18 mayo 2003

Carlos Menem, que ganó la primera vuelta, abandonó ante la falta de posibilidades de la segunda

Elecciones Argentina 2003 – Néstor Kichner se convierte en Presidente tras la retirada de Menem, su único rival en la 2ª vuelta

Hechos

  • La segunda vuelta de las elecciones presidenciales previstas para el 18.05.2003 entre D. Néstor Kirchner y D. Carlos Sául Menem, quedaron anuladas al renunciar este último a su candidatura, siendo proclamado el Sr. Kirchner presidente.

Lecturas

Estas son las primeras elecciones presidenciales de Argentina desde las de 1999 que dieron la presidencia a De la Rúa, que se derrumbó tras la crisis de diciembre de 2001. 

A pesar de que la primera vuelta en abril dio el triunfo a Menem, la movilización de todas las fuerzas políticas en torno a Kirchner hacía evidente su victoria, lo que ha llevado a Menem a retirar su candidatura, causando la proclamación de Kirchner como presidente.

APOYO DE CLARÍN A KIRCHNER:

clarin_kirchner_ok Portada de Clarín tras la retirada de Menem

Las siguientes elecciones están previstas para 2007.

¿EL ULTIMATUM DEL DIARIO LA NACIÓN?

Uno de los periódicos que ha recibido con un editorial más crítico al nuevo Gobierno de Argentina presidida por Néstor Kichner y en el que su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, también ocupará un papel destacado, fue el diario conservador LA NACIÓN a través de su editorialista José Claudio Escribano. Según los Kirchner y sus periodistas afines (Horacio Verbitsky), hubo una reunión entre representantes de LA NACIÓN con el presidente electo al que le puso una serie de condiciones si quería el respaldo del periódico que incluían poner fin a los juicios a los militares y romper relaciones con Cuba. Ultimatum que rechazó Kirchner.

En el lado contrario el Diario CLARÍN recibió bien al nuevo Gobierno Kirchner y se especula con que hay buenas relaciones entre Néstor Kirchner y el CEO del Grupo Clarín, Hector Magnetto, que necesita la ayuda del gobierno para lograr la fusión de Cablevision y Multicanal.

29 Abril 2003

Peronismo, otra vez

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Las masas argentinas coreaban no hace nada su repulsa a la vieja política y a las caras de siempre que «habían arruinado al país». Dos de esos políticos, peronistas de toda la vida, vencieron el pasado domingo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y entre ellos deberán elegir los argentinos a su próximo presidente el 18 de mayo. Se trata del ex presidente Menem, con un 24% del sufragio, y del gobernador de la provincia de Santa Cruz, Néstor Kirchner, con 22%. Derrotados quedan los ex radicales Ricardo López Murphy y Elisa Carrió. ¿Sigue, pues, todo igual? Puede que no.

Por lo pronto, se ha producido algo que puede ser la destrucción del tradicional sistema de partidos. El peronismo, aunque muestra una mala salud de hierro, se ha presentado con siglas diversas y troceado en tres candidaturas, mientras que el radicalismo -la otra pata del antiguo bipartidismo- ha saltado directamente por los aires, con sus más destacados representantes buscando el amparo de siglas novedosas. Podría, quizá, aventurarse -y en la política argentina todo es una aventura- lo de la botella medio llena o medio vacía. El sistema ratea, pero las caras nuevas -Carrió, algo más que López Murphy- no acaban de emerger, y lo mejor que cabría decir de estas elecciones es que son de transición a un futuro en el que la renovación haga por lo menos honor a las aspiraciones de la opinión argentina.

Y por lo que respecta a la contienda del 18 de mayo, dos peronistas se alzan como improbables reinventores del país: Menem, un político chanchullero y seductor, que puso fin a la hiperinflación, pero que también anidó la catástrofe de los últimos año, y Kirchner, un hombre austero, de dirigismo matizado en comparación con el neoliberalismo rampante de su antecesor. La contienda se presenta muy igualada, con posibilidades de que el voto en contra de un candidato, sobre todo del ex presidente, defina la contienda más que el sufragio favorable. Si esto es la transición, que empiece cuanto antes.

