28 diciembre 2003

Martín Prieto insinúa en EL MUNDO que tanto Francisco Franco como José Antonio Primo de Rivera eran homosexuales

Hechos

Artículo publicado el 28 de diciembre de 2003.

28 Diciembre 2003

Homosexuales bajo el franquismo

Martín Prieto

Redada de violetas. La represión de los homosexuales durante el franquismo

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Conocí a Jerónimo Saavedra-Acevedo cuando era rector de la Universidad de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife) y, tropezándole en las regias escalinatas me dirigí a él como a Saavedra-Fajardo, en un lapsus lingüe en el que debió influir que él bajaba y yo subía.«Aquél fue otro», me contestó con la cortesía que le caracteriza.

Luego, ya como ministro, no recuerdo si de Administraciones Públicas o de Educación y Ciencia, estuvo una noche de fiesta en mi casa, riendo y bailando, dándonos a lo lúdico y haciendo abstracción temporal de las ruinas de la política. El doctor Saavedra (también ex presidente de la Autonomía Canaria), recibió un golpe tremendo en unas fechas como éstas en las que pasaba unos días de descanso en una isla canaria junto a su pareja. La Guardia Civil le despertó al amanecer para comunicarle que el hombre con el que pasaba sus vacaciones había muerto de madrugada en un accidente de automóvil.Jerónimo Saavedra se hizo a sí mismo la promesa de que nunca más disimularía su homosexualidad, tras la visita de la muerte a quien todo hace igual; como el caballero que es: sin los exhibicionismos que igualarían a los alardes sentimentales de los heterosexuales y con el reivindicativo dolor de corazón de quien ha perdido tan inesperada y trágicamente a su amante.

Y es que lo único que no me gusta de Redada de violetas. La represión de los homosexuales durante el franquismo. (Ed. La Esfera de los Libros, que Ymelda Navajo ha llevado al éxito en tan poco tiempo) es su portada: una pareja de hombres travestidos de folclóricas de faralaes tocadas con sombrero andaluz, que dan una imagen regional (como si el homosexualismo tuviera algo que ver con el andalucismo) y que no transmiten el drama al que los aquí mal llamados gays fueron sometidos muy poco alegremente por el franquismo y lo que nos queda aún de franquismo sociológico.Pero la falta de satisfacciones sociales en la opción sexual de Alejandro Magno, Julio César y Marco Antonio o Miguel Angel o Leonardo da Vinci (interminable) son satisfechas en este libro primero por el citado prologuista y luego por el epiloguista, Pedro Zerolo, concejal socialista por Madrid y apologeta de las bodas homosexuales. De niño asistí a un crimen (¿homosexual?) en unos céntricos urinarios públicos de Madrid. La policía lo tuvo fácil: tiró del registro de vagos y maleantes en el que fichaba a los homosexuales y empezó a repartir bofetadas y vejaciones hasta que uno, derrumbado, dio la pista del asesino, que lo había sido por celos. Ni siquiera le juzgaron por el entonces vigente, aunque aberrante, crimen pasional.

La homofobia franquista necesita de una antropología. El nazismo imperante mandó con triángulos rosas a los campos de concentración a los de sexualidad distinta, pero la jerarquía nazi estaba trufada, al menos, de bisexuales, y el culto al cuerpo inducido a las SS propició el amor griego. Entre nosotros la cosa no llegó al exterminio, pero la latente homosexualidad del propio Franco (quien debió de su etapa africanista temer el placer por los efebos del Corán; la homosexualidad siempre es miedo) y del fundador del fascismo español, José Antonio de Rivera, a quien pese a ser fusilado a los 33 años nunca se le conoció mujer, ni por asomo, y sí su lealtad-amor y compañía por sus jóvenes escuadristas, a más del machismo generalizado de la Guerra Civil en la que la izquierda en armas no dudó en fusilar milicianas por putas y sifilíticas.

Aunque el libro se refiera a la represión franquista, la homofobia no es problema de derechas-izquierdas (la revolución rusa arrasó con los distintos), sino de la intolerancia de ambas, nutridas paradójicamente de munición por un catolicismo (no cristianismo) que ve a Satanás entre el amor de dos hombres o dos mujeres.

Este libro de un historiador como Arturo Arnalte devuelve la dignidad que se adquirió en una represión despreciable y brutal contra los maricones del franquismo que no tenían derecho ni a llamarse «gays», término aún no inventado. Yo creo que no por otra cosa a don Jacinto Benavente (que tuvo una hija) se le prohibía firmar otra cosa que como «El autor de la malquerida». En una calle de Madrid un chulo, al cruzársele, le dijo: «Yo no le cedo el paso a un maricón». Benavente le contestó muy educado: «Yo sí, yo sí se lo cedo a usted, con mucho gusto».

Sin embargo no sé si la legítima reivindicación homosexual y lésbica esté dando sus mejores pasos con cabalgatas carnavalescas, portadas como la de este oportuno libro, y cuotas del otro amor como las que se dan en nuestras televisiones públicas y privadas.Se impuso por ley, tradición y religión el matrimonio heterosexual y no deben seguir los homos por el mismo camino: de intolerancia y diferenciación impositiva. El libro queda abierto: cuenta lo que pasó bajo una dictadura impresentable y, quizá y no para mi gusto, decadentes anécdotas hacia lo cómico, aunque a lo peor no fuera de otra manera.

Hoy la homosexualidad ha de ser otra forma de ejercer la afectividad entre los seres, sea cual fuera su naturaleza. Sin necesidad de que haya cuota de gays en las televisiones como hay cuota femenina en la política. Excesos expresivos como los de tantos heterosexuales, están de más; y defectos tímidos como los de muchos homosexuales, están de menos. Me quedo con Jerónimo Saavedra y su terrible anécdota: ante el ingreso ominoso de la muerte en tu espacio, ten el valor de mostrarte tal cual sois. Que Dios se lo haya consolado.