24 julio 1987
Como autores del crimen serían señalados los policías Amedo y Domínguez: Era un ciudadano vasco que vivía en Francia, pero no se le conoce ninguna vinculación con ETA
Los GAL asesinan a su última víctima: Juan Carlos García Goena
Hechos
El 24 de julio de 1987 es asesinado D. Juan Carlos García Goena. El atentado fue reivindicado por los GAL.
Lecturas
El 24 de julio de 1987 Juan Carlos García Goena murió asesino en el sur de Francia en un atentado que fue, nuevamente, atribuido a los GAL. Aquel crimen supuso una relativa sorpresa dado que los Grupos Antiterroristas de Liberación habían anunciado su disolución después del anuncio de Francia de que iba a colaborar en la persecución de ETA para que este país dejara de ser el santuario de la organización terrorista (hasta 1987 Francia daba a los miembros de ETA el trato de ‘refugiados políticos’).
García Goena había pertenecido al entorno de ETA pero en el momento de ser asesinado había abandonado la banda e incluso se había atrevido a solicitar la reinserción para poder volver a España, una medida que ETA consideraba una traición. Por ello resultó irónico que los GAL seleccionaran a García Goena como su última víctima.
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NACIDA COMO VÍCTIMA DEL TERRORISMO
La hija pequeña del Sr. García Goena, Inoe, nació cuando su padre ya había sido asesinado.
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¿POLICÍAS ESPAÑOLES CULPABLES?
El atentado fue reivindicado por los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Los policías españoles José Amedo y Michel Domínguez fueron señalados como responsables de la colocación de la bomba que acabó con la vida del Sr. García Goena, pero las pruebas no parecen definitivas.
27 Mayo 1988
La conspiración
La crisis de la construcción naval, el conflicto de los astilleros bilbaínos de Euskalduna, la falta de acuerdos y el incumplimiento de los tomados por parte de la Administración central, el desmantelamiento de la industria pesada de la margen izquierda de la ría del Nervión con unas estructuras obsoletas han provocado una respuesta social, pero también han hecho renacer el sentido nacional de la conspiración de Madrid contra nosotros, a la que tan dados somos en general los ciudadanos vascos y en particular algunos sectores, convencidos de que Madrid no descansa en la creación de artimañas con las que empobrecernos y desnaturalizarnos. Las acusaciones más reiteradas desde el nacionalismo fundamentalista son que la crisis de los astilleros obedece a razones políticas más que económicas, que se trata de arruinar a Euskadi para que políticamente sea más manejable y que se busca humillar la altivez de los vascos que se atreven a alzar la cabeza -como Lope de Aguirre, exactamente- frente al orgullo imperial de los españoles.Al margen de todas las manifestaciones de tipo social que se han producido, y que tampoco importan mucho a un sector del fundamentalismo radical, esto se suma a la renovación de los agravios producidos por la permanente conspiración contra nosotros que bulle en la cabeza de Madrid. Porque Madrid es un ente vivo, con una cabeza grande en la que sólo se maquinan maldades, un rostro cejijunto y avieso y unas enormes manos con las que dar bofetadas a quienes se oponen a su dominación. El problema de la droga es uno de los antecedentes más pintorescos de la situación actual. Los hay anteriores, como la vieja historia de que los trabajadores andaluces, castellanos y gallegos no llegaban a Euskadi en los años de la autarquía a trabajar porque en sus pueblos no tenían para subsistir más que un campo empobrecido y el País Vasco se encontraba en pleno desarrollo industrial, sino enviados como un ejército de ocupación para desnaturalizar Euskadi; trabajadores con los que Madrid no sólo intentó liquidar etnia y cultura vascas sino incluso, años más tarde, la cultura y la etnia alemanas, enviando millares de trabajadores españoles a ocupar esas tierras una vez fracasada la operación División Azul. El problema de la droga lo recogen numerosas pintadas, en las que se asegura que la heroína la traen a Euskadi los policías en sus mochilas para quebrar la resistencia física y moral de los jóvenes vascos; y eso no como negocio privado de alguna mafia parapolicial quizá existente, sino como operación planeada por Madrid. Lo que deja en el aire la pregunta de si es ETA la que introduce la droga en Vallecas para, en justa correspondencia, quebrar la resistencia de los jóvenes españoles; aunque habría que diferenciar entre una ocupación agresiva y colonial y una acción defensiva y revolucionaria.
