6 octubre 2006

Las luchas entre 'eurocomunistas', 'pro-soviéticos' y carrillistas reventaron el histórico partido comunista catalán en el periodo 1980-1982

Muere Antonio Gutiérrez Díaz, Secretario General del PSUC durante la Transición, en la que el partido pasó de su momento de auge y caída

Hechos

El 6 de octubre de 2006 se conoció el fallecimiento de D. Antonio Gutiérrez Díaz.

07 Octubre 2006

El optimismo de la voluntad

Rafael Ribó

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En plena dictadura franquista, recién decretado uno de los estados de excepción, se presenta A. G. D., con la barba afeitada, en la puerta de casa de unos amigos, y les dice que estén tranquilos que no pasa nada. Es la misma persona que en otras circunstancias, acabada de ingresar en la prisión Modelo de Barcelona, cuando había sido detenida junto con 113 personas más pertenecientes a la Assemblea de Catalunya, en el año 1973, anima a sus compañeros diciéndoles: «Los tenemos acorralados». Era Antoni Gutiérrez Diaz.

Es sólo una muestra del optimismo nato que infundía al trabajo político democrático en clandestinidad una constante aureola de voluntarismo y contagiaba ilusiones en todos aquellos que pudiesen contribuir a engrosar las filas de los demócratas para derribar la dictadura y alcanzar un régimen de libertades democráticas.

Lo demostró ya en el penal de Burgos, tras una primera detención y condena, donde conoció a Julián Grimau poco antes de que éste fuese asesinado por la dictadura.

Lo reafirmó en el PSUC como dirigente y como secretario general que fue desde la transición hasta entrada la democracia. Y luego lo consolidó con su firme fe europeísta con ahínco y dedicación en el árido Parlamento de Estrasburgo o Bruselas, del que llegó a ser uno de sus vicepresidentes y uno de sus miembros más activos. Estaba dotado de una gran capacidad de trabajo político y de una rapidísima habilidad táctica.

En esta misma dirección quizá su aportación más valiosa a la lucha política democrática fue su voluntad unitaria. La había demostrado bajo las más duras condiciones de la represión. La proyectó en sus constantes viajes por la geografía española para hilvanar puntos de movilización y organización. Y la culminó con su contribución a la construcción de la plataforma unitaria más exitosa que fue la Assemblea de Catalunya.

Para ello se inspiró en la Assemblea de Intel·lectuals que se reunió en el Monasterio de Montserrat para protestar ante los juicios de Burgos y las temidas, y luego indultadas, penas de muerte.

La Assemblea de Catalunya era una plataforma genuinamente catalana, donde se encontraban representantes de partidos políticos (partidos en su gran mayoría de presencia nominal más que real, dada la represión franquista), de nacientes sindicatos y asociaciones vecinales, de dirigentes de colegios profesionales, de entidades culturales, entre otras representaciones de la ciudadanía, todo tipo de asociación que tuviese un sentido claro de necesidad de enfrentarse a la dictadura y de sumar en torno a los famosos puntos de libertad, amnistía y estatuto de autonomía, junto con una voluntad de coordinación con otras plataformas antifranquistas de otras latitudes del Estado español. Fue precisamente en esta cuestión, al aparecer la Junta Democrática de España, cuando Guti vivió una dura prueba de contrastación de la realidad al intentar sin éxito trasladar este mismo esquema a Cataluña.

En definitva, A. G. D. fue el motor de la política unitaria en Cataluña y uno de sus máximos impulsores a nivel de Estado español. De ahí que no fuese casualidad que, dando un vuelco a los recelos en parte basados en el desconocimiento sobre la institución de la Generalitat en el exilio, apostase también por fundir la legitimidad histórica con la surgida de las elecciones de junio de 1977. Así participó en el Gobierno de unidad de la Generalitat provisional restablecida con Tarrradellas como presidente.

Con el mismo empeño, contribuyó a reformular las posiciones del PSUC como partido alineado con las denominadas tesis eurocomunistas y a su vez específicamente catalán. Como es sabido, ambas dimensiones, la del debate ideológico como la de la especificidad catalana, generaron incomprensiones y escisiones orgánicas tanto dentro del PSUC como en relación con la dirección del PCE.

Este mismo empeño voluntarista lo trasladó a la apuesta europeísta cuando fue elegido eurodiputado y posteriormente vicepresidente del Parlamento Europeo. Hace muy pocos meses su convicción europeísta le llevó a defender, con argumentos sólidos y de largo alcance, un  crítico al proyecto de nuevos tratados constitucionales de la Unión Europea. Nos ha dejado un político activo, honesto, dinámico y con un enorme sentido vital que participaba con ilusión y optimismo en cada paso de avance hacia la democracia.

12 Octubre 2006

Un político de raza

Jordi Borja

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Ha muerto Antoni Gutiérrez Díaz. Resulta difícil hablar de él y no hablar de política. Por lo menos para uno, pues ha sido la actividad política a lo largo de más de 30 años la base principal de la relación, que fue especialmente intensa, de trabajo en común, en la década prodigiosa que va de los últimos años de la dictadura hasta la crisis del PSUC y el triunfo socialista en los primeros años de la década de 1980. Otros, mejor que yo, hablarán de una personalidad compleja, aparentemente hiperpolítica y con múltiples intereses culturales, a veces sorprendentes. De un racionalismo riguroso en la vida política y una con frecuencia reprimida capacidad para la emoción y la generosidad. Austero hasta extremos monacales pero que mantenía intactas las fuerzas para el deseo y los placeres posibles. A mí me sale hablar del Guti político, uno de los más importantes de la generación que se enfrentó al franquismo e hizo posible la transición a la democracia. Un hombre político sin cuya acción el proceso hacia la democracia en Cataluña hubiera sido probablemente mucho más tortuoso y difícil.

