5 marzo 1981
Distintas visiones sobre las claves y las posibles soluciones
Los directores de ABC (Guillermo Luca de Tena Brunet) y EL ALCÁZAR (Antonio Izquierdo) polemizan sobre las causas del 23-F
Hechos
Una tribuna de la dirección de ABC publicada el 1 de marzo de 1981 fue replicada por EL ALCÁZAR el 5 de marzo de 1981.
Lecturas
El Director del ABC, D. Guillermo Luca de Tena Brunet publica el día 1 de marzo de 1981 publica un amplio editorial de dos páginas manifestando su visión sobre el 23-F y la necesidad de un Gobierno de coalición. El 5 de marzo el diario El Alcázar imitará el formato y publicará un amplio editorial de dos páginas para tratar de rebatir los argumentos de ABC.
01 Marzo 1981
EN HORAS DE EXTREMA GRAVEDAD
En horas de extrema gravedad, como las pasadas por España en esta última semana de febrero, queremos invitar a nuestros lectores a recapitular sobre los hechos, a analizar el proceso iniciado el lunes y a tomar el compromiso que cada ciudadano tiene el deber de adoptar libremente en momentos críticos para su patria.
Setenta y cinco años de información a los españoles y de defensa inequívoca de algunos, muy pocos, principios, dan a la voz de ABC un eco propio, que hacemos resonar hoy en todo su alcance, como sólo hicimos en muy contadas ocasiones: en la crisis de 1909 o en el Alzamiento del 36, en la caída de Alfonso XIII o en la España de 1975 al inicio del reinado de Juan Carlos I.
Hoy como ayer nuestra voz se alza por encima de episodios e intereses con la sola fuerza de una conducta, de una historia y de unos lectores, para advertir, para ayudar a España a mantener el rumbo.
Como en aquellas ocasiones dramáticas sólo podremos ofrecer la claridad de los hechos y la recta intención del análisis para deducir luego como ha hecho este periódico en todos sus instantes cruciales, lo que es sustancial, lo que es el abecé en la hora difícil de la Patria. Lo hacemos en ocho puntos.
1 – La puerta del Iceberg
El 23 de febrero se produjo en España un golpe de Estado. No fue un acto aislado, ni un brote de indisciplina, ni una asonada, sino un golpe de Estado. En un proyecto minuciosamente preparado, con ramificaciones en varias regiones militares, centros logísticos, fuerzas especiales y comandos civiles se estudiaban tres distintos escenarios: una presión al más alto nivel, sin acto de fuerza alguno, para desnaturalizar escalonadamente el sistema democrático; una toma del poder negociada; o un golpe violento, no exento de simbolismos y humillaciones, como finalmente ocurrió en la tarde del secuestro colectivo. El escenario primero – presión creciente hasta lograr el cambio de sistema – contaba con muy extensos, y razonados, y comprensibles respaldos en el estamento militar. Ese espíritu, difuso primero y articulado después, no ha hecho sino crecer y consolidarse en proporción inversa a la inepcia de los tres últimos Gobiernos de UCD. La segunda hipótesis – acción militar no violenta, con quiebra pactada del orden constitucional – era otra realidad incoada, sobre la que se negociaba desde siete meses atrás. La tercera propuesta era la del sector radicalizado, partidario de forzarlo todo: forzar a los Estados Mayores, forzar al Rey, forzar al país y a sus aliados del exterior por medio del hecho consumado. Ese sector demostró el martes su carácter afortunadamente minoritario. Que unos profesionales de la guerra no sepan organizar un golpe no nos autoriza, sin embargo, a deformar la realidad. Y esa realidad, es evidente, parte del clima extendido y articulado en muy amplios sectores de la milicia en favor de un golpe de timón.
2 – La provocación
Vayamos al gran antecedente, al fondo del asunto: los errores imputables y las dificultades generales han llevado a España, en los últimos tres años, a unos niveles de riesgo colectivo que es urgente reconducir. La explosión de esperanza de un día de invierno, hace cinco años, con los enviados de Occidente en los Jerónimos de Madrid, se ha tornado desconfianza y frustración. Hay dificultades y problemas que vienen de la paridad del dólar o el precio del petróleo, pero también hay otros, los más, que nos llegan de la incompetencia de la clase dirigente. Y no sólo de los políticos, sino de nosotros mismos, los directores de periódicos.
Dos ejemplos menores pero sintomáticos: Al terminar el secuestro del Congreso, el secretario general del partido gobernante declaró: “No hay que dar a lo ocurrido más importancia de la que tiene”. Lo que demuestra o bien la voluntad de vivir perpetuamente en las nubes o bien la insensibilidad profunda del declarante. Ejemplo segundo: el ministro de la Defensa interviene ante el Congreso a las pocas horas del golpe de Estado. ¿Para explicar su inexplicable ignorancia o para aclarar el alcance del intento? No. Para recordar a la Cámara cómo Dryden, allá por el 1700, escribió poemas sobre la vida, la libertad, el amor.