29 Abril 2003

Querido Menem

Eduardo Haro Tecglen

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La sorprendente democracia occidental asusta cada día: Argentina elegirá otra vez al querido Menem. Apenas: un veintidós y pico -no tengo cifras definitivas- de los votos expresados. Los optimistas creen que es un triunfo democrático: si el 18 de mayo se le confirma, habrá un Menem asustado, tímido, moderado (leo en La Nación de Buenos Aires). Estremece pensar que lo mejor para el desdichado país sea un presidente indeciso: pero en otros países tememos a los terribles seguros de sí mismos y valientes. Quizá con esta moderación Menem robe menos. Hay otras razones: ya no hay nada que robar a la gente; y que el comercio de armas, los diez millones de dólares que le dio Irán para tapar las responsabilidades de un atentado (85 muertos) contra un centro judío de Buenos Aires, la enorme fortuna que tiene en la banca suiza, le hagan innecesario el dinero de los otros. Pero estas ambiciones no tienen límite. Los ricos necesitan seguir ganando, cuando les sobra para vivir eternamente; yo creo que es una realización, como el pintor colgado en los mejores museos sigue pintando, y el escritor con el Nobel sigue escribiendo.

Son raras las elecciones en nuestro tiempo. En el anterior al anterior, rompían las urnas las partidas de la porra de los caciques o compraban los resultados. Se hacían regalos a los votantes, a veces se compraban a duro, y en casos en que el elector tenía influencia sobre otros se le hacía guardia o sereno. La derecha sacaba a votar con coche y chófer a las monjas de clausura (febrero de 1936) y a los ancianos de los asilos. Ahora gana el que tiene más dinero para mover la propaganda. Y, finalmente, tampoco hace falta mucho: si se tiene en las manos la televisión nacional, la provincial y la local, sale gratis. Y puede crear el olvido: con esa fuerza, ni el chapapote ni la guerra, ni el decretazo ni la enseñanza privada y religiosa prevalecerán. La tarea de la propaganda de los nacionales consiste en sembrar el olvido. Y apuntarse ventajas falsas: por ejemplo, los juicios rápidos, que el gran público burgués -y España es una burguesía de todas clases- verá como seguridad, aunque terminen siendo una indefensión de los detenidos. Tampoco vamos a querer que se vote según conciencia; y menos si la conciencia ha de ser propia y no televisada. El querido Menem ha sabido conseguir el olvido sobre sí mismo y su origen de la ruina nacional.

