18 junio 2003
Barón Crespo es presidente del Grupo del Partido Socialista Europeo del Parlamento Europeo
Los ex ministros Enrique Barón Crespo (PSOE) y Emilio Lamo de Espinosa (UCD) polemizan por el presunto ‘atlantismo histórico’ de España en plena polémica por la Guerra de Irak
Hechos
En mayo y junio de 2003 se produjo la polémica de artículos entre los ex ministros Sr. Lamo de Espinosa y Sr. Barón Crespo.
30 Mayo 2003
De la vocación atlantista de España
A lo largo de las últimas semanas, un buen número de periodistas extranjeros me han asaltado indagando las razones que podrían explicar la posición radicalmente atlantista del Gobierno del PP, que habría alterado las prioridades de la política exterior española poniendo a Washington por delante de Bruselas y rompiendo así el consenso sobre política exterior laboriosamente conseguido durante la transición. Como creo, sin embargo, que esta posición no es tan nueva como puede parecer y es bastante sensata si se matiza adecuadamente, trataré de exponer algunos argumentos a favor según yo los entiendo, no sin antes advertir que ello tiene sólo una conexión remota con el tema de la guerra de Irak. Es decir, se puede ser atlantista convencido y estar en contra de la guerra (como le ocurría, por ejemplo, a no pocos británicos y a bastantes españoles), pero también viceversa, de modo que quizás un moderado atlantismo puede ser una vía para recuperar el (o al menos algún) consenso en política exterior, hoy, más que deteriorado, prácticamente enterrado.
La primera razón de ese firme atlantismo, y ésta sí ha sido explicitada con reiteración por el Gobierno, es, sin duda, el antiterrorismo. Que ETA y sus derivados sean, como son, el principal problema político de España permite comprender que frente al 11-S y la puesta de largo del megaterrorismo, este Gobierno se siente más próximo a la percepción de amenaza de los americanos que a la europea. La colaboración antiterrorista de EE UU parece culminar así una estrategia de aislamiento internacional de ETA que comenzó con la colaboración con Francia, pero que ha continuado con importantes medidas tomadas el año pasado en el marco de la UE a impulso del 11-S y de la presidencia española. Puede que la opinión pública española no perciba la relevancia de esa colaboración (como sí percibe, afortunadamente, la de Francia), pero sin duda parece ser importante para el Gobierno más allá de los rendimientos que pueda estar produciendo y sobre lo cual carezco de información alguna (aunque la inclusión de Batasuna en la lista de grupos terroristas es un paso de gran importancia).
La segunda razón afecta plenamente al proyecto mismo de Europa, a la Europa que interesa a los españoles. Pues al poco de que España se integrara plenamente en ese proyecto la ampliación lo desequilibra posicionando de nuevo a España en los márgenes surorientales de la Unión. Se comprende que, en tanto Alemania sea el núcleo duro de Europa y Francia el gestor político de Alemania, ambos países estén interesados en una Europa geográficamente continental, políticamente federal y que (económicamente) reproduzca sus estructuras internas proteccionistas, una Europa que corre, pues, el riesgo de transformarse en una Europa-fortaleza. El creciente desinterés de Europa por América Latina, e incluso por el Mediterráneo, refuerzan ese riesgo.
Pero a España le interesa una Europa abierta y atlantista que la vincule con América Latina (como Gran Bretaña la vincula con América del Norte), y en ese proyecto nuestras alianzas naturales son, por supuesto, Portugal y el Reino Unido, y no un supuesto eje que vaya de Francia a China pasando por Alemania y Rusia, que es más un quilombo que una alianza y que nos proyectaría en dirección equivocada. Por lo demás, si Europa tiene dificultades para articular una política exterior común (y en eso Irak es efecto más que causa), carece por completo de posibilidad de articularse a corto plazo como un espacio de seguridad autónomo. E incluso si estuviera dispuesta a hacer el esfuerzo presupuestario necesario (y ni la coyuntura económica ni la política ayudan nada), tardaría no menos de quince años (y probablemente más) en alcanzar resultados tangibles, de modo que pretender construir Europa contra los Estados Unidos es una temeridad que quizás puede permitirse Francia, pero que nosotros, como los países del Este, debemos evitar (y que explica la postura hacia la guerra de Irak de los halcones Havel, Michnick, Geremek o Enzesberger). La Europa que a España interesa no es, ciertamente, una Europa débil ni menos insegura y, para evitarlo, el eje franco-alemán es imprescindible. Pero no es suficiente, como ha puesto de manifiesto el aislamiento de Francia (o, para ser más precisos, de Chirac) en la OTAN primero y en la UE después. Estamos muy lejos de la Europa de los años ochenta, y la del futuro es otra, abierta a la globalización, competitiva y que mire al oeste y también al sur.