La provocación procede – el teniente coronel Tejero es un ejemplo – del fanatismo, pero viene también del a ceguera, el triunfalismo y la torpe arrogancia de quienes hasta hoy han malgastado el poder.
Un desastre de poder que afecta muy directamente a la clase media, la España del silencio, tradicionalmente la más afectada por la crisis socioecónomica, que sufre además la reforma fiscal; a la juventud – que no se olvide que España es un país demográficamente joven – que se incorpora al mundo laboral sin ofertas de trabajo; al empresario, que lo tiene casi todo en contra y que, convertida la huelga en abuso más que en derecho, mantiene puestos laborales e inversiones.
3 – El problema previo
Es muy grave la inflación y el paro, es muy grave nuestra insignificancia internacional, nuestra ausencia de política científica y tecnológica, nuestros niños sin escolarizar y nuestros mayores desasistidos. Es muy grave nuestro desorden administrativo y autonómico… Pero estos problemas ingentes son problemas manejables. Pero hay, además, un proceso patológico que todo lo desborda, único en el panorama europeo y monstruoso en sí mismo: casi todos los días se mata en España, se vulnera el principio primero – la sacralidad de la vida – y se dispara de frente o por la espalda sobre gentes inocentes. También en algún caso aislado – y lo decimos con el mismo avergonzado estupor, pues toda vida es sagrada – se muere en un hospital penitenciario.
Con esto hay que acabar. Hay que acabar a toda costa. Pero no como sea. Hay que acabar por todos los procedimientos al alcance de un país civilizado. La guerra contra el terrorismo puede hacerse, y ahí están Alemania o Japón para demostrarlo. Un proyecto de pacificación se hace sobre la base de la ejemplaridad, la fuerza de la Ley y la transparencia. También sobre el acuerdo previo de las fuerzas políticas.
La situación en el País Vasco ha alcanzado ya tal gravedad, que no podemos imaginar que la ingente tarea vaya a abordarse con instrumentos minúsculos o con biografías homeopáticas.
4 – Un hombre, una oportunidad
La Historia ofrece a un hombre del temple de Leopoldo Calvo Sotelo una excepcional oportunidad. No parece pensable que el Gabinete recién formado sea sino un equipo para despachar los asuntos corrientes, mientras en unas semanas se articula una gran política y un gran gobierno.
En la manifestación del viernes, en Madrid, un millón de personas aclamaban bajo una cortina de agua, el valor cívico de los cuatro manifestantes que encabezaban la marcha. Muchos veían, en dos de ellos, dos ejes necesarios en un gran Gobierno nacional, que pudiera realmente ejercer el Poder, antes de que la primavera nos depare nuevos almendros en flor. La inyección de autoridad personal que a un Gobierno de salud pública aportaría Manuel Fraga, y la fuerza que en ese mismo Gobierno representaría Felipe González, encargado de recuperar para España parcelas de su desprestigio exterior, podrían impulsar un renacimiento de la confianza.
Todo ello requiere un cierto grado de imaginación y de generosidad. Sólo un Gobierno de fuertes personalidades podría ilegalizar a aquellos partidos que promueven el terrorismo. Sólo un gobierno así podría abrir, hasta el fondo, las hostilidades frente a ETA y frente a otras bandas armadas. Sólo un Gobierno así puede proponer la reforma de una Constitución que se hizo sobre los mutuos recelos, como si el objetivo consistiera en evitar que se gobernara con autoridad. Sólo un Gobierno así, con la derecha y el socialismo, con las minorías vasca y catalana, puede reformar nuestra caprichosa ley electoral y preparar los comicios de 1983. No defendemos un determinado Gobierno, ni menos aún unos nombres concreto. Ponemos un ejemplo de lo que podría ser, en la crítica situación de hoy, el perfil de un Gabinete realmente capacitado para gobernar en medio de la tormenta.
Un estadista avezado, Luis XIV, sostenía que la política era sólo cuestión de buen sentido y suficiente información. El Congreso de Palma y el asalto al Parlamento prueban que el partido del Gobierno carece de lo uno y de lo otro. En años pasados Leopoldo Calvo Sotelo supo sobrevolar sobre la mediocridad. ¿Lo hará ahora?
5 – Un siglo demasiado largo
Antonio Mingote acaba de aclarar en estas páginas, con ternura y crueldad, que el siglo XIX español consta de ciento ochenta y un años.
Aun así, ABC quiere apostar por la modernidad de España. La sociedad postindustrial se funda en la libertad de innovar, de organizar, de emprender. Se apoya también en la libertad del saber y de la comunicación del saber, en la libertad de hablar, de votar y de vivir. No entremos en la ética, sino en la práctica: la orden del teniente coronel Tejero (¡Quieto todo el mundo!) era un alarido anacrónico, imposible en un país de 37 millones de habitantes, de 5.000 dólares de renta individual, con muchos ciudadanos en la informática, en los micr procesoradores o en las cosechas de programación electrónica.
