18 junio 2019

Manuel Valls desobedeció a Ciudadanos y votó a favor de Ada Colau como alcaldesa para impedir que ERC se hiciera con la alcaldía

Manuel Valls rompe con Albert Rivera tras la decisión de este de que Ciudadanos nunca apoye a la izquierda aun a costa de que eso entregara la alcaldía de Barcelona a los independentistas

Hechos

El 17 de junio de 2019 D. Manuel Valls anunció su ruptura política con D. Albert Rivera y el partido político Ciudadanos.

Lecturas

Ciudadanos se presentó a las elecciones municipales de Barcelona de 2019 con una plataforma denominada Barcelona Pel Canvi-Ciutadans encabezada por el primer ministro de Francia, D. Manuel Valls Galfetti, que obtuvo 6 concejales.Los independentistas liderados por D. Ernest Maragall lograron la mayoría lo que podía permitir que Barcelona cayera en manos de ERC, salvo que Barcelona Pel Canvi-Ciutadans votara a favor de la izquierdista y hasta ahora alcaldesa Dña. Ada Colau (Barcelona en Comú)

La dirección nacional de Ciudadanos liderada por D. Albert Rivera Díaz ordenó abstenerse en la investidura, aunque eso en la práctica suponía entregar la alcaldía a ERC, pero D. Manuel Valls Galfetti y otros dos concejales de Barcelona Pel Canvi-Ciutadans, Dña. Eva Parera Escrichs y el exministro D. Celestino Corbacho Chaves votaron a favor de la Sra. Colau, que lograba así ser reelegida alcaldesa de Barcelona, aunque ella misma manifestara que lamentaba hacerlo con los votos del Sr. Valls.

El 17 de junio de 2019 Ciudadanos anuncia la ruptura del partido con D. Manuel Valls por hacer alcaldesa de Barcelona “a una populista”. El Sr. Valls responderá en una rueda de prensa el 19 de junio de 2019 reprochando a D. Albert Rivera Díaz haber caído en la estrategia del ‘cuanto peor, mejor’.

Tanto D. Manuel Valls como Dña. Eva Parera Escrichs pasarán al Grupo Mixto, no así D. Celestino Corbacho Chaves, que opta por permanecer en Ciudadanos.

18 Junio 2019

Valls y Rivera: un divorcio cantado

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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HACE un año, el fichaje de Manuel Valls por parte de Albert Rivera para la política española fue recibido con una mezcla de satisfacción y cautela. Satisfacción porque un ex primer ministro de Francia, nacido en Barcelona y posicionado inequívocamente en contra del populismo y el nacionalismo, se antojaba un gran refuerzo para el constitucionalismo. Cautela porque toda la carrera política del candidato a la alcaldía de Barcelona se había desarrollado fuera del contexto político español, tan diferente del francés. La jugada no dejaba de entrañar riesgo, porque Ciudadanos, primer partido de Cataluña, subrogaba su voz propia en el consistorio de la capital a un político ajeno a la cultura política nacional.

A medida que Cs iba dejando clara su intención de disputar el espacio liberal al PP y confrontar con esa versión inescrupulosa del socialismo que es el sanchismo, las libérrimas opiniones de Valls empezaron a discrepar de la línea oficial. La gota que colmó el vaso de la paciencia de Rivera fue el anuncio del voto a favor de Ada Colau después de un decepcionante resultado electoral. El argumento era impecable: Colau, soberanista y populista, parecía el mal menor comparado con la alternativa de entregar Barcelona a ERC. Cs no lo vio así: consideraba a Colau tan mala como Ernest Maragall y sospechaba que hacerla alcaldesa no sería entendido por sus bases. Valls pronunció un discurso modélico en la toma de posesión, desmontó la consideración de preso político de Joaquim Forn y se negó a darle la mano al supremacista Torra. Pero ayer mismo Colau pactaba con ERC y los de Puigdemont el retorno del enorme lazo amarillo al balcón del Ayuntamiento de Barcelona; toda una declaración de intenciones de una alcaldesa ingrata y poseída por una culpa imaginaria que ansía compensar acentuando su soberanismo: la culpa de haber sido elegida con votos de Valls. Si alguien pensaba que ese apoyo serviría para controlar las inclinaciones de la regidora –o que el PSC dejaría de ser el PSC–, el día de ayer delató su voluntarismo. Por no hablar de lo que puede hacer Colau tras la sentencia del juicio del 1-O.