16 Mayo 2003

La huida de Menem

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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Es posible que algunos lleguen a creer que la retirada del ex presidente Carlos Saúl Menem de la carrera presidencial obedezca a un cierto compromiso con una sociedad argentina que no acaba de salir de la perplejidad a que la somete, desde hace décadas, su clase política. Pero no parece que vayan a ser muchos. Carlos Menem, que pasó de la presidencia de la República a los tribunales, de allí a la cárcel, de la prisión a la candidatura para volver a la presidencia y de ésta, con los sondeos en la mano, a una retirada vergonzosa, se ha instalado en un extraño limbo que puede devolverle a los tribunales si siguen las investigaciones sobre el saqueo de los arsenales estratégicos del Ejército argentino y el robo y tráfico de armas y de fondos públicos durante los años de su mandato.
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Pero, fundamentalmente, la última jugada del ex presidente peronista es una mezcla de venganza contra el aparato central de su partido, que no le ha apoyado en la medida en que él esperaba, de cobardía a la hora de enfrentar la anunciada derrota en la segunda vuelta electoral y de irresponsabilidad al negar a Néstor Kirchner la posibilidad de jurar el cargo de presidente con un apoyo absolutamente mayoritario. Ahora, el propio Menem lo ha explicado sin tapujos en su discurso de huida: Kirchner será investido sin elecciones por renuncia del otro candidato y sólo podrá exhibir el 22 por ciento del electorado que le apoyó en la primera vuelta frente al propio Menem y a López Murphy. Cuando Menem afirmaba en el citado discurso que el principal riesgo de Argentina no es la subversión del pasado sino la ingobernabilidad del presente, no estaba sólo describiendo un panorama, sino mostrando sus cartas en una partida que él ha organizado con paciencia perfectamente maquiavélica y, en el fondo, antidemocrática.
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La maniobra de Menem no es ajena a la lucha por el poder en el seno del justicialismo, el peronismo. Este partido-movimiento, sin cuyo consenso o al menos sin su neutralización es muy difícil gobernar Argentina, ocupa el poder central, la mayoría de los poderes regionales, el poder sindical, la influencia casi exclusiva en la Administración y supone el principal sistema de control de la sociedad. Es por eso que, en su seno, conviven extremistas de izquierda y de derecha, partidarios de la descentralización y defensores del poder centralizado en el Gran Buenos Aires, empresarios y sindicalistas y conseguidores de todas clases. El magma del partido son los mitos de Perón y Evita, un apego al Estado y a sus generosas derramas y una cultura económica contraria a la libre competencia, el juego del mercado y el liberalismo político. Algo tendrá que ver ese magma y ese movimiento con la crisis endémica que parece perseguir a este país con tantos recursos y que a principios del pasado siglo disfrutaba de mayor renta per cápita que Suecia.
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En este contexto, donde partido y Estado, movimiento y poder, se han confundido durante tanto tiempo, maniobras como las de Menem o tristes episodios históricos de terrorismo y contraterrorismo ubicados en despachos distintos de la Casa Rosada no deben sorprender a nadie. Finalmente, Néstor Kirchner será proclamado presidente de la República. Asumirá desde ese momento la enorme responsabilidad de devolver a Argentina a la vía de la normalidad institucional y la estabilidad económica, para luego crecer, y al papel que le corresponde en la comunidad iberoamericana. Uno de los obstáculos para hacer lo que el país necesita va a ser el propio Menem, pero también el movimiento peronista, sus burocracias sindicales, los viejos vicios del subsidio, la corrupción y la falta de productividad en un país que, paradójicamente, dispone de extraordinarios recursos humanos que acaban triunfando en la emigración con más facilidad que en su propio país.
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En la actual coyuntura internacional, el populismo peronista tiene menos margen que nunca. Las exigencias de las instituciones financieras internacionales, la globalización de los capitales, la importancia de las inversiones extranjeras, en gran parte españolas, en Argentina, y el decaimiento de las economías intervenidas como fuente de bienestar general van a exigir al país elegir entre integrarse en los mercados internacionales con rigor, disciplina monetaria y reducción de gastos o instalarse en una crisis permanente de incalculables consecuencias para toda Iberoamérica. El presidente Kirchner tiene que tener en cuenta estos datos a la hora de poner en marcha el imprescindible plan de normalización y recuperación, un camino que, ciertamente, ya ha comenzado el Gobierno del presidente Duhalde.

16 Mayo 2003

Espantada de Menem

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Argentina no se merecía que Carlos Menem, su presidente entre 1989 y 1999, la despreciara de ese modo. Su renuncia, cuatro días antes de los comicios, a disputarle la segunda vuelta de las presidenciales al también peronista Néstor Kirchner no es sólo un acto de cobardía y egoísmo ante una derrota cantada y humillante, sino, ante todo, de irresponsabilidad política. La presidencia, ahora automática, de Kirchner, nace debilitada y con un déficit de legitimidad, que el propio Menem se ha encargado de subrayar al salir del juego rompiendo la baraja y sembrando dudas sobre la limpieza del proceso electoral. Nunca antes en la historia democrática de Argentina había llegado a la presidencia un candidato con apenas el 22% de los votos, resultado logrado por Kirchner en la primera vuelta. El nuevo presidente tendrá que intentar, con su gestión, conseguir una legitimidad de ejercicio que compense esa debilidad de partida. Porque además, durante meses, hasta las legislativas, tendrá que gobernar con el Congreso actual.

Menem ha dado un espectáculo propio de su estilo marrullero. Los supuestos años dorados en que estuvo al mando acabaron por llevar a Argentina a la catástrofe económica. Debió creer que el recuerdo de los primeros buenos momentos de su mandato le garantizaría la victoria, pero los argentinos también tienen presente que, mientras arreciaba la crisis, el ex presidente se retrataba jugando al golf en el extranjero. Menem fue el más votado en la primera vuelta, aunque el 24,5% obtenido era compatible con un amplísimo rechazo del resto de la población: los sondeos otorgaban a Kichner 30 puntos de ventaja para la segunda vuelta, convocada para el próximo domingo y ahora innecesaria, según el sistema que Menem exportó de Francia en 1994. Ahora se retira para que en su palmarés no figure una derrota electoral, y posiblemente pensando que así preserva el grupo de intereses en que se ha convertido el menemismo.

