6 junio 2003

Las mentiras del periodista Jayson Blair llevan al THE NEW YORK TIMES a la mayor crisis de toda su historia: Dimite Raines

Hechos

El 6.06.2003 se hizo pública la dimisión del director del periódico de Estados Unidos THE NEW YORK TIMES.

Lecturas

En su portada del 11 de mayo de 2003 el periódico The New York Times reconoce que una serie de artículos publicados por el afroamericano Jayson Blair son falsos. El presidente editor de la compañía, el judío Arthur Sulzberger Jr. Reconoce que es el momento más bajo en los 152 años de historia. Junto al despido de Jayson Blair se produce la dimisión del director Howell Raines (blanco de Alabama de ideario progresista) y del director adjunto Gerald Boyd (afroamericano), considerado el principal mentor de Blair. Raines justificó la confianza depositada en Raines en su deseo de fomentar la diversidad racial en The New York Times.




nytimes_raines Howel Raines ha dimitido como Editor ejecutivo de THE NEW YORK TIMES (el equivalente a director en periodismo americano).

nytimes_billkeller Bill Keller será el nuevo jefe de la redacción del periódico en sustitución de Raines.

sulzberger_hijo2 El propietario del periódico, Arthur Sulzberger Jr., ha calificado el suceso como el momento más bajo en 152 años de historia del periódico.

25 Mayo 2003

La peor noticia de 'The New York Times'

Enric González

Leer

Jayson Blair ingresó en The New York Times, el mejor periódico del mundo, con sólo 23 años. A los 26 años era uno de los reporteros más productivos del Times, firmaba con frecuencia en la primera página y recibía felicitaciones personales del director. El pasado 1 de mayo, con 27 años, dimitió de forma ignominiosa por cometer un fraude informativo sistemático. Blair copió e inventó durante casi toda su carrera, y, sin embargo, la dirección le consideró una estrella rutilante hasta el último día, hasta que la gran mentira cayó sobre el templo del periodismo. The New York Times llegó, según el presidente de la compañía, Arthur Sulzberger Jr., «al momento más bajo de sus 152 años de historia».

Los fraudes informativos cometidos por un joven periodista ambicioso, manipulador, con problemas personales y sometido a fuertes presiones no sólo pusieron en duda un modelo industrial considerado ejemplar, sino que hirieron al Times en el alma, en ese vínculo misterioso entre quienes hacen un diario y quienes lo leen. El caso Blair destripó a la admirada Dama Gris de Nueva York y la obligó a exhibir sus vísceras ante el público, en una insólita confesión de portada y cuatro páginas. El problema del Times es ahora cómo superar la depresión interna y cómo recuperar el crédito. En palabras de uno de sus redactores, el Times necesita «replantearse cómo se fabrica un diario».

En el mundo ideal del capitalismo, una mano invisible satisface a la vez a los propietarios de un periódico, a sus redactores y a sus lectores: un diario veraz y bien escrito atrae al público, lo que a su vez atrae a los anunciantes, lo que a su vez genera un flujo de ingresos que permite retribuir a los accionistas, pagar a los redactores e invertir en la mejora del producto, aumentando la plantilla y dotándola de más medios para informar. En el mundo real, ese ciclo virtuoso nunca es perfecto. Un diario no es un mecanismo de precisión, sino un drama de ambiciones personales, un juego de poder, un artículo perecedero hecho con urgencia y con errores, una tensión continua entre los beneficios y la calidad. Ese frágil equilibrio cotidiano se ha roto en el Times.

Jayson Blair, nacido en los suburbios de Washington, hijo de un alto administrador de la Smithsonian Institution y de una maestra, era un reportero nato. Fue director de un periódico universitario, tenía olfato para las noticias y talento para contarlas, y obtuvo su primera oportunidad como becario en The Boston Globe (propiedad de The New York Times Company) con sólo 21 años. Los otros becarios tendían a considerarle trepador y tramposo, pero sabía gustar a los jefes, según la investigación desarrollada por el propio Times a partir de más de 150 entrevistas. En el verano de 1998 obtuvo unas prácticas de 10 semanas en la augusta Redacción del Times, dentro de un programa de promoción de minorías étnicas encaminado a diversificar una plantilla muy blanca. Blair es negro, y su raza constituye uno de los aspectos más polémicos de la actual crisis. ¿Se le favoreció por el hecho de ser negro?

El otro protagonista

Howell Raines, el otro gran protagonista de la historia, no era aún director del Times cuando Blair puso por primera vez los pies en la tercera planta del edificio de Times Square. Accedió al cargo en junio de 2001. Sin embargo, muchos periodistas consideran que Blair acabó siendo «un invento» de Raines, un ejemplo de lo que el nuevo director quería de sus redactores: juventud, variedad étnica, imaginación, productividad y un estilo agresivo. Howell Raines, un hombre considerado autoritario y prepotente, tenía en la cuestión racial su punto débil. Nació en Alabama, de familia blanca y acomodada, y en los años sesenta, cuando la lucha por los derechos civiles prendió en el Estado más racista del viejo Sur, Raines optó por quedarse en casa. Esa abstención ante una causa justa le dejó un remordimiento duradero, que reconoció y trató de exorcizar con un libro sobre aquellos acontecimientos. El libro le valió un premio Pulitzer.