Y el sur de Europa es ciertamente otro de los argumentos. El diferencial de renta per cápita entre Europa y el Magreb es de 1 a 12, el mayor de cualquier frontera del mundo, dos veces mayor que el existente entre México y los Estados Unidos. Si sobre ese dato añadimos el diferencial demográfico entre ambas orillas del Mediterráneo, la acelerada urbanización de la ribera sur, la inestabilidad de sus «democracias» y el fundamentalismo islámico, el riesgo de que España se encuentre (de nuevo) en la frontera de un conflicto histórico de civilizaciones dista de ser baladí. Por supuesto, nos corresponde hacer más que a nadie para evitarlo y debemos estar en la vanguardia del todavía imprescindible NAFTA sobre el norte de África y de la resolución del conflicto palestino. Pero también nos corresponde prever su posibilidad, por improbable que parezca hoy (y cada vez lo es menos). Pues bien, la experiencia histórica remota (Sáhara) y reciente (Perejil) pone de manifiesto que en este tema poco podemos esperar de nuestros vecinos y ni siquiera de la UE. Que haya tenido que ser Colin Powell quien garantizó a la postre la buena solución de la crisis de Perejil (ridícula en sí misma si no fuera por ser un test en toda regla), es un dato que no debemos olvidar. Por decirlo en lenguaje diplomático: España debe conservar y reforzar su tradicional amistad con los países árabes, pero no puede olvidar que el principal riesgo para nuestra seguridad está también allí y que, frente a ese riesgo, la UE se vería diplomáticamente paralizada y sería (al menos en el corto plazo) estratégicamente impotente.
Y finalmente, la otra gran prioridad de la política exterior de España: América Latina. Que cubre, por supuesto, una historia y una cultura común, pero también cuantiosas inversiones de las que depende un buen pellizco de nuestro PIB: nada menos que un 7% de los beneficios netos de las empresas que cotizan en Bolsa y un 1% del PIB en exportaciones a la región. Pero América Latina está cada vez más lejos de Europa y más cerca de los Estados Unidos, pues el viejo «patio trasero» de la República Imperial empieza a ser industrializado y el primer inversor en el continente es, por supuesto, Estados Unidos. América Latina tiene hoy dos importantes capitales económicas: una está en Madrid, pero la otra está en Miami. Pues bien, si algo muestran las crisis recientes (en Argentina y otros países) es que la seguridad de la inversión española en América Latina (la seguridad de la riqueza de nuestros inversores, la mayoría fondos de pensiones, por cierto), tiene bastante más que ver con la política exterior de los Estados Unidos que con la de la UE.
Pero en el marco americano hay bastante más en juego para España. Actualmente hay dos grandes melting-pot de la «iberoamericanidad» en gestación, de una verdadera «hispanidad». Uno de ellos es, sin duda, España, y la emigración latinoamericana (lo veremos más y más cada día) es uno de nuestros principales activos, especialmente frente a una Europa envejecida e incapaz de gestionar positivamente sus flujos migratorios. Pero el otro gran melting-pot de la hispanidad son los Estados Unidos. El pasado mes de enero, la Oficina del Censo anunciaba que los 37 millones de hispanos de ese país eran ya la primera minoría étnica (si es que ese sustantivo puede utilizarse para aludir a un grupo cuya fusión es puramente cultural), pero serán 50 millones en el 2015. Sabemos además que su volumen de gasto equivale casi al PIB de España, de modo que EE UU es ya, en cierto modo, el tercer país hispano del mundo tras México y Colombia y a la par con España. No creo que los latinos sean la natural constituency de España y me parecería muy arriesgado pretender nada parecido. Pero es indiscutible que algo muy nuevo y próximo está emergiendo allí, con la importantísima posibilidad (aún muy insegura, es cierto) de que Estados Unidos llegue a ser un país bilingüe (lo que depende, entre otras cosas, de lo que hagamos nosotros). De modo que América Latina está saltando desde el río Grande hasta Seattle y Chicago, y tanto el sur como el norte del continente son territorio de especial interés para España, que, por ello mismo, necesita una Europa abierta al Atlántico, pero también una buena relación con Washington.
