26 noviembre 2020

Sus opiniones políticas de apoyo al régimen comunista de Cuba también generaron controversia

Muere el futbolista Diego Armando Maradona, símbolo en Argentina que en su etapa final vivió decadencias vinculadas al consumo de drogas y maltrato a mujeres

Hechos

El 26 de noviembre de 2020 los medios informaron de la muerte de D. Diego Armando Maradona.

19 Julio 2019

De cómo Maradona devoró a Diego

Alfredo Relaño

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Anda por las pantallas una película documental sobre el fulgor y la caída de Maradona que nadie debería perderse. Obra de Asif Kapadia, al que ya se debe una magnífica pieza similar sobre Ayrton Senna, es un documental de magnífico ritmo, sin otra voz en off que testimonios bien escogidos y sinceros, el principal de ellos el del propio Maradona, del que hay confesiones imponentes. Magníficas imágenes de fútbol que nos recuerdan la belleza impagable de su juego, y también de lo que no es fútbol, algunas íntimas y entrañables, otras sórdidas, del brazo de Carmine Giuliano, el hombre de la Camorra que le manejó.

Ahí habla mucha gente que le quiere y que le entiende, y que asistió impotente, como él mismo, a su pérdida de contacto con la realidad, a su degradación. Su hermana, su mujer, su preparador físico, Signorini, un periodista de gran confianza, Daniel Arcucci… Él mismo no tiene reparo en contar cómo, a partir de un tiempo de estancia en Nápoles, hacía una vida de puro crápula desde el domingo, tras el partido (con un breve paso por casa, para saludar a sus dos nenas), hasta el miércoles. De jueves para adelante se reactivaba como futbolista y se preparaba para el siguiente partido, que jugaba indefectiblemente bien.

Menotti dijo en su día, con su tino característico, que Maradona fue como un gato al que alguien subió a un árbol y ya no supo bajar. Signorini ofrece otra imagen muy buena: hubo un Diego, un chico encantador, y un Maradona, personaje mítico cada vez más extraviado. Alternaban, pero con el tiempo Maradona devoró a Diego, como Míster Hyde al Doctor Jekyll. Eso cuenta esta película, retrato perfecto de una vida que empezó feliz y terminó atormentada cuando, como dice la hermana “la coca le dobló el brazo”. Todas las respuestas a todas las preguntas sobre la caída de Maradona están ahí. Una obra de arte y un gran ejercicio de periodismo.

27 Noviembre 2020

No le supimos proteger y Barcelona le destruyó

Bernd Schuster

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Cuando pienso en los dos años que pasé con Maradona en el Barça me hago la misma pregunta que cualquier aficionado: ¿cómo es posible que sólo ganásemos una Copa del Rey? Empecemos por lo evidente, hay futbolistas regulares, buenos, magníficos y, luego, en otro plano, residen cuatro o cinco que son especiales: Di Stéfano, Pelé, Cruyff y, por supuesto, Diego. Cuando llegó a Barcelona, después del Mundial de España, todos pensábamos que íbamos a ganar cada partido, cada título. La ilusión se disparó con motivos. Me atrevería a decir que aquel equipo era mejor que el que luego tuvo en Nápoles y con el que sí ganó ligas. Entonces sólo podía haber dos extranjeros por equipo y no creo que hubiera en Europa una pareja superior a la nuestra. Él ya era el mejor del mundo y yo no estaba lejos, había ganado un Balón de Plata y otro de Bronce en los años anteriores. Además, el equipo estaba lleno de internacionales españoles. Pero nada salió como esperábamos… y no fue culpa de Diego.

El primer factor fue externo. El juego que se practicaba en aquella época era de una agresividad permitida tremenda. Los equipos salían con el objetivo de parar a Diego a cualquier precio. Recuerdo ahora las patadas que le daban y no me explico cómo seguía jugando. Pero no sólo seguía, es que se crecía. En el campo era un líder increíble, siempre pidiendo la pelota, siempre buscando al rival. Cuanto más le pegaban, más quería el balón. Creo que nosotros, quizás cómodos a su sombra, el primer año no estuvimos a la altura a la hora de acompañarle.

En la segunda temporada llegó la lesión por la entrada de Goikoetxea, que curiosamente ya me había lesionado antes de gravedad a mí, y todo se complicó. Por un lado, estuvo unos meses sin jugar y, por otro, las polémicas extradeportivas empezaron a crecer. Entre unas cosas y otras no fuimos capaces de hacer el equipo histórico que, desde mi punto de vista, teníamos que haber sido.

