7 agosto 1992

Dirigó el INI en los Gobiernos de Franco, fue ministro de Hacienda en el Gobierno de Suárez (UCD) y ministro de Exteriores en el de Felipe González (PSOE)

Muere Francisco Fernández Ordoñez el político carismático que evolucionó del franquismo a la socialdemocracia en el PSOE

Hechos

El 7.08.1992 falleció D. Francisco Fernández Ordoñez.

Lecturas

PAIS_portada_FernandezOrdoñez El diario EL PAÍS del Grupo PRISA, propiedad de D. Jesús Polanco y dirigido por D. Joaquín Estefanía calificó sin tapujos al Sr. Fernández Ordoñez como ‘la figura política más querida’ de los españoles.

08 Agosto 1992

La funcion pública como arte

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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HACE MUCHO tiempo que la muerte de un hombre público no causaba en este país el sentimiento. de pérdida colectiva que ha provocado el faIlecimiento de Francisco Fernández Ordóñez. No han pasado ni dos meses desde que trataba aún de hacer compatible su trabajo al frente de la diplomacia española con una enfermedad de la que nunca quiso enterarse, tal vez para no rendirse antes de tiempo.Para la mayor parte de los ciudadanos, que sólo le conocieron en sus declaraciones públicas llenas de guiños, tics y amabilidad, y para cuantos le trataron personalmente en todas las épocas de su vida activa, la sensación que prevalece es que ha muerto un amigo personal de cada uno. Paco Ordóñez fue un hombre inteligente, cuya trayectoria -intencionada a veces, casual otras- por los intrincados vericuetos de la política del final de la dictadura, de la transición y de la etapa socialista fue una- obra de arte de bondadoso maquiavelismo. Y al final desempeñó durante siete años con excelencia la cartera de Asuntos Exteriores. Es más: cabe sospechar que, en el mismo periodo, habría sido un estupendo ministro de cualquier otra cosa, como ya lo fuera de Justicia y de Hacienda en anteriores Gobiernos de UCD.

La razón del tino con que este político de olfato y habilidad desempeñó el servicio público está en que siempre tuvo para con todo el mundo el aire cómplice del amigo que prefiere la confidencia a la declaración, la charla a la negociación y lo intuitivo al expediente arduamente trabajado. Dicho de otro modo, se hizo irresistiblemente simpático a todos y consiguió además lo impensable en el mundo de la política interior o internacional: ser apreciado. .

Sería incorrecto negar su ambición (¿qué político merece el nombre de tal sin ella?), pero también lo sería esconder su valor personal (¿quién se lo negaría tras su entereza de estos últimos meses?) o su discreta afición al cultivo de las cosas del intelecto o el manejo inteligente de los asuntos de su departamento. Todo ello hecho con la liviandad de un talento algo escéptico.

España ha tenido suerte con sus ministros de Asuntos Exteriores tras la instauración de la democracia. Cada uno sirvió útilmente en el momento en que le tocó desempenar su función. Pero, como decía en estas páginas Manuel Vicent hace unos días, Fernández Ordóñez sobresalió de entre todos ellos porque convirtió Ia función pública en una de las bellas artes».

08 Agosto 1992

Un gran político, un buen hombre

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LA muerte de Francisco Fernández Ordóñez supone la desaparición de una de las primeras figuras de la reciente Historia española y, sin asomo de duda, del político que mejor personificaba el principio rector de este periodo: la reconciliación de los dos bandos separados por la guerra civil, el reencuentro de las dos Españas. Procedente de la burguesía del viejo régimen, llegó a ocupar dentro de él puestos de notable importancia, como la Subsecretaría de Hacienda y la Presidencia del INI. Junto a Adolfo Suárez, jugó luego un papel fundamental en la transición a la democracia. Finalmente, ha sido pieza clave de la última década, con el PSOE. Pero estos hechos, que en otro podrían verse como mojones de una trayectoria oportunista, cobran en la biografía de Fernández Ordóñez perfiles de neta coherencia. En aras de ella no dudó en sacrificar, en momentos clave, su propia posición política, y hasta su seguridad personal. Así fue cuando dimitió en 1974, tras forzar el «clan del Pardo» la caída del tándem CabanillasBarrera de Irimo. A comienzos de 1975, fue la primera figura intramuros que, en una memorable conferencia en el Club Siglo XXI, reclamó la apertura de un proceso constituyente para salir del franquismo. Su paso por la UCD, a la que llegó para aglutinar, junto con Joaquín Garrigues, a su sector más abierto y progresista, fue fiel reflejo de su talante político. Como ministro de Suárez, protagonizó la puesta en marcha de dos leyes esenciales para la normalización de la vida democrática, pública y privada, del país: la reforma fiscal, de un lado, y, de otro, la ley de divorcio, cuyo impulso representó un ejemplo de su espíritu de tolerancia -él era católico practicante y monógamo impenitente-. Cuando el proyecto que encarnaba la UCD no dio más de sí, rompió con ella. Frenada por la muerte de Garrigues la posibilidad de constituir una «bisagra» política eficaz entre la derecha y el PSOE, Fernández Ordóñez se sumó a las filas socialistas, sin dejar por ello de abanderar las mismas ideas: modernización del país y encaje occidental del Estado, con la CE y la OTAN como eje. «Yo siempre he defendido lo mismo; son los otros los que han cambiado», decía, no sin un punto de ironía. Experto en las tres áreas claves de todo Estado -Hacienda, Justicia, Exteriores-, era un «presidenciable» fijo. Tanto más cuanto que a su talla de estadista -que hoy glosan en EL MUNDO cinco líderes internacionales: Genscher, Howe, Schultz, Shevardnadze y De Michelis- unía cualidades humanas sobresalientes, por desgracia poco frecuentes en la clase política española: sencillez, afabilidad, falta de ambiciones económicas, resistencia a la razón de Estado -recuérdese cuando se negó a asumir las torturas sufridas por el etarra Arregui-, humanidad, honda cultura sin sombra de pedantería… Su porvenir estaba más abierto que el de nadie. Sólo la muerte ha podido cerrarlo.