Exceptuada las minúsculas, hay en este planeta un centenar de naciones. Apenas treinta se rigen por sistemas de democracia liberal y parlamentaria. Pero son casualmente las treinta naciones más prósperas, cultas, libres, estables y avanzadas de la tierra. También las más fuertes en términos de poderío militar. Desde Francia a Japón, desde Norteamérica a Alemania, estos países han tardado muy pocas horas en calcular cuál hubiera sido la relación de fuerzas en una nueva España, dirigida por los seguidores del teniente coronel Tejero. Y han sabido de qué lado se alinearían los partidos, las masas trabajadoras, los periódicos y hasta el mundo del dinero.
Hoy, tras la amenaza sufrida, ABC quiere ver a España firmemente anclada en ese grupo de países.
6 – El Honor de las Fuerzas Armadas
Volvamos a decirlo: la Historia de España en este siglo de historia de ABC. Nos arrogamos, sin la menor jactancia, una cierta autoridad en algunas materias, no precisamente fáciles, y sabríamos llegado el caso hablar al Ejército de nuestro país.
ABC ha defendido siempre el honor de sus Fuerzas Armadas, se ha rebelado siempre contra las rutinarias condenas verbales, formuladas mientras se diezmaba un día y otro a nuestros Cuerpos de Seguridad; ha divulgado siempre el temple moral y la capacitación de nuestros Ejércitos. Y en el momento más amargo de nuestra historia moderna ABC se alineó, desde el primer día, en uno de los bandos enfrentados en guerra civil.
ABC ha repetido año tras año que un Ejército está hecho del mismo tejido y del mismo nervio que la sociedad a la que pertenece; ha explicado como la misión encomendada a la milicia merece mayor respeto y gratitud que el debido a otros estratos de la sociedad, porque la vigilia de sus hombres nos permite a todos vivir en libertad. El reverso de esa moneda es el de las Repúblicas del Caribe o de África Central, que no son pueblos soberanos, sino naciones invadidas por su propio Ejército, con súbditos en libertad provisional y oficialidad a sueldo de las compañías fruteras.
¿Y quién duda hoy de que la abrumadora mayoría de los españoles necesita respetar a su Ejército y enorgullecerse de él, al menos tanto como nuestros conciudadanos europeos honran a aquellos a los que encomiendan su defensa?
Un Ejército, para decirlo con los clásicos, no es nada si no es un espejo de valor, de honor y dignidad. Pues bien, la imagen del teniente coronel Tejero, maltratando pistola en mano a un anciano inerme, con graduación de teniente general, no es precisamente ésta.
7 – La Alianza Atlántica, una garantía
ABC pide un Ejército fuerte y respetado, no temido en el interior sino en el exterior, disciplinado, moderno, eficaz. ¿Hay en Norteamérica o en Europa institución de influencia más obvia y, sin embargo, más lejana de cualquier intervención? ¿Olvidamos que nuestros vecino del Norte llaman a su Ejército ‘la grande muette’? En nuestro texto constitucional y en el común denominador de Occidente ¿no es explícita la neutralidad política de las Fuerzas Armadas y su efectiva dependencia de la autoridad civil? La necesaria homologación con los Ejércitos de la Alianza Atlántica, la integración en ese engranaje de garantías, ¿no resulta después del 23 de febrero más urgente que nunca?
8 – La Corona
Por último, el Rey. ABC no puede permitirse el lujo de dejar esta mención para el final, tan evidente ha sido, en las horas cruciales, el peso de la Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, garantía última de la libertad. El miedo al pasado, las complicidades reflejas, la ausencia de un rompimiento verdadero con nuestra hipoteca anterior nos ha deparado no pocas paradojas: no es la menor la que nos permite ver a los muchachos del fascio (“no queremos reyes idiotas, que no sepan gobernar”) y a ciertos dirigentes comunistas, llevados por el oportunismo al fervor dinástico. Tampoco aquí ABC cambiará, y desde ahora cede la primera fila de aplausos a los nuevos entusiastas, reservándose para momentos difíciles.
Hace años que venimos explicando por qué la Monarquía, institución antigua, es también un mecanismo útil y modernísimo. La referencia a un último poder arbitral, independiente de interés y sectores, ha demostrado su vitalidad en los pueblos más progresivos de Europa. A la estampa legendaria del Rey Cristián de Dinamarca, sólo a caballo, en las calles de Copenhague, con la estrella de David a la espalda, frente a las tropas de Hitler; a la imagen de Isabel de Inglaterra enfrentada también sola, ante la última crisis del Imperio, en los días de Suez, se suma hoy, en la misma soledad radical, sin Gobierno y sin Parlamento, en la noche de febrero, el Rey de este viejo y sufrido país. “No cederé; tendréis que fusilarme”, le oyó decir por teléfono un testigo presencial.
