19 septiembre 2010

El derechista Federico Jiménez Losantos guardaba un cariñoso afecto al que fue su profesor, mientras que Salvador Sostres lo criticó desde 'El Mundo'

Muere el cantautor izquierdista José Antonio Labordeta, la voz de la Chunta Aragonesista en el Congreso de los Diputados

Hechos

El 19.09.2010 falleció D. José Antonio Labordeta

Lecturas

La figura del Sr. Labordeta, izquierdista, fue muy elogiada ante su muerte no sólo por sectores de la izquierda, también por algunos de la derecha como D. Federico Jiménez Losantos, que fue amigo suyo. Aunque no fueron unánimes, muy criticada fue la columna de D. Salvador Sostres criticando al cantautor.

Pero quizá el artículo más impactante fue el de la periodista Dña. Susana Olmo, que echó en cara que los medios ocultaran que había muerto de cáncer. La periodista sabía de lo que hablaba, ella tenía esa misma enfermedad.

19 Septiembre 2010

Labordeta, el ayer, el amor y la pena

Federico Jiménez Losantos

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Estaba yo pensando en cerrar el blog –por los que lo copan y anulan a cuenta del 11M, aunque sólo hablan de sí mismos y repiten doscientas veces la misma letanía- cuando se me ha muerto José Antonio Labordeta. He visto comentarios a la noticia en LD del nivel intelectual y moral de un Sopena o María Antonia Iglesias, lo cual también me preocupa por el mal que destilan y por el bien y el talento que proscriben. No del todo, es cierto, pero sí lo suficiente para saberse en mala compañía, para sentirse fatal y no participar en los comentarios o debates. Ya sé que la mayoría de nuestros lectores alfabetizados y no echados a perder por el sectarismo lamentarán su muerte. No porque para muchos de ellos significara demasiado, que no tiene por qué, sino por respeto a lo que tanto ha significado para algunos de nosotros. Y muy especialmente para mí.

Mañana saldrá en El Mundo mi columna dedicada a él, así como una entrevista en La Gacetasobre nuestra relación. Mejor: sobre la influencia que en los años más delicados, los de la adolescencia, tuvo en mi vida intelectual y moral. En el texto rescatado del prólogo a la inencontrable Tierra sin mar (ver enlace) explico cómo y cuándo encontré a Labordeta. Y cuánto, al margen de nuestras evoluciones políticas, le deberé siempre. Anoche, ya de madrugada, me enteré de su muerte. He dormido poco, que es lo normal en mí, pero he soñado, pensado, rememorado o todo a la vez escenas y más escenas de Teruel, de aquellos maravillosos años, que vaya si lo fueron. En buena parte, se lo debo al Colegio San Pablo al fundador Florencio Navarrete, a los profesores amigos –Sanchís, Jesús Oliver– y muy especialmente a Labordeta. Alguna vez he dicho que fue como un segundo padre para mí cuando, con dieciséis años, se murió el mío. Por lo que, aun esperando su muerte, me ha dolido ahora, veo que no exageré en absoluto.

En una de las entrevistas exhumadas esta noche le preguntan: «¿Apoyaría usted a Zapatero?» Y él responde: «Si es por España, sí, le apoyaría». Esto no encaja con su perfil izquierdista y asimilado al nacionalismo aragonés, pero sí con lo que yo recuerdo de él en la segunda mitad de los sesenta, cuando lo traté casi a diario. Esta tarde he entrado en la página web sobre el Colegio San Pablo y he encontrado demasiadas cosas que me conmueven. Hay alguna foto mía que no sabía ni que existiera (intentaré colgar alguna) y otras de Labordeta que no veía hace tiempo pero que no había olvidado. Hay algo estremecedor en las imágenes de aquellos años luminosos que nunca nos parecieron pobres o menguados, teníamos tantas ganas, tanta ilusión, tanta ingenuidad que la mera evocación nos conduce a la pena: por lo que España está siendo, por lo que va a ser y por lo que ha dejado de ser, que es lo que fuimos. Pilar Navarrete, una de las muchachas inolvidables del Teruel de entonces, escribió en la revista dedicada al 40 aniversario del San Pablo que ver lo que éramos o lo que no sabíamos es hoy –traduzco– de difícil visita e imposible gestión intelectual. Es cierto y no lo es. Llorar por un muerto no lo devuelve a la vida, pero nos acerca a la propia muerte con la piedad anticipada que buscamos y que, como adelanto, dispensamos al que se va, cuando lo hemos querido mucho. O cuando descubrimos que ha sido para nosotros todavía más importante de lo que pensábamos. Llevo todo el día viendo imágenes y leyendo noticias y artículos sobre Labordeta. Y viendo, de paso, inevitablemente, a aquel muchacho que junto a él fui, y aquella voluntad, aquella fe, aquella fragilidad forzosamente conmovedora. Concluyo, pues, este oficio de difuntos. Ya sé que las campanas siempre doblan por nosotros. En Teruel doblaban siempre. Pero desde que supe la muerte de mi amigo y profesor recuerdo los versos de Fray Luis de León:

