27 septiembre 1940

Fue el único líder político del Frente Popular que rechazó huir al exilio. El PCE le declaró traidor.

Muere en las cárceles franquistas Julián Besteiro Fernández, ex Presidente del PSOE detestado por el comunismo por apoyar el golpe de Segismundo Casado

Hechos

El 27 de septiembre de 1940 falleció D. Julián Besteiro Fernández.

Lecturas

Sometido a un consejo de guerra, en el que se le acusó de haber promovido un socialismo moderado, fue condenado a cadena perpetua que, posteriormente, fue sustituida por treinta años de reclusión mayor. Falleció en 1940, víctima de una infección, en la cárcel de Carmona.

El dirigente socialista D. Julián Besteiro ha fallecido este 27 de septiembre de 1940 en la prisión de Carmona (Sevilla), donde cumplía la condena, a causa de una septicemia mal diagnosticada.

Catedrático de psicología, lógica y ética, en Orense, y de lógica en Madrid, ingresó en el PSOE en 1912, convirtiéndose en uno de sus principales dirigentes.

Participó activamente en la huelga revolucionaria de 1917, lo que le valió una condena a cadena perpetua, pero fue amnistiado en 1919. Desde entonces se dedicó a su labor de concejal del ayuntamiento de Madrid. Con la proclamación de la República. Besteiro se convirtió en presidente de las Cortes Constituyentes.

Al estallar la guerra civil, Besteiro retornó al ayuntamiento madrileño, como presidente del comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento, manteniendo siempre una posición crítica respecto al gobierno, y mostrándose opuesto a la preponderancia comunista, y favorable a un intento de paz negociada con los franquistas.

Su postura le llevó a secundar la iniciativa del coronel Casado, participando en el golpe de estado de este contra el Gobierno del Dr. Negrín y el Frente Popular que sostenía el PCE y, tras derribarlo, entablar unas negociaciones con el general Franco para intentar una paz negociada, sin resultados, en marzo de 1939.

El día 29 de este mismo mes de marzo de 1939 fue detenido en la sede de la Junta de Defensa y condenado el 8 de julio de 1939 a 30 años de prisión mayor.

27 Septiembre 1990

El socialismo de Julian Besteiro

Emilio Lamo Espinosa

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El 27 de septiembre de 1940 moría Julián Besteiro en la cárcel de Carmona, en la más absoluta soledad. Por eso hoy, cuando se cumplen los 50 años de su muerte, espero y pido desde aquí que se le brinde el homenaje que merece, un homenaje de todos los españoles, un homenaje, sobre todo, de los vecinos de Madrid, ciudad de la que fue concejal repetidas veces y por la que fue elegido diputado, con apoyo masivo, en cuantas ocasiones se presentó.¿Por qué este homenaje? Relataré sólo una anécdota que es mucho más que eso, pues eleva a su protagonista al rango de personaje arquetípico. El 26 de marzo de 1939, el general Casado informaba a los miembros del Consejo de Defensa que el general Miaja había marchado en avión a Valencia. Aquella noche el Consejo se reunía por última vez y pocas horas más tarde todos sus miembros salieron hacia esa ciudad, camino del destierro y, en muchas ocasiones, de la muerte. Todos menos el anciano Julián Besteiro, que decidió quedarse en Madrid. Aquel mismo día 28 de marzo El Socialista publicaba su último ejemplar declarando amargamente: «Nos hacen la guerra porque deseamos la paz». Efectivamente, el Consejo había fracasado. Después de romper con lo poco que quedaba de legalidad republicana, Franco les negaba un simple tratado de paz que hubiera sido la base de una posible reconciliación. Besteiro, que lo sabía, y como respuesta a ese dogmatismo e intransigencia, se dirigió por radio aquel mismo día 28 a los madrileños rogándoles «salieran al encuentro de los nacionalistas, como hermanos, en señal de reconciliación». Cuando aún no había culminado la guerra civil Julián Besteiro tuvo el valor y la clarividencia de entender que España carecía de futuro si éste no se asentaba sobre la reconciliación de vencedores y vencidos. Aquéllos no lo quisieron, pero su invitación generosa es el primer acto de lo que no maduraría sino 40 años más tarde en la Constitución española de 1978.