En diversas ocasiones se han escuchado cosas como que la insistente y algo pelma ola de sevillanas que nos invade, igual que al resto de los pueblos del Estado español, es una maniobra del Gobierno, que envía a sus vanguardias tanto disfrazadas de policías como de bailarinas, pero con el mismo tesón e iguales propósitos. A lo que algún nacionalista español respondería que quizá entonces la invasión por la cocina vasca del resto del Estado sería una contraofensiva nuestra. Aunque en este caso y además de repetir lo .de que una ocupación es ofensiva y colonial y la reacción es defensiva y revolucionaria, desde mi punto de vista tienen más suerte los invadidos por nosotros, pues prefiero el bacalao alpil-pil al reiterativo sonsonete.
Pasando a palabras mayores, yo también he sido acusado de hablar en estas páginas contra ETA y no equiparar a esas condenas las respectivas y paralelas condenas a los GAL. Es el eterno mercado de la muerte. Un muerto de unos que contrapesa inmediatamente el muerto de otros. Todo demócrata condena por principio, y cuantas veces actúe, la existencia de una banda de gánsteres mercenarios y sus conexiones medio desveladas con los aparatos del Estado. Pero lo que está hundiendo a Euskadi es ETA y no los GAL. Quien ha llevado a cabo matanzas indiscriminadas ha sido ETA. No puede compararse la catástrofe, incluso económica, que ha producido ETA en Euskadi con los gastos sociales, económicos y políticos que han provocado las actuaciones de los GAL. Incluso, y aunque parezca cínico, si ETA sólo asesinara a gente de los GAL, de la misma manera que los GAL sólo asesinan a gente de ETA, se podría aceptar la pelea con un cierto distanciamiento. Pero no se trata de eso. Lo que sucede es que los GAL, además de asesinar, cobrar por ello e involucrar a aparatos del Estado, suponen una estupidez política. Los GAL son ahora, incluso sin funcionar, la última trinchera de la tercera línea de resistencia de ETA. La de las gentes decentes que, aunque comprenden íntimamente a «los chicos», ya no pueden justificarlos, pero sí desvirtuar el problema preguntando cada vez que se: condena a ETA: «Sí, pero ¿y los GAL?».
Ni los empresarios vascos ni los niños de Zaragoza creen que es lo mismo una cosa que otra. Desde una perspectiva del Estado de derecho, es más gra ve la aparición y mantenimiento de los GAL si la realidad corresponde a las pistas que se poseen y a las evidencias que flotan. Pero ni su continuidad ni sus efectos son comparables con la catástrofe producida por ETA. Porque ETA no sólo mata y secuestra, no sólo extorsiona y,chantajea con su impuesto revolucionario, sino que está rom piendo la conciencia de la sociedad civil al crear en amplías ca pas del pueblo vasco una conciencia militarista y antidemocrática.
Pero todo se hace y se dice paraconspirar contra Euskadi, desde la reconversión de Euskalduna hasta las sevillanas. Es real la inquina hacia lo vasco que se puede palpar en algunos medios políticos de fuera de Euskadi, pero eso no justifica el victimismo enmascarador de los problemas reales ni el que vivamos en constante recelo ante esa «conspiración permanente» contra nosotros, que algunos, más que detectar, deseanan que existiese para explicar también nuestros errores y nuestras carencias. Es cierto que ante cualquier proyecto vasco de libertad acechan,ciertos lobos, pero eso no justifica que nuestra caperucita autonómica siga, a su edad, dando saltitos por el bosque sintiéndose constantemente acechada.
30 Octubre 1988
Inoe, el último regalo de Juan Carlos
La viuda de la última víctima de los GAL no supo que estaba embarazada hasta después del atentado que costó la vida a su marido.