Kirchner pasa, pues, automáticamente a la presidencia. Pero en estas circunstancias, se convierte en un recambio a Duhalde -que tiene en su favor haber roto el nudo gordiano de la crisis financiera de 2001-, y aún no en la persona que ha de iniciar una refundación económica y política, desde la democracia. Los votos muestran que el marchamo peronista aún funciona. Tanto que bajo esa bandera se presentaron en la primera vuelta tres candidatos que representan intereses diversos. Desaparecido el radicalismo, para salir del marasmo actual, el país no tiene otro remedio que regenerar su tejido político, con un cambio de políticas, pero también generacional y de personal político. Porque el fuerte anclaje de las oligarquías caciquiles cierra los horizontes de una Argentina que no ha de llorar este mutis de Menem realmente a la altura del personaje.

16 Mayo 2003

La renuncia de Menem confirma el carácter institucional de la crisis

Eduardo Van der Kooy

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Está visto que no hay todavía a mano ningún remedio —tampoco, por sí sola, la salida electoral— que alcance para suturar la crisis política argentina que terminó de abrir la caída del Gobierno de Fernando de la Rúa.

La afirmación tiene que ver, sin dudas, con la deshonrosa decisión de Carlos Menem de no querer afrontar el ballottage. Pero allí mismo está la punta de un hilo que permite desmadejar una historia cargada de episodios elocuentes.

Que demostrarían, con argumentos difíciles de refutar, el verdadero carácter político institucional de los males argentinos. Vale recordar, para empezar, la salida abrupta del poder de Raúl Alfonsín, seis meses antes de completar su mandato. Estuvo además la reforma de la Constitución, que Menem pergeñó únicamente para conseguir su reelección, en desmedro de la calidad democrática.

Tampoco se puede soslayar ahora su intento de perpetuación —la segunda reelección— que fue abortado cuando Eduardo Duhalde amenazó con un plebiscito en Buenos Aires, que el entonces presidente no estaba en aptitud política de soportar.

Ocurrió más adelante la experiencia de la Alianza, con la renuncia de su vicepresidente, Chacho Alvarez, a los ocho meses de haber asumido. Y el derrumbe triste, sin pizca de gloria, de De la Rúa, cuando promediaba su período.

La Argentina vivió una sucesión de cinco presidentes en una semana —ni Adolfo Rodríguez Saá aguantó los sesenta días prometidos— hasta que aterrizó Duhalde. El Presidente estabilizó la situación a partir del llamado a elecciones, aunque también ese proceso estuvo plagado de anormalidades, porque pareció prevalecer siempre el interés por dirimir la pulseada peronista antes que atender las demandas reales de la sociedad.

¿Por qué con semejante prólogo habría de sorprender tanto el abandono de Menem? ¿Por qué debió esperarse otra cosa de un hombre que maltrató a las instituciones mientras ejerció la presidencia? No se le podría demandar al ex mandatario una grandeza y una comprensión que, en verdad, tampoco tuvieron muchas veces los demás.

Llamó la atención, por ejemplo, en estas horas críticas, el profundo silencio de Raúl Alfonsín, a quien no se le oyó una voz de condena por la decisión de Menem de burlar una norma —el ballottage—, que fue pieza medular de la reforma tramada por los caudillos luego del Pacto de Olivos.

Pero a todos no les cabe el mismo sayo. Recae sobre Menem, a no dudarlo, la mayor responsabilidad histórica: fue jefe de Estado por una década y, a la par, el caudillo más perdurable que tuvo el peronismo después de Juan Perón.

Ahora, en su ocaso, es posible certificar su auténtica textura política, es posible desnudarlo hasta el alma. Menem, con su claudicación, le asestó un nuevo golpe a la recuperación institucional y sembró más interrogantes sobre la gobernabilidad, a la que invocó en su texto de renuncia como si se tratara de un problema ajeno.

