7 junio 1989

Durante los 10 años que estuvo en el poder se convirtió en la 'bestia negra' de Estados Unidos de América. Jomeini desató una ola de represión contra todo opositor, así como también contra prostitutas y homosexuales

Muere el ayatollah Jomeini, líder supremo de Irán, que será reemplazado por el ayatollah Ali Jameini

Hechos

El 4.06.1989 falleció el fundador de la República Islámica de Irán, ayatollah Ruhola Jomeini, que fue reemplazado por Ali Jamenei.

05 Junio 1989

El fin de un tirano

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL ‘AYATOLÁ, Ruhollah Jomeini, guía de la revolución islámica iraní, adusto dirigente de uno de los más agresivos fanatismos religiosos de los últimos tiempos, ha rendido finalmente su alma dejando tras de sí muchas preguntas, y a su país, cuna de una de las más viejas civilizaciones del planeta, sumido en una durísima posguerra y aislado de la comunidad internacional. Con la muerte del anciano y despiadado imam se cumple una triste tradición: la de que los grandes déspotas de este siglo acaban sus días en la cama. Eso sí, rodeados de sondas y de artilugios, testigos de los inútiles esfuerzos por prolongar, más allá de los límites biológicos, una vida que sólo la muerte reducirá finalmente a su verdadera dimensión humana.Porque los últimos 10 años de la biografía de este clérigo ascético e implacable, apenas conocido en el mundo exterior hace apenas dos décadas, difícilmente podrían describirse según los patrones políticos y culturales dominantes de este final del siglo XX. Para una enorme masa de desheredados musulmanes -y no sólo-, el líder religioso de los shiíes representaba la venganza del mundo subdesarrollado contra el colonialismo y los países ricos, a los que atribuyó todos los males de Irán y del mundo árabe-islámico. Este reclamo anticolonialista le hizo gozar de la simpatía inicial de millones de jóvenes, que vieron en la revolución iraní el inicio de una tercera vía de cambio progresista para el Tercer Mundo. Muchos de estos devotos de los tiempos difíciles -comunistas, fedayin y muyahidin- serían después las primeras víctimas de la nueva espada del islam.

Para otros -los países occidentales, muchos de sus vecinos y sobre todo una parte importante del pueblo iraní-, la aparición en la escena internacional del ayatolá Jomeini ha constituido una increíble pesadilla. Pocos podían pensar que el anciano dirigente religioso que descendía las escalerillas de un avión en febrero de 1979 en el aeropuerto de Tcherán, después de un largo exilio en Irak y París, iba a ser protagonista de la turbulenta historia que ha conocido Irán desde su llegada al poder. Apenas meses después de aquella fecha se iniciaban los fusilamientos en masa y una de las persecuciones políticas más crueles de este siglo, que desgraciadamente ya ha sido testigo de muchas. Políticos de distintas tendencias -liberales, socialdemócratas, islámicos moderados-, que habían colaborado de buena fe en la caída del sha, jamás podían haber imaginado que habían colaborado a sustituir un despotismo ilustrado -el régimen del sha Palhevi- por una tiranía fanática y reaccionaria. Y uno a uno fueron cayendo bajo la acción de los verdugos o tuvieron que exiliarse de su país.

Sucede por fortuna -y ésta es otra tradición de nuestro siglo- que raramente las dictaduras sobreviven largo tiempo a sus creadores. Y así es evidente que hoy nadie tiene, ni presumiblemente tendrá, el ascendiente de Jomeini ni su carisma ante las masas iraníes de desheredados, los mostazzafin. Un sector del pueblo de Irán que ha sufrido especialmente los efectos -medio millón de muertos y heridos, dos millones de desplazados, 25 años de ingresos petrolíferos netos para la reconstrucción- de la absurda guerra de ocho años librada contra el vecino iraquí. Desaparecido el carisma -sostenido por 45.000 ejecuciones- del desaparecido imam, es dudoso que su sucesor o sucesores gocen de la adhesión incondicional de la que ha sido base social del régimen.

Por ello la sucesión de Jomeini se presenta como especialmente complicada. El inmediato nombramiento del actual presidente de la república, Alí Jamenei, como guía de la revolución no liquida el problema. La muerte de Jomeini se produce en el preciso momento en el que una comisión de 25 miembros, las personalidades más notables del Ejecutivo, del Parlamento y de la judicatura, encara una transformación sustancial, hacia el presidenciafl sino, del reparto de poderes, que hasta ahora garantizaba una suerte de sistema de contrapesos entre el Ejecutivo, encabezado por el radical Mir Hussein Mussavi, y el legislativo, presidido por Hachemi Raflanyani, nombrado por Jomeini jefe de las fuerzas armadas.