El pasado 14 de mayo, ya en plena crisis, el presidente de The New York Times Corporation y editor del diario, Arthur Sulzberger Jr., y el director Raines reunieron a 600 redactores (el Times tiene en total 1.100 periodistas) en el cine Loews de Broadway para dar explicaciones. Fue una asamblea tumultuosa. «Tenéis derecho a preguntar», dijo Raines, «si yo, como hombre blanco de Alabama con esas convicciones [las de aumentar la diversidad racial en la plantilla], le di una oportunidad de más… Cuando busco la verdad en el fondo de mi corazón, la respuesta es sí».

Jayson Blair ha concedido esta semana entrevistas a Newsweek y a The New York Observer. En declaraciones a este último afirmó que «era injusto» culpar a Raines, pero que, en efecto, la cuestión racial había desempeñado un papel importante en su ascenso y caída. «La discriminación positiva y el racismo influyeron, aunque no de igual forma», aseguró. «El impacto del racismo fue muy superior». Según él, un amplio grupo de mandos intermedios blancos se oponía a la promoción de los negros. Tres periodistas del Times consultados por este periódico rechazaron la tesis del racismo en la Redacción.

La carrera de Jayson Blair fue breve e intensa. Durante sus prácticas de 200 días en el verano de 1998 realizó 73 reportajes e informaciones y cooperó en muchas más. El comité de contrataciones, dirigido por actual director adjunto, Gerald Boyd, de raza negra, le ofreció incorporarse al año siguiente como reportero interino. Blair volvió en junio de 1999, ya supuestamente licenciado en periodismo (en realidad le faltaba al menos un curso), y, asignado a la sección de Sucesos, volvió a demostrar una impresionante capacidad de trabajo y un talento especial para ganarse a los altos mandos. En noviembre fue ascendido a la categoría de reportero intermedio. Su jefe en aquel momento, Charles Strum, inquieto por su vida agotadora y caótica, le recomendó que «dejara de alimentarse de whisky y cigarrillos» y que cuidara más sus textos, abundantes en pequeños errores. Los servicios de edición y comprobación del diario estaban siendo reducidos, y eso se reflejaba en las numerosas fe de erratas.

En enero de 2001, Blair era ya una figura popular en la Redacción y firmó contrato como reportero de pleno derecho.

Control de calidad

La integración de Jayson Blair en la élite del Times se produjo poco antes de que Sulzberger Jr. eligiera a Raines como director y ejecutor de un «cambio cultural» en la casa. La vieja Dama Gris estaba dando un salto hacia el futuro, apostaba fuerte por la edición electrónica y estaba a punto de adquirir un canal de televisión. «Tenemos que alcanzar nuestra audiencia utilizando todos los medios posibles… Imprenta, televisión, Internet… Todo es igualmente válido», explicó Sulzberger a EL PAÍS el pasado mes de febrero. Esa expansión requería, sin embargo, un mayor rendimiento de los periodistas (la plantilla no aumentó) y una cierta relajación de los controles de calidad. Los errores, y las correcciones consiguientes, siguieron aumentando. Con la llegada de Raines, el ritmo se aceleró. El nuevo director quería competir con los canales de información continua «inundando», según su propia definición, la cobertura de las noticias y haciendo «más rápido el metabolismo de la Redacción». Ordenó que para cada acontecimiento se movilizara a un gran número de redactores y que todo se hiciera de forma rápida (para proporcionar material a la edición electrónica) y exhaustiva (para mantener el prestigio del Times). Pese al gran tamaño de la plantilla, la fatiga empezó a extenderse.

Tanto Raines como Sulzberger declinaron hablar con EL PAÍS. Numerosos periodistas del Times consultados por este periódico y por la revista New York indicaron, sin embargo, que Raines detectó resistencia al nuevo estilo de trabajo entre los mandos intermedios y decidió reducir el poder de los jefes de sección. «Ya había resentimiento contra él antes de que estallara lo de Blair, por su estilo de liderazgo; optó por la autocracia y por una jerarquía muy vertical», explicó un redactor. Raines admitió la semana pasada que conocía esas críticas, durante la tormentosa reunión en el Loews: «Me veis inaccesible y arrogante», dijo, según la información publicada por el propio Times. «He oído que estáis convencidos de que se promociona a mis favoritos. El miedo es un problema tan grave, me dicen, que incluso los jefes de sección temen traerme malas noticias».

Las disfunciones del periódico, sin embargo, no habían comenzado con Raines. En 1999 y 2000, el Times publicó una serie de informaciones en las que se acusaba al científico Wen Ho Lee de espiar a favor de China; cuando se comprobó que las acusaciones eran infundadas hubo que publicar una rectificación de enorme tamaño. La tradicional prepotencia del «mejor diario del mundo» sufrió un duro golpe.

Llegó el 11 de septiembre de 2001 y el Times hizo un extraordinario esfuerzo. Sus Retratos en luto, una serie de pequeñas y cuidadas biografías de cada una de las casi 3.000 víctimas de los atentados, enamoraron a los lectores y al resto de la profesión. Unos meses después, la Dama Gris arrasó en los Pulitzer y acaparó siete de los 14 premios.