Todo ello, si se piensa sosegadamente, dista de ser nuevo. Que las prioridades de la política exterior española son el antiterrorismo, Europa, América Latina y el Mediterráneo, forman el eje central de nuestra diplomacia, sin duda, desde la transición o incluso antes, y es aceptado sin dificultad por la opinión pública. Así, el Barómetro del Instituto Elcano de noviembre pasado mostraba que las prioridades en política exterior de los españoles eran claras: Europa (62% en 1ª opción), América Latina (39% en 2ª opción) y Mediterráneo (15% en 2ª opción). Pero, curiosamente, también en segunda opción, pero por delante del Mediterráneo, figuran los Estados Unidos, con un 22%. Lo que cambian no son, pues, las prioridades, sino las circunstancias sobre las que proyectar esas prioridades. No es la estrategia, sino la táctica, lo que debe modularse exigiendo que al polo tradicional de Bruselas (y de sus dos motores: París y Berlin) se sume el de Washington. Si España estuviera en los años ochenta, fuera aún pequeña y estuviera ensimismada en los problemas de su articulación democrática, nada de esto sería necesario. Que hoy lo sea es mérito, entre otros, de quienes pusieron los cimientos de una España dinámica, abierta al mundo e internacionalizada, y que, por ello mismo, no deben menospreciar que, para llegar al mismo sitio, hoy puede ser necesario manejar más variables.
Lo que significa, finalmente (y no es poco), que el atlantismo no es ni puede ser «la» política exterior de España. Es una de sus dimensiones principales y por ello matiza todas las demás. Pero sin sustituirlas en absoluto. De modo que debemos sortear el riesgo de que este atlantismo perjudique algunos de los vectores tradicionales, y para eso necesitamos una buena diplomacia con mayores recursos. España es relevante en Europa porque es también Iberoamérica y es relevante en América Latina porque es también Europa. Eso lo sabemos todos. Pues bien, lo que empezamos a intuir es que, además, España es relevante en Estados Unidos porque es Europa e Iberoamérica al tiempo, pero también viceversa. No es un juego de suma cero, y por ello ni Bruselas (y menos París) puede exigir que España renuncie a su vocación atlántica ni Washington, por supuesto, que renunciemos a Europa o América Latina. En resumen, no debemos poner todos los huevos en la misma cesta, en ninguna de ellas. Y por ello no debemos permitir que nadie nos diga «o conmigo o contra mí».
12 Junio 2003
La Convención y España
En Salónica, capital hasta la Segunda Guerra Mundial de la mayor comunidad de judíos sefardíes hispanohablantes, el Consejo Europeo tiene una cita importante: dar paso a la Constitución de la Unión, aceptando el trabajo de la Convención como base de la Conferencia Intergubernamental que ha de convocar. En esencia, definir qué queremos hacer juntos y cómo queremos hacerlo, ésa es la cuestión clave. A ella se añade otra, si España gana o pierde con esta Constitución.
Para responder a esta pregunta básica, conviene hacer un breve balance de la Convención a partir de una declaración de principios. Trabajé para que se convocara la Convención, la he apoyado, y haré todo lo posible para que sea un éxito. De momento, en su haber figura el hecho mismo de que exista un borrador de Constitución, ya que su mandato inicial se centraba en las reformas solicitadas tras la frustrante experiencia del Consejo de Niza.
Existe, pues, un texto único y relativamente breve en el que se reconoce la personalidad jurídica de la Unión, la inclusión de la Carta de Derechos Fundamentales, la supresión de la estructura de pilares, el poder legislativo compartido por el Parlamento y el Consejo, la jerarquía normativa, con la definición de la ley comunitaria y la simplificación de los instrumentos jurídicos, la extensión del campo de aplicación de la mayoría cualificada y del procedimiento legislativo en general a 38 materias más, entre las que destacan Agricultura, Justicia e Interior, la creación de la figura del ministro de Asuntos Exteriores, y la elección del presidente de la Comisión teniendo en cuenta el resultado de las elecciones europeas.