Y esa su entereza a la hora de los hechos vuelve a manifestarse en el claro equilibrio de las palabras que ayer pronunció en Zaragoza, palabras que todos los españoles tendrían que leer y releer y llevar al os hechos; palabras que aúnan el respeto a los valores del pasado, firmeza ante los hechos del presente ardiente esperanza hacia el futuro.
Sin embarcarse en baratos elogios, el Rey ha sabido defender apasionadamente el valor del Ejército, manchando no sólo por quienes violaron su disciplina, sino también por quienes atentaron al honor de todos al generalizar la locura de algunos. Ha sabido Don Juan Carlos subrayar para unos el debido respeto a la Constitución y recordar a otros cómo son los hombres de la milicia quienes más han sentido y siguen sintiendo en su carne los atentados de la violencia y, por tanto, la impagable deuda que hacia ellos tiene toda la sociedad española. Ha puntualizado a los hombres de uniforme la necesaria renuncia a toda actividad partidista de unirse en el servicio a la Patria por encima de las cuestiones accesorias; y a cuantos con la pluma o la opinión influyen en la comunidad, la obligación de la justicia en la valoración de los hechos y del a prudencia en la formulación de esos juicios.
Palabras todas estas que exigen una respuesta por parte de todos los estamentos de la comunidad nacional. Porque flaco servicio harían al Rey quienes elogiaran su postura sólo para indirectamente criticar a otros. No basta gritar ¡Viva el Rey! Hay que seguir, además su prudente palabra; hay que aprender la lección de su gesto y seguir imitándole, sus medidos consejos. Porque ‘verdaderamente’ vivimos graves momentos y se hace imprescindible la unión sincera, sin preocupaciones personales, sin protagonismos egoístas, sin afanes de triunfos subjetivos, porque el objetivo es nada menos que el bien de España”. Efectivamente: ponerse a trabajar por España sin personalismos será el mejor elogio a un Rey que ayer nos explicó con palabras lo que antes había realizado con bien gallardos hechos.
Guillermo Luca de Tena
05 Marzo 1981
LAS VERDADERAS CLAVES DE LA EXTREMA GRAVEDAD
El director de ABC se ha creído en el deber de precisar la posición de dicho periódico sobre la delicadísima coyuntura política que vive España. El título de su largo escrito (“En horas de extrema gravedad”) expresa a las claras la preocupación con que el director de ABC abordó un empeño que, a la postre, se le convirtió en manifiesto. Tan prolijo alegato de apelaciones al pasado, incursiones no siempre claras en el presente e invocaciones de futuro, podría sintetizarse, finalmente en un rataplán periodístico que dijera: “ABC se pronuncia por un gobierno de centro izquierda sobre el triángulo Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo – Manuel Fraga – Felipe González”. Y si se tuviera ganas de incordiar, el reclamo sería más breve y contundente: “ABC hace suya la propuesta de Santiago Carrillo”.
De haberse publicado el comentario editorial que nos ocupa en otro periódico, es casi seguro que guardaríamos silencio. Pero su contenido y, en especial, su propuesta concreta de gobierno de coalición adquieren un peculiar interés político, precisamente por ser expresado en ABC. Setenta y cinco años de existencia dan, sin duda, entidad y solvencia a un periódico.
La dimensión histórica
Sin tantos años de historia sobre nuestras espaldas, EL ALCÁZAR, nacido en 1936 durante el asedio de las milicias rojas a la Academia de Infantería, también puede invocar la fuerza de una conducta y el respaldo de unos lectores “para advertir, para ayudar a España a mantener el rumbo”. España, por supuesto, no es un privilegio de ABC. Y ni tan siquiera es identificable en su dimensión histórica a una determinada forma política o a una específica organización del Estado. Se puede amar y defender a España con dignidad, empeño y sacrificio, también desde el disentimiento con un cierto tipo de democracia e, incluso, con la Constitución que le prefigura. ¿O no es el derecho a disentir uno de los principios insustituibles de la democracia?
