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El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, encabeza diplomáticamente la operación anti-Gadafi con el respaldo de Estados Unidos

La ‘primavera árabe’ se convierte en Guerra Civil en Libia: la ONU interviene para frenar la represión del dictador Gadafi

HECHOS

El 20.03.2011 un ejército de la ONU comenzó una ofensiva contra tropas de Libia.

22 Febrero 2011

Libia, incendiada

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

La dictadura de Gadafi reprime masiva e indiscriminadamente la revuelta popular

Libia se ha convertido en menos de una semana en el escenario más sangriento de entre todos aquellos en los que, en África del norte y Oriente Próximo, ha prendido la llama del cambio en el mundo árabe. Los muertos civiles se cuentan por centenares y por millares los heridos a consecuencia de la implacable represión militar contra quienes piden el final de la dictadura en el desierto bañado en petróleo que Gadafi gobernaba como cortijo propio desde hace más de 40 años.

Incluso en un país tan herméticamente sellado a la información como Libia, la masa crítica de la revuelta prodemocrática ha conseguido que la matanza se abra paso al exterior. Que se sepa que Bengasi, Trípoli y otras ciudades son ahora mismo escenarios de guerra y que se producen defecciones gubernamentales y castrenses en un régimen personal tenido por monolítico. El caos se ha instalado en el país norteafricano, crucial proveedor mundial de crudo, sobre el que planea la posibilidad de un enfrentamiento civil dada su desarticulación política, la inexistencia de una oposición organizada y la pérdida de control territorial por el Gobierno dictatorial.

Anticipe la renuncia o la huida de un desesperado Gadafi, o algo más drástico visto el cariz de los acontecimientos, la situación en Libia (emparedada entre Túnez y Egipto, donde la revuelta ha derrocado a sus dictadores) no volverá a ser la misma. Sacudida hasta sus cimientos por la rebelión popular en marcha, la magnitud de la represión, masiva e indiscriminada, desatada por Gadafi -aquel autoproclamado guía de la revolución, patrón del terrorismo planetario y vuelto hace poco al redil internacional- ha abierto un foso irreversible y señala la huida hacia adelante de un régimen cuyos generales, a diferencia de los de Túnez y Egipto, han optado por disparar contra sus compatriotas. Un ensañamiento que la UE se limitaba a condenar ayer con su buenista literatura habitual.

Saif Gadafi, hijo del tirano y sucesor designado, ha asegurado en televisión que el régimen luchará «hasta la última bala» contra los «elementos sediciosos». Es difícil imaginar mayor perversión política. Un dictador en ciernes, ungido por un dictador en ejercicio, ambos sin la menor legitimidad, se permite amenazar con el exterminio a quienes, tras generaciones de opresión, reclaman dignidad y libertad. El ominoso mensaje revela también la debilidad de un poder que, como muestran los acontecimientos, carece de alternativa al terror.

Nunca pudo anticipar Mohamed Bouazizi, el vendedor callejero de frutas tunecino que se prendió fuego el 17 de diciembre, que su gesto final se transformaría en antorcha devoradora. Nadie puede anticipar hoy cómo las fuerzas sociales destapadas hace dos meses moldearán finalmente Libia y una entera región del mundo aplastada por una colusión de caudillos sin escrúpulos y crudos intereses occidentales. Pero el despertar árabe es ya un hecho histórico imparable.

26 Febrero 2011

Libia se desangra

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

La parálisis de las potencias democráticas alienta la criminal represión de Gadafi contra su pueblo

A la espera de su previsible desenlace en la trinchera de Trípoli, Libia se ha convertido en un escenario bélico donde el acorralado Gadafi y sus leales intentan hacer buena la promesa del coronel de morir matando. Es un paisaje especialmente cruel, de matanzas indiscriminadas, en el que, a diferencia de Túnez y Egipto, el criminal desafío del tirano árabe frente a su pueblo limita drásticamente las opciones y entenebrece la salida de la revuelta.

El pueblo libio está pagando un precio terrible por intentar librarse del lunático déspota que responsabiliza a Al Qaeda y a jóvenes drogados de la insurrección popular. Y si Gadafi es finalmente derrocado no será gracias a la colaboración decidida de Estados Unidos o Europa, que después de 10 días y varios miles de víctimas siguen deshojando la margarita de lo conveniente. Mientras los libios caen en las calles, se organizan en comités ciudadanos o de resistencia y sus soldados o diplomáticos desertan, Washington, Bruselas y el Consejo de Seguridad seguían ayer enfangados en una bochornosa retórica de admoniciones, discusiones preliminares y propuestas de sanciones todavía pendientes de concretar. Todo lo que la OTAN, reunida ayer de urgencia, está en condiciones de aportar es su contribución logística a la evacuación de extranjeros y la asistencia humanitaria.

