25 agosto 2004

Congreso del PP en Galicia: Manuel Fraga Iribarne volverá a ser candidato a presidir la Xunta para evitar la división interna en el PP gallego tras el amago de escisión Baltar

Hechos

El 25 de octubre se celebró el congreso del PP en Galicia.

Lecturas

JOSÉ LUIS BALTAR PUMAR, CAPECILLA DE UNA POSIBLE ESCISIÓN

Xosé Luis Baltar Pumar y hasta cinco diputados del PP (todos por Ourense) amenazaron con abandonar el partido si se habría un proceso de sucesión unilateral por parte de la cúpula del PP. La decisión del Sr. Fraga de seguir a rebajado la trama.

25 Agosto 2004

Fraga, reincidente

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Manuel Fraga está a punto de dejar de nuevo en ridículo a cuantos le tomaron al pie de la letra cuando dijo que no volvería a ser candidato a la presidencia de la Xunta de Galicia. La primera vez que lo dijo fue hace unos diez años, en su segunda legislatura, y lo repitió luego tras las victorias de 1997 y 2001. En todas las ocasiones hubo la misma desescalada desde la negativa rotunda a repetir «y punto» hasta el «estoy disponible», puntos suspensivos.

El lunes, tras una entrevista con Mariano Rajoy, ambos dijeron las palabras necesarias para que todo el mundo interpretase que en las autonómicas de otoño de 2005 (si no se adelantan) el candidato volverá a ser Fraga. Como es natural, ya sabe que se le dirigirán sarcasmos por su perseverancia en el cambio de opinión; si persiste en ello es porque personalmente prefiere eso a abandonar el cargo, y porque cuenta con la coartada de que así evita pugnas sucesorias que podrían costar a su partido la mayoría que necesita.

La edad no es un argumento absoluto, y los rivales que fueron por ese camino en las anteriores autonómicas, invocando la salud y otros detalles, se encontraron con una nueva mayoría absoluta, reforzada por el voto de despedida (y afecto) a don Manuel de muchos de sus paisanos. No es un argumento la edad porque el propio Fraga es mejor ahora que cuando tenía 40 años. El reproche no puede ser que se presente con casi 83 -dos menos de los que tenía Konrad Adenauer la última vez que fue reelegido canciller, en 1961-, sino que no haya hecho honor a su palabra. También tenía cerca de 80 años De Gaulle cuando, en 1969, dimitió, como había prometido, tras un resultado que consideró insatisfactorio en el referéndum sobre la regionalización que había convocado.

Si vuelve a ser candidato, será la quinta vez consecutiva, lo que no acaba de encajar con la pauta que aspiraba a establecer Aznar al renunciar a permanecer más de dos mandatos seguidos. De todas formas, era una pauta pensada para la hipótesis de una victoria segura de Rajoy, el sucesor designado. Tal vez la derrota haga relativizar ese criterio, lo que sería lamentable. En todo caso, no rige para el presidente fundador del Partido Popular, cuya decisión, sea la que fuere, nadie se anima a cuestionar.

Ahora, tras los resultados del 14-M, con más motivo: el PP fue de nuevo el partido más votado en Galicia, pero la distancia se redujo de los 500.000 votos en 2000 a 158.000. Y, sin posibilidad de contar con aliados, al PP sólo le vale la mayoría absoluta. Algunas encuestas dicen que únicamente la alcanzaría con Fraga de candidato. Otras encuestas no lo confirman, pero la mera hipótesis es suficiente argumento para interpretar con criterio amplio la segunda de sus razones para no continuar, tal como las expresó en mayo de 2002: «Por razones de edad, y de conveniencia del PP».

26 Septiembre 2004

Crisis en el PP gallego

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Hace sólo unos meses, el Partido Popular se recreaba en su imagen monolítica, un bloque unánimemente blindado frente a un PSOE al que presentaba como corroído por diferencias territoriales. No era más que uno de esos espejismos que produce el poder y que se está disipando conforme el PP asimila las consecuencias de su derrota del 14-M. El liderazgo de Mariano Rajoy se enfrenta ahora en Galicia a su primera crisis interna de envergadura y con gran carga simbólica. Es el territorio del que proviene el secretario general del partido y donde gobierna su fundador, Manuel Fraga, además de una comunidad históricamente fiel al conservadurismo. Y el propio Rajoy, aunque trate de parapetarse detrás de Fraga, está implicado personalmente en la refriega. Los que amenazan con provocar una escisión son viejos rivales del líder del PP y del sector del partido que le es fiel en su tierra de origen.

Aunque los cabecillas de la rebelión que arrancó en Ourense y ya se ha propagado a Lugo enarbolen la bandera de un «galleguismo» más bien difuso, la crisis es, como tantas veces, una descarnada lucha por el poder. Se dirime el control del partido en Galicia entre dos sectores que hasta ahora habían convivido a pesar de representar intereses, modos de entender la política y hasta realidades sociológicas distintas. Los rebeldes, llamados en la jerga interna el «grupo de la boina», son los administradores de los feudos rurales del partido, celosos de su autonomía territorial y con un cierto populismo regionalista como nutriente ideológico. Rajoy y sus fieles, llamados los «urbanitas» o «del birrete», representan la línea homologable al PP nacional, un sector que trataba de marcar distancias con los métodos de la otra facción -su clientelismo territorial- sin renunciar a los formidables beneficios electorales que les reportaban.