Blair no participó en los Retratos en luto. Alegó que un familiar suyo había muerto en el Pentágono y que no se sentía capaz. Era falso. Por entonces, el prometedor reportero se deslizaba ya por una pendiente de alcohol y cocaína. Una de sus informaciones de la época, un simple concierto en beneficio de las víctimas y en homenaje a los bomberos, requirió una larguísima rectificación. «Estaba borracho esa noche», explicó Blair a The New York Observer.

Jayson Blair trabajaba entonces para la sección de Local, uno de los baluartes de la oposición al nuevo estilo de Raines. El jefe de Local, Jon Landsman, era considerado un modelo de ética y profesionalidad, pero era visto por Raines, según varios redactores, como un estandarte de la vieja guardia resistente a los cambios.

En enero de 2002, Landsman envió al director adjunto, Gerald Boyd, un correo electrónico en el que advertía del «gran problema» que constituía Blair, y habló varias veces con el conflictivo redactor para que se enmendara. En sus recientes declaraciones al Observer, Blair calificó a su ex jefe de «hombre honesto y honorable». A principios de abril de 2002, Landsman envió un nuevo mensaje a la cúpula del periódico con una frase lapidaria: «Hay que impedir que Jayson siga escribiendo para el Times». Blair recibió una reprimenda formal y se tomó una breve baja para acudir a una clínica de desintoxicación.

Un «joven ávido» de noticias

A su vuelta estalló el caso del francotirador de Washington. Como era de esperar, Raines inundó la cobertura con seis reporteros, apoyados por otros tantos en la Redacción. Y asombrosamente, Blair fue enviado a Washington. Según el director adjunto, porque había nacido en la zona y la conocía bien. El director dijo que veía en él a un «joven ávido», pese a las advertencias de Landsman. En poco tiempo, Jayson Blair pareció dar la razón a los directores consiguiendo una exclusiva: un conflicto entre los fiscales del Estado de Maryland y los fiscales federales había obligado a interrumpir el interrogatorio de uno de los dos sospechosos, John Muhamad, justo cuando éste empezaba a explicar las razones de los crímenes. Los fiscales de ambas jurisdicciones negaron con vehemencia esa información, basada en fuentes anónimas. Pero Raines envió una nota de felicitación a su «joven ávido». Unos días después, Blair consiguió otra noticia sensacional: los indicios forenses señalaban al supuesto cómplice de Muhamad, Lee Malvo, menor de edad, como autor material de los disparos. Otra vez las fuentes eran anónimas. Las dos grandes exclusivas fueron inventadas, a partir de algunos datos reales.

El jefe de la sección de Nacional, Jim Roberts, no había sido advertido de los problemas de Blair y de su tendencia a fantasear. Landsman tampoco le había dicho nada, porque, a pesar de que se sentaban uno junto a otro en las reuniones diarias, no se soportaban, según la revista New York. «Falló la comunicación interna», admitió Sulzberger en el Loews. Roberts, por tanto, no sospechaba que Jayson Blair ni siquiera estaba en Washington. Buena parte de las informaciones sobre el francotirador fueron transmitidas desde su apartamento de Brooklyn, según constató la investigación interna del Times.

La guerra de Irak fue el capítulo final. Blair estaba harto del «nido de víboras» de la Redacción, según sus propias palabras, y del nivel de exigencia. Sus problemas, dijo al Observer, no procedían de la cocaína, sino al contrario: ésta le permitía soportar la competitividad extrema impuesta por Raines.

Los grandes periódicos proporcionan a sus redactores prestigio y buenos sueldos. Pero tienen un problema: es difícil abandonarlos. Sin esa movilidad lateral, hacia otros medios, se crea una extraña sensación psicológica por la cual quien no asciende se siente en peligro de descender y a merced de la simpatía, o antipatía, del director. Ésa es una de las explicaciones de Blair a sus amigos para justificar su angustia y su necesidad de proporcionar al periódico historias cada vez más interesantes y más humanas. Y cada vez más falsas.

Blair hizo un trabajo aparentemente espléndido durante la guerra. Con la Redacción diezmada por el envío de decenas de personas a Irak, el joven reportero empezó a recorrer el país en busca de historias. Hablaba con padres de prisioneros, con esposas de soldados, con heridos de guerra, y su firma saltaba de Tejas a West Virginia, y de Virginia a Maryland. En realidad, no se movía de Nueva York. En ocasiones escribía en la propia sede del diario. Pero nadie se fijó, ni en eso ni en el hecho de que, en cinco meses de supuestos viajes frenéticos, Blair no presentó en sus notas de gastos ningún billete de avión, ninguna factura de hotel, ningún contrato de alquiler de coche.

Aprendió a entrar en el archivo fotográfico informatizado del periódico y a hacer descripciones basadas en las imágenes captadas por los fotógrafos, a robar frases de otros periódicos y a inventar con la máxima audacia. Como los sujetos de sus reportajes eran descritos de forma amable, no se quejaban. Uno de ellos explicó más tarde que daba por supuesto que la prensa manipulaba, y que, por tanto, no le pareció extraño que se pusieran en su boca palabras que nunca había dicho. Los redactores del Timesquedaron boquiabiertos y deprimidos.

