19 julio 2019

Vivió lo suficiente para ver caer a su gran enemigo, Francisco González

Muere Emilio Ybarra Churruca, el banquero que perdió el control del BBVA pero cuya familia acaba de recuperar el mando en Vocento

Hechos

El 17 de julio de 2019 se hizo público el fallecimiento de D. Emilio Ybarra Churruca.

Lecturas

D. Emilio Ybarra Churruca, directivo del Banco Bilbao desde el comienzo de la Transición. Fue cofundador del Banco Bilbao Vizcaya (BBV) en 1988 y desde 1990 se convirtió en el presidente única de la entidad hasta su fusión con Argentaria, en 1999, cuando el banco, ahora BBVA, pasó a ser llevado por dos presidentes, él y D. Francisco González Rodríguez.

En 2002 el escándalo de las cuentas secretas del BBV le valió perder todos sus cargos en el BBV y también en el grupo mediático Vocento, a pesar de que era uno de los accionistas mayoritarios.

Su muerte se produce en un momento en el que su familia ha vuelto a asumir la presidencia del BBVA a través de su hijo D. Ignacio Ybarra Aznar, y en un momento en que su gran enemigo, D. Francisco González Rodríguez ha caído fruto del escándalo Villarejo.

18 Julio 2019

A cada cual, lo suyo

Pedro Luis Uriarte

(exConsejero Delegado del BBVA entre 1994 y 2001)

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Pedro Luis Uriarte, vicepresidente y consejero delegado de BBV y BBVA entre 1994 a 2001 repasa la gestión, los problemas y las traiciones que sufrió Emilio Ybarra

«El Banco, la Patria y mi familia. Esas son las tres referencias de mi vida«. Esas fueron las palabras con las que Emilio de Ybarra se dirigió al Consejo de BBV, en la sesión en la que fue nombrado Presidente, a finales de enero de 1990, tras el laudo que tuvo que dictar el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, para cerrar la grave crisis que se había producido en aquel banco, nacido quince meses antes, por la fusión del Banco Bilbao (BB) y el Banco Vizcaya (BV), para crear el líder bancario español.

Unos meses después de ser nombrado Presidente, Emilio se tuvo que enfrentar a una sorprendente situación: un consejero de origen BV le reveló que existían en Jersey fondos de ese banco, a nombre de personas interpuestas, que no habían sido comunicados a José Ángel Sánchez Asiaín, el mítico Presidente del BB, por parte de Pedro Toledo, Presidente BV, en el momento de la fusión. Emilio, en lugar de aprovecharse de aquella intolerable ocultación para denunciar a todos los consejeros de origen BV y que BBV quedara en manos de los de su propio origen, pensó precisamente en ese «Banco» que para él era la referencia, evitó un gravísimo escándalo y una nueva crisis en el Consejo, regularizó la situación y controló aquellos recursos, ahora ya puestos a nombre de BBV y situados en su patrimonio, como lo que era, un buen administrador y gestor. Y así lo hizo, hasta el año 2000.

Poco después de aquella insólita y compleja situación llegó la dura crisis de 1992. Tuvo un impacto brutal sobre los resultados de BBV, que cuatro años después de la fusión que le dio origen seguía sin remontar. Como consecuencia, en diciembre de 1993, un destacado diario nacional dedicó a Emilio un punzante artículo, titulado «Un perdedor», que por si había alguna duda iba adornado con su foto.

Todo ello y la marcha posterior de algunos significados altos directivos a distintos bancos competidores, le hizo reaccionar y, en septiembre de 1994, propuso al Consejo mi nombramiento como Consejero Delegado único de BBV, para crear así lo que un importantísimo banquero peruano calificaba hace un par de días como «una fantástica dupla».

Tras esta decisión trascendental, aquel «perdedor» se convirtió en «triunfador», porque el Banco que encabezaba y que era su pasión se transformó radicalmente. Y como las palabras se las lleva el viento, y es cierto aquello de que «por sus obras, le conoceréis«, vamos con los datos. Uno de la máxima significación, el valor de BBV en Bolsa ascendió como un cohete, desde los 4.200 millones de euros que valía en aquella fecha, hasta los más de 40.000 solo cinco años después. Sus empleados pasaron de más de 22.000 a más de 90.000 y el beneficio se multiplicó por más de cinco veces. Como corolario de todo ello, en el año 2000 la revista Forbes de Estados Unidos le declaró «el mejor banco del mundo». Y realmente lo fue, tanto para su magnífico equipo, como específicamente para sus accionistas, porque fue la mejor inversión mundial en el sector bancario durante cinco años consecutivos.

Con todo lo anterior he pretendido resumir la rica ejecutoria de Emilio de Ybarra como Presidente. Una trayectoria que, como titulaba ayer un importante diario, permite calificarlo como «el último gran banquero». Realmente lo fue, pero no he visto reflejada esa justa valoración en algunas otras de las notas necrológicas que se han publicado, lo cual representa una tremenda injusticia.

