9 octubre 1992

Apoyó decisivamente el liderazgo de Felipe González en el PSOE durante la Transición

Muere el ex canciller alemán Willy Brandt, patriarca de la socialdemocracia y presidente de la Internacional Socialista

Hechos

Falleció el 9 de octubre de 1992.

10 Octubre 1992

La dignidad de un antifascista

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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CON LA muerte de Willy Brandt desaparece la persona que mejor ha simbolizado, desde el hundimiento del hitlerismo, el renacer de una nueva Alemania democrática y lanzada a la construcción de la Europa que va a necesitar el mundo del siglo XXI. El amor por la libertad y el antifascismo fueron para Brandt los ideales que dieron dignidad y coherencia a su vida. Su gesto como canciller de Alemania de arrodillarse ante los restos del gueto de Varsovia demostró que existía una posibilidad real de que las naciones de Europa -superando los horrores del pasado- se uniesen en torno a unos valores comunes de democracia y de respeto a los derechos humanos. Lección que sigue vigente; quizá hoy más que ayer.Brandt renovó con audacia la socialdemocracia alemana, que, pasada la etapa del infierno nazi, seguía apegada a los dogmas fundacionales del marxismo. En 1959, en Bad Godesberg, los socialistas alemanes renunciaron al marxismo e iniciaron una política de cooperación con otras fuerzas políticas en las tareas de gobierno. Ese pragmatismo -como se refleja en la interesante correspondencia entre Brandt, Kreisky y Palme- no tenía nada que ver con el oportunismo; era fruto de una visión progresista de lo que supone defender los ideales de libertad y de justicia social en el mundo contemporáneo. Fue precisamente esa concepción del socialismo la que influyó sobre Felipe González en el momento en que el PSOE iniciaba una nueva andadura.

Willy Brandt dejó la huella de su inteligencia y antidogmatismo en otro aspecto decisivo de la historia europea al proponer, en plena guerra fría, su ostpolitik: una apertura hacia el Este en pos de la coexistencia pacífica cuando, el atlantismo era concebido por muchos como una simple política de fuerza militar. Su intuición coadyuvó en gran medida al fascinante proceso democratizador en los regímenes del llamado «socialismo real» que desembocó en las radicales mutaciones de 1985 y 1989.

10 Octubre 1991

El gran conciliador

Felipe Sahagún

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LA primera noticia de su muerte llegó poco después de la una y media de la madrugada. La emisora de radio Deutschlandfunk interrumpió su emisión de música para dar la mala nueva. «Alemania se ha empobrecido con su pérdida», dijo el locutor. «Ningún estadista alemán de la posguerra gozó de tanto prestigio en el extranjero», añadió. Los elogios, tributos y homenajes se sucedieron durante todo el 9 de octubre. «Símbolo de libertad e inspiración» (Edward Kennedy). «Demócrata ejemplar y convencido» (Helmut Kohl). «Recuperó la confianza del mundo en Alemania» (Hans-Dietrich Gensher). «Un hombre de paz y justicia» (François Mitterrand). Los elogios unánimes se mezclaban con el florilegio de lo más destacado de su obra: la lucha contra el nazismo, el retorno a Berlín en el 45, la defensa de los berlineses desde la alcaldía de la ciudad en los difíciles días de la construcción del muro y del bloqueo, la oposición al comunismo, la reconciliación con el Este y el Nobel de la Paz (1970-72), la traición del espía Günther Guillaume en el 74 que le obligó a dimitir, veintitrés años al frente del SPD, hasta hace unos días presidente de la Internacional Socialista, su cruzada por la reconciliación NorteSur durante los últimos quince años de su vida.

Hijo de un obrero de Lübeck, el Norte pobre de Alemania, a quien nunca conoció, huyó de la Alemania nazi a los 19 años. Había crecido con su abuelo Ludwig Framm, socialdemócrata, entre obreros. Su conciencia de clase no es algo aprendido. Lo llevó en la sangre desde su nacimiento. No le faltaron razones en muchos momentos de su vida para escapar de la conciencia al odio de clase, pero nunca lo hizo. Su inmensa catadura moral estuvo siempre por encima de esas pequeñeces. De su abuelo aprendió un concepto diferente de revolución: la revolución entendida como el paso de la monarquía a la república, la jornada de 8 horas o la defensa de los derechos del ciudadano. Las vivencias del 23 le habían quedado marcadas. En la escuela y el instituto discutía y organizaba demasiado. No le quedaba tiempo para estudiar. Vino de lo más bajo, creció en el movimiento obrero. Influenciado por el protestantismo luterano, con los años se fue volviendo agnóstico. «¿De qué sirve la vocación por el más allá si la humanidad está amenazada en el más acá?», se preguntaba muchas veces. Consciente de la herencia de la Historia, le fascinaron las posibilidades del mundo moderno. En el 29 ya se sentía políticamente adulto. No le retenían raíces. No veía nada digno de defender en la república de Weimar y estaba enfrentado abiertamente a los nazis. Huyó al norte, se nacionalizó noruego y, luego, sueco. Se unió al movimiento obrero noruego, se casó, se divorció y se volvió a casar en Noruega. Practicó el periodismo y volcó todo su tiempo en la organización de la resistencia contra Hitler. Como en tantos otros hombres de acción, su dedicación plena al Hombre con mayúsculas, al ser humano, a la humanidad, tuvo un precio: su familia y sus amigos. «Le amaron mucho, pero él nunca llegó a amar tanto a los demás», dice de él su biógrado David Binder. A su segunda esposa, con la que vivió 33 años, no la cita una sola vez en sus Memorias. «Toda una proeza», comenta sonriendo hoy Rut, con la que tuvo tres hijos, que viven Alemania. La hija que tuvo con su primera esposa vive en Oslo. Con su tercera esposa y secretaria, Brigitte, treinta y tantos años más joven que él, no llegó a tener hijos. Como enviado especial a Cataluña, vivió la guerra civil española. De aquella experiencia aprendió algo esencial: «Que la libertad puede ser asfixiada desde fuera y destruida desde dentro».