El padre de la soldado Lynch

El pasado 27 de marzo, Blair envió desde Palestine, West Virginia, una entrevista con el padre de la soldado Jessica Lynch, capturada por los iraquíes y rescatada por una patrulla estadounidense. Y escribió que el padre, Gregory Lynch, estaba en el porche de su casa, desde el que se veían «campos de tabaco y pastos de ganado». En realidad, la casa de los Lynch está en un barranco y desde el porche sólo se ven unos troncos y maleza. «Nos reímos mucho con esa descripción», comentó después una hermana de Jessica a los investigadores del Times. «Ésa fue mi [invención] favorita», dijo Blair al Observer, también entre risas.

El 26 de abril, Jayson Blair publicó una entrevista, supuestamente realizada en Tejas, con la madre de una soldado desaparecida en combate. Blair nunca estuvo en casa de esa mujer. La entrevista contenía párrafos copiados literalmente de otra realizada por el diario Express-News de San Antonio. El director del diario tejano se lo hizo notar al director del Times, y The Washington Post, el gran competidor del Tim

es, reveló en sus páginas la extraña «coincidencia». «Mientras escribía aquello», confesó Blair el miércoles, «sólo pensaba en una cosa: ¿cuánto tardarán en pillarme?». «Para que Jayson Blair viviera», añadió, «el periodista tenía que morir».

Tardaron cuatro días. Blair fue convocado por la dirección, y ante el cúmulo de pruebas en su contra prefirió dimitir sin confesar su culpa. El 11 de mayo, el Times publicó la extraordinaria confesión de cuatro páginas, con los fraudes del reportero y la increíble cadena de errores, incomunicación y omisiones que los habían hecho posibles. Para muchos, fue una autohumillación excesiva. Fue, en cualquier caso, una nueva prueba de que al director, Howell Raines, le gustaba la grandiosidad incluso en las derrotas. El pasado miércoles, Raines anunció en un comunicado interno la próxima contratación de 20 nuevos periodistas, en un reconocimiento implícito de que había exprimido a la Redacción más allá de lo razonable.

Jayson Blair ha reiniciado un tratamiento en una clínica de Manhattan y se ha puesto en manos de un agente que espera conseguir para el joven, entre derechos literarios y cinematográficos, un millón de dólares por la historia de la gigantesca estafa periodística.

Howell Raines ofreció públicamente su dimisión al editor, Arthur Sulzberger Jr., durante la asamblea del cine Loews. Sulzberger se negó a aceptarla, pero el prestigio de Raines ya estaba muy dañado y su futuro a largo plazo resultaba incierto, según varios redactores consultados.

La investigación interna sigue abierta en el Times. Además de reportajes de Blair se escudriñan los artículos de otros redactores no identificados. La fiscalía federal ha abierto también una investigación para comprobar si los fraudes de Blair constituyeron delito.

22 Mayo 2003

Economías de escala

Javier Ortiz

Leer

The New York Times (NYT) aparece a los ojos del mundo como ejemplo de rigor periodístico. Tras confirmar que uno de sus reporteros, Jayson Blair, se había instalado en la trampa -parece que el chico alternaba el plagio y la mentira con idéntica desenvoltura-, lo ha denunciado públicamente y lo ha despedido.

Ha sido muy alabado el largo artículo en el que el diario neoyorquino admite los hechos, detalla las fechorías del periodista y se disculpa ante sus lectores, a quienes recuerda que, con todo, «el señor Blair era sólo uno de [sus] 375 reporteros».

Blair se puso en evidencia al plagiar un artículo del San Antonio Express-News sobre la madre de un soldado desaparecido en Irak.

Los recursos tramposos relacionados con la reciente guerra han truncado varias carreras periodísticas. Acabo de saber que un veterano y estimado reportero argentino ha sido puesto en la picota tras verse acusado de haber firmado varias crónicas desde Bagdad… sin haber pisado territorio iraquí en ningún momento.

Podría considerarse -hay quien lo hace- que estos ejercicios de autolimpieza dignifican la profesión periodística. ¿Seguro? Tal vez no sobre subrayar que los chivos elegidos para estos sacrificios rituales nunca son sacados por los cuernos de ningún Olimpo.

Veamos. Puestos a zarandear prestigios, ¿por qué se queda el NYT con el de Jayson Blair -que, como muy bien dice, era «sólo uno de sus 375 reporteros»- y no osa discutir la problemática decencia moral de los máximos dirigentes políticos de su país, mucho más y más gravemente mentirosos? Los que fueron inspectores de la ONU en Irak han aportado pruebas que demuestran que el secretario de Estado Colin Powell engañó al Consejo de Seguridad en relación con las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Con esas falsas pruebas en la mano, George W. Bush emprendió una guerra ilegal que ha causado miles de muertos.¿Son ésos hechos de importancia menor?