Recuerda el director de ABC que sólo en cuatro ocasiones anteriores hizo resonar el periódico su voz en los términos solemnes de ahora: “En la crisis de 1909 o en el Alzamiento del 36, en la caída de Alfonso XIII o en la España de 1975, inicio del reinado de Juan Carlos I”. Aquellas cuatro ocasiones invocadas supusieron otras tantas conmociones históricas de gran calado, a cuyo influjo se produjeron cambios fundamentales en el curso político nacional. La equiparación de lo acaecido entre el 23 y el 24 de febrero de 1981 a esas otras trascendentales alteraciones del tránsito histórico, concuerda con nuestra convicción, inequívocamente expresada, de que hemos asistido a un episodio de consecuencias incalculables todavía y que nada podrá ser igual en adelante, por mucho que la clase política se empecine en desconocerlo. De ahí nuestro desconcierto y nuestra sorpresa al comprobar que ABC, tras un planteamiento del problema en sus adecuadas dimensiones globales, desemboca en conclusiones inconsecuentes, la más notable de las cuales consiste en suponer que todo puede arreglarse con un simple gobierno de coalición. Es lo mismo que si un equipo médico, después del diagnóstico correcto de un cáncer en período avanzado de evolución, fiase la curación del enfermo en la aplicación de cataplasmas de mostaza.
La inicial apelación del director de ABC a los setenta y cinco años de existencia del periódico nos hizo presumir por un momento que se iba a desentender de la anécdota, con el fin de contemplar la coyuntura española desde la perspectiva histórica y su encaje conceptual en la crisis mundial de cambio. Saldríamos chasqueados. Tras una prometedora introducción, el director de ABC se zambulle en lo circunstancial y se deja prender por lo anecdótico.
Una apelación simplista
Una primera consideración debió hacerse el director de ABC. Aquella misma que proponía el ruso Gustavo el Bueno, al advertir que las revoluciones pasan, mientras que los pueblos permanecen. Con independencia de su inconstitucionalidad o ilicitud, la acción militar del día 23 de febrero se inscribe en una línea de habitual comportamiento político nacional. Resulta inadecuado y sin sentido el intento de resolver el trascendental problema político planteado por la acción militar mediante una apelación simplista al golpismo y a otros tópicos de pareja estirpe. Hay que preguntarse por qué en los ciento ochenta y un años que sirven de referencia al director de ABC hemos tenido diez Constituciones, ninguna de las cuales ha satisfecho al pueblo español. Y hasta tal punto se demostraron ajenas al sentimiento nacional, que todas las anteriores a la de 1978 tuvieron corta vida y terminaron mal. ¿Por qué no estudiar el encuadramiento de la acción militar del 23 de febrero en ese sostenido fenómeno de alergia nacional a las Constituciones con marchamo europeo, antes de dejarse enredar en el apriorismo de lo inmediato? Acaso pudiera resultar de ese análisis histórico que también la Constitución de 1978 – cuestiones de posible ilegitimidad aparte – es inabsorbible por la conciencia cultural específica del pueblo español. Si fuera así, y el problema proviniera de que se nos ha dado una Constitución para italianos, turcos, belgas o franceses, pero no para españoles, sería ocioso fiar en la reforma de algunos de sus artículos más polémicos. No habría otra salida lógica que derogarla legalmente y buscar un sistema democrático más idóneo a los españoles, con su correspondiente marco definidor. Pretendemos proponer una cuestión de máxima trascendencia con total objetividad intelectual. ¿Podemos estar seguros de que, en el supuesto de no haberse producido la acción militar del 23 de febrero, no habríamos asistido en un futuro nada más o menos inmediato a otros intentos de rectificación, civiles o militares, de la derecha o la izquierda, institucionales o revolucionarios?
Solución inadecuada
Se ensaña el director de ABC con nuestra clase dirigente y acierta al definirla como agente provocador de la acción militar del 23 de febrero. La provocación, según el director de ABC “viene también de la ceguera, el triunfalismo y la torpe arrogancia de quienes hasta hoy han malgastado el poder”. Estamos, en efecto ante un desastre de poder nacido de la incompetencia y la ligereza de nuestra clase dirigente. Pero sería inicuo reducir el ámbito de dicha clase dirigente al partido en el Gobierno. La situación actual de hundimiento, caos, anarquía y desorientación es atribuible por partes alícuotas, a todos los partidos integrados en el consenso constituyente y constitucional, firmantes de los Pactos de la Moncloa. Hemos de agradecer al director de ABC el reconocimiento explícito de una denuncia reiterada sin desmayo por EL ALCÁZAR, a costa de soportar, como consecuencia gravísimas acusaciones mendaces agresiones y una despótica persecución. Pero cuando se admite el fracaso en tales dimensiones de una clase dirigente, resulta inadecuada cualquier propuesta de solución que provenga de esa misma clase dirigente, resulta inadecuada cualquier propuesta de solución que provenga de esa misma clase dirigente. Uno de los fenómenos característicos de la partitocracia consiste en la reducción de la clase dirigente a unas personalidades revestidas de poderes dictatoriales de hecho y a unas pequeñas camarillas que las arropan y defienden. El fiasco de la clase dirigente admitido por el director de ABC alcanza en primer lugar, y con máxima responsabilidad, a los líderes de los partidos y al capitalismo generado en su torno. Felipe González, Manuel Fraga y Santiago Carrillo están tan sobrecargados de responsabilidad en el fracaso como ayunos de autoridad política para fiar en ellos cualquier opción atendible de futuro. Individualmente y en su conjunto son tan provocadores de la crisis que desembocó en los sucesos del 23 y 24 de febrero como Adolfo Suárez. Confiarles una opción coaligada de Gobierno, supondría reincidir en el consenso y garantizar la continuidad en la catástrofe. Ni individual ni colectivamente puede suponérseles capacidad y talante para remontar la crisis del sistema y para reanimar a España.