Cuando contemplo el cielo

de innumerables luces adornado

y miro hacia el suelo

de noche rodeado,

en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena

provocan en mi pecho un ansia ardiente…

Et lux perpetua luceat ei.

20 Septiembre 2010

España después de Labordeta

Salvador Sostres

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De verdad que me sabe mal que Labordeta se haya muerto y de verdad que le tenía un cierto cariño. Siempre me pareció demasiado tosco, pero insisto: tosco con cariño. Descanse en paz, amén, y todas esas cosas en las que él no creía pero que espero sinceramente que Ellas sí crean en él.

Dicho esto, hay que poner sobre el tapete algunas cuestiones. La primera es que es muy lamentable que todos nuestros cantautores sean comunistas. Esa cosa tan casposa del puño cerrado y de la equivocación sistemática, sin la más mínima decencia intelectual que les lleve por lo menos a reconocer que la economía de mercado les ha ido maravillosamente bien para engordar sus arcas. Es una lástima que uno tenga que pensar, cuando escucha algunas de las bellísimas canciones de Aute, de Sabina, de Lluís Llach o de Serrat, que en el fondo hablan de otras cosas.

La segunda cuestión es la mochila. Ahora que Labordeta ya pasó, hay que empezar a superar la mochila y el concepto de la excursión. Todo este gusto por lo rural y por el “contacto con la naturaleza” no lleva a nada bueno. Reblandece los espíritus y nos vuelve coñazos y cursis. Además de profundamente insinceros. Hay demasiados bosques, demasiados caminos, demasiadas rutas. En la mayor parte del territorio español falta asfalto, casinos, cines, bares que cierren tarde con pianistas imposibles. Faltan coctelerías, grandes restaurantes, carreteras como Dios manda, túneles para no tener que dar tantas vueltas. Todos esos inquietantes paisajes por los que Labordeta caminaba remiten al atraso, a lo ancesatral, al tercermundismo de donde venimos. Hay que llevar la civilización a todos los rincones de la geografía de los países avanzados. Es barata y de cobardes la retórica de los pajarillos que cantan por la mañana. Hay que ponerse a trabajar, abolir el campo y crear más y más ciudades. Como una higiene. Como el gran pacto de usar desodorante.

Y como consecuencia directa de la segunda cuestión viene la tercera. Desaparecido Labordeta es hora que desaparezcan, también, todos aquellos productores de quesos que promocionaba en sus programas. No hay nada tan peligroso para la salud pública como los productos que vienen “directamente de la granja” y que incluso presumen de no haber pasado por ningún tipo de control. Nada. “Directos de la granja”. Esos huevos “directos de la granja”, ¡cuánta salmonela han dado, cuántos retortijones, cuántas noches en las urgencias de los hospitales pensando que de tanto defecar se te iba a escapar hasta el cerebro!

Labordeta fue siempre un buen hombre. Un buen hombre totalmente equivocado, pero un buen hombre. Su “puño cerrado” y en alto del que tanto presumía fue siempre un escarnio a los millones de muertes que su ideología ha causado. Sus canciones van a sonar por última vez el día de su funeral y tal vez en algún documental de La 1 cuando dentro de muchos años vuelvan a mandar los socialistas.

Su ruralismo de mochila y botas es precisamente lo contrario de lo que necesita España, que ya ha tenido bastante de perder el tiempo mirando árboles y se tiene que poner de una puñetera vez a trabajar.

24 Septiembre 2010

Cáncer

Susana Olmo

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Con motivo de la muerte de José Antonio Labordeta he vuelto a leer ese lamentable eufemismo de que murió «tras una larga y penosa enfermedad». Todos los lectores del periódico, el redactor que escribió la crónica y el director que decidió publicarla sabemos de qué estamos hablando: del cáncer. Sobre todo porque, en este caso, el propio cantautor había anunciado su enfermedad hace algunos años cuando se la detectaron.