Las cosas se complican todavía más con la reciente caída en desgracia del ayatolá Alí Montazeri, designado sucesor único de Jomeini en 1985 y elirninado hace unos meses de la sucesión por Hachemi Rafsanyani. Gentes de la clientela política de Montazeri -que cuenta con 92 parlamentarios de los 260 que componen el Majlis- habían destapado una operación destinada a desacreditar a Rafsanyani. El 23 de mayo, Montazeri reapareció en escena tras dos meses de arresto domiciliario.

Tanto Montazeri como Rafsanyani cuentan con seguidores en la Guardia Revolucionaria, columna vertebral del régimen, sometida ahora a una no deseada fusión con el Ejército para reducir su autonomía.

Ninguno de los dignatarios islámicos, salvo Montazeri, tiene rango religioso para erigirse en líder de la República Islámica, y los principales ayatolás, Marahshi Najafi y Mohamad Golpayegani, carecen de apoyos políticos para suceder al imam. Fuera del régimen, ninguna fuerza -comunistas, fedayin, monárquicos o muyahidin- constituye una alternativa real. Desde una transición hacia la moderación hasta la libanización del país, casi todas las opciones son posibles en el Irán del posjomeinismo.

 

09 Junio 1989

Después de Jomeini

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA MUERTE de Jomeini no sólo ha alterado los presupuestos sobre los que se apoyaba en Irán la estructura del poder -liderazgo carismático e indiscutido de un solo hombre-, sino que ha puesto a sus sucesores frente a la dificultad de conservar un sistema de gobierno al que le va a faltar la clave de bóveda que lo mantuvo en pie. Porque si de los sucesos de los últimos días puede sacarse una conclusión, es que el reducido grupo de figuras políticas y religiosas que detentan el poder en Teherán parece dispuesto, al menos en una primera etapa, a preservar el régimen jomeinista.El centro del poder sigue estando en el establishment de la revolución, y los que acompañaron al ayatolá durante los pasados 10 años, fueran radicales o moderados, aliados o rivales entre sí, han hecho desde su muerte una exhibición de unidad. El mensaje es claro: la desaparición del ayatolá no cambia nada. Sin embargo, tras la ausencia del líder, no es difícil apreciar en los planes de sus sucesores una inflexión hacia un mayor praginatismo político.

Una inflexión que podría concretarse en una cierta moderación de los aspectos religiosos del régimen, en una relativa apertura hacia Occidente y, sobre todo, en una tendencia a poner -fin al aislamiento político y económico del país. Y ello porque los nuevos dirigentes no tendrán más remedio que aprender, tarde o temprano, la lección de junio de 1988 cuando, invadidos por los iraquíes, aislados económicamente y con la población desmoralizada, se vieron obligados a hacer la paz, perdiendo de hecho la guerra.

Ello no significa en absoluto -y Occidente haría mal en interpretarlo así- que los sucesores de Jomeini tengan la menor intención de desmontar los principios básicos sobre los que se asienta el régimen puesto en pie hace 10 años. Las escenas de histeria producidas durante el entierro del imam ilustran bien sobre los elementos irracionales sobre los que se basaba el vínculo que Jomeini establecía con una parte importante del pueblo iraní. Unos elementos que, llevados al paroxismo, explican en gran parte el rastro de fanatismo, terror y muerte que ha acompañado al régimen iraní durante todos estos años. Pero que la figura del anciano déspota sea irrepetible y que muchos de los aspectos odiosos del sistema puedan desaparecer en un cierto plazo no quiere decir que los fundamentos de la República Islámica de Irán no sean bastante más sólidos de lo que se suele creer fuera del país.

Si los nuevos dirigentes quieren hacer compatibles las particularidades de su sistema con una mayor integración en la comunidad de naciones tienen a mano por dónde empezar: dejar de financiar o amparar actos terroristas en otros países y lograr la liberación de las decenas de rehenes occidentales que mantienen cautivos sus correligionarios libaneses. Hasta que eso no ocurra, ningún gesto de Teherán hacia el exterior merecerá ser tenido en cuenta

06 Mayo 1989

Con licencia para matar

Manuel Blanco Tobío

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Ahora, vamos a tener respuesta a la pregunta que nos veíamos haciendo desde hace años: ¿Qué va a pasar en Irán cuando desaparezca el ayatollah Jomeini?, dando por seguro que un régimen como el suyo, una teocracia medieval, no puede sobrevivir sin ese hombre temible, cuando casi estamos a punto de salir del siglo XX, que no fue un siglo, precisamente de teólogos.

El regreso de Jomeini a Irán en enero de 1979, pocos ´dias después de que el sha, Reza Pahlevi, abandonase el país fue bien recibido por la opinión pública occidental, que ignoraba todo lo referente al integrismo islámico y que no creía, si se lo hubiesen preguntado, que era posible todavía una república islámica del corte de la que implató Jomeini. El sha acabó representando a un régimen político inviable, cada vez más alejado de la realidad. Cuenta Valery Giscard d´Estaing en su libro ‘El Poder y la vida’ que una vez le dijo el sha, en el curso de una conversión: «Quiero hacer de Irán la tercera potencia militar del mundo». Una locura.