Ciertamente, mucho es lo conseguido, pero mayor es aún la ambición no sólo de la mayoría de los miembros de la Convención, sino de aquellos que dentro y fuera de las Instituciones comunitarias o nacionales, consideramos que también necesitamos a un señor o señora Euro, un ministro de Asuntos Económicos y Sociales que gestione nuestro desarrollo económico, la defensa de los servicios públicos, un sistema fiscal por mayoría en el mercado interior y un triángulo interinstitucional respetuoso del método comunitario, equilibrado y contrapesado. En el estado actual del debate, este último es el punto más controvertido, con cuatro temas pendientes e interrelacionados entre sí: la Presidencia del Consejo Europeo, la composición de la Comisión, la mayoría cualificada en el Consejo de Ministros y la creación del señor/señora Euro. La Convención puede establecer en estos temas criterios orientadores básicos, como son: en la Presidencia del Consejo, asegurar fórmulas que garanticen la continuidad y la cohesión de su funcionamiento sobre la base de la igualdad entre Estados miembros sin crear un diunvirato inestable e ineficaz de los llamados «grandes»; en la Comisión, hacerla más responsable y eficaz, manteniendo su independencia y desnacionalizándola sin lesionar a los «más pequeños» y a los «nuevos»; para el señor/señora Euro, crearlo cuando haya dos tercios de los Estados que estén en la moneda única. La solución que se está imponiendo en estos temas es insertarlos en un marco evolutivo, como hicimos con el Título VIII de la Constitución Española, lo que se llama ahora la cláusula del «rendez vous» -la cita para el 2009- porque la próxima legislatura europea, que empieza el 2004, se hará todavía con las normas del Tratado de Niza. Lo esencial es ver cómo podemos convivir y compartir nuestro destino 480 millones de ciudadanos y 25 Estados diferentes decidiendo por mayorías democráticas normas que garanticen la igualdad de Estados y ciudadanos, no cómo podemos vetarnos y bloquearnos entre nosotros. El método más prudente para avanzar es que la Constitución abra posibilidades y no cierre puertas.
¿Perjudica a España este borrador constitucional? Así lo ha afirmado el Gobierno, echando un órdago para que no se tocara Niza, so pretexto que con la doble mayoría cualificada (la de Estados y ciudadanos) como norma, España perdería peso. Peso que perdió ya en la pésima negociación de Niza, en la que frente a la propuesta de la doble mayoría, al empeñarse Chirac en mantener la paridad con Alemania en el Consejo, la cedió en el Parlamento, en donde los alemanes consiguieron 99 diputados de 700; Aznar cedió aún más, el admitir una rebaja de 14 escaños, el 20% del número de eurodiputados españoles, a cambio de la ilusión de una minoría de bloqueo. Aparte de que este cerrojo, la llamada minoría de bloqueo del aceite de oliva o de la pesca son prácticamente imposibles de lograr entre 25, los ensayos de vetos y enmiendas epistolares en que se está especializando nuestro Gobierno no sólo son flor de un día, sino que permiten a los que ponen una firma de apoyo acrecentar su capacidad de negociación en lo que les interesa. Más sensata es la propuesta de Gabriel Cisneros al presentar un documento de trabajo a la Convención en el que propone una nueva distribución de escaños en el Parlamento Europeo, que compensaría en parte la rebaja Aznar. Pero la cuestión central es la lógica de funcionamiento de la Unión Europea, si es la federal, la ley es la de las mayorías democráticas para legislar y decidir juntos, si es la intergubernamental, entonces, la unanimidad es la regla y el veto su seguro. Con todo, el sistema europeo es más ponderado, ya que si se toma como ejemplo el admirado Estado de Tejas, aun siendo uno de los más grandes y poblados de los EE UU, tiene dos senadores, los mismos que el minúsculo Estado de Rhode Island e iguales derechos.