. Las horas siguientes de Besteiro, en un Madrid vencido y destruido, son de una enorme intensidad dramática. Todos los protagonistas recuerdan con viveza lo que ocurrió aquellas horas, extraordinarias dentro de lo extraordinario de la guerra civil. Son momentos en que el Estado, incluso la sociedad, se desvanece en un inmenso y silencioso vacío de poder, de orden y de legalidad; lo viejo ha muerto y lo nuevo aún no ha nacido. En tales condiciones los individuos se enfrentan solos consigo mismos, desprovistos de presiones o rutinas, asumiendo su propia y total responsabilidad. En aquel momento, García Prada le preguntó a Besteiro, al salir de la radio:

-Y usted, don Julián, ¿por qué no se marcha ya?

-No me voy -respondió Besteiro- Me han llamado traidor y me quedo en Madrid para contestarles con mi condena. Soy viejo y les he dicho a los consejeros que me perdonen por quedarme aquí.

Detenido el 29 en los sótanos del Ministerio de Hacienda, aquella misma mañana se iniciaba el procedimiento sumarísimo de urgencia número 1 contra él y Rafael Sánchez Guerra, por rebelión militar, justamente contra quien se había opuesto a la radicalización del PSOE, la revolución de octubre y la guerra civil de todas las formas posibles y había ofertado públicamente la reconciliación. Pocas semanas después fue sentenciado a 30 años de reclusión mayor.

Intentar analizar aquí la biografía política o intelectual de Julián Besteiro, siquiera sea sumariamente, resulta de todo punto imposible. Me parece por ello más atractivo tratar de sintetizar el socialismo de Besteiro mirando quizás de reojo nuestra situación hoy. ¿Qué era el socialismo para quien fue uno de sus principales responsables?

Desde el viejo y depurado liberalismo krausista, Besteiro hubiera contestado claramente que el socialismo es la continuación consecuente del liberalismo en una sociedad dividida en clases, escisión que hace no solo injusto sino ineficaz el mercado como sistema puro de asignación de recursos y exige una intervención activa. En una sociedad escindida en clases todo liberal consecuente debe ser socialista, pero sin dejar por ello de ser liberal. Por ello las «luchas modernas por la libertad tienden a emancipar al individuo de la coacción y el control de poderes sociales diversos, dotándole de una iniciativa y facultad de acción que anteriormente no poseía». La libertad no es sino la efectiva posibilidad de actuar, pero de actuar sin coacción.

Esta posición tiene consecuencias importantes para el individuo y para el Estado. De una parte, podría pensarse que identifica libertad con la posibilidad de actuar arbitrariamente; no hay tal, pues «la esencia de la libertad individual no está en que le pongan a uno en la mano todo género de facilidades para hacer sin esfuerzo lo que le dé la gana, sino en que a uno le dé la gana de hacer cosas extraordinrias y fuera de los cauces por donde camina la vulgaridad». Y por ello la importancia de la educación, de la cultura y, sobre todo, de la ciencia y la inteligencia como guía de la conducta y los deseos. Sólo es libre, en definitiva, quien puede equivocarse y actuar mal pero no lo hace, no por coacción externa, sino por convicción interna.

De ahí su recelo frente a toda tentación bien de paternalismo estatal, bien de democracia de la mayoría. «La democracia exige una garantía contra la arbitrariedad en el ejercicio del poder; pero el respeto ¡limitado a la mayoría numérica conduciría, en último término, a una degeneración de la democracia». Pues el objetivo no puede ser una sociedad homogénea que se ajusta a los criterios de la mayoría, sino «abrir paso… a una inmensa variedad de tipos culturales coexistentes y armonizados sobre una estructura básica económica y social común». Como en Stuart Mill, el pluralismo social es el lógico corolario del respeto del individuo y su capacidad creadora e innovadora.