El ex presidente nunca entendió cabalmente —quizás tampoco le importó— el sentido del ballottage para el apuntalamiemto del sistema democrático. Tan profunda ha sido su incomprensión, que desde ayer puede haber marcado un récord vergonzante: no existen antecedentes en el mundo de un candidato que haya declinado tras haber ganado la primera vuelta; no hay tampoco registro de abandonos en los más de 40 casos de segunda vuelta realizados en América latina.

Ni se le pasó por la cabeza a Jean Marie Le Pen, por caso, retirarse de la segunda vuelta en Francia frente a Jacques Chirac pese a la oleada de votos en contra que sabía caerían sobre él. Y fue enormemente mayor el antagonismo que conmovió al ballottage francés que la supuesta campaña antimenemista que adujo el ex presidente para despedirse.

Hubo otra cuestión, entre tantas, que tampoco tuvo explicación. Los cabildeos inacabables que envolvieron la renuncia de Menem: la decisión había madurado el domingo, entre la falta de voluntad del ex presidente para pelear y los miedos de los gobernadores e intendentes que lo acompañaron. Y estuvo definitivamente sellada el lunes al mediodía.

¿Por qué entonces la demora para comunicarla? ¿Por qué los mitines armados y la usina de rumores menemistas que indicaban una marcha atrás? Buena parte de semejante desorden podría atribuirse a la anarquía natural de todo liderazgo que concluye: pero otra porción correspondería a la intención de provocar un daño prematuro al futuro Gobierno.

¿Fue acaso una acción aislada y compulsiva, accionada por odios y rencores, o un ensayo que, en algún momento, buscó complicidades en otros estamentos políticos y económicos? Aquel desprejuicio menemista terminó fomentando cualquier especulación.

Kirchner, con el correr de las horas, pensó más en una conspiración concertada —atando cabos antes que portando pruebas— que en los efectos derivados del último desbarajuste menemista. Y colocó su atención, incluso, sobre algunos funcionarios del actual Gobierno.

No fue, en realidad, una visión que conservó en soledad: habló el lunes del tema con Duhalde y el Presidente nunca le desdijo del todo la razón.

Eso explica, con seguridad, el fuerte y sesgado contenido de su declaración de ayer que persiguió varios objetivos: poner en blanco sobre negro aquella situación y retomar una iniciativa política que, objetivamente, había capturado el ex presidente con los vaivenes alrededor de su renuncia.

Las incógnitas sobre el desenlace electoral han quedado ahora superadas. Pero le aguarda a Kirchner el desafío más bravo: comenzar la gestión frente al presente estado de crisis con un sistema político fragmentado y lleno de desconfianzas.

Kirchner es consciente —buena señal— que no arriba al poder de la manera deseada. Pero mejor, pese a todo, que la salida de Menem, fugado del teatro político por la puerta trasera.

Clarín

16 Mayo 2015

Treinta y seis horas de un carnaval decadente

José Claudio Escribano

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Han  sido treinta y seis horas lastimosas, pero no hay que dar por el pito más de lo que el pito vale.

Lo decían nuestros padres. Lo podemos decir nosotros. El pito del justicialismo vale bien poco en relación con el interés del país, que debe seguir adelante merced al trabajo silencioso y esperanzado de sus gentes.

Han sido treinta y seis horas de un carnaval decadente, que entristeció, y hasta enfureció, a muchos argentinos, tal vez porque creyeron que el haberlos privado del ballottage comprometía la gobernabilidad. Grave error: la gobernabilidad está comprometida desde antes de ahora, como se verá más adelante. Otro asunto, aunque de menor cuantía, ha sido el agravio acusado por los ciudadanos cuando percibieron que alguien les tomaba el pelo.

Debemos bajar el énfasis indiscriminado en cuanto a la importancia de los hechos que producen los políticos argentinos. Y examinarlos de acuerdo con su real importancia. Más significativo que la toalla arrojada sobre el ring por un menemismo devastado por la catástrofe inminente e inevitable del domingo es el pésimo discurso pronunciado por el ahora presidente electo.

Menem se ha ido de la peor de las maneras; Kirchner, llega. La primera medida de gobierno del doctor Kirchner deberá ser la cesantía de quien ha escrito ese discurso, y, si fue él mismo quien acometió su redacción, convendrá que ya mismo derive en otro la delicada tarea de escribir si es que aspira a ser un verdadero jefe de Estado.