Las potencias democráticas, que encabezadas por Estados Unidos cometieron el trágico error de rehabilitar por petróleo y supuesta seguridad a un dictador brutal cuya tiranía interna se ha mantenido intacta 40 años, siguen sin definir cómo enfrentarse a un criminal en ejercicio, pese a tener un abanico de opciones que habrían ahorrado muchas vidas de haberse aplicado en cuanto estuvo claro el salvajismo desatado por Gadafi. Se trata de medidas enunciadas y que ayer aún estaban pendientes de ejecución, como la imposición de una zona de exclusión aérea, para impedir que la aviación libia sea utilizada como arma de exterminio y transporte de mercenarios; el inmediato embargo internacional sobre todo equipamiento militar; la congelación de los activos del Gobierno de Trípoli o la apertura de una investigación por crímenes de lesa humanidad contra Gadafi y sus secuaces.

En Libia, a diferencia de Túnez o Egipto, el Ejército regular es una fuerza marginal mantenida así por Gadafi para evitar un golpe militar. Las tropas de choque de esta dictadura perfecta son una oscura red de brigadas especiales, comités revolucionarios y agencias de seguridad, todos bajo el control directo del déspota.

Los libios sublevados por su libertad precisan desesperadamente muchas cosas materiales estos días. Pero para perseverar en su lucha, que es la de un mundo árabe que despierta, necesitan sobre todo una señal rotunda e inequívoca -hechos, no palabras- de que la llamada comunidad internacional está con ellos y contra un régimen de terror, el de Gadafi, que para mayor escarnio todavía se sienta en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

02 Marzo 2011

Asfixiar a Gadafi

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

La tardía presión internacional debe servir para que los propios libios ajusten cuentas al tirano

La ONU, EE UU y Europa han salido finalmente de su sopor castigando a Gadafi con tardías medidas de presión. La resolución unánime del Consejo de Seguridad, que convierte al dictador libio en un apestado internacional e incluye la petición a La Haya para que le juzgue por crímenes de guerra, constituye por su relativa firmeza, pese a lo interminable de su gestación, un hito en los adormecidos mecanismos de la ONU. Las represalias contribuyen a estrechar el cerco al sanguinario déspota, pero tardarán en materializarse; y algunas tienen solo un valor simbólico en una fase de la confrontación en la que Gadafi parece más decidido a resistir y morir matando que a buscar seguridad fuera del país sublevado al que ha aterrorizado y esquilmado durante más de 40 años.

De esta presión exterior creciente forma parte por vez primera la amenaza militar. Washington está acercando a Libia parte de su flota mediterránea y Barack Obama y sus aliados europeos han comenzado a hablar abiertamente de preparativos bélicos, como la imposición de una zona de exclusión aérea sobre el país norteafricano como primera opción. Pero esos movimientos son harina de otro costal y los tiempos en Libia y fuera de ella son diferentes. El despliegue naval en marcha tiene como propósito fundamental la intimidación y el eventual rescate masivo de civiles en una zona donde se está gestando una crisis de refugiados de enormes proporciones. Y el deseable cierre del espacio aéreo, para evitar que Gadafi utilice la aviación como arma de exterminio -derribando sus cazas en última instancia-, es una operación lenta y compleja, que exige como preámbulo la aniquilación de sus defensas antiaéreas. La acción directa en favor de los sublevados no tendría sentido mientras los libios que luchan contra el tirano no integren un frente único, y lo suficientemente homogéneo política y territorialmente, que lo permita. Parece que una intervención terrestre abierta, que únicamente podría abanderar la Casa Blanca, está descartada en Libia por el momento. Y no solo porque requeriría la improbable unanimidad del Consejo de Seguridad, sino porque tanto Europa como EE UU arrastran invencibles fantasmas después de Irak y Somalia.

Gadafi es un cadáver político, y es más probable y mucho más deseable que sean los propios libios, cada vez con mayor control de la situación, los que tengan la oportunidad de ajustar las cuentas al coronel de atrezo. El cerco internacional debe estrecharse hasta privar de cualquier oxígeno militar, político o económico a uno de los déspotas más contumaces del planeta. Pero el maremoto de libertad que sacude el vasto mundo árabe ha obtenido su legitimidad de lo inmaculado de su génesis popular, al margen de instrumentalizaciones espurias interiores o exteriores. Si son sus compatriotas los que ponen fin al experimento de terror ejecutado por Gadafi, será mucho mejor para la nueva Libia.

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