Este órdago responde a la línea seguida por el Gobierno actual en todos los frentes en relación con la construcción europea: propuesta Aznar en Oxford de reemplazar el método comunitario por un presidente de un Directorio; alineamiento sistemático con posturas intergubernamentales en lo fiscal, lo social, silencio clamoroso en las políticas de solidaridad, ruptura abierta de las obligaciones de consulta y lealtad en la política exterior en el caso de Irak. De ser posible, se produce el alineamiento con las posiciones británicas, tratando de configurar un eje alternativo, con un planteamiento trasatlántico teorizado en estas páginas por Emilio Lamo de Espinosa, responsable del Instituto Elcano, una de esas instituciones que está surgiendo al calor del Presupuesto con pretensión de ser un think-tank, aunque en realidad sea más bien lo que los británicos llaman un Quango, organización cuasigubernamental. De puertas para dentro de la Unión, lo más concreto son las declaraciones conjuntas de buenos propósitos en las cumbres Aznar-Blair, porque el Reino Unido no está en el euro, Gordon Brown no renuncia al cheque británico y propone la renacionalización de las acciones estructurales y cuando hay que hablar de defensa lo hacen con Francia y Alemania, de Gibraltar ya ha dicho mi estimado McShane que mejor no hablar. En cualquier caso, se trata de una línea alternativa a la integracionista seguida hasta ahora, que no fue sólo la de los Gobiernos socialistas, sino la de toda la generación política que hizo la transición. El europeísmo es desde entonces uno de los pilares básicos de la política exterior de la democracia española, como la adhesión al multilateralismo; por eso, todos los pasos decisivos desde la integración en el Consejo de Europa y la adhesión a la Comunidad Europea, seguida de las ratificaciones del Acta Única, los Tratados de Maastricht, Amsterdam, y Niza, fueron aprobados por unanimidad en las Cortes, caso infrecuente en la construcción europea. Además, en cada cita europea, España aportó propuestas e ideas que se han ido integrando en el acervo comunitario: la ciudadanía europea y la cohesión económica y social en Maastricht, las dos cumbres de Madrid en las que se decidió la moneda única, la nueva Declaración Trasatlántica de Madrid de 1995 con los EE UU, la dimensión euromediterránea y latinoamericana, amén de la dotación presupuestaria de la solidaridad comunitaria. Trabajo éste de «pedigüeños» del que nos seguimos beneficiando en época de vacas flacas como la actual, y que desde luego no resiste la comparación con las promesas de Jeff Bush de traernos el cuerno de la abundancia. Porque no conviene olvidar que nuestro Plan Marshall vino y sigue viniendo de una Comunidad con la que tenemos que renegociar las perspectivas financieras en el 2006 en situación muy diferente a la de nuestro ingreso, no sólo porque hayan entrado otros más pobres, sino fundamentalmente porque hemos invertido de modo acertado y nos hemos desarrollado.
El debate que necesita España en estos momentos es saber si queremos seguir por la vía integracionista, actualizándola en un contexto distinto o si, por el contrario, estamos de acuerdo en convertirnos en un apéndice de un eje trasatlántico dominado por los EE UU. De la respuesta que demos dependerá nuestra posición de cara a la próxima Conferencia Intergubernamental y nuestra valoración de la futura Constitución Europea. Plantear abiertamente la cuestión es mejor que la política de desplantes y enrocamientos numantinos que nos aíslan en un momento decisivo para reforzar la Unión Europea de modo democrático y eficaz.
14 Junio 2003
Respuesta a Barón
En su artículo La convención y España formulaba el otro día Enrique Barón un conjunto de argumentos europeístas que, en lo esencial, comparto, y no voy a discutir. Llevo lustros defendiendo posiciones europeístas y ni siquiera los argumentos de Barón me van a hacer cambiar de opinión. Pero llevado de no sé bien qué pasión, Barón no pudo reprimir el placer de darme una patada, como de medio lado, añadiendo alguna observación incierta y, sobre todo, fuera de contexto, observación que no puedo dejar de contestar, eso sí, con escaso ánimo polémico.
Dos son las incontinencias del señor Barón: de una parte, en relación con mi artículo sobre el atlantismo español, y de otra, sobre el Instituto Elcano, que tengo el honor de dirigir. Veamos ambas brevemente.
Es evidente que en mi artículo La vocación atlantista de España (puede verse una versión ampliada en www.realinstitutoelcano.org) traté de argumentar las razones por las que esa dimensión es importante, incluso irrenunciable, para la política exterior española. Puede que esté equivocado, pero desde luego Barón no se molesta en contraargumentar, y cuando lo hace, simplemente desvaría: nada más lejos de mi intención que la de proponer un «eje alternativo» a no se sabe bien qué. Todo lo contrario. Para comenzar, porque quienes han propuesto ejes alternativos al transatlántico fueron (que ya no son) Francia y Alemania, al sugerir una bipolaridad con Rusia y China, todo un modelo para la construcción democrática europea. Y en segundo lugar, porque me molesté muy bien en subrayar que la dimensión atlántica de la política exterior española es todo menos nueva y a ella dedicaron buenos esfuerzos los Gobiernos socialistas. De modo que, si no es nueva, ¿por qué hoy se lo parece al señor Barón? ¿No será que, aparte Rumsfeld hay otros, aquí en la vieja Europa que, como él, se empeñan en decir o conmigo o contra mí? No estuvo mal Giscard cuando, hace pocos días, levantaba los Pirineos y nos ubicaba de nuevo en los límites de Europa. Manca finezza, que decía el italiano, remedando de nuevo el ausente esprit de finesse de Pascal. En concreto, ¿sugiere Enrique Barón que el europeísmo de España es incompatible con ese tradicional atlantismo? Por que eso sí sería una novedad preocupante, que dudo que el PSOE comparta.
