7 julio 1999

Muere Joaquín Rodrigo, compositor de ‘El Concierto de Aranjuez’

Hechos

La noticia se conoció el 7 de julio de 1999.

Lecturas

No sólo la música española, sino el mundo más amplio de nuestra cultura, en el ámbito nacional y en la proyección internacional, pierde una de las figuras de mayor significado. Joaquín Rodrigo fallecía ayer en su casa de Madrid, a los 97 años. Llevaba días sintiéndose mal, según explicó ayer su familia, pero no llegó a ser trasladado a un centro hospitalario.

El maestro Rodrigo vino a traer, en los difíciles tiempos de posguerra, una nueva esperanza para el arte y una clara luz en un momento de oscuridad y destrucción. El Concierto de Aranjuez se convirtió en una especie de símbolo y, a través de la hermosa melodía del segundo movimiento, alcanzó esa popularidad universal que se reserva a las páginas elegidas.

El Concierto de Aranjuez, con su éxito enorme desde el primer momento, marcó un camino de gloria para su autor pero, en acción paradójica, no ha dejado de perjudicar en algún modo el resto de su catálogo, que tiene una grandísima importancia y puede parecer ensombrecido.

Las horas que limando van los días, los días que royendo van los años, en la expresión gongorina que parece quevedesca, habían alejado al gran artista de la vida social. Sin embargo, él seguía estando con todos los que, en la familia del arte musical, sentíamos hacia él una admiración que nacía del intelecto y del corazón, de la técnica y del sentimiento.

Nació Joaquín Rodrigo, en 1901, en el día de Santa Cecilia, religiosa pero legendaria patrona de los músicos, que puso la buena estrella en la frente de aquel niño que perdió la vista a los tres años, por culpa de una epidemia de difteria, ganando quizá una posibilidad de visión interior.

Sus maestros en Valencia fueron los que destacaban en el ambiente de la ciudad. Ejemplo de ello lo tenemos en los nombres de Gomá y López Chávarri. Una formación completa y una imaginación poderosa le permitieron presentar, a los 20 años, su primera obra sinfónica, cuyo título, Juglares, parecía anunciar esas miradas al pasado, esa recreación de los viejos estilos españoles que está presente a lo largo y a lo ancho de toda la obra rodriguera.

En 1927, Rodrigo marchó a París, siguiendo el ejemplo de sus ilustres antecesores, como Falla o Turina. De aquellos tiempos son páginas como la Zarabanda lejana o el Preludio al gallo mañanero, cuyo brillante pianismo continúa una línea virtuosística de alta calidad. El humor ha estado muchas veces presente en la producción del músico.

En París resultó decisivo el contacto con Paul Dukas, del que fue discípulo fiel y muy querido. Conoció Rodrigo a Falla, cuyos consejos lo condujeron hacia un nacionalismo sincero, expresado en el lenguaje del siglo.

En 1934, Rodrigo vuelve a España y obtiene la beca Conde de Cartagena, gracias a la cual puede reanudar sus estudios y sus experiencias europeas. En Francia, Alemania, Suiza y Austria, va completando su personalidad musical, con la ayuda de maestros eminentes, como fueron Maurice Emmanuel y André Pirro, que le hacen profundizar en los diversos secretos históricos de la música.

Conoció en 1928 a Victoria Kamhi, pianista turca de mérito, que enseguida se convirtió en su ideal intérprete, y con la que se casó en 1933. La muerte, en 1997, de Viky, la eterna y fiel compañera del compositor, fue uno de esos golpes de los que un alma sensible no se puede reponer.

El estreno en 1940 del Concierto de Aranjuez, con Regino Sainz de la Maza -a quien la obra estaba dedicada- a la guitarra, bajo la dirección de Mendoza Lassalle, marcó el camino definitivo para el compositor y fijó una fecha fundamental para la historia de nuestra música.

El Concierto tuvo algunas consecuencias estéticas, pero también provocó, años después, la reacción de unas generaciones que querían ponerse de acuerdo con lo que se hacía en Europa, y sobre todo con las directrices posteriores a la Segunda Escuela de Viena.

Rodrigo, como Falla, su maestro espiritual, permaneció fiel a la tonalidad y a otros elementos de la tradición, sin renunciar a los avances de lo que él consideraba bueno y bello. El neocasticismo de Rodrigo no es antiguo ni moderno, es intemporal, y como tal merece un apartado especial en el devenir de la música española.

Las obras de Rodrigo, tan numerosas y tan variadas, los conciertos con solista, las páginas puramente sinfónicas, las bellísimas canciones, el repertorio para guitarra o para otros instrumentos, no caben en unas líneas. Tampoco la larguísima lista de honores y reconocimientos.

Sus tareas en la radio o en la Universidad Complutense, en cátedra creada especialmente para él, sus muchos escritos y su incisiva labor como crítico musical, no perjudicaron nunca a la creación continua de partituras, muchas de las cuales necesitarían la revisión y la puesta en circulación.

Es verdad que el maestro Joaquín Rodrigo está presente en los atriles y en atención de los intérpretes, pero de su catálogo, sólo son frecuentes un puñado de obras.

Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Doctor honoris causa por varias universidades. Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Obtuvo el primero de los premios concedidos por la Fundación Guerrero. Medallas de Oro y distinciones de toda clase, en España y en el mundo. Y, por deseo del Rey Juan Carlos, marqués de los Jardines de Aranjuez.

Hasta los últimos días, Joaquín Rodrigo ha seguido tocando el piano y, en recuerdos de juventud, tarareando melodías de antiguas zarzuelas.

Su hija Cecilia y su yerno, el eminente violinista Agustín León Ara, le han rodeado de ese ambiente musical, de ese arte sonoro al que quiso dedicar toda su larga vida. Una alegría añadida fue el nacimiento de su primer bisnieto.

Presididas por el inmortal Concierto de Aranjuez, nos quedan partituras como el juvenil poema Per la flor del lliri blau, el Cántico de la esposa, el Concierto de estío, los Cuatro madrigales amatorios, Ausencias de Dulcinea, Sonatas de Castilla, Música para un códice salmantino, la extraordinaria Fantasía para un gentilhombre, Música para un jardín, Con Antonio Machado, las producciones escénicas, una de ellas sobre texto de José María Valverde -otro querido amigo desaparecido-, el Concierto andaluz y muchos otros títulos justifican el puesto destacadísimo de su autor.

El maestro Joaquín Rodrigo ha encontrado el espíritu de la comunicación. Le debemos sus obras musicales, pero también su ejemplo de hombre fiel a sí mismo, cuyas convicciones han resistido cualquier influencia.

Compositor personal y fecundo. Trabajador incansable, siempre combatió pacíficamente por sus ideales estéticos.

Hoy lloran los jardines de Aranjuez.

Carlos Gómez Amat