Y es que, sobre sus méritos, sobre los del Consejo que presidió y sobre los del fantástico equipo que consiguió aquel éxito irrepetible, se ha corrido una interesada cortina de humo que ha pretendido ocultar todo ello, a lo que se ha añadido la apropiación de la suculenta herencia recibida y de la autoría de grandes operaciones estratégicas realizadas. Esas acciones de prestidigitación han permitido ocultar las consecuencias para las cuentas de resultados posteriores de los notorios errores estratégicos y tácticos cometidos, tras la salida de aquella dupla del banco, en diciembre de 2001, y posteriormente de todos los consejeros de origen BBV y de otros altos directivos, en circunstancias que no son las que se han explicado oficialmente, pero en las que no me voy a detener. Valga un nuevo dato como referencia: más del 55% de los beneficios actuales de BBVA provienen de decisiones estratégicas, de expansión y de gestión, desarrolladas antes de aquella fecha.

Banco, Patria, familia. Vamos a hablar ahora de la Patria o, mejor dicho, del señuelo que ocultaba. Porque, con todo respeto para su figura, Emilio cometió en su etapa presidencial tres errores de percepción y de valoración. El primero no saber que el viento en la cumbre sopla muy fuerte y que, por ello, se necesita conseguir «anclajes» y no los tuvo. El segundo, que hay una realidad que está al otro lado del espejo y que desde luego no es la que refleja Alicia en El País de las Maravillas, sino el caudaloso, y a veces pestilente, río de las ambiciones, los intereses, y, en definitiva, del poder. Y el tercero y más grave, el de confiar en un farisaico colega que no solo le traicionó, no respetó la palabra dada, ni los pactos firmados, sino que, además, no contento con todo ello, hizo todos los esfuerzos del mundo en años posteriores, para meter a Emilio en la cárcel y acabar con todo y todos los que le habían rodeado. Sin piedad.

Porque a Emilio, el reconocimiento en forma de Gran Cruz del Mérito Civil que recibió en los primeros meses de 2002, por sus relevantes servicios a la economía patria, se le transformó pocas semanas después en las siguientes acusaciones criminales, a cual más delirante y calumniosa: pagos a ETA, financiación de exportación de armas a Cuba (!), soborno a presidentes latinoamericanos, blanqueo de dinero de origen criminal, falseamiento contable, administración desleal, apropiación indebida, delito fiscal, y creo que me olvido de alguna de aquella delirante ristra de malintencionadas acusaciones que, para mi desgracia, compartí con él, junto con otros miembros del Consejo de origen BBV. En otras palabras, aquel exitoso banquero, salvo atracar al Banco de Inglaterra, hizo (hicimos) de todo. Increíble, ¿verdad?

¿Pero cuál fue el propósito último de todo ello? Porque, además de acabar con el honor y reputación de su persona, y de la de muchos que compartimos profesión con él, había un objetivo «patrio», uno de caza mayor. Para confirmarlo, basta darse un paseo por el Bilbao de hoy, la ciudad donde nació, en 1857, el banco que llevaba su nombre. En ese recorrido de menos de mil metros se puede ver que el edificio de dieciocho plantas donde estaba la sede operativa principal de BBV, y donde se encontraba el despacho del Presidente y el del Consejero Delegado en 2001 y que ha sido vendido para abrir un almacén de ropa barata y dedicar el resto de las plantas a actividades públicas. El edificio emblemático de Gran Vía 12, donde estaba la sede del Banco Bilbao desde 1957, es propiedad de una inmobiliaria.

Y para completar el cuadro, en la plaza de San Nicolás languidece el pequeño palacete decimonónico donde está situada la sede social del poderoso banco internacional BBVA, mientras se ha invertido una millonada para crear una gigantesca sede operativa, adivine usted dónde.

Hace unas pocas semanas, estuve por última vez con Emilio de Ybarra, compartiendo mesa y mantel en el acto de proclamación de nuevos «Cónsules» por la Cámara de Comercio de Bilbao. Recordando el calvario que padecimos durante más de seis años, junto con otros muchos inocentes, valoramos que no solo nadie nos había pedido perdón por aquella auténtica tropelía difamatoria, sino que no había habido una rectificación, ni por supuesto se nos había dado una simple justificación.

Años y más años e investigación judicial, miles y miles de páginas en distintos medios dedicadas al tenebroso «caso de las cuentas secretas de BBV», al final, quedó resumido, ocho años después, en que todos los deméritos de Emilio de Ybarra, derivados de aquellas tremebundas acusaciones quedaron reducidos a una multa de unos pocos miles de euros, por parte del Banco de España, por no haber cumplido con alguna formalidad contable.

