25 febrero 2001
Marta Ferrusola (esposa de Jordi Pujol) rechaza que la Administración ayuda a inmigrantes que no sepan hablar catalán
Hechos
Fue noticia el 25 de febrero de 2001.
25 Febrero 2001
Haider en España
Ha dicho Jordi Pujol que el problema planteado por las declaraciones de Marta Ferrusola, su esposa, sobre la nueva inmigración es que ella utiliza ‘un lenguaje muy directo y muy franco’. En efecto, ése es el problema: que no ha recurrido al lenguaje políticamente correcto del nacionalismo actual, sino al más sincero que algunos nacionalistas emplean en privado. Ahora bien, ese lenguaje es más parecido -casi calcado- al de un Jorg Haider, el líder de la extrema derecha xenófoba austriaca, que al del nacionalismo integrador que predica Pujol.
Las palabras de Ferrusola pretenden tejer una denuncia de los supuestos abusos que de las prestaciones sociales hacen estos inmigrantes; del presunto favoritismo de la Administración, incluida la que encabeza su marido, hacia ellos en detrimento de los nacionales; de su supuesta tendencia a imponer sus costumbres, su lengua y su religión, completada con una actitud refractaria hacia los valores de la sociedad que los acoge; de su llegada como presunta amenaza hacia ésta, dada su mayor fertilidad… Todo ello en un lenguaje que combina desprecio, miedo y amenaza.
Es un discurso xenófobo: que transmite hostilidad al extranjero. Recuerda al discurso de un Sabino Arana que culpaba a la invasión maketa de la inseguridad ciudadana, corrupción de costumbres, aumento de la conflictividad social y pérdida de la religiosidad. Pero el propio Arana reprochaba a los nacionalistas catalanes su voluntad integradora: de ‘atraer hacia sí a los demás españoles’ [en lugar de] ‘rechazarlos como extranjeros’. Ya hace tiempo que Pujol se arrepintió de su artículo de 1958 en que definía al inmigrante (andaluz o murciano) como ‘un hombre destruido y anárquico’ que, ‘si por su número llegase a dominar, destruiría a Cataluña’, pues ‘introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad’.
El presidente de la Generalitat defiende desde hace muchos años una actitud integradora, que no es lo mismo que asimilacionista, respecto a los llegados de fuera. La sociedad de acogida, ha escrito, ‘debe ser justa, respetuosa, no discriminatoria, favorable a todo lo que puede ayudar a promocionar a los inmigrantes’. Y es esa actitud lo que da coherencia a su oposición a determinados aspectos de la Ley de Extranjería que ha promocionado el PP. La cuestión es saber cuál de esas dos actitudes de Pujol es la auténtica.
Porque han sido las declaraciones de Pujol, y antes las de su conseller en cap, Artur Mas, las que han acabado por dar estatuto público a las palabras de Marta Ferrusola (que de todas formas no es una particular: es dirigente sectorial de su partido, además de esposa del presidente catalán). Pujol y Mas han tratado de justificarla alegando que ‘la gran mayoría de los ciudadanos piensa como ella’. Dejarse arrastrar por lo que se supone bajos instintos y torcidas pasiones del hombre de la calle es renunciar al papel pedagógico que corresponde a todo líder democrático: si se tratase de cabalgar la ola, no tardaríamos en escuchar que hay que restaurar la pena de muerte. De esa renuncia parte la legitimación del autoritarismo, y por ello el drama no está en los prejuicios xenófobos de Ferrusola, sino en su aceptación como algo natural por los dos principales dirigentes institucionales de la Generalitat. Es cierto que al observar que ‘muchos comparten’ Pujol no afirma que entre esos muchos esté él. Pero tampoco indica lo contrario, seguramente porque sabe que muchos de esos muchos le votan a él.
Pero no sólo a él. La nueva oleada migratoria está suscitando en toda Europa reacciones de hostilidad al percibido como diferente. Las respuestas de los gobiernos van de la improvisación demagógica al autoritarismo. ‘Había un problema y se ha solucionado’, dijo alegremente Aznar al dar cuenta de la indigna expulsión de un centenar de inmigrantes. Luego vino el pogromo de El Ejido, y hace pocos días un socialista, vicepresidente del Parlamento andaluz, consideraba gracioso decir -creyendo que el micrófono estaba apagado- que ‘los moros, a Marruecos, que es donde tienen que estar’. Los nacionalistas no tienen el monopolio del desprecio al definido como diferente.
La revolución industrial y la desintegración de los imperios centroeuropeos generaron en el primer tercio del siglo pasado inmensas oleadas migratorias y brotes de xenofobia y de racismo, que en un caso desembocaron en la mayor vergüenza de la historia europea. Hoy recorremos los primeros pasos de una nueva revolución económica global, que multiplicará las tensiones poblacionales y constituirá la base de cualquier desafuero xenófobo. Por eso el episodio Ferrusola no merece comprensión, ni admite frivolización ni minimización. Sólo el más contundente rechazo.
