3 septiembre 2007

Iñaki Gabilondo (CUATRO) asegura que si Suárez estuviera bien mentalmente se encendería de ira y que si Fernando Herrero Tejedor estuviera vivo se moriría de vergüenza

Luis Herrero (PP) publica un libro en el que pone en boca de Adolfo Suárez declaraciones contra el Rey

Hechos

En septiembre de 2007 el eurodiputado del PP, D. Luis Herrero publicó un libro sobre D. Adolfo Suárez (enfermo de alzheimer) en el que atribuía al Sr. Suárez opiniones que indignaron al hijo del Sr. Suárez. Y también causaron réplicas de D. Iñaki Gabilondo (CUATRO) y D. Alfonso Ussía (LA RAZÓN).

Lecturas

La publicación de un libro de Luis Herrero Tejedor ‘Los que le llamábamos Adolfo’ sobre el ex Presidente Adolfo Suárez González (enfermo de Alzheimer) en el que pone en su boca frases críticas hacia el Rey Juan Carlos I, es criticada el día 23 de septiembre de 2007 por dos artículos, uno de Alfonso Ussía Muñoz Seca en La Razón y otro por Adolfo Suárez Illana (hijo de Suárez González) en El Mundo. También en televisión el libro es criticado por Iñaki Gabilondo Pujol desde el canal Cuatro. Tanto a Ussía como a Suárez Illana les responderá D. Federico Jiménez Losantos en su columna en defensa de Luis Herrero Tejedor el día 24.

23 Septiembre 2003

CON AMIGOS ASÍ

Adolfo Suárez Illana

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«LOS QUE LE LLAMÁBAMOS ADOLFO» Es el título del libro recién publicado por el periodista Luis Herrero, en la actualidad metido en la política como eurodiputado del PP. Como recordarán los lectores de Crónica, el domingo pasado recogíamos en exclusiva un extracto de dos capítulos, uno con una conversación de Adolfo Suárez y el autor del libro sobre el Rey, y en el otro, acerca del deterioro mental del ex presidente del Gobierno y de la incursión de su hijo, Adolfo Suárez Illana, en política como candidato del PP a la presidencia de Castilla-La Mancha en 2003. El contenido del libro ha generado un interés inmediato y la fulminante reacción del hijo del biografiado, quien ha enviado a este suplemento el artículo que más abajo se puede leer. Suárez Illana, albacea de los papeles y de la memoria de su padre, impedido por el alzheimer, califica de mentiras buena parte de las conversaciones que Herrero reproduce con el líder de UCD cuando éste estaba en plena forma. Sobre todo, las referidas a la relación con Don Juan Carlos. Tal y como reprodujimos el domingo pasado, Adolfo Suárez le dijo a Luis Herrero en junio de 1994: «No descarto la posibilidad de que, muy pronto, me toque ir al despacho del Rey para decirle: Majestad, no tiene usted más remedio que abdicar por el bien de España». Tan drástico consejo se lo daría el ex presidente del Gobierno a Don Juan Carlos ante la aparición de informes sobre los supuestos negocios privados del Jefe del Estado. Suárez Illana desmiente que su padre hubiera pronunciado tal frase. Tras la salida del libro, cuya presentación está prevista para mañana lunes en Madrid, la relación entre Suárez Illana y Herrero se ha roto abruptamente. Conviene recordar que son hijos de dos hombres que estuvieron profundamente vinculados política y afectivamente. Suárez fue secretario personal de Fernando Herrero Tejedor, padre de Luis, cuando éste era gobernador civil. La carrera política de Suárez contó con el halo protector de Herrero Tejedor hasta que murió en accidente de tráfico, precisamente en el momento en que la madre de Herrero se encontraba con los Suárez en un corrida de toros en Las Ventas. El accidente marcó la relación de las dos familias. La dedicatoria de Luis Herrero es elocuente: «A mi madre, la primera persona que apostó por él» (por Suárez). Algunos amigos de los Suárez no estarán mañana en la presentación del libro por el choque desatado.

«En este país y desde hace ya treinta años, cada cual tiene la libertad de escribir sobre lo que estime oportuno y, por supuesto, la responsabilidad sobre aquello que escribe. Eso mismo es lo que le dije a don Luís Herrero-Tejedor cuando me reclamó ayuda para escribir un libro acerca de mi padre. Le expliqué, con la mayor cordialidad y respeto, el compromiso que contraje con mi padre y que ello me impedía participar en cualquier obra del tipo de la que él pretendía abordar. Me di cuenta que no le hacía ninguna gracia lo que le estaba contando y, si bien es cierto que no esperaba grandes aportaciones a la historia -no por la falta de talento del autor, que lo tiene y mucho, sino por la falta de datos importantes y reales-, lo que no esperaba en absoluto es el resultado final que hoy se nos ofrece bajo el presuntuoso título de Los que le llamábamos Adolfo. Suele ocurrir que los que más alardean de una determinada cercanía son los más distantes.