Se sabe que Kirchner está hablando con muy poca gente, encerrado en un círculo íntimo difícil de caracterizar, pero en el que es obvio que gravita su mujer, Cristina, senadora nacional. Faltan apenas diez días para la asunción del mando y, salvo la noticia en general alentadora, de que el doctor Roberto Lavagna continuará en la cartera de Economía, es un misterio cómo se configurará el nuevo gabinete nacional.

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Perdió el presidente electo una oportunidad de excelencia para ponerse por encima de las rencillas asombrosas del Partido Justicialista, tanto que terminaron por involucrar al país todo. Gracias doctor Menem, al fin y al cabo, por haber liberado a quienes jamás han votado por candidatos del PJ, pero tampoco lo han hecho nunca con el signo negativo del voto en blanco o anulado, de la encrucijada morbosa que acechaba en el cuarto oscuro del domingo próximo.

Ante una sociedad ansiosa por su destino, Kirchner cayó en la trampa tendida por el rival: ahondó los odios y las diferencias con Menem y hasta se permitió la temeridad de sembrar dudas sobre cuál será el tono de su relación con el empresariado y con las Fuerzas Armadas. Se olvidó de que la razón de que hablara ayer por la tarde era, justamente, que en ese momento dejaba de ser el candidato que había competido por largos meses por la Presidencia de la Nación y se convertía en el presidente electo de la Argentina.

En la penosa urdimbre de este final inesperado de la contienda electoral de doble vuelta se observó un caos de fondo, como si el estreno de la obra hubiera tomado por sorpresa no sólo a los actores, sino, cosa notable, al guionista, al escenógrafo, al director y a los productores.

Aquí es cuando vuelven a resonar cuatro palabras en los oídos de quien quiera hubiera puesto atención en el discurso de cierre de campaña del doctor Adolfo Rodríguez Saá, el jueves previo a la primera vuelta: «Gozo de buena salud».

Fueron cuatro palabras herméticas, pero acaso las más insinuantes y reveladoras de una campaña que movilizó de manera modesta a la opinión ciudadana. Cuando un candidato dice que goza de buena salud lo natural es que impulse un interrogante general sobre cómo andan los restantes competidores.

La lucha política exige algo más que un certificado de buena salud, si es que éste fuera posible. Impone condiciones extremas de atención, de reflejos psíquicos y de esfuerzos físicos severos, que se hacen sentir en vidas largas y accidentadas. Ricardo López Murphy, uno de los candidatos que se supone entraron más enteros a la liza, dice haber terminado exhausto.

¿Cómo quedaron los demás? ¿Cómo se sintió el doctor Menem, llamativamente incapaz como estuvo, en la noche de la primera vuelta, de controlar el orden más conveniente en ese hotel convertido en un pandemonium?

¿Cómo no reaccionó ante el escenario sorprendente, en el que se movían espectros de una farándula que las pantallas inclementes de la televisión proyectaban como artero envío del enemigo? ¿Por qué apadrinó, con vistas a los comicios que restan para el año, candidaturas imposibles?

¿Por qué hubo tanto desorden en la campaña del ex presidente? ¿Por qué haber dejado que su nombre se asociara a los peores nombres, en lugar de haber abierto paso a quienes habían sido identificados como protagonistas de lo mejor de su doble gestión presidencial o que podían ser el anticipo de la renovación apropiada y por algún motivo esencial anunciada por Menem mismo más de una vez en la campaña?

¿Por qué, en fin, transfiguró Menem, en la noche del 27 de abril, lo que debió ser un discurso chispeante de victoria al fin, en una pobre y agria arenga que alertó al país sobre una incalculada derrota?

Kirchner admite en la intimidad -en el ámbito reducido en el que el visitante registra en él la voluntad de escuchar, de aprender- que contó con la ventaja del handicap inesperado recibido de parte de quien ha sido su adversario principal.

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El temor colectivo que se percibe como saldo principal de la fuga de Menem es que éste haya herido la gobernabilidad del país. Para ser justos, habría que preguntarse, también, en cuánto ha contribuido a esa desazón el inoportuno discurso de Kirchner.