En lo personal, tuve la suerte de ser su compañero de habitación y fue una experiencia impresionante, porque me encontré un amigo con la misma personalidad y la misma mentalidad que yo. Pensábamos en fútbol a todas horas y nos pasábamos noches enteras hablando de ello en la habitación. Nos reíamos muchísimo. Lo cierto es que no es lo que me esperaba de él, que llegaba con ese aura y con esas incógnitas sobre cómo sería fuera del campo. Y era fantástico. Un compañero maravilloso, simpatiquísimo, atento contigo y tu familia. A veces me resulta complicado conciliar en mi cabeza lo gigantesco de su figura con la sencillez de su persona. Pero, al final, la enormidad de lo que le rodeaba acabó por estropearlo todo. Diego se dedicaba a su profesión al cien por cien, entrenaba como el que más y nunca se despistó del fútbol cuando tocaba fútbol, pero en el vestuario sabíamos que fuera de él se estaban complicando las cosas. Su vida privada empezó a estar en todos los medios de comunicación y nosotros nos intentábamos aislar, pero era imposible. Para Diego llegó un momento en que aquello se convirtió en insoportable. Se pasaron con él, le perseguían, fueron a por él y ese fue el gran error de Barcelona, de la ciudad, del club, de todos nosotros: no supimos cuidar al mejor jugador del mundo. En vez de protegerlo, Barcelona lo destruyó.

28 Noviembre 2020

Dinos, Diego, de quién eres

Jorge Bustos

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Todo vestidito de blanco, remataría un villancico sarcástico con su adicción. Pero lo que importa, a la vista de todas las identidades mendicantes que en la misma tarde del miércoles echaron a volar en círculos sobre el mito, es la pregunta. ¿A quién pertenece Maradona? ¿A los tertulianos deportivos? ¿A los comunistas? ¿A la indignación de los aliados feministas? ¿A la camorra? ¿Al nacionalismo peronista? A cualquiera menos a sus deudos, porque los dioses no tienen familia. A quien de ningún modo pertenecía Maradona era al irrelevante Diego Armando. Eso fue así muy pronto -«Prefiero la gloria a la plata», declaraba en Boca- y eso fue lo que lo mató.

Es estúpido juzgar a Maradona por sus vicios, por su ideología, por su peso, por su ropa. Pero vivimos un tiempo absurdo que atomiza la inteligencia y raciona sus efectos en dosis homeopáticas entre las víctimas de tal o cual ansiedad. Antes de que nuestras sociedades desencantadas y sectarias se volvieran incapaces de comprender la condición de sus propios dioses, existieron hombres capaces de explicarla. Para Aristóteles, Maradona no es técnicamente un ser humano sino un héroe trágico. Su biografía no tiene otra justificación que la catarsis que desata en los corazones mortales cuando asisten a su espectáculo. Pero la catarsis está compuesta por piedad y terror. Cuando se afirma -con razón- la divinidad de Maradona, no se le está admirando: se le está compadeciendo. Porque en el origen de la tragedia, apunta Nietzsche, está nuestra necesidad de chivos expiatorios; ninguno, por cierto, más grácil que Maradona. Los hombres le cargaron de atributos sobrehumanos que él asumió, sabiendo que terminarían aplastándolo. De Marilyn Monroe a Michael Jackson, muchos otros ardieron como sueños en ascuas que alumbran la noche vulgar del hombre. El viejo mecanismo religioso sigue operando en la cultura de masas. El pueblo necesita al ídolo, lo reconoce cuando surge, le obliga a descender para compartir con él el polvo del camino. Y en cuanto lo hace, lo crucifica.

-Nada, ni siquiera los dioses, es más terrible que el hombre. Ellos han hecho, hacen y harán las mismas cosas. Sus facultades les han sido otorgadas de una vez para siempre, sin que puedan cambiarlas -canta el coro de Sófocles en Antígona.

Por eso Maradona nunca se enmendó. Bestia divina, estaba condenado a repetir la misma genialidad y la misma perversión. Como el minotauro de Borges, sabía salir de los laberintos que le planteaban los defensas en la cancha, pero no del dédalo de una vida no humana. «El hecho es que soy único. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al templo, otros juntaban piedras. No puedo confundirme con el vulgo», confiesa Asterión. Hasta que al fin lo liberó la muerte.

29 Noviembre 2020

El Diego que yo conocí

Eduado Inda

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Maradona era sencillo y cordial en el trato. Nada que ver con el ciclotímico personaje público que alternaba su eterna sonrisa con unos cabreos monumentales

La primera vez que me topé con Diego Maradona fue el 5 de mayo de 1984 a la salida de los vestuarios del Bernabéu. Apenas una hora antes había terminado, como un vulgar partido entre macarras de barrio, la final de Copa. Un servidor se coló y fue a por el autógrafo del número uno. Salió, lo tuve a menos de un metro de distancia, pero fue imposible requerirle la rúbrica porque iba medio groggy. Parecía ido, no sé si por el lío que se había montado con la mayor tángana de la historia del fútbol patrio, por los puñetazos y patadas que había recibido de Goikoetxea o por ambas cosas a la vez. Por si fuera poco, iba guarecido por dos gorilas con cara de pocos amigos y tampoco era cuestión de arriesgar el pellejo más de la cuenta.

Pasaron los años, se fue del Barça por la puerta de atrás, fue campeón del mundo en ese México 86 que tenía que haber sido Colombia 86, triunfó en el Nápoles, le robaron la final del Mundial 90 con un penalti inexistente, le echaron del de Estados Unidos por dopaje y cayó en la sima de las drogas.

