5 septiembre 1979

La VI Conferencia de los Países No Alineados evidencia las diferencias estratégicas entre los dictadores comunistas Tito de Yugoslavia y Fidel Castro de Cuba

Hechos

En septiembre de 1979 se celebró la VI Conferencia de Países no Alineados.

05 Septiembre 1979

La batalla de Tito

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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TITO TIENE 87 años y dirige su país desde hace más de 34.Un país difícil, nacido recientemente por la unidad forzada de varias nacionalidades que siguen esgrimiendo sus hechos diferenciales, con un sistema político que no todos comparten y unas relaciones internacionales que le distancian del bloque ideológico del que surge -el comunista-, sin sumarle al opuesto. Se desarrolla en Yugoslavia ya una lucha interna de sucesión al poder, por el factor biológico que pesa sobre Tito; se teme tanto un intento soviético de penetración como otro de occidentalización. El anciano dictador representa todavía un punto de equilibrio.

Aun si es preciso establecer distancias con el sistema de poder que representa Tito, no es posible dejar de admirar desde el punto de vista del espectador lo que supone el esfuerzo de uno de los pocos grandes estadistas que quedan en el mundo. La acción que acaba de emprender en Cuba tiene toda una grandeza antigua. Desde cuatro días antes del principio de la conferencia de los no alineados ha ido a enfrentarse con Fidel Castro (que es una vigorosa fuerza de la naturaleza) para tratar de llevar el movimiento de los no alineados a su punto original: a la defensa de una posición independiente y realmente distante de los dos bloques (americano y soviético) gigantescos y enfrentados. Tito es el último superviviente de una trilogía que intentó escapar de las presiones de la guerra fría, y que completaban el hindú Nehru y el indonesio Sukarno.

A ella hubiera podido sumarse el egipcio Nasser. La misma esencia de la Conferencia de La Habana, los bloques antagónicos que la componen, el discurso inicial de Fidel Castro, son un índice de lo que tuvo de sueño irrealizable aquel movimiento que tuvo su primera base en Bandung; Tito no deja de defenderlo, no acepta la condena de la alineación o de la sumisión; sigue plan teando. fórmulas, bases, ideologías. Es también un superviviente de las grandes revoluciones comunistas, y tiene en su biografía los cuatro años de combate en la revolución rusa y la subsiguiente guerra civil. Su distanciamiento de la Unión Soviética procedió, en gran parte, de que la consideraba alejada de los mismos principios revolucionarios que la hicieron nacer.

Ya el «titismo» no tiene la significación peyorativa o meliorativa, según las ópticas con que se observará, que se vigorizó en los grandes años de Tito. Los principios de la no alineación están siendo violados, adulterados, conducidos a una vía en la que no son posibles. Cuando Tito desaparezca, habrá desaparecido con él la última encarnación de una serie de valores que tienen cada vez menos curso. La batalla de Tito en La Habana parece y parecía perdida de antemano; por eso es preciso reconocer la constancia, la fidelidad, el espíritu de resistencia y las condiciones de estadista único en este hombre que va todavía, a los 87 años de una vida cuya lucha comenzó a los doce, a reñir una última batalla, aun con escasas esperanzas. Unas condiciones a las que no nos tienen acostumbrados los políticos actuales, tan dispuestos al coyunturalismo, tan inclinados a presentar unas faces deliberadamente borrosas y camaleónicas, para poderse adaptar rápidamente al nuevo color que se establezca bajo sus pies. Tito es uno de los últimos políticos que tuvo capacidad para cambiar su entorno y que sigue luchando por ello; los nuevos políticos le dejan cambiar por los cambios a su alrededor. Su actitud merece esta penúltima admiración.

05 Septiembre 1979

... Y la escaramuza de Fidel

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL DESEO expresado por Fidel Castro, en el discurso inaugural de la VI Conferencia de Países no Alineados, de que España no ingrese en la OTAN, sólo podría interpretarse como una incorrección diplomática si esas palabras se situaran en el contexto de las relaciones bilaterales entre los dos países. Pero esa polémica intervención adquiere un significado distinto al producirse en la asamblea de La Habana, a la que el Gobierno de Madrid asiste, en calidad de invitado, con pleno conocimiento de su historia y de sus objetivos. A nadie debe extrañar que en una reunión de países no alineados se busquen prosélitos para una política exterior equidistante de las dos superpotencias y se exhorte a un candidato a figurar como miembro de pleno derecho para que no se incorpore a la organización atlántica. Pero la constatación de esa obviedad abre la vía para otras interrogantes y algunas perplejidades.La presunción de «no alineamiento» de Cuba descansa exclusivamente en el hecho de hallarse fuera del Pacto de Varsovia. Sin embargo, la ayuda militar soviética: y la convergencia de las estrategias de política exterior de Moscú y La Habana privan a ese argumento formal de plausibilidad. La presencia cubana en Africa coincide tan estrechamente con los intereses soviéticos, que la versión del carácter original e independiente de la iniciativa de La Habana para intervenir en ese continente resulta poco verosímil. Los ideólogos cubanos recordaron súbitamente, cuando comenzó el envío de tropas a Angola, los ancestros negros de la población insular y acuñaron el concepto del «latincafricanismo» para servir de soporte retórico al giro de su política exterior. Pero las convergencias soviético-cubanas no se limitan al Africa negra, sino que se han extendido hasta el Cuerno de Oro, en una inversión de alianzas típica de la realpolitik. Los rebeldes eritreos, antes apoyados por soviéticos y cubanos, son ahora los adversarios a abatir por el régimen etíope, actual beneficiario del respaldo de Moscú y La Habana. Y no se trata sólo de acciones convergentes, sino también de omisiones coincidentes. La política cubana de los años sesenta hacia Latinoamérica ha sufrido un viraje tan espectacular, traducido en la sustitución del apoyo exclusivo a las guerrillas por las relaciones a nivel de Estado y el reconocimiento como interlocutores válidos de los partidos comunistas oficiales, que no es fácil negar la influencia soviética sobre su diseño.