Convendrá decir, ante todo, que el problema de la gobernabilidad es preexistente al de la decisión de Menem, un político, además, que se encuentra al final de una larga carrera, no en el apogeo.

Es más: ninguno de los candidatos que se presentaron en la primera vuelta -ni siquiera quien fue su principal revelación, reafirmada con las palabras que eligió ayer, López Murphy- era por sí mismo garantía de estabilidad institucional en el período por abrirse en días más.

La política argentina se encuentra gravemente fragmentada. El Congreso, en ambas cámaras, es un reflejo de esa crisis. El Poder Judicial se arroga facultades propias de la administración como no ocurre en ningún país serio, desde las finanzas a la determinación de cuáles deben ser las tarifas de los servicios públicos, y se abstiene de actuar, por añadidura, precisamente donde debería hacerlo. Los sindicatos y las entidades representativas de las empresas no cumplen un papel más lucido que aquellos otros de los que reclaman un mejor ejemplo.

Ese es el país con el que los argentinos se han abierto al siglo XXI.

El hecho de que Kirchner se instale en la Casa Rosada con sólo el 22 por ciento de los sufragios acentúa, en principio, el problema de la gobernabilidad, pero está lejos de crearlo. Kirchner llega precedido, y no lo ignora, por una cuestión institucional que se manifestaba con claridad en los días en que Menem proclamaba que vencería con sólo una vuelta electoral.

El Consejo para las Américas estaba reunido en Washington cuando el lunes 28 se hacían los últimos cómputos provisionales de las elecciones. Es un cuerpo que congrega a cuantos tienen en los Estados Unidos una opinión de peso que elaborar, tanto en el campo político como empresarial, sobre los temas continentales. Desde Colin Powell a David Rockefeller.

¿Qué pudieron esos hombres haberse dicho sobre la Argentina, después de conocer los resultados del escrutinio y, sobre todo, los ecos de la infortunada noche de Menem en el hotel Presidente?

Primero, se dijeron que Kirchner sería el próximo presidente. Segundo, que los argentinos habían resuelto darse un gobierno débil.

Podríamos pasar por alto una tercera conclusión, porque las fuentes consultadas en los Estados Unidos por quien esto escribe difieren de si se trata de la opinión personal de uno de los asistentes o de un juicio suficientemente compartido por el resto. Sin embargo, la situación es tal que vale la pena registrarla: la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año.

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Esto demuestra que el problema de la gobernabilidad argentina es anterior al espectáculo ofrecido por el doctor Menem. El país suscitaba preocupación en Washington respecto de su futuro con prescindencia de la pirotecnia de última hora.

Ninguna de las conclusiones que dejamos expuestas, y menos la tercera -a la que debe interpretarse como una metáfora de la segunda-, merece otro valor que el de un balance informal, casi académico, entre personalidades con la responsabilidad de prefigurarse el horizonte que el mundo tendrá ante sí. Pero interesa conocerlas por exponer la gravedad de las reflexiones en Washington sobre el futuro posible de la Argentina.

Kirchner conoce esa información desde el lunes 5. Y su respuesta fue que él está de acuerdo en que el principal asunto por resolver en el país es el de su gobernabilidad.

No debería, por lo tanto, el presidente electo desaprovechar lo mejor del discurso de Menem al abandonar la lucha sin que hubiera una sola denuncia judicial de fraude electoral o una sola mesa de votación impugnada en el país. Fue cuando Menem predicó sobre la necesidad de construir consensos y anunció que se contaría con su contribución a la gobernabilidad. La gravedad del tema hace deseable que esa contribución sea una realidad, al menos, a partir de hoy.

Ha caído, al fin, el telón sobre una decepcionante obra de treinta y seis horas. No demos por el pito más de lo que el pito vale, como decían nuestros padres. Dejemos atrás este nuevo papelón de la política argentina.

Pensemos entre todos cómo remontar con el trabajo y el estudio una crisis extenuante, de no menos de cinco años seguidos a estas alturas, y estimulemos al nuevo presidente a que traduzca en los hechos lo que promete con entusiasmo en la conversación privada: «Hay que mejorar la calidad de las instituciones, hay que gerenciar la administración del país».