La última vez que le vi fue el pasado mes de agosto. Un encuentro sin otro objetivo que hablar del momento político y del mundo en general entre dos observadores activos pero desinteresados respecto al acontecer de la política institucional. Durante algo más de dos horas, en nuestro bar preferido, El Paraigua, vi a un Guti relajado, fantástico de lucidez y buen humor y al mismo tiempo, como pocos días después me comentaría Santiago Carrillo, extrañamente pesimista sobre el futuro de la política catalana. Lo de «extrañamente» aplicado en este caso a un hombre caracterizado por el «optimismo de la voluntad» no es del todo adecuado. Quizás se le aplicaría mejor aquello de que «el pesimista es un optimista bien informado» por el «pesimismo del análisis» y así completamos la famosa frase de Gramsci. Me argumentó con su rigor habitual cuál era el escenario político más previsible, o mejor dicho, según él casi inevitable. «Aunque el resultado probable de las elecciones sea una mayoría parlamentaria de izquierda, como en las elecciones anteriores, el presidente y el Gobierno resultarán de un pacto convergente-socialista». Para ambos era el peor escenario posible, la hipertrofia institucional-partitocrática, el inmovilismo solamente agitado por la retórica contrapuesta con relación a «Madrid», nacionalista revindicativa de unos y sumisa por sentido de la «responsabilidad estatal» de otros. Y a medio plazo me temo la corrupción generalizada en las instituciones («el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente» dice Proudhon). Y el creciente desapego de la mayoría de los ciudadanos respecto a la política catalana.

El Guti razonaba que a la anunciada victoria de CiU como partido, aunque no tuviera ni mucho menos mayoría en el Parlament se sumarían los intereses del Gobierno del PSOE, y llevarían al PSC a renunciar a liderar una coalición mayoritaria con IC-EUiA y ERC. Y no confiaba mucho, aunque lo deseara, ni en un crecimiento espectacular de los primeros y aún menos en una conversión milagrosa hacia una política sólidamente anclada en la izquierda de ERC. Mis argumentos, que después constaté, coincidían con los de Carrillo, de que esto significaría una enorme decepción para los militantes y electores de lo tres partidos de la «izquierda institucional», que pudiendo formar gobierno no lo hicieran, no convencieron al Guti, que lamentaba pero asumía como inevitable la lógica de hierro de los intereses propios de los núcleos dirigentes socialistas y convergentes y el dudoso sentido de responsabilidad de ERC. Y sin embargo, el Guti, siempre militante, aún publicaba hace pocos días un inteligente artículo llamando a ERC a que no abriera las puertas al retorno del conservadurismo.

El recuerdo de mi último dialogo con el Guti avivado ahora por su repentina desaparición me lleva a considerar su trayectoria política.

De todos los papeles protagonistas de la obra política ejemplar que ha sido su vida creo que merece destacarse especialmente su liderazgo creativo y unitario en la Asamblea de Cataluña. La diversidad y la debilidad generalizadas de las organizaciones políticas clandestinas planteaban al PSUC, con mucho el partido más fuerte e influyente de la oposición, un dilema. O utilizar esta superioridad para imponer su línea y su ideología o quedar en segundo plano dejando a otros, más débiles y con escasa capacidad de acción pero con mayor sintonía potencial con una sociedad poco politizada, liderar la Asamblea con el riesgo no sólo de quedar diluidos y paralizados en ella, sino también de que la propia Asamblea fuera inoperante. El Guti, especialmente él, supo encontrar una vía superadora: asumir con inteligencia lo que los otros podían suscribir y hacer y ejercer un indudable liderazgo no por la fuerza del partido y de su influencia decisiva en las organizaciones sociales más dinámicas (CC OO, asociaciones de vecinos, entidades profesionales y culturales), sino por plantear objetivos y acciones aceptables por los otros sectores políticos y sociales. Como me decía hace muchos años un dirigente del PC italiano, «lo que nos distingue de los compañeros franceses es que para nosotros todos los que no apoyan directamente a la derecha facistoide son nuestros aliados posibles, mientras que para ellos todos los que no se identifican con la línea del partido son sus adversarios». Del Guti se ha dicho que fue ante todo un político «unitario», es cierto, entendía el partido al servicio del país y del progreso democrático colectivo, y no al revés. Pero su «unitarismo» era entonces con los que coincidían en combatir por la libertad, la amnistía y el estatuto de autonomía. Y con éstos, como escribió León Felipe, «no hay que llegar los primeros y solos, sino con todos y a tiempo».

Ahora, nos planteaba en su último artículo que la urgencia política es la unidad de la izquierda catalanista confrontada con la derecha democrática pero conservadora. Una unidad que superara los intereses particularistas de los partidos o de sus dirigentes. No estoy seguro de que su mensaje sea escuchado. Hoy prevalece otra cultura política. Todos, o casi todos, son conservadores de sus intereses inmediatos y un proyecto de futuro ambicioso e ilusionante brilla por su ausencia. Con el Guti desaparece no sólo un político excepcional, también el representante, el mejor posiblemente, de una generación y de una cultura políticas en proceso de extinción.

Jordi Borja