La ruptura entre Valls y Cs era previsible, y tiene un coste para los de Rivera. Pero a buen seguro un coste menor que aguantar durante toda una legislatura los devaneos separatistas de Colau con el aval fundacional de los votos de Cs. Más allá de los rumores que apuntan al proyecto personal en el que ya estaría trabajando Valls para refundar un espacio catalanista de izquierdas no separatista, no cabe negarle buena intención y altura de miras. Otra cosa es que el idealismo a veces rompa en ingenuidad. En la izquierda catalana un jacobino como Valls –o como Borrell– es una absoluta excepción; la norma es el filonacionalismo, la deslealtad al Estado o la mera cobardía. Y si sigue en política en España, el propio ex primer ministro tendrá muchas más ocasiones para comprobarlo.

No cabe negarle altura de miras a Valls, pero quizá pecó de ingenuo

23 Junio 2019

Anti

Enric González Torralba

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El respaldo indirecto de Rivera a Maragall en la alcaldía de Barcelona, por la vía del “no es no”, tardará en ser digerido

El prefijo anti suele conducir a callejones semánticos muy oscuros. No me refiero a palabras venerables que lo llevan incorporado, como antifaz o antimonio, sino al anti transformado en profesión de fe. Ese anti posee una perversa cualidad conectiva entre antagónicos y, además, reseca el cerebro. Permitan que me explique.

Vamos con la cualidad conectiva. Un ejemplo sencillo: no hay nada tan parecido a un fascista como un antifascista. Si te gusta salir a la calle para pegarte con fachas, si te gusta reventar actos públicos, si censuras por tu cuenta y a palos un discurso en una universidad o impides por la fuerza que un candidato haga campaña, si gritas insultos hasta quedarte afónico, ¿qué crees que eres? Lo mismo con el anticomunismo. Anticomunistas hay muchos, pero quienes ponen el término en su tarjeta de visita propenden a actuar exactamente como el famoso dúo que componían el padrecito Stalin y el comisario Beria. Véase la Triple A, Alianza Anticomunista Argentina, un grupo surgido del peronismo de extrema derecha y de la policía que en los años setenta secuestró, torturó y asesinó a centenares de personas, muchas de ellas peronistas de izquierdas.

Por la misma cualidad conectiva, el nacionalismo independentista catalán ha ido adoptando los rasgos que atribuye al peor nacionalismo español: la voluntad hegemónica, la exclusión del que habla distinto, la acusación de traidor hacia quien no está dispuesto a embarcarse de nuevo en todo aquello de la “unidad de destino en lo universal”. Abundan los ejemplos y no hace falta extenderse.

Luego está lo de que reseca el cerebro. ¿Qué me dicen del antifranquismo? Una cosa es desmantelar lo que aún queda de la dictadura y cerrar las heridas de la lejanísima Guerra Civil, dando sepultura a todos los muertos; otra cosa es utilizar el espantajo de Franco para remover las vísceras de la gente y fomentar la crispación. El caso más claro, en cualquier caso, es el que ofrece el antieuropeísmo británico. Es fácil hablar de soberanía, de libertad nacional, del pasado glorioso y del futuro resplandeciente cuando puedes atribuir todos tus males a una entidad externa y supuestamente enemiga: los “burócratas de Bruselas”. El gran problema aparece cuando desaparece el enemigo. Cuando ya no puedes ser solo anti y te ves obligado a definirte. De una forma o de otra, cuando el Reino Unido deje la Unión Europea va a encontrarse con un antiguo partido hegemónico y tradicionalista, los tories, convertido en una olla de populistas exaltados; con una crisis constitucional (los retorcimientos del Brexit han desdibujado las funciones del primer ministro y del Parlamento), y con un país dividido en dos partes que al menos compartirán un sentimiento: la frustración.

Algo de eso debe estar pasándole a Albert Rivera. Forjado en el antinacionalismo catalán, con un fondo de comercio basado en la lucha contra el delirio civil de los partidos independentistas, parece necesitar que sus enemigos se mantengan poderosos. Su respaldo indirecto a Ernest Maragall en la alcaldía de Barcelona, por la vía del “no es no”, tardará en ser digerido por quienes le veían como parte de la solución y descubrieron que también podía ser parte del problema.