«Crecí en una ciudad hanseática al borde del mar», escribe en sus Memorias. «No soy un prusiano, como mucho adoptivo, pero aún protesto cuando se me llama alemán occidental. Digo entonces que no nací en Alemania Occidental sino en Alemania, y más exactamente, si se quiere, en Alemania del Norte». Para Adenauer, París estaba más cerca. Para Brandt, Europa sin el Este era y es «un torso sin miembros».En 1959, anotó en su agenda unas palabras que iban a ser el lema, 12 años más tarde, del Tratado de Berlín: «Berlín no es apropiada como concesión, pero sí como banco de pruebas de la distensión». Posibilitó el primer acuerdo SALK, los acuerdos de Helsinki y la coexistencia pacífica. Radical en la defensa de sus creencias, pero pragmático en la aplicación de sus decisiones, se negó a una desnazificación que pusiera en el potro a los pequeños y dejara escapar a los grandes. Luchó por depurar el idealismo de una generación y ponerlo al servicio de una causa justa de mocrática: la reconciliación. Su experiencia como alcalde de Berlín (1957-1966) le enseñó una cosa: que no tiene sentido dar cabezazos a las paredes a no ser que sean de papel, pero tiene mucho sentido no conformarse con muros arbitrarios. Como Ministro de Exteriores en la Gran Coalición (SPD-CDU) que gobernó la RFA del 66 al 69 y como canciller de la coalición SPDLiberales del 69 al 74, concentró todo su esfuerzo en la reconciliación con el Este y en la reducción a un denominador común de los conceptos Alemania y Paz a los ojos del mundo. En mis recuerdos están gravadas cuatro imágenes de Willy Brandt: la del 13 de agosto del 61, infundiendo esperanza a los desesperados y abandonados berlineses; la de su viaje a Varsovia en 1970, arrodillado con una corona de flores ante el monumento en memoria del Guetto de Varsovia; de nuevo en Berlín, el 10 de noviembre del 89, recibiendo el aplauso multitudinario de millares de berlineses del Este y del Oeste; y sentado, al lado de Felipe González, en el descanso de unas escaleras traseras del palacio lisboeta donde tomó posesión como presidente .Mario Soares en marzo del 86. «La OTAN es la primera organización pacifista del mundo», nos dijo sin titubear en defensa del «sí» en el referéndum sobre la OTAN que pocos días depués se celebraría en España. Educado en una tradición antimilitarista, luchó hasta el final por conciliar la defensa de la Alianza Occidental y del control de armamentos.

En el 1 contuvo sus lágrimas tras una gafas oscuras. En el 89 no le importó que le vieran llorar. Se había enfrentado a todos los tigres jóvenes socialdemócratas de su país y había apoyado sin vacilación la unificación rápida de Kohl. Era la culminación de un sueño, el final feliz de su política de «pequeños pasos». Nunca creyó en las teorías del «dominó». Nunca encontró lógica la supuesta lógica de la disuasión y del equilibrio en el rearme. Descubrió a Gorbachov antes que nadie y, en contra de la opinión mayoritaria, rechazó tajantemente que la perestroika haya sido producto del rearme reaganiano y otanista. Quiso al Reino Unido en la CE antes que ninguno, pero ni Adenauer ni De Gaulle le escucharon. Dirigió la demarxistización del SPD y, por su gran influencia sobre Felipe González y los socialistas españoles, tuvo una influencia muy positiva en la transición a la democracia en España. Nadie es insustituible, pero en política se echa de menos mucho más a unos que a otros. Felipe González, Sajarov, Mandela, Walesa, Havel y tantos otros que sufrieron la represión y la dictadura tuvieron siempre en Willy Brandt a un defensor, a un guía, a un inspirador y a un conciliador.