Podría completarse la acusación del director de ABC a la clase dirigente con lo escrito por Ortega y Gasset en la España invertebrada a propósito del particularismo español: “El error habitual inveterado, en la elección de personas, la preferencia reiterada de lo ruin a lo selecto es el síntoma más evidente de que no se quiere de verdad hacer nada, emprender nada, crear nada que perviva luego por sí mismo. Cuando se tiene el corazón lleno de un alto empeño se acaba siempre por buscar los hombres más capaces de ejecutarlo”.
Presunción democrática
¿Qué nos dice un examen pormenorizado de la composición de la actual clase dirigente y de los mecanismos de selección? Los dirigentes de los partidos no lo son en razón de un proceso selectivo espontáneo, sino de un artificio previo a cualquier presunción democrática. No fueron elegidos por el pueblo y ni tan siquiera por las bases de los respectivos partidos, de otra parte cada vez más escuálidas. El sistema partitocrático resulta de una degeneración de la democracia, merced a la cual al pueblo se le da exclusivamente la opción de elegir entre candidaturas a cuya configuración es del todo ajeno. Incluso se menoscaban legalmente y mediante un complejo mecanismo de cortapisas administrativas, económicas, informativas, etc. Las posibles opciones personales o asociativas emergidas de la Sociedad. A los electores se les hacen ofertas prefabricadas en distantes y confusos centros de poder. No puede llamar la atención, entonces, que el pueblo se sienta ajeno, descorazonado y utilizado. De ahí, de la incomunicación antidemocrática entre el pueblo y la clase dirigente, proviene el fenómeno del abstencionismo. El pueblo no se siente partícipe sino manejado, y se desentiende del sistema. En vez de apoyarlo, lo soporta. Pero cuando, además de ello, sufre las consecuencias del malgobierno, el despego comienza a traducirse en resistencia pasiva y desencanto.
¿Quién seleccionó a Adolfo Suárez? ¿De dónde salió Felipe González? ¿Cómo llegó Fraga a su actual posición? ¿Quién puso, mantuvo y sostiene a Carrillo al frente del PCE? La justa respuesta a estas interrogantes nos sitúa ante la dimensión real y la naturaleza antidemocrática del sistema partitocrático. Pero pueden añadirse otras cuestiones de vital importancia para un más preciso entendimiento de la situación. Estas, entre otras: ¿Sería Felipe González secretario general del PSOE de no contar con la confianza plena de la Internacional Socialista? ¿Permanecería Carrillo al frente del PCE ininterrumpidamente pese a todos los avatares, de no tener el respaldo efectivo de la Unión Soviética? ¿Hubiera bastado la animosidad del sector crítico de UCD para sustituir a Suárez por Rodríguez [Sahagún] en la presidencia del partido? ¿Superviviría Fraga al frente de AP si le fueran retirados determinados apoyos ajenos al partido?
El espectáculo alucinante en un parlamento en que las votaciones están predeterminadas y la conciencia personal de los parlamentarios queda anulada por una disciplina inclemente, explica con suficiente claridad que ninguno de ellos puede exhibir una representación popular objetiva. Los parlamentarios se han convertido en funcionarios excelentemente pagados y beneficiarios de múltiples privilegios, cuya única misión consiste en asistir a la camarilla que los seleccionó, realizar funciones domésticas y decir ‘amén’. Cualquier asomo de insumisión se paga de inmediato con el expediente disciplinario, el despojo de beneficios y el exilio de la función política. Cada partido reproduce una peculiar dictadura. Y todos los partidos juntos degradan la democracia a la condición de oligarquía partitocrática o despotismo parlamentario. Tal y como advertía Ortega y Gasset, los máximos dirigentes, o clase política en sentido estricto, son seleccionados por ambiguos y distantes centros dep oder entre quienes les han demostrado mayor docilidad. De ahí hacia abajo se acentúa la preferencia reiterada de lo ruin a lo selecto.
Reacción espontánea
Una de las grandes quiebras de la argumentación del director de ABC, a la hora de proponer soluciones, estriba en desconocer que ‘la incompetencia y la ligereza de nuestra clase dirigente’ no es privativa de un determinado partido ni se concreta a los niveles medios o bajos de su armazón humano. La incompetencia y la ligereza son patrimonio, ante todo, de quienes usufructan los más altos puestos de decisión a los partidos. ¿Cómo otorgar validez, entonces, a la presunción de que sólo un Gobierno así, con la derecha y el socialismo, con las minorías vascas y catalana, puede reformar nuestra caprichosa ley electoral y preparar los comicios de 1983? Resulta absurdo y desconsiderado suponer que puedan configurar un Gobierno capaz aquellos mismos que malformaron la Constitución, aniquilaron las posibilidades del sistema democrático y condujeron la Nación al borde del rompimiento y a la ruina.