¿Por qué entonces ocultar el nombre del mal tras una expresión vergonzante? En España se registran 200.000 pacientes nuevos cada año y, según las estimaciones del proyecto Globocom, de la Agency for Research on Cancer, se prevé que en los próximos 10 años habrá crecido un 30%.

Por otra parte, no todos los procesos tumorales se convierten en «larga y penosa enfermedad». A veces, por desgracia, son breves y fulminantes y otras, por fortuna, no son penosos sino que permiten descubrir otros aspectos de la vida, algunos muy placenteros.

Además, gracias a los avances de la investigación científica, a los denodados esfuerzos de los profesionales de oncología y a los progresos tecnológicos, cada vez es mayor el número de curaciones. Por ello, sería de agradecer que no se aborde esta enfermedad como un tabú, y se trate a sus afectados como a cualquier otro enfermo.

Quiero, por último, rendir desde aquí homenaje a los médicos y enfermeros del hospital Madrid Sanchinarro que desde hace un año me han atendido con dedicación, esfuerzo y delicadeza, y, siempre, con una sonrisa en los labios.

Susana Olmo

25 Septiembre 2010

Labordeta y los tacos

Manuel Hidalgo

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La muerte de José Antonio Labordeta ha tenido una gran acogida mediática. Su popularidad, a la hora de su fallecimiento, se ha demostrado enorme, cosa que, en principio, nadie daría por cierta unos meses antes. Esto es interesante. Esto indica que hay figuras que son del gusto de las masas aunque los medios de comunicación de masas no las cultiven.

Labordeta, es verdad, se dedicó a la enseñanza, a la música, a la literatura, a la televisión y a la política. Más que suficiente para ser conocido. Pero el impacto de su muerte no se deriva sólo, creo, del conocimiento que teníamos de sus actividades, sino del admirativo reconocimiento hacia su personalidad, modo de ser y de obrar, un intangible que no cotiza mediáticamente en vida, pero que se vuelve de obligada valoración -en retroalimentación con la espontánea reacción de la sociedad- en la circunstancia de su muerte.

Famoso, como se dice, o menos famoso, Labordeta ocupaba un lugar escondido en el apreciativo corazón de la gente. Y eso era así no tanto, o no sólo, por su actividad difundida, sino por el sentimiento expandido de que era un tipo de una pieza, honrado, noblote, espontáneo, algo elemental, sincero, con los pies en el suelo y en la calle, con humor y retranca. Lo que se dice una buena persona, un tipo de fiar al margen de sus dedicaciones y de sus adscripciones políticas. La gente, parece, necesita reconocer estos modelos. Esperanzador.

Se ha evocado su célebre «¡a la mierda!», desde la tribuna del Congreso. Esto me hace pensar, en un brusco giro, que las tres frases más recordadas, entre las pronunciadas en el hemiciclo, incluyen un taco.

Las comparaciones son odiosas, dice el indolente latiguillo mental. Incluso ociosas, añadiría yo. Pero lo que sigue no es una comparación, sino una tal vez curiosa constatación. «¡Se sienten, coño!», que expelió Tejero. «¡Manda huevos!», que desahogó Trillo. «¡A la mierda!», que no pudo contener Labordeta. No es una comparación, ya digo, ni, lo que sería peor, una equiparación. Simplemente que coño, huevos y mierda son, probablemente, las palabras más recordadas de cuantas se han pronunciado en el Parlamento. Eso es todo. Y tal vez quiera decir algo.

El taco es breve. Sigue teniendo fuerza, aunque su uso y, sobre todo, su abuso bien hubieran podido restársela. El timbre exclamatorio o imperativo con el que los tacos se emiten aspira a causar impacto, a impresionar y a quedar, aunque esto, por la inflación en su manejo, no siempre se consigue. Más bien, casi nunca. Hay que saber emplear y economizar el taco, cuyas diferencias de sentido y, digamos arriesgadamente, de valor moral tienen que ver con su tono, con su razón de ser, con su oportunidad, con su finalidad, con su contexto, con la gestualidad y con la atmósfera en la que se producen y con su intención, que no está previamente reflexionada, pero que intuitivamente existe con mayor o menor nivel de idoneidad.

Con Labordeta, todo el mundo entendió que su taco representaba un dolor y una indignación respetables. De un hombre a respetar.