24 Febrero 2001
Pujol y Ferrusola, o cómo pasar del nacionalismo a la xenofobia
El presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, afirmaba ayer que «la gran mayoría» de los ciudadanos, «el 80 por ciento de las opiniones» de los oyentes de radio, están de acuerdo con su esposa, Marta Ferrusola, sobre la integración de los inmigrantes. Ferrusola había acusado a éstos de intentar «imponer» su religión y su cultura. Ahora, Pujol vuela en socorro de su esposa, como ya lo había hecho su conseller en cap, Artur Mas. Y, aunque reconozca que el lenguaje «directo y franco» de su mujer puede causarle a la Generalitat «un determinado problema si se expresa de una manera que haya gente que considere que no es la adecuada», en ningún momento se distancia de sus opiniones ni, mucho menos, las denuncia. Esta muestra de cariño y lealtad marital resultaría más emocionante y, desde luego, convincente si no fuese porque Pujol tiene graves responsabilidades políticas que deberían obligarle a mostrarse intransigente ante cualquier manifestación que alimente la hidra de la intolerencia, que pueda dar argumentos a los salvapatrias xe- nófobos. Pero, claro, ahí está ese germen siempre latente de intolerancia que anida en todo nacionalismo (en el nacionalismo español, también). En el País Vasco estamos viendo que el PNV, si ha de escoger entre democracia y nacionalismo, se acaba inclinando por el nacionalismo. ¿Harán lo propio los catalanes de CiU en una disyuntiva entre tolerancia del forastero y nacionalismo? Hay que temer, a la luz de este incidente, que así sea. Resultó revelador -casi freudiano- que la presidenta aportase esta curiosa idea sobre las expulsiones de inmigrantes: «El que se quede en Cataluña que hable catalán, porque el castellano sí lo hablan».
24 Febrero 2001
La mujer del César
No hay mayor error que no saber corregir a tiempo los errores anteriores.
Erró Marta Ferrusola al pronunciar el discurso racista contra los inmigrantes, volvió a errar el delfín Artur Mas al ampararla con una argumentación justificativa y ha errado Jordi Pujol al cubrirla con el capote de la Generalitat de Cataluña.
Tres equivocaciones sucesivas que desembocan, además, en la gran equivocación de Convèrgencia i Unió que, como los tres célebres monos, no ha oído los propósitos xenófobos de la consorte, no habla sobre la coartada del heredero y no ve lo que hace el Honorable mientras cientos de sin papeles continúan encerrados en iglesias de Barcelona.
Tres líderes y una coalición que han perdido los papeles, porque honra tanto al ciudadano Pujol como deshonra al político Pujol la defensa de su consorte sobre la base de establecer una inexistente separación entre lo que dice su señora y lo que se hace desde la plaza de San Jaime.
Por lo visto, escuchado y silenciado, la mujer del presidente de la Generalitat, al contrario de la del César, no sólo debe ser racista sino también parecerlo.
Por mucho menos de lo dicho por la señora Pujol, el vicepresidente socialista del parlamento andaluz, Rafael Centeno, tuvo que presentar su dimisión.
Bien es verdad que cometió la ignominia de permitir que durante más de una semana las sospechas recayeran en un diputado popular, pero bien es verdad, también, que sus comentarios racistas no estaban destinados a los medios de comunicación como los manifestados por Marta Ferrusola.
De igual modo, su carácter íntimo podría haber sido utilizado por el presidente Manuel Chaves para adelantarse a Pujol a la hora de formular una distinción sibilina entre lo que una persona dice en privado y lo que la Junta de Andalucía hace públicamente.
Nunca sabremos lo que habría ocurrido si Centeno no hubiese escondido la mano después de arrojar la piedra xenófoba, pero el hecho cierto es que en Cataluña destacadas personalidades parecen disponer de una carta blanca para denigrar a los negros que, afortunadamente, parece no existir en Andalucía.
Esa es la diferencia entre un Centeno solitario y una Ferrusola arropada. Flaco favor le hacen al Gobierno de José María Aznar, en las vísperas de la negociación entre Jaime Mayor Oreja y Jesús Caldera, estos tres abanderados catalanes de la Ley de Extranjería.
Si ningún dirigente de CiU rectifica a Ferrusola, y todos cierran fila con sus despropósitos, podría entenderse que la mujer del César se haya limitado a exponer en voz alta lo que el César expone en voz baja. Pudiera ser, un hombre tan inteligente como Pujol no puede actuar tan torpemente, que no fuese un desliz sino un sutil mensaje enviado a una sociedad catalana en la que, como las cercanas europeas, el racismo avanza en la misma medida que crecen los inmigrantes. Al fin y al cabo, estos últimos no votan y hasta hace poco el único negro que conocían los catalanes era el que estaba disecado en el museo de Bañolas.