Es importante matizar que el gran y mejor amigo de mi padre fue -y ha seguido siendo mientras ha podido recordar- don Fernando Herrero Tejedor, hombre recto y admirable donde los haya, no su hijo don Luis, a quien mi padre siempre ayudó como forma de honrar la memoria de su amigo, tristemente fallecido en accidente de tráfico un 12 de junio de 1975, mientras su mujer, doña Joaquina, y mis padres asistían a una corrida de toros en Las Ventas. A pesar de la gran relación con sus padres, siempre mantuvo hacia él una especial desconfianza por muy diversas razones, entre las que se encontraba el convencimiento de que todo lo que se dijera en su presencia lo iba a utilizar, y lo iba a hacer de forma interesada. Esto es muy conocido por todo el círculo íntimo de mi padre y del que no ha formado parte nunca don Luis, fuera de ser el hijo de quien era. Es cierto que se han visto en muchas ocasiones, pero no son tantas ni tan importantes como intenta traslucir. En cualquier caso, no recuerdo en los últimos 30 o 35 años un solo domingo en los que don Luis participase en una de las meriendas que regularmente organizaba mi madre para ese grupo de amigos tan reducido del que disfrutábamos. Tampoco le he visto nunca pasar unos días de verano en nuestra casa familiar, cosa que sí hacían los verdaderos amigos de mis padres como Emilio Vera o Fernando Alcón y que no salen de su asombro por las afirmaciones vertidas y la utilización que se intenta hacer de ellos.

Tal desconfianza, muy típica de mi padre y manifestada en numerosas ocasiones, queda hoy más que justificada con la publicación de la obra citada más arriba. En ella, se deslizan insinuaciones -cuando no afirmaciones- en las que no voy a entrar, pero se hace algo extremadamente más grave y que demuestra el poco respeto de su autor por alguien que, entre otras cosas, sigue vivo: poner en boca de mi padre frases con las que se hace daño a instituciones y personas a cuya defensa ha dedicado toda su vida política y por las que hubiera dado materialmente la vida.

Muchos de los datos que se vierten en ese libro son absolutamente falsos y forman parte de leyendas urbanas del peor gusto, lo que demuestra la mala calidad de algunas de sus fuentes y la falta de rigor. Aún así, es mucho más grave el uso que hace el autor del entrecomillado para atacar, él sabrá por qué, a Su Majestad el Rey. Nunca le he oído semejantes palabras a mi padre, y dudo mucho que la confianza con don Luis fuera mayor que la mía. Pero suponiendo que fuera verdad -y me es imposible creerlo-, su revelación hoy sería una traición en toda regla a esa supuesta amistad y confianza. Máxime cuando el interesado no puede defenderse. O miente don Luis, o traiciona don Luis.

En cualquier caso, se aprovecha don Luis de la enfermedad de una persona que no puede rebatir sus afirmaciones, como estoy absolutamente seguro que haría si pudiera.

Me entristece profundamente escribir estas líneas. Tengo un respeto reverencial por los apellidos Herrero Tejedor y una profunda gratitud y cariño por esa familia. No quiero yo, en memoria de ese gran hombre, decir nada que pueda dañar a nadie de los suyos, pero debo desautorizar con toda severidad, por falsas, las afirmaciones que se vierten en el citado libro, muy especialmente aquéllas que se dirigen contra la Corona. Dirá don Luis que es su palabra contra la mía… y así quedará; hasta que el tiempo ponga las cosas en su sitio.»

23 Septiembre 2007

LEÑA AL REY

Alfonso Ussía

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Esos chicos y chicas que acompañaron al autor de la quema de fotografías de los Reyes en Gerona hasta las puertas de la Audiencia Nacional tendrán que reconocer – si el fanatismo no nubla su capacidad de entendimiento – que Madrid es una ciudad acogedora y civilizada. Que en Madrid se puede gritar contra España y la Corona y la gente de la calle, lo más que hace, es detenerse un segundo, mirar la cosa y continuar su paso sin concederle importancia a lo que ha visto.  Se afana, esta ultraizquierda catalana, en poner de ejemplo a los Estados Unidos, donde quemar la bandera y vejar al Presidente no se considera delito. Lo lógico es que miraban más hacia Cuba o China, lugares en los que la quema de la bandera o de los retratos de Castro y el chino de turno determinan cadena perpetua o la pena de muerte. Pero ya se sabe que neustros avanzados independentistas de la Señera estrellada aceptan a los Estados Unidos cuando les conviene y odian la libertad cuando les afecta. Se ha puesto de moda, por unos y otros, atacar a la Corona. Muchos no lo ven o no quieren verlo, pero el objetivo va mucho más lejos de la simple ridiculización y demolición de las figuras de los Reyes, los Príncipes y la Familia Real. Una III República sólo se implantaría, si previamente, sus impulsores garantizaran la fragmentación de España. De ahí que los menos peligrosos sean estos títeres descerebrados que queman fotografías del Rey, insultan a la Bandera de todos y provocan a una inmensa mayoría de españoles con sus salvajadas antiestéticas. Aún, todavía, aunque les pese, la Isntitución con más apoyos en la sociedad española es la Corona.

