12 agosto 1914
Muere el Papa Pío X en medio de una Europa devastada por el estallido de la Primera Guerra Mundial

Hechos
El 20.08.1914 falleció el Papa Pío X.
Lecturas
El mandato del Papa Pío X había comenzado en agosto de 1903.
El nuevo Papa de la Iglesia católica será elegido septiembre de 1914, el Papa Benedicto XV.
El Análisis
En la hora más oscura que ha conocido Europa en generaciones, cuando las naciones cristianas se lanzan unas contra otras en una guerra sin precedentes, la Santa Sede queda huérfana: ha muerto el Papa Pío X.
El pontífice, nacido Giuseppe Sarto, cierra sus ojos el 20 de agosto de 1914, mientras los cañones retumban desde Lieja hasta los Balcanes. Su muerte, apenas semanas después del estallido de la guerra, parece un trágico símbolo de la era que se derrumba. El Papa, que durante su vida procuró defender la fe frente a las fuerzas disgregadoras del modernismo, se extingue justo cuando el Viejo Continente, al que tanto amó, se despeña en una carnicería fratricida.
Durante su pontificado (1903–1914), Pío X se destacó por su vigor pastoral. Reformó la música sacra, impulsó la comunión frecuente —especialmente la de los niños—, reorganizó la Curia y combatió con tenacidad lo que denominó los “errores del modernismo”. Su estilo sencillo y su vida austera contrastaron con la pompa de otros tiempos. Fue un papa de pueblo, fiel a sus raíces humildes de hijo de cartero y costurera, y su lema “Instaurare omnia in Christo” —Restaurar todas las cosas en Cristo— fue guía constante de su acción.
Sin embargo, si algo lo atormentó en sus últimos días fue la locura bélica. Dicen que sus últimas palabras fueron: “Protesto contra esta guerra… la civilización va a la ruina”. Y en verdad, muere con el alma herida, viendo cómo las naciones que comparten el mismo bautismo se matan entre sí por ambiciones de poder y orgullo nacional. La cruz de Cristo queda, una vez más, olvidada bajo las botas del soldado.
La Iglesia pierde a su pastor, y Europa pierde una voz que, aunque aislada, clamaba por la paz. La silla de San Pedro queda vacía en un mundo que parece haber enmudecido toda razón. Dios quiera que quien le suceda encuentre el modo de ser faro en esta tempestad que amenaza con tragarse el siglo entero.
J. F. Lamata