Pero en esa misma y última conversación con quien había sido mi jefe, también nos dimos cuenta de que quizá la mano implacable del dios Destino está colocando a cada uno de los actores de aquel aquelarre al que se nos sometió, ríase usted de Juego de Tronos o de House of Cards, en el sitio que en justicia les corresponde.

Porque el partido político que estuvo detrás de aquella operación de toma de control de un banco por medios torticeros hoy está minimizado y vilipendiado. El ambicioso estratega que, desde la sombra, urdió aquella operación, fracasado. El juez estrella que tanto fabuló, estrellado. El brillante periodista que tanta leña echó a la hoguera, desplazado…

Así podría citar a otros peones más que han caído, uno tras otro, a algún alfil y a una elevada torre. Faltan otros, y algunos de los colaboradores necesarios todavía disfrutando de cómodas poltronas y de relevantes retribuciones, pero en especial ahí sigue la pieza más importante. Hoy se la ve ya tambaleante, tras los primeros jaques, por lo que cabe deducir que por aplicación del axioma de que «quien a hierro mata, a hierro muere«, pronto caerá. Es una verdadera pena, pero Emilio no podrá verlo, porque, en cierto modo, hubiera equivalido a esa necesaria reparación que nunca ha llegado.

En el balance de la vida de Emilio de Ybarra ha habido de todo, como en la de todos nosotros. Pero desde la perspectiva de las más de dos décadas que compartí destino profesional con él, y con absoluta objetividad, puedo decir que pesa mucho más lo positivo que lo negativo, los aciertos que los errores, los triunfos que los fracasos. Además, me parece merecido otro de los titulares publicados hoy: «Adiós a Emilio Ybarra, el banquero que, además, era una excelente persona»

Por eso creo que Emilio, al abrir la puerta que cierran sus 82 años de existencia, para entrar en otra dimensión, habrá podido decir, con toda justicia, ¡misión cumplida!

Allá donde estés, Emilio, espero que en lo más alto, descansa en paz. Te lo mereces.

19 Julio 2019

Emilio Ybarra: Vasco y español

Antonio López Fernández

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Lo más destacable de su ejercicio como banquero está en el reconocimiento del personal como el mejor intangible del Banco.

La muerte de Emilio Ybarra no ha sido una sorpresa. Su mala salud de hierro disparaba con frecuencia, en los últimos tiempos, alarmas preocupantes, pero ha ido ganando la batalla, superando las previsiones médicas raramente optimistas.

La resistencia ha sido una constante en su vida, una vida que comenzó en la soledad de una orfandad madrugadora. Su abuelo materno, Alfonso Churruca ejerció de padre y orientó sus pasos hacia el mundo de la empresa periodística y de la banca, actividades ambas a las que dedico su ejercicio profesional.

Como consejero del grupo Correo impulsó la conversión de los dos grandes periódicos vascos, el Correo y el Diario Vasco, en la realidad que es hoy el grupo Vocento. Su filosofía empresarial tenía dos principios: Los periódicos debían ser independientes y con peso familiar que hiciera posible la continuidad de una historia, el mantenimiento vivo de una herencia.

En sus planteamientos de personaje resistente figura el no haberse dejado seducir por los cantos de sirena de inversores extranjeros y por las presiones de un entorno político siempre tentado de intervenir en los medios escritos.

En la biografía de Ybarra hay una realidad que no fue bien entendida. Él decía que tenía dos sombreros, el de accionista de peso del grupo Correo y el de presidente de un Banco. Siempre marcó una línea divisoria entre ambos y acostumbraba a recordarme, cuando se trataba de las relaciones entre el banco y el grupo periodístico, que era obligado respetar una distancia que garantizara la independencia del grupo. Me lo recordaba en mi condición de Director de Comunicación y Adjunto a la Presidencia y, cuando desde instancias políticas se pedía su intervención cerca de los medios de los que era accionista, su respuesta era que se dirigieran a los gerentes. Era otro el sombrero.

¿Error o acierto? En cualquier caso, una realidad que yo viví desde mi responsabilidad de director de comunicación.

Al Banco, Emilio dedico la mayor parte de su tiempo y consiguió logros importantes como crear una potente franquicia latinoamericana, pero lo más destacable de su ejercicio como banquero está en el reconocimiento del personal como el mejor intangible del Banco. Le gustaba visitar sucursales, su memoria le permitía conocer el nombre de los directores de sucursal, sus problemas, le gustaba escuchar a la red. Compensaba su timidez con la cercanía

Emilio era profundamente vasco y profundamente español. Una dualidad que en su caso fue una síntesis vital que vivió con pasión y con esperanza.