Es cierto que sólo un Gobierno de fuertes personalidades podría ilegalizar a aquellos partidos que promueven el terrorismo y acabar a toda costa con esta situación indeseable. Nada hay que mejor se avenga a la peculiar cultura española que la confianza del pueblo en robustas personalidades. El director de ABC elude, sin embargo, la naturaleza real del problema ante el que nos encontramos: “Un Gobierno de fuertes personalidades, no puede emerger de los actuales partidos y, por tanto, de la actual clase dirigente, puesto que no existen. Y las que pudieran parecerlo, a causa de la propaganda, son responsables del hundimiento de la opción democráticamente. En consecuencia, “un Gobierno de fuertes personalidades” habría que formarse con hombres ajenos a los partidos y a las responsabilidades contraídas en estos cinco años de desgobierno y de alucinación parlamentaria.
Silogismo contra Sofisma
Si el director de ABC hubiera construido un silogismo, en vez de un sofisma habría desembocado en la conclusión de que el proyecto de golpe de Estado, tal y como él lo describe, no pasa de configurar una reacción espontánea y de inevitable biología política, a todas luces presumible para los estudiosos de la Historia y, más en concreto, de la Historia de España. A falta de pruebas fehacientes, las cuales sólo serán atendibles en la medida que las defina la actuación de la Justicia, preferimos entrar a debatir la certeza o inconsistencia de las tres fases, escenarios, planos o inducciones que según el director de ABC se imbrican en un proyecto minuciosamente preparado. Menos todavía aceptaremos la polémica en los términos mendaces que transitan otros periódicos de los cuales resultan ambiguas y peligrosas insinuaciones en relación con los acontecimientos del 23 y 24 de febrero. Admitir que el escenario primero o presión creciente hasta lograr el cambio de sistema se negociaba desde siete meses atrás, nos llevaría a exhumar un sinfín de noticias y comentarios publicados en esa misma prensa del consenso, entre ellos los referidos a los encuentros entre determinados generales y miembros del PSOE, especialmente Enrique Múgica Herzog, aludidos estos días por EL CORREO DE ANDALUCÍA, a los que se atribuía el objetivo de encontrar una solución de recambio para superar la crisis del sistema. Nos basta con señalar que entre los fines sugeridos respecto a aquellas lejanas gestiones, los propósitos supuestos por el director de ABC a los ignorados protagonistas del ‘escenario primero’ y su propuesta de un Gobierno de coalición ‘con la derecha y el socialismo con las minorías vasca y catalana’, existe una deslumbrante coherencia. ¿Habríamos de admitir, entonces, que también los socialistas estaban implicados de alguna manera en el intento de golpe de Estado y de ahí la insistencia desmedida de Felipe González y los órganos dictatoriales del partido en ofrecerse a Leopoldo Calvo Sotelo para formar un Gobierno de amplia base democrática?
Nada tenemos que oponer, insistimos, al cuadro de situación descrito sucintamente por el director de ABC para señalar el ‘desastre de poder’ que caracteriza la actual situación política española y, en consecuencia, denuncia el fracaso del sistema. Estamos de acuerdo, asimismo en que ‘con esto hay que acabar. Hay que acabar a toda costa. Pero no como sea. Hay que acabar con todos los procedimientos al alcance de un país civilizado’. ¿Y cuáles son estos procedimientos? El director de ABC aduce, respecto al terrorismo los ejemplos de Alemania y Japón. Nos vendría muy bien dialécticamente replegarnos al mero recuerdo de cómo se suicidaron el as prisiones alemanas, de una sola tacada, varios cabecillas de una facción terrorista roja. Pero ni proponemos ni creemos que el director de ABC ofrezca como única solución el recurso al llamado terrorismo de Estado, aunque éste se haya demostrado en todo el mundo como medicina eficaz para terminar con las organizaciones nacionales de la Internacional del Terror. Suponemos que el director de ABC usa los ejemplos de Alemania y Japón en cuantos modelos políticos de país civilizado. De admitirlo así, habríamos de convenir que también en esto comete el director de ABC un grave error de apreciación.
