8 diciembre 1998

Derrota de Hernique Salas y de Irene Sáez

Elecciones Venezuela 1998 – El triunfo del comandante golpista Hugo Chávez Frías supone un cambia radical en el país

Hechos

Las elecciones 6.12.1998 el comandante Hugo Chávez Frías ganó las elecciones presidenciales en Venezuela.

Lecturas

Los principales candidatos alternativos fueron el liberal Hernique Salas y la conservadora Irene Sáez que no pudieron hacer nada ante la fuerza chavista.

Volverá a haber elecciones presidenciales en 2000 tras el cambio de la Constitución de la revolución bolivariana.

 

12 Noviembre 1998

Drama venezolano

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Si Venezuela tenía graves problemas, los resultados de las elecciones del domingo pueden agravarlos, ya que han asentado la perspectiva de una victoria en las presidenciales del próximo 6 de diciembre del ex golpista Hugo Chávez. El antiguo teniente coronel, al no conseguir en 1992 por las armas lo que entonces se propuso, pretende ahora cambiar el sistema político venezolano con un respaldo popular. Ante el peligro desestabilizador que supone Chávez, la solución no es un golpe militar que interrumpa un proceso democrático, aunque sea para cerrar el paso a alguien que ha demostrado, hasta ahora, no valorar precisamente las urnas. La democracia venezolana está ante una dura prueba.La victoria de Chávez y su Polo Patriótico -alianza de siete partidos heterogéneos, arrastrados por el suyo propio, el Movimiento V República- en las elecciones legislativas y en 23 gobernadurías, es la derrota de la clase política y los partidos tradicionales en Venezuela. La socialdemócrata AP (Alianza Democrática) se ha mantenido a duras penas, y el democristiano Copei se ha hundido. El terreno estaba abonado por la corrupción, la crisis económica provocada por la caída del precio del crudo -que nutre la mitad de los ingresos estatales-, una inflación superior al 50% y una insoportable y creciente desigualdad social. Los partidos tradicionales no han estado a la altura de las circunstancias. El voto del domingo ha sido una reacción contra ellos. Pues tras Chávez y sus seguidores, y a la espera de resultados finales sobre los que se cruzan acusaciones de fraude, el siguiente vencedor ha sido Henrique Salas Römer, ex socialdemócrata convertido al neoliberalismo, con una formación, Proyecto Venezuela, también de reciente creación. Frente a Chávez las fuerzas políticas están divididas. Y, sin embargo, la mejor manera de frenar a quien se rebeló contra el Estado en 1992, sería presentar a las presidenciales un candidato de unión de los demócratas.

Chávez es un valor desconocido. Se le interpreta por sus precedentes golpistas, lo que no resulta nada tranquilizador. Bebe en todas las fuentes y lo mismo se reclama de la tercera vía de Blair que del castrismo, de la célula como forma de organización social o de los sindicatos populares de participación política. En este terreno ha dejado ver claramente sus intenciones: la convocatoria de elecciones constituyentes para cambiar la estructura de Venezuela de arriba abajo, comenzando por el Poder Judicial. Quiere ver comités de salud pública en lugar de los actuales tribunales. El temor que despiertan fórmulas tan ajenas a la democracia es que pretenda, bajo una u otra fórmula, dar un golpe de Estado desde la presidencia. Como Fujimori, aunque no apoyado en el neoliberalismo económico, sino imbuido de un revolucionarismo confuso, que recuerda tesis fracasadas en el pasado. Pese a un proclamado humanismo, no se sabe bien lo que Chávez propugna. En tal situación, las inversiones, extranjeras o nacionales, no regresarán fácilmente a un país que las necesita para sobrevivir.

Chávez, que ya puede dejar su impronta en las Cámaras legislativas, es un producto del drama venezolano, pero no parte de una solución razonable. Si gana las presidenciales, malo, pues Venezuela puede ir a peor. A pesar de ello, el Ejército no debe intervenir con el pretexto de evitar que triunfe en las urnas un antidemócrata. Hay que dejar que los políticos resuelvan la situación dentro del respeto a las reglas del juego. Lo peor es el ruido de sables que empieza a haber en América Latina, lo que no deja de sobrecoger a la luz de su historia inmediata.