La impostada severidad de los directivos del NYT con su reportero falsario no pasa de ser un ejercicio -otro ejercicio- de doble moral. Mientras estaban lapidando a su particular Blair, celebraban con entusiasmo la concesión de la medalla del Congreso a otro Blair, éste británico, que declaraba sin inmutarse que «ya no es importante» demostrar que hubiera armas de destrucción masiva en Irak.

Sostiene el viejo tópico que, si matas injustificadamente a cuatro, te condenan por asesino, pero que si te cargas a 4.000, te elevan a la categoría de estratega. La profesión periodística se merece un dicho parejo. Digamos que si te inventas 36 reportajes, eres un baldón para el gremio, pero que si falseas y mientes a todas horas y a todo el mundo, te mereces la medalla del Congreso de Estados Unidos de América.

23 Mayo 2003

Jayson Blair se muestra orgulloso de haber engañado a 'The New York Times'

María Ramírez

Leer

Y el reportero fallido se convirtió en estrella.Jayson Blair, el periodista de The New York Times acusado de falsear noticias por su propio diario, invade los quioscos con sus declaraciones provocadoras que agudizan el drama del Times, mientras ya ha contratado a un agente para convertir su historia en libro y película.

«Mi descripción era tan alejada de la realidad que cuando alguien me leyó la narración [de sus errores] publicada por el Times, no podía dejar de reírme», asegura Blair en una entrevista con el semanario New York Observer. Blair reconoce que escribió desde su apartamento en Brooklyn la historia de la familia en Virginia de Jessica Lynch, la prisionera de guerra de Irak, y que inventó los detalles de la casa de los Lynch a través de fotos de Internet u otras fuentes. Según la fe de erratas del periódico de hace dos semanas, Blair cometió errores, plagió o violó la ética periodística en al menos 36 artículos de los 73 publicados desde octubre hasta finales de abril.

.

Alcohol y drogas

.

En la entrevista del Observer -una de las primeras, tras su dimisión el 1 de mayo- Blair se enorgullece de haber «engañado a alguna de la gente más brillante del periodismo». El reportero de 27 años (entró en el Times con 22) reconoce que el alcohol y las drogas influyeron en sus errores, que él presenta como patológicos, incluso intencionados para «castigar» a los jefes «idiotas» que le asignaban. «Tenía problemas de salud… Tenía que suicidarme o matar al periodista. Para que el Jayson Blair ser humano pudiera vivir, el Jayson Blair periodista tenía que morir», dice el ex reportero del Times.

Además, atribuye sus fraudes (por los que pidió perdón en un principio en una carta a su ex diario) a la presión de ser joven y negro. En un periódico que favorece a las minorías con sus programas de prácticas, ser afro-americano «te ayuda tanto como te daña», aunque, según Blair, el racismo siempre prevalece.Sin embargo, el director admitió que la tolerancia de los jefes hacia los errores del reportero estaba también relacionada con la discriminación positiva.

Mientras tanto, Blair ha firmado un contrato con un agente literario para que su historia se convierta en libro y película, según publica la revista Newsweek en otra entrevista exclusiva.

Aunque oficialmente el Times no ha querido comentar las declaraciones de su ex reportero, fuentes cercanas al periódico se quejan del malestar de la Redacción.

.

Malestar

.

«Los compañeros se sienten decepcionados. Una parte decía ‘pobre chico’, todo es culpa del director, quien es demasiado autoritario y no tiene la confianza de su Redacción. Pero ahora la ira es contra Blair, con la historia del libro y el hecho de que se esté riendo de todos», dijo a EL MUNDO un destacado periodista.

Más allá de la suerte del redactor, el periódico se ha resentido no tanto entre sus lectores -el millón de ejemplares vendidos cada día sigue intacto- como entre sus periodistas. En una reunión a puerta cerrada la semana pasada, 400 redactores pidieron explicaciones al editor, Arthur Sulzberger, y sobre todo al director, Howell Raines, quien protegió a Blair y ahora incluso arriesga el puesto.

Un comité especial de 22 personas, entre ellas dos asesores externos, revisará las reglas de la Redacción después del escándalo que, según el editor, ha manchado los 152 años de historia del periódico símbolo de la mejor la prensa estadounidense. Según anunció ayer el diario, el comité revisará las normas acerca de prácticas contractuales, supervisión de la carrera de sus reporteros, edición de las noticias y control ético.

04 Junio 2003

Cuando deja de importarnos

Víctor de la Serna Arenillas

Leer

Ya se sabe que a Howell Raines, el actual director del New York Times, le crecen los enanos (dicho con todo el respeto por las personas bajitas). Primero fue Jayson Blair, el chico prodigio que empezó de becario y que siguió hacia el estrellato -le mandaron a cubrir la oleada de asesinatos de la mirilla telescópica en en Washington- pese a que se supiese desde hace tiempo que el chico se inventaba reportajes enteros desde su mesa de la Redacción o plagiaba alegremente a través de Internet lo que otros colegas habían escrito. Luego, cuando -escaldados por el escándalo- los directivos del Times empezaron a revisar otros casos, descubrieron pronto que una de sus genuinas figuras, Rick Bragg, ganador de un Premio Pulitzer, se había visto obligado a dimitir. Se descubrió que uno de sus grandes reportajes sobre la vida en el golfo de México se debía a su pluma, sí, pero que no pasó más que horas en el escenario, porque los datos se los consiguió un stringer -o, mejor, un negro, en el sentido literario de la palabra- cuya firma luego no apareció en lo publicado.

