16 diciembre 1980

Muere Alexei Kosygin: el jefe de Gobierno de la URSS muere tras haber quedado relegado del poder por el dictador Leonidas Breznev

Hechos

Alexei Kosygin, Presidente del Consejo de ministros de la Unión Repúblicas Socialistas Soviéticas falleció en diciembre de 1980.

10 Noviembre 1979

La debilidad de los hombres fuertes

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

Leer

LA HEMORRAGIA cerebral del presidente del Consejo de Ministros, Kossiguin, acumulada al deterioro continuo de la salud del jefe del Estado, Brejnev, dan una imagen apurada y precaria del poder en la URSS. Permiten, por lo menos, la especulación acerca de unas posibles dificultades interiores que impidan una sustitución satisfactoria para el país y para los distintos grupos que puedan disputárselo. La URSS, que celebraba el 7 de noviembre el 62 aniversario de la Revolución de Octubre (la diferencia nominal de fechas es consecuencia de la reforma del calendario), tiene una marcada tendencia a la gerontocracia, que parece ser una consecuencia del sistema comunista, tal como ha ido derivando.Sucede lo mismo en China, y de una manera bastante parecida en los países europeos del mismo régimen, en los cuales, cuando la renovación biológica se ha realizado por cuadros más jóvenes (Dubcek), se han producido situaciones de malestar bastante graves a veces, que han tenido que ser rectificadas después por el viejo aparato e incluiso por la presión violenta.

En la Unión Soviética, el ejercicio del gran poder, y aun de los poderes locales menores, parece estar referido a la solvencia de haber estado presentes en la Revolución de 1917; cuando se han ido segando las generaciones de protagonistas, han ido entrando las inmediatamente siguientes, que, por lo menos, han asistido y trabajado en los largos años difíciles y «comprenden» el espíritu de la revolución; pueden medir el resultado entre las condiciones de vida anteriores y las logradas por los años de esfuerzo. Los más jóvenes tenderían a ser, menos comparativos y a tratar de establecer mejoras absolutas y no relativas, que los viejos cuadros siguen considerando excesivas y peligrosas. Así el poder se forma por cooptación entre las clases senatoriales y configura una especie de aristocracia que hasta tendería a ser hereditaria, a juzgar por los frecuentes casos de nepotismo.

Es obvio señalar que las posibles ventajas que pueda tener este sistema (no muy diferente al franquista en España) están muy superadas por sus desventajas. Notablemente, por la creación de un conservadurismo de clase política que tifle toda la vida del país y la retrasa en su relación con los progresos técnicos interiores y exteriores y con una dinámica de vida que se produce de manera inevitable.

Y, notablemente también, por el penoso espectácvilo de ver ejercido el poder visible por dos ancianos valetudinarios que comparecen en público rodeados de médicos dispuestos a intervenir en caso de urgencia. Es la debilidad de los hombres fuertes la que aparece manilesta en estas situaciones. Podría repetirse aquí también la estampa macabra de un general Franco arrastrando durante años enfermedades que minaban lo que muchos consideran todavía como su lucidez de años anteriores; por lo menos, de su entereza para zanjar y para sostener el régimen de su invención hasta la prolongación inútil y cruel de su vida en los últimos meses.

Es una razón más para afianzarse en la creencia de la democracia, cuando tiene proximidad con su pureza original: el poder compartido y extenso, como las responsabilidades, y el establecimiento de un sistema abierto para la sucesión en cualquiera de los casos posibles sin que sufra la continuidad del Estado. Aunque últimamente la democracia se va desfigurando también en el apoyo a los poderes largos.

Kossiguin y Brejnev son posiblemente unos héroes que llevan adelante el esfuerzo grave de sostener una de las dos primeras potencias del mundo. Este heroísmo no pasa de ser un rasgo biográfico o, si se quiere, hagiográfico dentro de la imaginería de su régimen. Pero está lejos de ser conveniente para su país, para su partido y desde luego para un mundo en el que las interdependencias son cada vez mayores.

24 Octubre 1980

Kosiguin, un adiós irrelevante

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

Leer

LA DIMISION de Kosiguin de la presidencia del Gobierno de la URSS no parece tener un significado profundo. Un anciano enfermo es sustituido por alguien apenas menos anciano que él -un año menos-, aunque más saludable. El jefe del Gobierno soviético, arrasado por una debilidad del corazón desde hace años, no tenía tampoco una gran proporción de poder; pareció compartir la fuerza de Breznev en los primeros momentos en que se trataba de borrar el exceso de brillo de Jruschov, pero poco a poco fue perdiendo peso específico para ser considerado solamente como un viejo compañero recompensado por un cargo cuya burocracia ejercía bien, mientras Breznev ascendía, sobre todo desde la exclusión de Podgorny -que fue también en tiempos hombre de la dirección colegial-, que le convirtió en jefe del Estado con una Constitución presidencialista. Toda suspicacia que crea posible relacionar la dimisión de Kosiguin con las críticas de Breznev en el Soviet Supremo a la política económica carece de fundamento. Como no puede tenerlo, por ahora, el nombramiento de Tijonov para el cargo de jefe de Gobierno. Es un ascenso por escalafón: era ya el primer vicepresidente del Gobierno, y no hace más que llegar ahora al despacho de su jefe inmediato. Sus 74 años no hacen pensar que se trate de un innovador. La URSS sigue manteniendo la base gerontocrática de su política, cuya fuente es una fe sin límite en los hombres de la revolución; extinguidos ya aquéllos -en noviembre se cumple el 63 aniversario de la Revolución de Octubre, por razón de la modificación del calendario-, van quedando los que fueron niños entonces y los que maduraron en plena guerra civil. Es una manera de perpetuar unos principios; aunque el resultado sea la esclerosis y la falta de adaptación a las nuevas situaciones. Tijonov pertenece a esta serie, y su poder será siempre, y solamente, el que quiera reflejar en él Breznev.