El peligro está en determinada Derecha añorante que ha pactado con una parte de la Izquierda asimiso nostálgica – ¿se puede sentir añoranza y nostalgia del desastre? – que persigue la descomposición del prestigio del Rey para alcanzar un objetivo, que ni ellos mismos saben cual es. Se pone en boca del Rey lo que jamás ha dicho, y se le atribuyen a cercanísimos colaboradores y amigos del Rey opiniones contra este que no pueden ser rebatidas ya sea por muerte o la incapacidad irreversible de los que supuestamente las pronunciaron. Soy amigo, y me honro de serlo, de Luis Herrero desde muchos años atrás. En el libro que termina de publicar, Luis atribuye a Adolfo Suárez frases textuales y vejatorias contra el Rey. Lo siento, Luis, pero me niego a darlas por ciertas. Carezco de tu pedrigrí ‘suarista’. Conocí mucho más tarde que tú a Adolfo Suárez y fui – y lo sigo siendo – su amigo con gran intensidad en sus últimos años de luz. Hemos compartido charlas interminables en su despacho de la calle Antonio Maura y hablado y comentado esquinas de la Transición durante horas. Nunca, nunca y nunca he oído de Adolfo Suárez ni una queja, ni una ironía, ni un desprecio a la persona del Rey. Lamento discrepar en público de una fantasía que también, en público, has desarrollado. Acepta mi punto de vista no como una descalificación, sino como un amparo – nunca mejor venido – de mi verdad. Y no te inclyo, claro está, entre los demoledores de la Corona, faltaría más. Pero este tipo de aseveraciones entrecomilladas ayudan a quienes, hipócritas y aduladores en la forma, buscan el descrédito de la Corona para cumplir con su aún, desorientado proyecto.

Lo de estos imbéciles que queman fotos y banderas no más allá. El peligro está en otras cumbres, mucho más altas.

Alfonso Ussía

24 Septiembre 2007

ZARZUELERÍAS

Federico Jiménez Losantos

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Hoy se presenta el último y extraordinario libro de Luis Herrero, Los que le llamábamos Adolfo, que ha obtenido en sus primeros días de vida dos poderosas colaboraciones, desinteresada una e interesadísima la otra. La primera es la del público, que ya ha agotado tres ediciones; la segunda es la movilización de la Zarzuela para sabotear la presentación y minar en lo posible la credibilidad de lo que Luis cuenta en su libro, a veces de la mano de Suárez y a veces de su propia cosecha, investigación o magín, tan rigurosos siempre como acreditan El ángel caído o El ocaso del régimen. La zarzuelería que Alfonso Ussía intentaba ayer en LA RAZÓN me parece innecesaria y, en un juanista, sorprendente. La de Suárez Illana en este periódico, digna del torero y de quienes auspician la charlotada, como si su ridículo en el PP manchego le acreditara como algo más que un guapo zascandil que no distingue los testigos de boda de los testigos de la Historia, ni lo que sabe de su padre de lo que saben otros, que puede ser menos y más. Yo soy testigo de esa desconfianza que Adolfito cuenta de Adolfo para con Luis, que honra a Luis y que explica en el libro como propia de un político hacia un periodista, dos profesiones que Suárez Illana no entiende, como prueban sus días de político prestado y sus artículos de prestamista. Y también soy testigo de cómo, pese a todo, Luis le consiguió un chollo de Telefónica a Suárez que no sabe agradecer su hijo.

Que Suárez, como todo político obsesionado por el Poder, era capaz de decirle a cada uno lo que quería oír es seguro. Luis lo prueba en el libro pese a su inquebrantable afecto y no pueden desmentirlo Adolfito ni Alfonso. Ni deberían intentarlo. Pero hay, sí, dos cosas que cuenta Luis y que afectan muy gravemente al Rey: su empeño obsesivo en nombrar a Armada para Segundo Jefe de Estado Mayor, deseo que Suárez se negó a cumplir pese al rencor de la Zarzuela, porque lo consideraba rendirse a un seguro golpe de Estado, pero que el Rey logró finalmente con Suárez caído y forzando a Rodríguez Sahagún a firmar el nombramiento del golpista. Eso no es una valoración o confidencia a solas. Es un hecho y, como tal, verdadero o falso. Segunda revelación, de la que soy testigo y que Luis cuenta como fue: el susto de Sabino Fernández Campo (despedido por censurar el libro de Vilallonga en el que el Rey despreciaba a Suárez y a la verdad), ante el libro The Shah and I con la carta en la que el Rey pide al rey saudita 10.000 millones de pesetas como «préstamo» para ayudar a UCD. ¿Se devolvió el préstamo? También eso es verdad o no. En fin, si el Rey se hubiera esforzado en parar el Estatuto catalán o la negociación con ETA tanto como en salvar a su Alcocer, atacarme a mí o ahora a Luis Herrero, otro gallo institucional nos cantaría. Ahora, los galleos sobran.

Federico Jiménez Losantos