08 Diciembre 1998

La incógnita Chávez

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los venezolanos, hartos, han decidido por abrumadora mayoría dar carpetazo a los últimos 40 años con la elección del ex militar golpista Hugo Chávez como presidente, lo que puede suponer una convulsión. Venezuela necesita sin duda un revulsivo, pero es probable que éste no sea el mejor. Sin embargo, es el que ha querido el pueblo venezolano en una elección que ha resultado limpia. Chávez ha logrado así en las urnas lo que no consiguió con las armas, cuando se alzó en 1992 contra el Gobierno constitucional y democráticamente elegido de Carlos Andrés Pérez.Chávez, con un 56,4% de los votos, ha obtenido la mayor victoria de la historia democrática de Venezuela. Y con 44 años se convierte en el presidente más joven de ese país. Su victoria supone un cambio generacional y la derrota de toda una clase política. Los venezolanos han vuelto la espalda a los dos partidos tradicionales, Alianza Democrática (AD) y Copei, aún más que en las elecciones al Congreso del pasado 8 de noviembre. El segundo en liza, Henrique Salas, se presentó como independiente y logró un 39,5% de los sufragios, con el apoyo de los partidos tradicionales en el último tramo.

Los venezolanos inician así una aventura hacia lo desconocido, hacia esa «nueva Venezuela» que proclama el vencedor. Después de haber perdido en dos décadas un 70% del poder adquisitivo, con tres recesiones a sus espaldas en cinco años y unas diferencias sociales crecientes, en medio de una profunda crisis provocada en parte por la caída de precios del petróleo -ayer se situó por debajo de los diez dólares- y una corrupción brutal, las empobrecidas clases bajas y medias han dicho «basta».

Del hombre que se ceñirá la banda presidencial el próximo 2 de febrero se desconoce casi todo como político, salvo que usó las armas para sublevarse contra el poder, y que ahora pretende implicar a los militares mucho más activamente en el desarrollo nacional, aunque sea para «civilizar a los militares» antes que para militarizar la sociedad civil. Cualquier propósito de este tipo despierta recelo cuando viene de un ex golpista. Su plataforma electoral, el Polo Patriótico, es una amalgama de nacionalistas, radicales de izquierdas y populistas de diversa laya unidos por un vago programa en el que cabe de todo. Chávez aboga por unas buenas relaciones con EEUU, después de todo el principal cliente de Venezuela, y se proclama defensor de la tercera vía de Blair, para compaginar Estado y mercado. Ha prometido que los trabajadores recuperarán su poder adquisitivo, medidas de protección social y un importante aumento del gasto en educación. El presidente electo dice ahora que lograr estos objetivos requerirá años, lo que indica al menos un cierto realismo. Pero tendrá que hacer serios esfuerzos para convencer a los inversionistas extranjeros.

Lo único que está claro es que se propone someter a referéndum lo que ve como imperiosa necesidad: convocar una asamblea constituyente para reformar de arriba abajo el sistema político y judicial. En principio ofrece el consenso a las otras fuerzas políticas, pero si se le enfrenta el Congreso, que no domina, podría optar por introducir cambios radicales a golpe de referendos. ¿Incluirá en esa reforma la posibilidad de poder ser reelegido al cabo de su mandato de cinco años, como han hecho otros presidentes en América Latina? Chávez, por desgracia, entronca con esa tradición caudillista de la que se nutren también Fujimori y otros dirigentes de diverso signo político.

Los militares han dicho a través del ministro de Defensa, el vicealmirante Tito Rincón, que acatan el resultado electoral. Así debe ser. Y probablemente lo harán mientras Chávez no intente cambiar las reglas del juego, ya sea el democrático o el que sustenta la corrupción. Aunque ha sido elegido justamente para cambiarlas. Hay que esperar que lo haga en el sentido de más democracia, y no menos.