El gran golpe llegó en enero de 2003, cuando la dirección nacional aprovechó el debilitamiento de la autoridad de Fraga durante la crisis del Prestige para cobrarse la pieza del hombre al que patrocinaban los barones como futuro líder regional, el consejero de Obras Públicas, Xosé Cuiña. Las expectativas de un triunfo electoral de Rajoy aplacaron las diferencias hasta marzo. Pero tras la derrota Fraga advirtió de que la situación podía estallar y anunció que el próximo año optaría al quinto mandato en la Xunta para «evitar que el partido se rompa». Los barones ya no confían en la autoridad del viejo patrón, a quien ven a merced de Rajoy, y se han sublevado. Emboscado entre dos bandos irreconciliables, Fraga, a punto de cumplir 82 años, puede verse obligado a convocar elecciones anticipadas en las peores condiciones para él.

06 Octubre 2004

Desvanecimiento en el hemiciclo

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La paradoja que marca el momento político gallego tuvo ayer ocasión de escenificarse en términos casi patéticos. A primera hora se comunicó que Manuel Fraga había alcanzado un acuerdo con el jefe de la facción disidente del PP en la provincia de Ourense, Xosé Luis Baltar. Poco después, en el debate anual sobre el estado de la región, el presidente Fraga, de 81 años, sufría un desvanecimiento que obligaba a suspender el pleno. La paradoja radica en que hace mes y medio se aceptó la decisión de Fraga de continuar en la brecha con el argumento de que sólo su liderazgo podría evitar que aflorase la crisis latente en el PP gallego; pero se ha comprobado que esa crisis es precisamente de liderazgo, y que pasa a primer plano precisamente por la pretensión de aplazar de nuevo la cuestión sucesoria.

El problema no es la edad de Fraga, sino la incapacidad de su partido para resolver un asunto que lleva casi una década esperando su momento; el de tomar alguna decisión que no provoque rebeliones caciquiles de eventuales perjudicados deseosos de asegurarse su futuro. El presidente fundador se reunió la noche del lunes con Baltar: una reunión de mesa camilla, en la que no se sabe qué condiciones puso el que amenazaba con romper el partido, ni cuáles aceptó Fraga para que no lo hiciera. Sólo se sabe que Baltar está satisfecho con el resultado de su «golpe de timón», que, según dijo enigmáticamente, garantiza la paz interna «hasta las elecciones». El que sea costumbre resolver así los problemas es una razón adicional para acometer una renovación de personal y estilo político. ¿Pero quién se atreve a llevarle la contraria a don Manuel?

Irse a tiempo es la prueba más difícil del político. Fraga no la ha superado. La voluntad de autoinmolación no es necesariamente prueba de generosidad. De momento, contradice el deseo de Mariano Rajoy de promover una prudente renovación en el partido, y que un líder político incumpla su palabra durante tres legislaturas consecutivas perjudica la imagen de su partido en un momento en que necesita toda su credibilidad para superar el trauma simultáneo del cambio de liderazgo y la derrota electoral. Pero además, los hábitos personalistas de gobierno y el peso de los poderes fácticos territoriales dificultan dar con un método de impulsar esa renovación en Galicia sin provocar rupturas internas. Eso, más que el desvanecimiento, es lo patético de la situación vivida ayer.

26 Octubre 2004

Armisticio gallego

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El Congreso del PP gallego concluyó con la decisión unánime de respaldar a Manuel Fraga para un quinto mandato a la presidencia de la Xunta en los comicios regionales de otoño de 2005. Fraga, a punto de cumplir 82 años, tiene una salud cada vez más precaria. La unanimidad del Congreso en torno a su figura no consigue, sin embargo, ocultar las profundas fisuras entre la facción del clientelismo rural (Cuiña y Baltar) y los que buscan una evolución hacia un partido más liberal y moderno (Núñez Feijoo, Barreiro y Palmou), con el apoyo del presidente nacional del PP, Mariano Rajoy. Y don Manuel, en medio de todo, aturdido, en una función de muñidor de un acuerdo que parece insostenible a medio plazo, pese a que su candidatura a la presidencia -en principio, no cuestionada- y la composición de la nueva dirección recibieron en este congreso un aplastante apoyo de más del 95% de compromisarios.

Ese refrendo más parece un armisticio que una paz duradera. De entrada, porque nadie asegura que Fraga esté en buenas condiciones físicas de aquí a un año. Y de salida, porque Rajoy ha dejado muy claro que el sucesor de Fraga no saldrá de un congreso regional extraordinario, sino a propuesta de la dirección nacional. Baltar, presidente del PP de Ourense, que hace un mes amenazó con provocar un cisma, sostiene que los estatutos internos del partido amparan la designación del sucesor en un congreso extraordinario y ayer mismo envió a Rajoy el recado público de que no aceptará una elección a dedo. Para añadir confusión al caso, el secretario general, Ángel Acebes, abundó en que es una competencia del comité electoral nacional, mientras Fraga sostenía lo contrario.

Por el momento, aun cuando resulte paradójico dada su avanzada edad y precaria salud, el PP gallego ve en Fraga su única garantía de victoria en los comicios de 2005. Con él, el partido volvió a ser la formación más votada en las generales de marzo y en las europeas de junio, pese al desgaste causado por el Prestige y el impacto de la victoria de los socialistas. Sin él, los populares gallegos sólo atisban incertidumbre. Con todo, el PP de Galicia tendrá que afrontar más pronto que tarde una corrección de rumbo que exige poner coto al rancio caciquismo de los barones provinciales. En el mejor de los casos puede acallar la crisis hasta después de los comicios, pero todo apunta a que tarde o temprano la sucesión de Fraga provocará un estallido interno. Una situación de la que podrían aprovecharse el PSOE y el Bloque Nacionalista Galego (BNG) para poner término a la larga hegemonía del PP en Galicia.