Mi llegada a la dirección de Marca en 2007 me regaló la oportunidad de conocerle más a fondo, gracias a Juan Castro, el único periodista del que se fiaba plenamente urbi et orbi. No daba entrevistas a nadie… excepto a Marca. Lo primero que me llamó la atención fue su sencillez y cordialidad en el trato, nada que ver con el ciclotímico personaje público que alternaba su eterna sonrisa profidén con unos cabreos monumentales. Eso sí: cada entrevista era una epopeya. Te citaba a las 10:00 de la mañana y te recibía bien entrada la tarde tras no menos de un par de aplazamientos. Aceptábamos encantados esta informalidad porque nos había concedido un monopolio informativo que, además, ponía de los nervios a nuestros rivales. Y sobra decir que escuchar a El Pelusa hablando de fútbol era una delicia. También le estaré eternamente agradecido por dar el plácet a la foto que nadie nunca había conseguido antes y jamás nadie logró después: la suya con otro argentino de pro, el entrañable Di Stéfano, con el que desde hacía un par de décadas se llevaba a matar. Hubo que convencerles a él y a don Alfredo. Costó, pero, finalmente, en noviembre de 2009, coincidiendo con un partido de la Argentina que él dirigía, nos anotamos un tanto para la historia juntando a la pareja con un invitado de excepción, Leo Messi. Había más periodistas que en una rueda de prensa de Madonna o Beyoncé. Vinieron de los países más insospechados y hubo pleno de medios argentinos. Aquella tarde-noche en el Mirasierra Suites me la llevaré grabada a la tumba. Fue un exitazo para Marca. Y de lo futbolístico qué quieren que les cuente. Bueno, sí, la estampa de ese Bernabéu puesto en pie y ovacionándole estruendosamente tras el golazo que metió al Madrid en junio de 1983 tras dejar sentado a medio equipo merengue. Uno, que con 15 años estaba allí, sólo ha visto algo parecido con otro gol de antología metido por Ronaldinho en 2005 en la catedral blanca. Sea como fuere, me quedo con la pena de no haber vivido esa llegada a Buenos Aires tras ganar la Copa del Mundo en 1986, una escena que el gran Valdano relata echando mano de su ingenio interminable: «Parecía que había vuelto Jesucristo a la tierra». Éste es el Diego que yo conocí: tan amigo de sus amigos como enemigo de sí mismo. Algo que, otra vez Valdano, sintetizó en otro aserto para la posteridad: «Maradona fue víctima del mito que todos contribuimos a crear».

30 Noviembre 2020

Meapilas de Maradona

Iñaki Gil

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EN LA cuadrilla, sobre Maradona, hay ateos, agnósticos e incluso algún creyente. Incrédulo ante d10s, estuve en el Bernabéu en el primer Madrid-Barcelona que disputó, pero lo único que recordaba es cómo me impresionó ver sacar la navaja a un hermano del futbolista, en una pelea con ultras del Madrid. El descreído que iba conmigo sabía al menos el año (1982) y que era invierno.

El más fiel atesora, en cambio, un rosario de vivencias. Le vio en Sarriá, con Argentina y todavía le estremece el marcaje de Gentile, un italiano leñero, y cómo sufrió pensando que iba a lesionar al gran fichaje de su equipo. Es quien mejor explica por qué Maradona no se ganó el corazón de los culés y Messi, sí: «Messi encarna los valores del Barça que son los de la burguesía catalana: trabajo, discreción y eficacia. Maradona era un cabecita negra, representa al tipo sin remilgos de las villas miseria. Por eso se fue a Nápoles, ciudad que es una gran villa miseria». Me llamó al poco de conocerse la muerte. Había asistido al último gran partido de Maradona con otro futbolero de la cuadrilla, un Boca-Argentinos juniors en La Bombonera. «Maradona estaba tonelete, no salía casi del círculo central, no corría, pero todo el juego pasaba por él», apunta uno. «Le hacía caso hasta el árbitro», completa el otro: «Pensé que no duraría mucho».

Maradona se mató despacio. En la cuadrilla se respetan todos los sentimientos. Pero nos reímos del fervor de tanto meapilas. Emmanuel Macron y Pablo Iglesias, santurrones máximos. «La mano de Dios había depositado un genio del fútbol sobre la tierra. Acaba de recuperarlo en un regate imprevisto…», arrancaba el comunicado oficial del Elíseo. Termina así: «El presidente de la República saluda a este soberano del balón que tanto amaron los franceses. A todos los que ahorraron para completar el álbum de México 86 con su cromo, a todos los que intentaron negociar con su pareja para poder bautizar a su hijo como Diego (…) el presidente envía sus condolencias emocionadas. Diego se queda». En las antípodas ideológicas pero en la misma orilla llorica, Iglesias. «Gracias por tantos momentos de felicidad. Hasta siempre», escribió en un tuit que incluía el estribillo de un rap patatero de su grupo de referencia, Los Chikos del Maíz, A D10s le pido: «Diego nuestro, santificada sea tu zurda/ Dios no está en el cielo, se recupera en Cuba/ Diego nuestro, barrilete cósmico divino/ Dios lleva el 10 a la espalda y es argentino». Maradona, perdónalos, son unos boludos.