Cabe así la tentación de atribuir al comandante Castro cierta dosis de cinismo al presentarse como máximo pontífice del «no alineamiento». Seguramente las cosas no son tan sencillas. Es un hecho cierto que el régimen de La Habana trató, hasta 1968, de evitar que la ayuda soviética -sin la que el castrismo, pesadamente castigado por el bloqueo estadounidense, no hubiera logrado sobrevivir- redujera a Cuba al papel de satélite de la estrategia planetaria de Moscú. Tal vez el recuerdo de sus orígenes y el vago deseo de recuperar algún día su libertad de acción hagan que esa objetiva contradicción lógica entre lo que dice y hace Fidel Castro sea también un autoengaño.

En cualquier caso, las contradicciones de Castro no empañan las de la política exterior de UCD: aspirar a una posición antihegemónica, no alineada y fuera de los bloques, y propiciar, al tiempo, el ingreso de España en la OTAN y la renovación del tratado con Estados Unidos. Sólo los países que realmente tratan de crear un espacio político entre Estados Unidos y la Unión Soviética, equidistante de ambas superpotencias, tienen derecho a invocar el espíritu de Bandung y a invitar a los demás a incorporarse a la difícil empresa de romper la estrategia bipolar en el planeta.

18 Enero 1980

De Belgrado a La Habana

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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LA CONFERENCIA de Países no Alineados, celebrada el ano pasado en La Habana, tuvo dos grandes protagonistas: Fidel Castro, partidario de una casi beligerencia, de una aproximación a la URSS y de un desafío a Estados Unidos, y Tito, defensor de la tendencia clásica de la equidistancia entre los dos bloques, como la que Yugoslavia viene practicando desde la ruptura con Stalin. Los dos dirigentes sufren en estos momentos crisis muy diferentes, pero concomitantes, de significación muy especial en el momento de la crisis general. Mientras Tito se somete a unas operaciones quirúrgicas cuya gravedad se multiplica por su edad -88 años va a cumplir en mayo-, Castro da una golpe de Estado interior, eufemísticamente considerado como «redistribución de roles para el control y la coordinación del trabajo de los organismos del Estado», mediante el cual acumula a sus poderes ya concentrados, las responsabilidades de los ministerios de las Fuerzas Armadas, Interior, Salud y Cultura, con la ayuda de su hermano Raúl, primer vicepresidente del Consejo de Ministros.Una consideración inmediata de este cambio cubano, claramente contrario a ciertos aspectos de una tímida apertura levemente emprendida hace unos meses, es la de que constituye una respuesta a la guerra fría. Uno de los primeros datos de esta nueva glaciación internacional fue la denuncia de la presencia de soldados soviéticos en la isla de Cuba. La suspicacia cubana podría haber hecho sospechar a Castro que una respuesta americana a la URSS podría suponer algún tipo de acción respecto a Cuba.

Pero, probablemente, la razón más acuciante para esta toma de poderes por los dos hermanos Castro sea la dificultad de desarrollo de la política y de la economía en el interior. El reflejo clásico en países de democracia abierta en situaciones de dificultad es cambiar a los responsables máximos; el de las dictaduras es, por el contrario, el refuerzo y concentración de esos poderes, basados en la doctrina de la infalibilidad del mando y, sobre todo, en la imposibilidad de removerlo. Fidel Castro no ha cesado de denunciar deficiencias interiores, ineficacias por exceso de burocracia, pereza en los mandos locales, crecimiento de la corrupción. Podría ocurrir que ahora, con el régimen tan desgastado, un intento de cambio auspiciado por Estados Unidos -directamente o por intermedio de los anticastristas de Miami- pudiera encontrar mejor terreno en la isla del que encontraron otros en los primeros tiempos del régimen.

Castro parece, además, intentar así reforzarse como jefe institucional del movimiento de los no alineados. Que esto se produzca precisamente cuando quien equilibraba ese movimiento, Tito, desfallece y puede no volver nunca más a ocupar el poder, e incluso morir, es un dato importante en la situación general del mundo. El poder oficial de Tito se ha ido alargando hasta más allá de los límites biológicos normales, precisamente por la dificultad de su sustitución. Siempre se ha especulado, en Yugoslavia y fuera de ella, con la idea de que la desaparición de Tito podría significar un intento de la URSS para recuperar el país e incluirlo en su esfera. Se llega ahora a decir, como lo ha hecho el senador Moyniham, que la invasión de Afganistán no ha sido para la URSS más que el ensayo general de una invasión de Yugoslavia. Esto refleja la profunda inquietud de Estados Unidos acerca de una acción soviética en Yugoslavia a la muerte de Tito. Estados Unidos y la URSS van a tratar, dentro de los medios posibles, de inclinar en su favor a la Yugoslavia de la sucesión, y ello, que es muy importante en cualquier momento, lo es más aún cuando se está desarrollando una verdadera guerra fría.

La desestabilización de los no alineados y la del vientre de Europa pasan también en estos momentos por La Habana y por Belgrado, centros de referencia de una crisis, algunas de cuyas claves pueden rastrearse, en el inmediato pasado, precisamente en la conferencia de septiembre, en la que Fidel Castro y Tito fueron los grandes protagonistas.