Juan Carlos García Goena, el último asesinado por los GAL, murió sin saber que iba a tener su tercera hija, Ione. Los policías Amedo y Domínguez organizaron el atentado para vengarse de sus superiores, según un testigo. Laura, su mujer, cuenta las circunstancias que rodearon su muerte, la de un hombre que nunca tuvo nada que ver con ETA. Para ella, Ione es ‘el último regalo de Juan Carlos’.
Juan Carlos García Goena no era Santiago Nasar. El día en que murió no sabía que lo iban a matar.
La de García Goena no fue ni siquiera una muerte anunciada, y la crónica de su asesinato se escribió con las dudas aun de quiénes habían sido sus autores, las personas que le colocaron bajo su coche Dyanne 6 una bomba que le hizo saltar hacia las nubes en casi mil pedazos.
Con Goena sólo había dos posibilidades: o hacía el número 29 de las víctimas mortales de los GAL, o la organización terrorista ETA había propiciado un nuevo ajuste de cuentas a uno de sus miembros, más partidario de la reinserción y vuelta a casa que de continuar con el tiro en la nunca.
Ni una ni otra encajaban bien en el complicado rompecabezas del terrorismo. Si bien la forma de acabar con su vida llevaba el sello clásico de los GAL, la actividad de esta organización se había acabado año y medio antes de materle, justo cuando Francia y España llegaron al acuerdo antiterrorista que acabó poniendo en la frontera a casi dos centenares de regugiados.
La versión oficial no hizo sino alimentar después de aquel 24 de julio de 1987 en que lo mataron, que podría tratarse de un aviso de ETA a sus militantes. Se difundió rápidamente que García Goena había solicitado acogerse a las medidas de reinserción para volver a este lado de la frontera, y eso ya se sabía que no gustaba a la cúpula de la organización terrorista.
Pero Goena nada tenía que ver con ETA, ni con la comunidad de refugiados en la que se mueven sus miembros. El muerto era un prófugo de la mili. Y nada más.
La de García Goena no era una muerte anunciada. No sabía que aquel 28 de julio de 1987 su cuerpo deshecho iba a cruzar definitivamente la frontera en un ataud, escoltado por tanquetas y furgones de la Guardia Civil. Justo ese día se cumplía el séptimo aniversario de su llegada a Hendaya, cuando se fugó de la mili a los quince días de servicio obligatorio en Gerona. El día que lo mataron, su abuela cumplía años.
Punto de luz.
¿Y si el GAL no acabó con su vida, y ETA tampoco lo hizo, quién mató entonces a Juan Carlos García Goena?
No tenía mucho sentido que los terroristas, por la independencia, decidieran acabar con la vida de quien una semana antes de ser asesinado presentaba los papeles para regresar a su casa de Tolosa, en Guipúzcoa, junto a su mujer, Laura, y sus dos hijas, Maider y Orane.
¿Para qué? Si Goena no pertenecía a su clan, a pesar de que buscara su vuelta por el mismo camino al de los arrepentidos vascos, la vía de reinserción iniciada por el diputado vasco de Eusko Alkartasuna, Joseba Azkárraga.
Por la misma razón parecía poco probable que los GAL asesinaran a quien nunca fue partidario de utilizar la metralleta para imponer sus ideas políticas. Además, la llamada ‘guerra sucia’ se había acabado año y medio antes, inmediatamente después de que el primer ministro francés, Robert Pandraud, firmara con su colega español, José Barrionuevo, acuerdos con espíritu de acoso a ETA.
El coraje de un testigo ha puesto un punto de luz sobre un oscuro crimen. Ha sido ahora, quince meses después de que Juan Carlos García Goena saltara en casi mil pedazos hacia las nubes, sin que nadie se explicara el porqué.
Parece como una premonición, pero mucho antes de que DIARIO16 revelara las presumibles conexiones del subcomisario José Amedo Fouce y el inspector Michel Domínguez Martínez con el atentado, su hija Maider, la mayor, parecía intuir los rojos entresijos del crimen.
Maider tiene ahora siete años, pero cuando mataron a su padre acababa de cumplir los seis. Maider es una niña, pero parece mayor. Escucha y se comporta como tal y es capaz de interrumpir cualquier juego cada vez que se habla de su padre: “Amatxu, ¿por qué lo mataron?”.