19 Julio 2019

Emilio Ybarra, vasco, banquero y buena gente

Fernando González Urbaneja

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Fue un banquero profesional clásico, con una carrera previsible pero constante y con el talante personal de la buena gente

Emilio Ybarra fue una persona coherente, lineal, leal a su nombre y a una trayectoria familiar no exenta de tragedias, desde la muerte de su padre, víctima de la guerra civil, a los avatares de ser blanco perpetuo de ETA y a las peripecias que concluyeron con la marca bilbaína del Banco de Bilbao. Pero, sobre todo, Emilio Ybarra fue un banquero profesional clásico, con una carrera previsible pero constante y con el talante personal de la buena gente, las personas confiables. Discreto, tímido, previsible y con ambiciones muy controladas.

Fue banquero del último cuarto del siglo XX, la generación bisagra entre la de los banqueros del franquismo que lo eran por tradición o mérito y los nuevos banqueros tecnocráticos del siglo XXI.

Banquero del viejo y a veces mitificado club de los siete grandes, que tenía más de mito y de liturgia que de poder efectivo. Un banquero vasco con residencia en Bilbao, por supuesto en Getxo-Neguri (orilla derecha), con todo lo que ello implica.

Entre los banqueros de su generación había dos Emilios, el de Santander (Botín) y el de Bilbao (Ybarra). Los dos, licenciados en Universidad de Deusto (derecho y económicas) y los dos destinados a los bancos de sus familias. Los dos ingresaron como titulados en sus bancos (Santander y Bilbao) hicieron carrera calculada en oficina, servicios centrales, comercial, financiero… hasta alcanzar la dirección general antes de cumplir los cuarenta, el puesto de consejero delegado en esa década y la vicepresidencia y presidencia como proceso necesario.

Emilio Ybarra no fue el más audaz de sus colegas (esa condición la merece Botín), ni el más inteligente (ese era Asiain), ni el más astuto (en eso gana Escámez), ni el más listo (en eso ganaba Valls), ni el más imaginativo (pedro de Toledo), tampoco el más internacional; pero conocía bien el oficio, el banco y sus circunstancias. No pertenece a la generación de tecnócratas que encabezaron Alfredo Sáez, Javier Gúrpide, Pedro Luis Uriarte, Angel Corcóstegui, Francisco Luzón, Ignacio Goirigolzarri… pero coincidió con todos ellos.

El azar le llevó a conocer, sufrir y gestionar varios problema críticos del oficio que marcan cambios de ciclo y de preferencias. Por un lado las fusiones de los grandes que redujeron en pocos años una nómina de ocho competidores a solo dos. Fusiones que siempre implican guerras civiles porque hay más traseros que asientos. Ybarra pasó por esa prueba sin crearse una lista peligrosa de damnificados. Él mismo salió abrasado por su colega en la presidencia del BBVA (tres en uno), Francisco González que lo empujó a la puerta de salida sin contemplaciones ni consideración.

Vivió con amargura y dignidad esa salida por la puerta trasera de la que era su casa profesional a la que dedicó con lealtad toda su vida. Se le notaba la amargura pero no cambió su talante personal amable y considerado con los conocidos. Por lo que conocí y supe de él le considero un vasco de corazón y una buena persona.

Fernando G.Urbaneja es periodista

19 Julio 2019

Fuerza y empuje de Emilio Ybarra

Dario Valcárcel Lezcano

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Fue un hombre que defendió su independencia y su libertad, y que destacó por su atención al escenario internacional

Emilio Ybarra y Churruca fue un español de fuerte vínculo con Euskadi y Madrid. Desde su nacimiento en 1938, fue un excepcional actor que impulsó fuertemente la modernización de España y de su cultura, con la que mantuvo una conexión permanente y creciente.

Podríamos hablar de su papel y del de Euskadi, una excepción de potencia y de modernidad en el desarrollo de una España caracterizada por lo contrario.

Podríamos hablar de un banquero que defendió su independencia y su libertad ante un Estado ya democrático, que se enfrentó a un comportamiento inquisitorial sobre el que también habría mucho que decir.

Pero en estas líneas queremos rendir homenaje a un hombre que destacó por su atención al escenario internacional.

Hoy esta observación puede parecer una redundancia, una obviedad.

Pero en su caso y en su momento, sea a escala personal o profesional, era una excepción: tengo conocimiento de ello.

Desde el principio, a finales de los años ochenta, no solo apoyó sino que impulsó la revista Política Exterior, que debe su vida en gran parte a hombres como Guillermo Luca de Tena, José Lladó, Miguel Herrero de Miñón, Jaime Ojeda o el propio Ybarra, entre una lista no menor. Todos ellos empujaron para llenar un vacío cada día más evidente. Emilio Ybarra abrió puertas, señaló prioridades, fomentó esfuerzos propios y ajenos, casi siempre con modestia, buscando el perfil discreto que caracteriza muchas veces a grandes hombres.

Darío Valcárcel es periodista.