Es muy divertido que tantos se mesen los cabellos por estos traspiés del New York Times: como si en Europa, o en España, no conociésemos docenas de casos parecidos. Pero, claro, el Times se ha construido una aureola que obliga muchísimo, y por eso todo ello llama tanto la atención. Y no digamos cuando Bragg revela que el diario emplea muy a menudo a stringers o becarios para hacer acopio de datos, y quien se lleva la gloria es el redactor que escribe y firma el artículo en su forma definitiva.

Con todo, lo que más llama la atención es que, tan puntillosos como creíamos que eran los lectores del Times con sus famosas cartas al director, cuando en el periódico empezaron a documentar las invenciones de Blair se dieron cuenta de que muchos protagonistas de esas falsas historias las habían leído y sabían que eran incorrectas, pero no habían llamado para exigir una rectificación. «Supuse que ésta era la manera habitual de funcionar de los periódicos», explica uno de los afectados.

Aquí es donde tenemos que apuntar: «¡Apaga y vámonos!». Cuando el público lector llega a la conclusión de que lo que publicamos es una invención o una distorsión de la realidad, y ya ni siquiera se molesta en exigir una rectificación, es que entre un periódico y Hotel Glam están desapareciendo las diferencias. Y que ese público lector está en camino de convertirse en público no lector.

Lo que sucede es que seguimos sin reaccionar a tanto deterioro, en estado de negación. Raines no ha dimitido. Y cuando el director de informativos de la CNN, Eason Jordan, confesó (en las páginas del siempre amigo NYT, claro) que durante años su cadena se calló los horrores del régimen de Sadam para no perder su delegación en Bagdad, el periódico publicó otra columna en la que se respaldaba a Jordan. Eso de cubrir las dictaduras no es todo «blanco o negro», decía. Una casuística cómoda… que ya no nos sorprende.

08 Junio 2003

¿Sobrevivirá Arthur Sulzberger Jr. al escándalo?

Carlos Fresneda

Leer

Tan sólo el 36% de los americanos se fía de lo que dicen los periódicos, y ya sólo faltaba que llegase un mentiroso patológico como Jayson Blair y hundiera la reputación de The New York Times con una cascada de noticias falsas, plagios descarados, testimonios imaginarios y embustes varios.

El medio vuelve a ser el mensaje, y los medios andan en pleno proceso de introspección diaria, temiendo que en cualquier momento acaben aflorando incontables alumnos de la escuela Jayson Blair.

«Sólo hay algo peor que la gente se crea todo lo que lee, y es que no se crea nada», advertía Jonathan Alter en la revista Time.El día de la incredulidad total, por desgracia, está cada vez más cerca. Entre tanto, siguen y seguirán cayendo las estatuas de los grandes medios estadounidenses.

La crisis de The New York Times puede no ser más que un anticipo.Tras la dimisión del director Howell Raines y del director adjunto Gerald Boyd, todas las presiones recaen ahora sobre el editor y presidente, Arthur Sulzberger Jr., al que muchos consideran como el máximo culpable.

El terremoto de la Calle 43 ha hecho temblar los cimientos mediáticos de la Gran Manzana, pero las secuelas han llegado ya hasta Chicago y Los Angeles, los otros dos epicentros de la tinta impresa.

En la sede de The New York Times se respira, mientras, una extraña mezcla de consternación, provisionalidad y alivio.

Se fue el despótico Raines, y ha vuelto temporalmente el afable Joe Lelyveld, que eligió una frase de Henry David Thoreau a modo de consigna para los nuevos tiempos: «Hacen falta dos para que aflore la verdad: uno para que hable, y el otro para que escuche».

Lelyveld prometió dinamitar desde dentro el búnker en el que se encerró su predecesor y practicar una política de ventanas abiertas con la maltrecha y deprimida redacción. La única manera de evitar un nuevo escándalo a lo Jayson Blair, dijo, es «dándole a la gente una oportunidad para hablar y expresar sus opiniones».

Los redactores de The New York Times han perdido el miedo a hablar, pero todos siguen sintiendo de algún modo la soga de la era Reines, personificada en esos 23 miembros del comité interno que está investigando qué funcionó mal, quién dio alas a Jayson Blair pese a su dudosa reputación, quién permitió que publicara una sarta continuada de falacias, quién prefirió mirar hacia otra parte cuando el joven periodista, de 27 años, se jactó delante de todos de su capacidad para mentir, copiar y fabular.

The New York Times descubrió que al menos 36 de las 75 informaciones que firmó Blair entre octubre de 2002 y abril de 2003 contenían falsedades, inexactitudes o plagios. Blair se desmarcó con exclusivas sobre los francotiradores de Washington que luego resultaron ser puras invenciones. El broche a su carrera lo puso con un artículo sobre la familia de la soldado Jessica Lynch con testimonios falsos, robando declaraciones de aquí y de allá y sin haber hablado con ninguna de sus fuentes.