Un modelo en crisis
Abundan en este momento los ensayos filosóficos, históricos y políticos sobre la crisis de la civilización occidental, en sus dos consecuencias ideológicas más notables: el liberal capitalismo y el marxismo. La convicción de esta crisis actualiza los avisos premonitorios de los filósofos de la Hisotria a partir de la segunda mitad del siglo XIX y vuelve a poner de moda a Spengler, entre otros autores. El desgaste, el deterioro y la desmoralización son las causas de los cambios de las civilizaciones, según los autores que se han ocupado del asunto durante el último siglo. Uno de ellos se alarmaba en 1979: “Sucede como si los pueblos de Occidente fueran gradualmente víctimas de un desorden entre la rutina del desarrollo erigido en único ideal y la ideología vacía que los enerva, pero no los impulsa a realizar grandes esfuerzos”. Otro autor definió este mal como la tuberculosis del alma europea”. Queremos decir que, salvo para transeúntes de la política, el modelo de ‘país civilizado’ que aduce el director de ABC está en crisis.
¿Es válido tomar un modelo en crisis como guía a reproducir para resolver la propia crisis? Planteada la cuestión en estos términos, aparece de inmediato la certidumbre de que es ociosa la invitación, pues a partir de la muerte de Franco se ha perseguido de manera sistemática reproducir en España análogo modelo político que el fracasado en los años treinta, ahora en crisis en todo el mundo. La Constitución, aparte de sus garrafales imperfecciones técnicas, lleva a sus últimas consecuencias ese modelo y lo agrava con la introducción de toda una serie de elementos característicos del sistema comunista soviético, igualmente en crisis. No sólo ha fallado la clase dirigente en los términos estrepitosos reconocidos por el director de ABC. Las raíces del mal son mucho más profundas. Están en la inviabilidad histórica del sistema elegido para construir una opción democrática.
Nos negamos a entrar en la disputa sobre la acción militar en los días 23 y 24 desde sus apariencias y los datos específicos de su materialización. Tal y como algunos se empecinan en abordar tan delicadísimo tema, entre ellos el director de ABC, se corre el gravísimo riesgo de generar aún mayor confusión en el ya aturdido y desconfiado pueblo español y de desembocar en una desaforada ‘caza de brujas’, de consecuencias indeseables. La Historia nos alerta que por tales caminos sólo se llega al desenlace letal de un mayor caos y de crear los supuestos para cualquier tipo de pronunciamientos y de intentonas revolucionarias.
El escenario del cambio
No deja de ser llamativo para un estudioso de los fenómenos de cambio histórico que las tres supuestas fases o escenarios que el director de ABC atribuye al golpe de Estado (más exacto sería decir golpe de sistema dentro del Estado), coinciden con los diversos tipos de reacción militar a la descomposición del liberalismo y la democracia que Thomas Molnar descubre, a partir de 1918 en el capítulo ‘El socialismo de los militares’ de su actualísimo ensayo ‘el socialismo sin rostro’. El primer escenario correspondería a un cierto tipo de régimen cívico-militar, el segundo de los denominados regímenes militar populistas y la tercera a los regímenes cuasi militares’. No conviene desconocer, a tal propósito que los regíemnes creados por el Ejército con posterioridad a 1945 se defienden contra la corrosión del Estado por la ideología liberal, de una parte y por la ideología comunista, de otra.
Tiene razón el director de ABC cuando afirma que estamos sumergidos en horas de extrema gravedad. Pero sería suicida imaginar que la peligrosidad acusada del momento se circunscribe exclusivamente a la acción militar de los días 23 y 24 de febrero. La delicadeza de la situación radica también en el fracaso irrecusable de un modelo político cuya degradación ha desbloqueado las fuentes naturales de defensa del Estado y de la Sociedad. Pero la gravedad se acentúa al constatarse que la experiencia mundial y la propia no han servido para que la clase dirigente perciba los términos dramáticos y profundos en que está planteado el problema e insista, por el contrario, en considerar un accidente golpista lo que en realidad constituye un fenómeno histórico de gran alcance. “La incompetencia y la ligereza de nuestra clase dirigente” se demuestra irrecuperables a partir del momento en que, con ceguera inaudita, persiste en aplicar a la reparación idénticos métodos a los que, según el director de ABC provocaron la acción militar”.
Un lógico temor
Para quienes honestamente pretendemos el servicio a España y a nuestro pueblo y deseamos un modelo democrático de convivencia acorde con las claves de la cultura española y válido para el mundo que se abre tras los tétricos nubarrones de la crisis de cambio histórico, el curso de los acontecimientos nos llena de lógicos temores. Cundo en una clase dirigente que ha vivido una situación extrema como la de los días 23 y 24 de febrero no se evidencia un inequívoco sentido histórico de rectificación, el problema se agrava, en vez de atenuarse. Por eso nos eriza los cabellos el comentario editorial del director de ABC. De continuarse por ese camino, pueden surgir, a corto o medio plazo, expediente de fuerza, revolucionarios o no, marxistas o conservadores, que, ante la dimisión del poder y la falta de ideas pretendan suplir el fracaso y la inanición de la clase dirigente con sus propias soluciones.
EL ALCÁZAR