Por lo que hace al Instituto Elcano, debo reconocer de entrada su maestría en el arte del panfleto. La frase una de esas instituciones que está surgiendo al calor del Presupuesto (las mayúsculas son suyas) con pretensión de ser un ‘think tank’, aunque en realidad sea más bien lo que los británicos llaman un ‘Quango’, debería figurar en los manuales del arte del infundio elíptico. Pero me permito recordar lo que el señor Barón sabe (o debería saber), pero dolosamente oculta, a los lectores de EL PAÍS: que somos una fundación privada independiente y bipartidista, que recibe más del 70% del presupuesto de fondos privados. Y que con esos fondos, por ejemplo, hemos estado apoyando la tarea en la Convención de los dos representantes del Congreso de los Diputados, los quangos Borrell y Cisneros. Que, con esos mismos fondos, hemosrealizado ya cuatro seminarios con la quango-Fundación Carlos de Amberes para difundir en España el interés por los temas europeos (que a pesar de los notables esfuerzos del señor Barón sigue bajo mínimos, como prueban los quango-sondeos de opinión que hacemos cuatrimestralmente). Seminarios en los que han participado quangos tan conocidos por sus vinculaciones con el Gobierno como los señores López Garrido, Solé Tura, Carnero, Rodríguez Bereijo o el mismísimo Miguel Ángel Aguilar (¿alguien da más? Perdona Miguel Ángel). En fin, no vale la pena seguir. Antes de lanzar infundios, ¿por qué no se informa sólo un poquito? Los modelos conspirativos los tenemos hoy en otras esferas de la política española.
Nuestra tarea, señor Barón, es clara: animar el debate en España sobre política exterior. Que lo estamos haciendo con éxito razonable lo prueba el que, con menos de un año de existencia, nuestra página web tiene casi mil visitas diarias, el 50% de extranjeros de más de 90 países, con lo que actualmente somos la web más visitada de cualquier think tank europeo, por encima de Chatham House o del SIPRI. Para ser un quango y no un think tank, no está nada mal.
En todo caso, debo agradecer sus comentarios. Ya se sabe, que hablen de uno aunque sea bien…
18 Junio 2003
Respuesta de Barón a Lamo de Espinosa
Le dirijo la presente en relación con la carta de D. Emilio Lamo de Espinosa publicada en el diario de su digna dirección el sábado 14 de junio en relación con mi artículo sobre la Convención y España.
Deseo manifestarle:
– Que la iniciativa de crear el Instituto Elcano me pareció acertada y oportuna. Así se lo manifesté por escrito en su momento a mi admirado amigo (espero poder escribirlo todavía) y compañero de otras batallas Emilio Lamo de Espinosa.
– Soy lector asiduo de los informes del Real Instituto que regularmente me llegan por e-mail. También sigo los pronunciamientos en los medios asociados con los trabajos del Instituto, y tengo que decir que en los últimos tiempos domina un sesgo revisionista de nuestras alianzas e inserción en el mundo que no comparto. No me vale el argumento de que mi visión es antiatlantista, tras muchos años de colaboración con muchos think tanks y una participación decidida en la elaboración de la Declaración de Madrid de 1995. Tampoco soy partidario de que para hablar con la América hispana haya que pasar por el peaje de Washington.
– La proclamación de independencia y neutralidad es como la afirmación de la virtud en la mujer del César. En la página web correspondiente a los patronos aparecen cuatro ministerios encabezando el apoyo, aunque haya sólo una Administración del Estado. La mejor manera de despejar mi preocupación porque pueda ser un quango es publicar el presupuesto y las cuentas del Real Instituto. Conste que defiendo que este tipo de instituciones tenga financiación pública.
– Espero que este reencuentro epistolar permita fomentar un debate creativo y necesario
para nuestro futuro como país y su inserción en el mundo. Acogiéndome a la afirmación del Instituto como foro de discusión y análisis, me declaro dispuesto a debatir sobre estos temas con Emilio Lamo de Espinosa, y dejo a su elección el lugar y las armas que desee escoger.