No creo que Jomeini le tuviese miedo a nada, pero desde luego no se lo tuvo a algunos de los más poderosos Gobiernos de la Tierra, empezando por los Estados Unidos. Si el ayatollah hubiese tenido en frente a Gobiernos menos transigentes con tiranos y fanáticos, su capacidad desestabilizadora del Oriente Medio en general y del Occidente en particular, habría disminuido notablemente. Pero, como a James Bond, le dieron licencia para matar y casi hizo lo que le dio la real gana, sin que nadie tuviese valor suficiente para pararle los pies.

Nada más triunfar la revolución, los jomeinistas se apoderaron de 62 rehenes norteamericanos que estaban en la Embajada de su país en Teherán, y tras vejarles y trastearles incluso por las calles de la ciudad, sólo lo dejaron en libertad en enero de 1981, justo el día en que Reagan tomó posesión de la presidencia. Un intento de liberarles en abril de 1980, resultó en una chapuza que le subió los rubores al Pentágono.

Casi todos los brotes del integrismo que han surgido desde 1979, fueron inspirados y muchas veces financiados por Irán, y ahí siguen haciendo virtualmente intratables los problemas del Oriente Medio. El terrorismo y los secuestros llevan años y años entenebreciendo la crónica diaria internacional. Y, por último, estalló la guerra entre Iraq e Irán en septiembre de 1980, que ha durado hasta hace poco, costando según se dice un millón de muertos.

En la década de jomeinismo que hemos tenido, ningún otro país como Irán provocó tantos dramas e incidentes, hasta ponerse por completo fuera de la convivencia internacional civilizada, siendo hoy sin duda, con Libia, el país más aislado del mundo. El más reciente altercado que Irán ha tenido con el resto de los países ha sido la condena a muerte in absentia del escritor indo-británico Rushdie por su libro ‘Versos Satánicos’.

Quienquiera que suceda al ayatollah Jomeini como Faghi, o jefe religioso de la república islámica, tratará probablemente de llevar de nuevo a Irán a la comunidad política internacional, sacándola de su aislamiento y de sus extremosidades. Sólo el petróleo le ha permitido a Irán su integrismo llevado al delirio.

Probablemente no va a ser vaselina la sucesión de Jomeini. Sabemos lo que son las intrigas y conspiraciones de un cuerpo sacerdotal, al a hora de repartirse la túnica.

Manuel Blanco Tobío

El Análisis

Jomeini: el legado de un clérigo que cambió el curso de Oriente Medio

JF Lamata

El 4 de junio de 1989 murió en Teherán el ayatollah Ruhollah Jomeini, fundador y líder supremo de la República Islámica de Irán. Su figura ha marcado de forma indeleble la historia del país y de todo el mundo islámico. En 1979 fue recibido por multitudes como el líder mesiánico que había derrocado al sha Reza Pahlevi, pero en estos diez años de poder absoluto se ha revelado como el arquitecto de un régimen teocrático cuya base ha sido la represión, el integrismo y el enfrentamiento sistemático con Occidente.

El balance de su década de gobierno no puede maquillarse: decenas de miles de opositores políticos, comunistas, disidentes, exfuncionarios del régimen anterior y simples ciudadanos fueron ejecutados. Tan solo en las masacres carcelarias de 1988, se estima que más de 5.000 presos políticos fueron asesinados en secreto. Los derechos de las mujeres retrocedieron décadas: el velo fue impuesto, el acceso a muchos ámbitos de la vida pública limitado y el Código Penal pasó a incluir castigos físicos y penas de muerte por conductas como el adulterio o la “inmoralidad”. La homosexualidad, directamente castigada con la horca. Las elecciones han sido meras formalidades bajo la mirada vigilante del clero, y la justicia, un instrumento al servicio de la ortodoxia.

En política exterior, Jomeini rompió toda relación con Estados Unidos —al que tachó de “Gran Satán”— y desafió a las monarquías del Golfo y a los regímenes laicos árabes. Su enfrentamiento más sangriento fue con Sadam Hussein, dictador de Irak, en una guerra que duró ocho años, dejó más de un millón de muertos y terminó sin vencedores. También internacionalizó su cruzada religiosa, apoyando movimientos chiíes y alentando una revolución que Occidente observó con inquietud.

Jomeini deja un país exhausto, radicalizado, cerrado al mundo y con profundas heridas sociales. Pero también deja consolidado un modelo político sin parangón en el siglo XX: una teocracia donde la máxima autoridad no emana del pueblo ni del ejército, sino de un clérigo. Su sucesor será Ali Jamenei, hasta ahora presidente de la República y considerado su discípulo más fiel. La promesa: continuidad. El integrismo sigue en pie, la unión entre religión y Estado no será cuestionada, y la sombra de Jomeini, lejos de desvanecerse con su muerte, seguirá proyectándose sobre Irán y su futuro.

JF Lamata