Pero su concepción de la libertad tiene consecuencias aún más importantes para el Estado. En tanto la diversidad de intereses no sea conciliable -dirá en 1935 en su conferencia Política y filosofía- habrá necesidad de Estado y de autoridad, «pero el ideal de cada momento es conseguir que la autoridad sea lo menos coactiva posible. El Estado es parte del problema, no de la solución. Se me dirá», continúa Besteiro, . que el ideal que he indicado es el que defienden los anarquistas. Es verdad», continúa, «pues tienen razón en esto’.

¿Cómo organizar entonces la sociedad? La democracia de Besteiro está muy lejos de todo centralismo o presidencialismo. «El socialismo de Estado», dirá ya en 1918, «no es nuestro socialismo» ‘ sino el de Lenin. En lugar de fortalecer el Estado, Besteiro propone fortalecer la sociedad, fortalecer los cuerpos intermedios, el autogobierno en

sus múltiples formas. Con Adolfo Posada podía haber dicho: «¿Que es el Estado? El Estado es lo que todos sufrimos». Y con él -y con la más pura tradición liberal y utópica marxista- propone en su lugar el self-government, el autogobierno de la sociedad, la paulatina reducción del poder y de la coacción, en definitiva, del Estado.Pero cuidado, un self-government que es muy consciente de la escisión de la sociedad en clases y por eso está tan lejos del liberalismo del laissez faire como de todo estatismo. Pues Besteiro es decidido partidario de la intervención en la vida económica, sólo que esa intervención debe corresponder no al Estado, sino a cuerpos intermedios y en última instancia a los consumidores o a los productores. Así, frente al estatismo propone la autogestión, la municipalización de empresas socializadas y la armonización de todo ello en una democracia industrial. Y, lógicamente, el más escrupuloso respeto de las autonomías regionales.

Este proyecto besteiriano, sin duda enraizado en el organicismo krausista, encontró en los años veinte y treinta un vigoroso desarrollo teórico tanto en la socialdemocracia alemana y austriaca como entre los fabianos ingleses. En Otto Bauer o en el socialismo gremial o guildista de Penty, Hobson o Cole encontramos fórmulas diversas de armonizar la desconfianza frente al Estado con la necesaria intervención en la vida económica. Pero el modelo no llegó a triunfar. Frente al self-government industrial, el «capitalismo organizado» de Rudolf Hilferding ha acabado siendo el modelo socialista dominante. Como decía este último en 1927, «una economía dirigida por un Estado democrático es el socialismo», y ésa ha sido la realidad dominante durante el periodo triunfante de la socialdemocracia europea. Hoy, sin embargo, tras la crisis fiscal del Estado, y abrumados por el peso político de la burocracia publica, se replantea la eficacia del modelo clásico de Estado de bienestar y no estaría de más quizás repensar esos viejos intentos de construir una sociedad del bienestar, con la tutela del Estado pero al margen suyo, una sociedad asentada en ciudadanos organizados libremente.

Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

30 Septiembre 1990

La singularidad de Julián Besteiro

Juan Marichal

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La historia -pese a lo que se ha dicho desde el comienzo de la civilización- no se repite nunca. O, más precisamente, «la historia es la ciencia de lo que sólo ocurre una vez» (como lo formuló, Charles Seignobos). Esta afirmación se aplica, patentemente, a las historias individuales, a las biografías personales: cada ser humano es absolutamente único, irrepetible antes y después de su existencia. De ahí que pudiera escribir Manuel Azaña: «La cinta brillante y fugitiva de la conciencia personal, donde tantos hilos se urden, es cada vez más delicada más sensible, más dificil de reducir a una forma escueta». Añadiendo Azaña que quien intente restaurar vidas pretéritas ha de esforzarse en ser fiel a la totalidad biográfica individual «Excluir de ella cualquier rasgo es una mutilación preñada de inexactitudes y de injusticias» Diríase que Azaña se adelantaba a sus biógrafos venideros para advertirles de los peligros de su tarea reconstructora. ¡Y con cuánta razón profética! Azaña dejó, sin embargo, muchos y muy variados textos que permiten al historiador aproximarse a su paradigma biográfico. Mas ¿cómo atreverse a esbozar siquiera la singularidad histórica de Julián Besteiro, una de las individualidades, políticas e intelectuales, españolas del siglo XX más difícilmente encasillables, aun siguiendo los principios biográficos aludidos? Porque, en verdad, desde que existe este país corno entidad histórica, como tantos y tantos españoles, Julián Besteiro se llevó su secreto al más allá. Es obligado, no obstante, tratar de situar su más que enigmática figura en la historia española, en éste, quizá, el más trágico de sus diez siglos.Por el año de su nacimiento (1870), pertenecía Julián Besteiro a la generación de 1898, pero, por su formación intelectual, debe vérsele como un integrante de la generación de 1914 (Azaña, Ortega, etcétera), ya que, como sus hombres más representativos, completó sus estudios en la Europa transpirenaica (sobre todo, Alemania).

Aunque, en contraste con ellos, Besteiro no se sumó a la Liga de Educación Política, fundada o por Ortega y Azaña en 1913. Besteiro (que había pertenecido a dos partidos republicanos muy opuestos, la Unión Republicana de Salmerón y el Partido Radical de Lerroux) optó por unirse en 1912 al PSOE de Pablo Iglesias, y, por supuesto, a la UGT. Fue, así, Besteiro uno de los muy contados jóvenes intelectuales españoles que ingresaron entonces en el PSOE, llegando a ejercer altos cargos directivos tanto en la UGT como en el partido. Conoció una vez más la cárcel (una conferencia de 1911, en la Casa del Pueblo madrileña, antes de ingresar en el PSOE, motivó una breve estancia en la cárcel Modelo), tras la huelga general de 1917: experiencias carcelarias que no tuvieron apenas ninguno de los hombres de su generación intelectual. Podríamos, así, calificar a Julián Besteiro de socialista de hueso colorado (diciéndolo al modo mexicano) para acentuar la intensidad de su entera adhesión a las organizaciones obreras mencionadas. Parecería, pues, que a Besteiro podría encasillársele fácilmente en cuanto a ideología y filiación políticas.

Mas cuando los republicanos españoles empezaron a conspirar, durante el Gobierno dictatorial del general Primo de Rivera, Besteiro se opuso tajantemente a toda participación socialista: por su marcada des confianza respecto a los llama dos radicales de Lerroux (con un historial de gestiones municipales bastante turbias) y por su arraigado marxismo, que le hacía ver en la Alianza Republicana un conglomerado esencialmente burgués, cuyos móviles y metas no podían favorecer a lo obreros y campesinos de la so juzgada España. Recordemos que, en esta actitud, Besteiro difería visiblemente de Indalecio Prieto y también de su antiguo compañero institucionista Fernando de los Ríos, que colaboraban, a título personal, con los conspiradores republicanos. Sin embargo, una vez proclamada la Segunda República, Julián Besteiro fue visto por miles de españoles como el jefe de Estado más idóneo para el nuevo régimen, lo que explica que fuera finalmente escogido para la presidencia de las Cortes Constituyentes. Cargo que desempeñó con una imparcialidad ejemplar, pese a la presencia en aquel Parlamento de numerosos indisciplinados de todo género (jabalíes los llamó Ortega).. Pero Besteiro, señero -¡y más si cabe!- como un speaker (presidente) de los Comunes británicos, ponía orden y silencio en muchas noches de desbordamientos verbales e ideológicos. Años más tarde, ya en el exilio, o en la sombría España de la inmediata posguerra, fueron muchos los españoles que soñaron retrospectivamente con una Segunda República presidida por la ecuanimidad de Besteiro: la España posible de Besteiro.

