16 febrero 2005

Matanza en El Libano: Asesinados el ex primer ministro Rafiq Hariri [Rafik Hariri] y otras 20 personas en un atentado del que la población responsabiliza a Siria

Hechos

Fue noticia el 25 de febrero de 2005.

16 Febrero 2005

Asesinato en Beirut

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberi)

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Líbano se había convertido desde 1990, acabada su devastadora guerra civil de 15 años, en uno de los lugares menos noticiosos de Oriente Próximo. Hasta que un coche bomba ha hecho volar por los aires al ex primer ministro Rafiq Hariri y provocado una matanza que, por su organización y precisión, sugiere una mano experta que es difícil asimilar con el desconocido grupo terrorista que la ha reivindicado. La carnicería ha evocado inmediatamente los años de plomo.

Hariri, un multimillonario suní y arquitecto principal de la reconstrucción de Líbano, era la emblemática imagen política del diminuto país. Había sido su primer ministro durante diez de los últimos quince años, era un factor determinante de su relativa calma y el abanderado de la independencia frente a la dominación siria. En octubre abandonó el cargo ante la maniobra de Damasco para prorrogar el mandato de su marioneta en Beirut, el presidente Emile Lahud. Los dirigentes libaneses prosirios acusaban a Hariri de haber instrumentado la resolución del Consejo de Seguridad, patrocinada por EE UU y Francia, en la que se pide la salida de Líbano de los 15.000 soldados sirios.

Desde Beirut, la oposición acusa del magnicidio a Siria. Haber salido inmediatamente a la palestra para condenar el crimen y exigir responsabilidades no va a ahorrar a Damasco una nueva e inquietante vuelta de tuerca por parte de Washington. Bush considera al régimen dictatorial del presidente Bachar el Asad un factor desestabilizador en la zona y albergue de terroristas, pese a su cooperación esporádica con EE UU. En buena lógica, un Estado débil en el punto de mira de Bush -y también de Israel- no debería tener el menor interés en acercarse un poco más al precipicio. Es cierto que Damasco tenía un excelente motivo para querer eliminar a Hariri de la escena, puesto que el ex jefe de Gobierno asesinado tenía intención de concurrir a las próximas elecciones de mayo, lo que inevitablemente habría significado una derrota para Siria y sus aliados en Líbano. Pero resulta aparentemente suicida implicarse en una operación que hará insostenible seguir manteniendo bajo su férula al país de los cedros sin correr riesgos extremos.

El asesinato de Hariri puede responder a una venganza siria, a un ajuste de cuentas en el caótico escenario político libanés -cristianos maronitas y ortodoxos, musulmanes chiíes y suníes, drusos, prosirios, proiraníes, clanes, facciones…- o a un intento más elaborado para desestabilizar definitivamente el conjunto de la región. Casi cualquier hipótesis es verosímil. Pero, en cualquier caso, parece servir inmejorablemente a los partidarios del «cuanto peor, mejor».

03 Marzo 2005

Líbano como síntoma

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Que un Gobierno libanés acabe de caer por la incontenible presión popular y no por maniobras palaciegas es todo un hito. Que las calles de Beirut se mantengan ocupadas durante días por multitudes que gritan contra Siria, el vecino que maneja desde hace 20 años los hilos de Líbano, lo es más. Pero está sucediendo en el país árabe y es una muestra de que la presión occidental sobre Damasco comienza a dar fruto. El sentimiento antisirio acumulado en Líbano ha culminado, tras el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, en una suerte inimaginable de poder popular.

Está por verse si estos acontecimientos, vertiginosos para un país teledirigido, confirman un giro estratégico en Oriente Próximo querido por Washington y al que también apuntarían elementos como las elecciones iraquíes, el incipiente armisticio palestino-israelí o el vago anuncio egipcio de reformas democratizadoras. Resultaría simplista, en cualquier caso, identificar lo ocurrido estas dos semanas en Beirut con un triunfo de la democracia. Líbano es un país faccional y complejo, en el que los factores religiosos y étnicos resultan decisivos y donde la mano de Siria no aflojará fácilmente.

Las elecciones de mayo deben ser la prueba de fuego del cambio. Es vital que esos comicios estén controlados por un Gobierno interino y neutral, que se celebren sin intimidación -tal y como acaban de exigir Washington y París- y bajo un creíble escrutinio internacional que impida su manipulación para instalar el Parlamento de turno querido por Damasco. Presumiblemente el nuevo Gobierno deberá resolver la definitiva retirada de las tropas sirias -y el desarme de milicias como Hezbolá-, en línea con la resolución 1.559 del Consejo de Seguridad. Damasco ayudó a acabar una guerra civil de quince años, pero 15.000 de sus soldados, amén de una malla de paramilitares y agentes, permanecen en Líbano en contra de los acuerdos de Taif de 1989.

Acosada directamente por EE UU, en el punto de mira de Francia y de la ONU, Siria está en camino de verse rodeada por poderes indiferentes u hostiles. Las precipitadas embajadas de Bachir el Assad intentan impedir la internacionalización del conflicto y conseguir ayuda de otros gobiernos árabes para reducir una presión por momentos asfixiante. De ahí también los recientes gestos del baasismo sirio, tras ser señalado como la mano negra tras el magnicidio de Líbano y el atentado suicida de Tel Aviv. Se ofrece a cooperar con la ONU para perfilar la retirada de su Ejército, apoya verbalmente los esfuerzos de paz entre palestinos e israelíes y facilita la entrega en bandeja a EE UU de un hermanastro de Sadam acusado de instigar desde Siria ataques terroristas en Irak.

Es muy improbable que el presidente Bush, encenagado en Irak y sin pretextos probados de envergadura, se embarque en una acción armada para provocar un cambio de régimen en Damasco. Pero la espoleta de Líbano sugiere el declive del largo y oscuro ciclo manipulador de Siria en el conjunto de una región en la que, por otra parte, no hay inocentes.