«Lamento de verdad mis acciones y todo el daño que he podido causar», declaró esta semana el propio Blair a la CBS. «Yo estaba en un ciclo de autodestrucción, pero nunca quise herir a nadie.Siento mucho dolor por todo lo que están pasando mis colegas, y también por amigos, mi familia y todos los demás».

El controvertido y errático Blair resumió su historia en cuatro palabras: «Una complicada tragedia humana».

«Todo lo que ocurrió tiene mucho que ver con mis propios demonios, con mis propias debilidades», explicó Blair. «Estoy hablando de mi lucha contra el abuso de sustancias tóxicas y también de mis problemas mentales… Estoy pensando en trabajar como voluntario en el campo de las drogas o de las enfermedades mentales».

Y está pensando también en las ofertas millonarias que le han llegado desde el 1 de mayo, el día en que saltó a la primera página de su propio periódico. Entre ellas, la de escribir un libro autobiográfico que tiene ya título provisional: Quemando la casa de mis maestros.

Pero el novato Jayson Blair no ha sido el único en quemar la honra de la Dama Gris en las cinco semanas más convulsas de sus 152 años de vida.

El veterano Rick Bragg tuvo que tragarse su premio Pulitzer y hacer las maletas el pasado 28 de mayo tras descubrirse que se había apropiado de un artículo elaborado en realidad por un colaborador del periódico. El propio Bragg admitió que no era la primera vez y reconoció incluso que se trataba de una práctica habitual en el periódico.

Un día después de la renuncia de Bragg, el todavía director Howell Raines emitió un comunicado en el que defendía la «integridad» de The New York Times. «Que Raines nos dé a estas alturas lecciones de integridad en periodismo es como si una rana nos quisiera dar consejos de belleza», leímos en la certera columna de Clyde Haberman.

Los días de Raines estaban ya contados, y también los del gerente Gerald Boyd, a quien se ha acusado de imponer en el periódico su propia política de «acción afirmativa» (discriminación positiva) para promocionar a los redactores negros como Jayson Blair, a pesar de su juventud y de su inexperiencia.

Raines y Boyd arrojaron la toalla el jueves pasado, antes de lo que algunos presagiaban, sin esperar siquiera a que la compañía eligiera a sus sustitutos definitivos.

«Juntos hemos escrito algunos de los episodios más brillantes en la historia de este periódico», dijo Raines, micrófono en mano, en el momento de bajar a la redacción para despedirse de sus ex subordinados. Por la memoria de todos desfilaron los meses vividos intensa y peligrosamente durante y después del 11-S, y la algarabía colectiva que estalló en el periódico por los siete Pulitzer conquistados en el 2002, merecidísima distinción a una soberbia labor de equipo.

El ambiente y el espíritu en la redacción tocaron sin embargo techo en ese momento. El periódico perdió su viveza, se dejó contagiar por la ola de patriotismo y perdió notablemente su credibilidad por su sesgada cobertura de la guerra de Irak.

.

Pérdida de credibilidad

.

El escándalo Blair, amplificado por esa primerísima página que le dedicó su propio periódico, fue el haraquiri de Raines al cabo de 21 meses como capitán del periódico que aún presume de dar «todas las noticias que merecen publicarse».

«Los reflectores apuntan ahora hacia el editor y presidente de la New York Times Company, Arthur Sulzberger Jr., que de hecho es la raíz de todo lo que ha sucedido», apunta Michael Wolff, columnista de la revista New Yorker e implacable crítico de la jungla mediática. «La cuestión de fondo es si sobrevivirá o no sobrevivirá el editor de The New York Times y si caerá con él la dinastía familiar que ha controlado el periódico durante los últimos 68 años».

27 Mayo 2003

Alboroto moral en 'The New York Times'

Barbara Probst Solomon

Leer

Me encontraba en una cena el domingo en que el New York Times soltó la bomba: un artículo sin precedentes de siete mil palabras sobre el ascenso y caída de un joven reportero estrella, Jayson Blair, a quien acababan de despedir por plagio y por inventarse entrevistas; muchos de sus reportajes tuvieron lugar en sitios que él nunca había visitado. El artículo que acabó con él fue una entrevista inventada con la familia de Jessica Lynch (la soldado rescatada en Irak), más una descripción igualmente inventada de su casa, incluyendo un jardín trasero con vacas inventadas. Los abogados asistentes a aquella cena observaron una poderosa mano legal detrás de la explicación demasiado extensa y cuidadosa de los hechos. Es más, Blair se había inventado una acusación calumniosa contra el fiscal en el caso del francotirador de Washington, alegando que había impedido la confesión de un sospechoso.