Se ha hablado, desde 1931, de Azaña como la gran revelación de aquellas Cortes y del Gobierno de la Segunda República. Pero no se ha señalado que también descubrieron la mayoría de los españoles activos en la política republicana la capacidad de Besteiro para regir su país (aunque sólo fuera ceremonialmente) en las nuevas circunstancias históricas. Azaña decía (parafraseando antiguos pensamientos españoles) que lo más difícil para un hombre de gobierno es administrar bien una victoria. ¿Sería acaso excesivo mantener que tal papel cupo a Besteiro en las Cortes Constituyentes, sobre todo entre julio y diciembre de 1931? No me parecería tampoco arbitrario sostener que el Besteiro de 1931-1936 era ya otro hombre, otro socialista español. No sólo por su difícil experiencia parlamentaria, sino, sobre todo, por las crecientes fracturas del cuerpo socialista a partir de la derrota electoral del otoño de 1933. Los que podemos llamar socialistas extremosos, encabezados por Francisco Largo Caballero, empezaron a dominar tanto en la UGT como en el PSOE, confirmándose así en Besteiro sus temores de 1930: el pueblo español no estaba aún maduro para el cambio de régimen acaecido el 14 de abril de 1931. Tras la mal llamada revolución de octubre (1934), Besteiro se apartó prácticamente de la política, mientras su adversario en el PSOE, el turbio (éticamente) y maquiavélico Luis Araquistáin -que ha recibido honores póstumos españoles que está lejos de merecer- se hacía con la dirección ideológica de su partido. No fue de extrañar así que, al iniciar se la sangrienta contienda de 1936-1939, se situara Besteiro en el exiguo terreno de la llamada tercera España. Y cuando el doctor Negrín sustituyó a Largo Caballero a la cabeza del Gobierno republicano, Besteiro se empezó a ver a sí mismo como el posible instrumento de una rendición de la España republicana: recordemos de paso que Besteiro y Juan Negrín se habían conocido en Leipzig (1911) y, quizá desde entonces, había entre ellos una relación que podría verse como una permanente y mutua hostilidad temperamental. De todos modos, es manifiesto que, cuando Besteiro regresó de Londres (1937), dominaba en el pueblo español, que defendía sus libertades, el temple combativo de Juan Negrín. Besteiro no pudo compartir el ejemplar ánimo de sus compatriotas, mas no fue, ¡claro está!, un traidor, como le llamaron entonces muchos de ellos. Años más tarde, un anarquista español (cuyo rostro quijotesco no puedo olvidar: ¿vivirá todavía?) me dijo: «Todos los intelectuales de la Segunda República fueron unos despreciables traidores, menos uno, Besteiro». Añadiendo, para mayor asombro mío: «Los demás huyeron, mientras él se quedó a sufrir la tiranía, junto a su pueblo». Mas ¿no sería aquella imagen que deslumbró a un, muchachito español (interno entonces en un liceo de París) la conjunción de la conducta de Besteiro, en aquel sombrío Madrid de marzo de 1939, y su atroz muerte, hace ahora medio siglo? En verdad, la muerte de Besteiro fue una prueba más de la inconcebible crueldad de los vencedores de 1939. En contraste con lo expresado por el atribulado presidente Azaña -«No se triunfa nunca contra compatriotas»-, el régimen caudillista tuvo como meta primera el exterminio de miles de españoles. Así, Besteiro, sin quererlo verdaderamente él, se transformó en símbolo del dolor inmenso de su España. Como en el caso de Unamuno, la muerte devolvió a Julián Besteiro su propia y perenne singularidad histórica: la de una integridad humana excepcional entre los intelectuales españoles de la generación de 1914.