Amedo… el GAL
A Maider nunca le han ocultado que a su padre le estalló una bomba que le destrozó cuando conectó el encendido de su Dyane 6. Desde aquel día cada vez que el rostro del subcomisario José Amedo sale por la TV, la niña llamada a su madre: “Amatxu, etorri… etorri, Amedo… el GAL”. (Mamá, ven… ven…) y la pregunta inevitable: “¿Quién mató a mi padre?”.
Maider lo sabe todo y Orane, la mediana comienza a los dos años y medio a aprender que no tiene padre porque murió sin saber que lo iban a matar.
Orane muestra una verdadera devoción por su abuela, la madre de García Goena, quien junto a su marido e hijo pasan todos los sábados la frontera para ver a su familia ‘del otro lado’: Laura y las tres hijas de Juan Carlos.
Falta la pequeña, Ione, con sólo seis meses y medio de edad. Ione es especial.
Laura, su madre, empezó a sentirla en el vientre dos meses después de que asesinaran a su marido. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, que Juan Carlos “me había dejado un último regalo”.
A Juan Carlos García Goena lo mataron un 24 de julio, cuando cumplía años su abuela. Cuatro días después, varias tanquetas de la Guardia Civil esperaban en el puente internacional de Irún para dar escolta a su cadáver y evitar cualquier brote de exaltación política con la disculpa del difunto.
Ese día, el 28, Juan Carlos cumplía el séptimo aniversario de su refugio, y le pasaron muerto la frontera sin saber que dejaba el embrión de una nueva vida en el vientre de su mujer.
- – ¿Qué es para ti Ione?
- – Ya te lo he dicho, el último regalo de Juan Carlos.
A sus dos años y medio, Orane no sabe todavía nada, ni siquiera que tendrá que crecer intentado comprender el doloroso comportamiento del terrorismo, las extrañas mallas que teje. En este sentido Maider ya tiene medio camino andado, aunque siga preguntado que “por qué mataron” a su padre.
Cada sábado, Maider coge de la mano a ORane, mientras Laura, su madre, se ocupa de la pequeña Ione.
Las cuatro mujeres suben el camino hacia la piscina municipal de Hendaya, doblan a la derecha, enfilan la carretera de las vías y caminan recto hasta llegar al barrio de Atabala, donde mataron a García Goena.
Flores cada sábado.
Con una mano sujeta a Orane y, en la otra, Maider lleva un ramo de flores, el que cada sábado, desde el 24 de julio de 1987, colocan sobre el mismo trozo de asfalto en el que su padre aparcó el Dyanne 6 la víspera de su muerte.
Ese mismo día Maider ocupaba el asiento contiguo al del conductor. Ella y su padre llegaban casi a las ocho de las tarde de Transfesa, la fábrica donde García Goena trabajaba por horas.
En Transfesa hay una plantilla de poco más de sesenta personas dedicadas a labores relacionadas con el ferrocarril. Prestan sus servicios por horas, según las necesidades diarias del trabajo.
A las siete de la tarde de cada día, los trabajadores acudían a las oficinas de la empres para mirar una lista en la que se informaba sobre la hora en que tenían que empezar a trabajar al día siguiente, y el tiempo que lo iban a hacer. Nunca lo sabían con antelación a esa hora.
La publicación diaria de la lista había provocado no pocos conflictos entre algunos trabajadores y la dirección de Transfesa. En la empresa trabajaban algunos refugiados acusados de pertenecer a ETA y, en una época en la que el GAL estaba golpeando duro contra ellos, consideraban que podía ser ‘una peligrosa indiscreción’.
Para más argumentos daba la casualidad de que los trabajadores n orefugiados tan sólo se reflejaba su nombre, mientras que para los otros, los refugiados, la empresa publicaba, además de su nombre, su dirección.
A quienes mataron a García Goena no les tuvo que ser muy difícil saber donde residía la futura víctima, ni la hora en que saldría de casa la mañana en que lo iban a matar.
Eran las cinco y media cuando Juan Carlos cruzó el umbral de la puerta, bajó el coche, lo puso en marcha y estalló la bomba que le hizo subir en dirección a las nubes en casi mil pedazos.
