqueda de la justicia, con todas las mayúsculas que se quieran. Bueno él sabrá por qué lo dice. Dios me libre ni siquiera de pensar qué estará haciendo Carantoña en Gijón para temerle a la Justicia – con mayúscula – tanto. Le dejo toda la responsabilidad de su propia declaración. En otros tiempos en que conocí y traté a Carantoña sí me pareció un hombre ante todo preocupado por la Justicia – con mayúscula – y siempre pensé que lo que le garantizaba su puesto y su techo, como él dice, eran su competencia profesional y su talento. Si él dice que no, a mí, ¡allá películas!

Calvo Hernando (don Pedro) viene hacia mí con rebaba de la peor clase. Yo doy por sentado que él es un legalista consecuente que jamás ha violado una norma positiva, ni siquiera los artículos 11 y 13 del  Estatuto de la Profesión periodística, porque si no, toda su tesis no tendría sentido. Admitido eso, lo que no puedo admitirle es que pretenda deducir de mis palabras que deseo que los jueces han de colcoar su cabeza bajo el pie de los políticos. ¡Como si no supiera Calvo Hernando (don Pedro) quiénes son los que desean pisotear a la Justicia, a las instituciones y a todo lo que se puede pisotear! Siempre que haya impunidad para hacerlo, claro. Y yo no sé por qué se escandaliza tanto de que se afirme la primacía de la política sobre el ordenamiento legal, que es consecuencia de aquella, y no al revés, porque esta afirmación es hoy incontrovertible hasta para el más arriesgado kelseniano. Sí, efectivamente, estamos en 1968 y no en los años del auge del liberalismo jurídico. Me parece que Calvo Hernando (don Pedro) ha olvidado sus textos de Derecho Político o tal vez use unos textos excesivamente atrasados. Lea, lea libros modernos, que siempre es bueno.

La cosa quedaría aquí si no fuese porque el Sr. Calvo Hernando (don Pedro) me lanza a la remanguillé, como dicen los castizos, la acusación de totalitario. Cada domingo en su columna me vuelve a llamar totalitario, lo que al parecer ya es para él tan obligatorio como oir misa. En la última semana la cosa es peor, porque asegura que ha demostrado que soy un totalitario que no hay por dónde cogerme. Y eso no se lo puedo pasar tampoco porque mal ha podido el Sr. Calvo Hernando (don Pedro) demostrar nada cuando no ha manejado un solo argumento y demostrar en un verbo que tiene es castellano un significado muy preciso. Dejémoslo en que de modo uncial y carismático él me lanza su totalitario a la cabeza, cosa que a mí no me da ni frío ni calor y que no pienso ni discutirle porque a lo mejor – ¡quien sabe! – sus inspiraciones son más taumaturgo – trascendentes que las mías. Pero de demostraciones, nada- Para eso sería preciso salir a la esfera de los no iniciados.

Claro que también proclama el mismo señor su independencia y se atreve a compararla con la de Emilio Romero. Mire, Calvo, Romero tiene acreditada su independencia desde hace muchos años. Los españoles sabemos bien a qué atenernos respecto a ello. En cuanto a la del Sr. Calvo, Dios me libre en ponerla a priori en tela de juicio; pero si hemos de partir de hechos probados, convengamos en que, hasta ahora, el Sr. Calvo en sólo monocolor. Atacar al Movimiento y a los Sindicatos siempre se tercia, minar la autoridad de los poderes públicos y enfocar la realidad nacional desde un sólo ángulo de sus patronos no son pruebas de independencia. Todo lo más son pruebas de audacia. Trate el señor Calvo Hernando (don Pedro) de los grandes problemas nacionales: Plan de Desarrollo, nivel de salarios, empresa capitalista, renovación de la Unviersidad, nacionalizaciones, reforma agracia, etc, y entonces podremos juzgar todos si es independiente o no. Nos alegaríamos de tener ocasión de reconocérselo.

En cuanto a su manía de anatematizar con la palabra totalitario, en realidad él poco puede saber del significado exacto de ese adjetivo. La vida española que él ha conocido está muy lejos de patrones totalitarios, y lo está precisamente porque otros antes abrimos brechas en ellos. Para que el señor Calvo Hernando (don PEdro) pueda todos los domingos atacar a los poderes públicos sin que le pase nada, otros han sufrido sobre sus cabezas las suficientes tormentas que, bien mirado, si no hubiera otros frutos que los que el Sr. Calvo Hernando (don Pedro) da, habría que convenri en que no valieron la pena. En aquella aventura tuvimos por compañeros incluso hombres con los mismos apellidos del Sr. Calvo Hernando (don Pedro), entonces y siempre entrañables amigos, ellos le podrán decir ocmo buscábamos frente al totalitarismo una libertad hermanada con la ética. Estilo, le llamábamos a aquello nosotros.

Pero ¿para qué voy a predicarle estas cosas al Sr. Calvo Hernando (don Pedro) si él ya ha superado ese estadio?

No, amigos – permitidem llamaros así, a pesar de todo – ni vitriolesco, ni totalitario. Allá vosotros con vuestras marañas de intereses y de batallas legalistas. Pero no echéis cortinas de humo sobre el pueblo para hacer ver blanco lo que es negro. Somos ya algunos los que estamos dispuestos a no consentir ni una más. Dentro de poco seremos miles por que el tiempo de la confsión toca a su fin. Apuntarme a un grupo de presión no va a ser ya tan rentable. Podéis defender vuestra ideología política, si la tenéis, porque eso es noble y respetable. Estamos dispuestos a discrepar si ha lugar. Pero no ha tolear más atracos.