Pero yo soy periodista, no abogada. Lo que me interesa acerca del artículo preventivo, que no del breve resumen posterior publicado por el Times sobre la tumultuosa reunión secreta (sin cobertura mediática; incluso el reportero del Times estaba excluido) entre la redacción y la dirección celebrada en un antiguo cine cerca del Times, es lo poco que sabemos de quién sabía qué y cuándo. ¿Por qué esta actitud de tanto secretismo? ¿Será sólo porque Blair es negro? Los periodistas mentirosos, blancos o negros, no son un fenómeno nuevo. El Washington Post despidió hace casi dos décadas a Janet Cooke cuando su reportaje, galardonado con el Pulitzer, resultó ser completamente ficticio. Stephen Glass, a quien despidieron de The New Republic por sus invenciones, acaba de publicar una novela sobre sus correrías. (Famosos que lo son por fechorías ahora dan por sentado que serán premiados por ellas con cantidades obscenamente grandes en concepto de anticipo. Parece que el agente de Jayson Blair ya está intentando vender el libro y los derechos para cine de su historia. Monica Lewinski, échate a un lado.)

En mi opinión, el verdadero fracaso moral ocurrió hace más de un año, cuando Jonathan Landman, el jefe de Local, hizo sonar la alarma acerca de Blair. Su nota decía: «Tenemos que impedir que Jayson siga escribiendo para el Times. De inmediato». Se hizo caso omiso de esa advertencia, junto con otras hechas a la dirección. No conozco personalmente ni a Landman ni a Howell Raines, el director, pero me parece que la nota de Landman está libre de la condescendencia con tintes raciales subyacente en el mea culpa de Raines.

En la muy breve reseña del Times sobre la tormentosa reunión a puerta cerrada en torno al asunto Blair, se cita a Raines: «Nuestro periódico está comprometido con la diversidad, y según todos los informes parecía ser un joven y prometedor reportero perteneciente a una minoría… ¿Significa esto que yo personalmente favoreciera a Blair? No de manera consciente. Pero tenéis derecho a preguntar si yo, como hombre blanco de Alabama, con esas convicciones, le di una oportunidad de más al no impedir que se uniera al equipo que cubría la historia del francotirador. Cuando busco la verdad en el fondo de mi corazón, la respuesta es sí».

En otras palabras, Raines (que había ganado el Pulitzer por un reportaje sobre su niñera negra) ofrece su sensibilidad, su finura moral, como excusa para no escuchar a los jefes que supervisaban el trabajo de Blair. Irónicamente, aunque esté orgulloso de ser un luchador por los derechos civiles, Raines no parece ser capaz de ver más allá de la «negritud» de Blair. Hay un buen número de periodistas negros en el periódico; ¿por qué prestar tanta atención a un joven periodista que, en el mejor de los casos, tiene problemas psicológicos graves, y en el peor, es un ladrón? ¿Es Raines tan poco consciente de que algunos de nuestros mejores escritores, cuya prosa alcanza niveles nunca superados por los blancos, Ralph Ellison, Richard Wright, Toni Morrison y James Bladwin, se sentirían escandalizados por el hecho de que un tramposo negro pueda ser protegido en nombre de los derechos civiles?

Raines es un sureño de Alabama en una redacción del norte, y se dan malentedidos culturales. Es aguda la observación de Hendrik Hertzberg en The New Yorker (un comentario similar a algunos que yo he hecho con frecuencia en EL PAÍS) en el sentido de que los obsesivos ataques de Raines hacia Clinton (la animadversión y la rivalidad que siente un muchacho sureño ambicioso por otro muchacho sureño ambicioso) supusieron un perjuicio real, y son un tema mucho más serio que el de Jayson Blair. Ciertamente, se da una transformación profunda en el viaje del sur al norte; puede que los del norte nunca entiendan el grado hasta el cual algunos de los del sur definen su compromiso moral casi exclusivamente en términos de derechos civiles. Pero evidentemente, aquellos de la redacción que exigieron la dimisión de Raines por estar dirigiendo el periódico como un latifundista que administra sus dominios, sin interesarse por la opinión y la experiencia de los trabajadores del diario, tenían la mirada puesta en otras cosas además de la protección que Raines mostraba hacia Jayson Blair. Lo que a mí me preocupa es que, incluso ahora, nosotros, los lectores del Times, no conocemos toda la historia. El artículo de confesión del Times sobre la reunión (o, más precisamente, la rebelión) entre el personal y la dirección en el cine de Times Square sí indica que muchos de los redactores y editores «salieron de la reunión diciendo que pasarían meses, o incluso años, antes de que el señor Raines pudiera demostrar que es capaz de levantar la moral de una redacción». El artículo termina con una cita optimista de Joyce Purnick, descrita como la autora de las columnas Metro Matters

. Cosa que difumina el hecho de que Purnick, esposa de Max Frankel, ex director del diario, está cercana a la dirección. Demasiado lacónico para un periódico que insistía tan recientemente en que la dirección debe cargar con toda la responsabilidad del escándalo de Enron.

El Times es un gran periódico, y me acuerdo con nostalgia de la época, creo que en los sesenta, cuando, tras cuidadosas deliberaciones, el periódico decidió publicar informaciones sobre torturas a pesar de que no era posible emplear los métodos convencionales de verificación. Era un periódico serio. Para publicar reportajes sobre la tortura en lugares remotos, el periódico tenía que confiar plenamente en su redacción y en sus periodistas. Eso era antes de que se viera a sí mismo ante todo como un inquieto vehículo de entretenimiento informativo.