15 octubre 1985

Con esas siglas se presentará a las elecciones gallegas

Los seguidores de Santiago Carrillo fundan su propio partido político: el Partido Comunista de España Marxista Revolucionario (PCEmr)

Hechos

Fue noticia el 15-10-1985.

15 Octubre 1985

Parió la abuela

Lorenzo Contreras

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Hay hechos que parecen premonitorios. Cuando el PCE todavía regido por Santiago Carrillo, cambió su sede del barrio de Salamanca por un local de la calle de la Santísima Trinidad, no faltaría algún augur capaz de ver en esa circunstnacia el aviso de una trinidad de partidos. Y en eso estamos. El PCE se descomponía formalmente en tres. Primero nacía el PC de Ignacio Gallego [Partido Comunista de los Pueblos de España] aunque sólo fuese por el hecho de que, arriesgando unos rublos, Moscú le ponía a Gallego un piso en Madrid. Y ahora algo más arde, Santiago Carrillo, por personas interpuestas, hacia inscribir en el registro del Ministerio del Interior un PCE marxista-revolucionario. O sea, que daba estado civil a un pececito y para disimular, en vez de llamarle marxista-carrillista, le denominaba como acaba de verse. Menudo problema habría tenido don Santiago si en sus buenos tiempos de la legalidad recién comenzada le hubiese arrebatado al partido también el apellido marxista. Pero no. Sólo se atrevió con la palabra leninista. Y ahora sólo le bastaba darse una vuelta por el cementerio de siglas de la chatarrería política nacional para recuperar el apellido ‘revolucionario’ que ya lo ostentaba la ORT de Paquita Sauquillo mucho antes de que esta dama diera con sus huesos en las proximidades del PSOE.
Eso de inscribir un partido comunista nuevo poco antes de convocar una asamblea, congreso o renunión para la unidad de todos los comunistas, es, de cara al PCE de Iglesias, como casarse por lo civil y citar a la otra novia en la vicaría. Menudo bígamo está hecho don Santiago Carrillo. Un interesante galán de la política – algo otoñal, quizá – que primero agotó en salva la pólvora de sus posibilidades reales, que algunas eran, y actualmente se dedica a hacer calcomanías.

Nada se diga del tartufismo que trasmina el pregón de la unidad comunista. Para Carrillo unidad comunista equivale a ocupación – o recuperación – de la secretaría general del partido o alguna otra fórmula de mando supremo que pudiera inventarse.
Más sincero fue Ignacio Gallego, que siempre transparentó sus filias soviéticas incluso cuando pertenecía a la Mesa de las Cortes Constitucionales y asistía a actos sociales y políticos de inequívoco color burgués.
Santiago Carrillo no puede convencer ya más que a sus convencidos adeptos. Cuando encontró el argumento de que el PCE de Iglesias se iba a aliar con otros grupos políticos menores para reunir electoralmente a los restos de la izquierda dispersa, puso el grito en el cielo contra Santísima Trinidad. La cual poco a poco y sin decirlo a las claras, ha matizado eso de ir juntos y revueltos con otros a las elecciones.

Así pues, el señor Carrillo ha conseguido con sus clamores la vigencia pelna de los símbolos. Ya los tiene asegurados. Lo que le ocurre es que cuando ponen en sus manos la hoz y el martillo no sabe qué hacer con ellos.

En vista de lo cual, don Santiago se ha sentio prolífico. ¿Por qué no alumbrar una nueva criatura, ya que se tiene órgano periodístico propio – la revista ‘Ahora’ – y la dirección de la Trini no reacciona con sanciones y nuevas expulsiones?

Pues era lo que, sencillamente, faltaba para completar el proceso de una destrucción. Alguna vez he comparado a Santiago Carrillo con el Sansón bíblico, que prefirió derrumbar el templo, a costa de su propia vida, con todos los filisteos dentro. Pero ahora surge un ejemplo definitorio superior. El señor Carrillo ha encarnado a esas ancianas fecundas que sigue trayendo hijos al mundo cuando ya sus otros hijos aplican el control de natalidad. Y claro, aparte del disgusto familiar, llenan de tarados el planeta.

Que Carrillo me perdone si, a efectos periodísticos, le he comparado con una anciana. Pero su caso responde asombrosamente al dicho popular: «Eramos pocos y parió la abuela».
Lorenzo Contreras