08 Diciembre 1998

Tentación Populista

ABC (Director: Francisco Giménez Alemán)

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Seis años después de su fracasada asonada contra el Palacio de Miraflores, el ex comandante Hugo Chávez no ha precisado esta vez de los tanques para apoderarse del vacilante timón de la democracia venezolana: ella sola se ha hundido, tras cuatro décadas de desidia, miseria y corrupción, por mucho que su naufragio haya tenido lugar legítimamente en las urnas. Ahora, tras la preocupante derrota del sistema de partidos, en el que ni socialdemócratas ni socialcristianos han sabido poner en pie la sociedad vigorosa de clases media que sustenta toda democracia, el nuevo caudillo se dispone a culminar su golpe pacífico mediante la baza del Gobierno populista, sorteando los órganos representativos en que se articula el régimen en los que no tiene mayoría.

Chávez, cuyo programa es en tantos aspectos, una incógnita, ha anunciado la celebración de un referéndum de previsible resultado, a la vista del masivo apoyo obtenido en las presidenciales del domingo, para la convocatoria de una Asamblea Constituyente que habrá de sentar los fundamentos de otra clase de democracia. Como cualquier jefe populista, pues, recurre al apoyo visceral de las masas en lugar de una serena negociación con el Congreso, en donde, en condiciones normales, habría de quedar depositada la soberanía de una sociedad vertebrada a través de esos cuerpos intermedios que son los partidos.

Pero es que en Venezuela, hoy, no se dan esas ‘condiciones normales’. Largo es el rosario de razones: la visión caciquil del poder, la corrupción considerada como ‘reparto de riqueza’ y no como necrosis social; el despilfarro inducido por la opulencia circunstancial del petróleo; la naturaleza patriarcal del Estado; la miseria rampante nacida de la ausencia de verdaderas estructuras productivas; el descuido de la agricultura y los recursos naturales, el peso aplastante del déficit público; y, en fin, los reveses recientes de la crisis financiera y la caída de los precios del crudo, han sido suficientes para desmembrar no sólo a la sociedad, el 80% de la cual malvive en la pobreza, sino también en concescuencia a sus partidos. Si hay cerrar capítulo de responsabilidades, tampoco el mandato de Rafael Caldera, económicamente desastroso, ni desde luego el de Carlos Andrés Pérez, moralmente ruinoso, han ayudado precisamente a superar la crisis.

Venezuela tiene ahora dos opciones. O bien se desliza por la pendiente de un populismo tutelado por el espadón, a la manera peruana o paraguaya, o bien Chávez recapacita y renuncia a la excusa reformadora para gobernar ‘manu militari’ empresa por otra parte, compleja, dado el recelo del Ejército. No hace falta decir qué es más conveniente. Sólo recordaremos que el único camino hacia el desarrollo sigue siendo la democracia, y que otras fórmulas ya fracasaron. Los guiños tranquilizadores a la inversión extranjera no son suficientes si la política interior no es acertada. Otra cosa sólo es hambre para mñana, sin ni siquiera pan para hoy.

08 Diciembre 1998

Las incógnitas de Chávez

LA RAZÓN (Director: Joaquín Vila)

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La victoria electoral del ex golpista Hugo Chávez en Venezuela ha sembrado de incógnitas el futuro político de la nación suramericana. Por un lado, el éxito del militar, ahora líder civil, es más fruto de una larga crisis, de la que no es ajena la corrupción institucionalizada de pasadas décadas, que de un programa claro de gobierno con una estructura política que lo sustente. El populismo y la demagogia – armas, por otro lado, legítimas – han impulsado a este soldado de la cárcel a la Presidencia de la República. Pero no han permitido, ni a su propia sociedad, ni al resto del mundo, tener una idea clara de adónde pretender ir en su acción política.

De momento, las capas medias y altas de la población venezolana se expresaban estos días con inquietud. Una intranquilidad que no frena la evidencia de las contradicciones del militar por un lado, un origen político que si pudiera definir estaría más en la derecha que en la izquierda. Pero, por otro, una capacidad de atracción carismática hacia los estratos más bajos de la sociedad. Los elementos nacionalistas – bajo etiqueta de bolivarianismo – y, en cierto modo, fundamentalistas patrióticos pueden ser determinantes, porque a nadie le queda claro el programa económico o la acción política internacional. Para colmo de contradicciones, Chávez tiene sintonía personal con Fidel Castro. La vía política no es homologable en Europa. Veremos si lo es en América.