Recién entrado el 24 de julio de 1987, Juan Carlos García Goena se convertía en el último asesinado por los GAL, el número 29, y en la segunda víctima violenta de los trabajadores de Transfesa.
Casi tres años y medio antes, el 1 de marzo de 1984 Jean Pierre Leyba caía abatido por los disparos que le hizo desde una vagoneta uno de los miembros del comando Jaiztubia de los GAL. A este comando pertenecían Mariano Moraleda Muñoz y Daniel Fernández Aceña, condenados por este crimen a treinta años de prisión.
Los refugiados trabajadores de Trasfesa siempre se habían quejado de un mal ambiente reinante en la fábrica, algo así como una continua tirantez generada por problemas políticos que llevó a constantes fricciones entre ellos y algún otro miembro de la plantilla.
No en vano, Daniel Fernán Aceña trabajaba allí y más de uno llegó a albergar una cierta desconfianza hacia él por su comportamiento.
El primer aviso
Leyba no fue más que el primer aviso. Lo confundieron cuando salía de trabajar con otro compañero, Jesús Ugarte Irujo, según denunció en su día el abogado de la acusación particular en el caso, Iñaki Esnaola.
Poco antes de que los GAL mataran a Jean Pierre Leyba, el ambiente laboral en Transfesa había llegado a su máxima crispación.
Hasta entonces sólo se habían cruzado algunas palabras sobre las distintas formas de pensar y ver la realidad política de unos y otros, pero llegó un día en que en las taquillas de los refugiados aparecieron dibujados con rotulador negro varios ataúdes.
Fue la primera vez que Juan Carlos García Goena vio la señal de la muerte. A la segunda, lo mataron.
Laura, su mujer, incide en la casualidad de las listas públicas de Transfesa. El día en que mataron a Leyba al confundirle con Ugarte Irujo había ‘mucho revuelo’ con ellas, lo mismo que cuando murió su marido.
Goena era, cuando lo mataron, el único refugiado que trabajaba en la empresa y, por la lista laboral.
Si Juan Carlos García Goena hubiera sabido que lo iban a matar, no hubiera puesto nunca en marcha el encendido de su Dyanne 6.
Tal vez tampoco se hubiera fugado de la mili siete años antes, a los quince días de servicio porque ‘no puedo hacer una cosa con armas y sin sentido’. Así se lo dijo a su madre al despedirse en su pueblo de Tolosa, antes de cargar con el petate, pasar por Beasain a recoger a Laura y cruzar la ‘muga’ en busca de refugio.
Goena nada tenía que ver con los que matan, por eso nunca tomó precaución alguna cuando los etarras se escondían para evitar la muerte a manos de los GAL, o la captura por parte de los gendarmes, que los expulsaban por la vía de urgencia.
Al cadáver de Juan Carlos García Goena lo escoltaron varias tanquetas de la Guardia Civil, cuatro días después de que lo mataran. Murió sin saber que lo iban a matar, y cruzó la frontera en el séptimo aniversario de su llegada, sin saber que en el vientre de Laura dejaba a Ione, “su último regalo”.
Ricardo Arqués
El Análisis
Los policías José Amedo y Michel Domínguez sentían que el Gobierno felipista les había dejado tirados y no les pagaba el dinero que les correspondía, por lo tanto, para demostrar a estos que estaban dispuesto a todo se cargaran a un supuesto exetarra en Francia para llamar su atención. Y por eso volaron al Sr. García Goena (a pesar de que había solicitado la reinserción) ¿O no? Esta es la teoría que se ha venido a insinuar con respecto a este crimen. Tanto desde DIARIO16 como desde EGIN se apuntaba en esa dirección. Pero el asesinato fue juzgado en 1990, con Amedo y Domínguez en el banquillo y ambos fueron absueltos. Por muchos artículos o películas, no había pruebas. Y sin pruebas, toda acusación contra Amedo y Domínguez por ese caso se convierte en calumnia. El crimen quedó sin resolver. El único hecho cierto es que se destrozó a una familia y se privó a Ione de poner conocer a su padre desde antes incluso de nacer.
J. F. Lamata