23 Octubre 1992

Réquiem por un político español

Jesús Aguirre (Duque de Alba)

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En la muerte de Francisco Fernández Ordóñez nuestra pasión no queda sin amparo. El recuerdo de los comienzos de una amistad, la nuestra, crece entre follaje y maleza, materia seca y verde, que es su obra, la de todos un poco.Tenía, desde luego que sólo por fuera, una testa mussoliniana. Pero hasta en su monogamia naturalísima era distinto del Duce. Un gesto catalán y de cabeza, pero esta vez por encima, de Pío Cabanillas, que costó a éste el Ministerio de Información y Turismo y trajo la dimisión de su departamento de Antón Barrera de Irimo, propició su salida voluntaria de la presidencia del Instituto Nacional de Industria. Mientras lo fue, dominábamos él y yo casi por entero la plaza del Marqués de Salamanca: él, desde su edificio grande; yo, desde el hotelito un poquito cursi, un punto afrancesado que era entonces la sede del Taurus de mi alma. Digo casi porque no nos atrevimos a adquirirle su puesto a la castañera de una esquina y a su retoño menguado de mientes, Tomábamos café a solas y almorzábamos con otros. Preparábamos pues conspiraciones y conspirábamos. En su casa de Guisando, la misma en la que ha muerto, redactamos al alimón, sin complejos de Goncourt, Álvarez Quintero o los Machado, su discurso de despedida, pieza que echó chispas y desgarró definitivamente la tela de su relación generacional con el franquismo.

Desde el Banco Exterior de España, dejó a Natacha Seseña que organizase una exposición con gran talento y que tuvo éxito: abanicos pintados por pintores actuales. Para el catálogo nos pidieron texto de extensión varia y con la misma paga de 50.000 pesetas. Empecé yo a escribir el mío y, cuando había redactado la primera frase, recibí la llamada de Jaime García Añoveros. Se la leí y me aconsejó insistentemente que la dejase como estaba: «El abanico más cursi es el de las posibilidades». Siempre sigo las sugerencias de Jaime, por triviales que parezcan, ya que el antiguo fiscus boy es entre todos mis amigos quien mejor me conoce. Se publicó mi frase y me la pagaron como a los otros, amigos algunos y conocidos todos. Regocijó Hortelano y enfureció Benet. Nunca llueve, sobre todo el dinero, a gusto de todos. Para colmo fue a mí a quien eligió Paco para presentar la exposición. Allí contó lo del discurso compartido y vi allí a Enrique Tierno vivo por vez última. Terminé mi perorata sobre el asesinato del abanico abanicándome muy ricamente.

Durante las juntas generales de EL PAÍS, cuando éste no estaba aún centrado, solíamos sentamos ambos, junto con Antonio Eraso Campuzano, en las últimas filas de la sala. Si quienes hablaban no eran de nuestro agrado, pateábamos y gritábamos inarticuladamente como chicos en la escuela primaria. (Siempre he tenido la sensación de que los pies infantiles, que a veces no llegan al suelo si el niño está encaramado en silla de mayores, son algo mortificado y a punto ya de helarse. «Piececitos de niño / muertecitos de frío», fue la nana de Gabriela Mistral. Por tanto, aquel pateo era una redención general de la infancia, y prueba muy sonora de que nos íbamos haciendo mayorcitos, aunque no como Rosa Coldfield, de Jefferson, según Faulkner). Eraso y yo ladeábamos con mejor suerte que Paco a una dama que dejó el buen ver con la primavera de sus años y que sableaba impúdicamente a los señores solos. A solas nos sentamos muchas mañanas en el Palace, cuando él tuvo su despacho en Juan de Mena. Recibí entonces confidencias suyas conmovedoras sobre su cristianismo y otras virtudes más bien raras.

Incluso en el artículo necrológico que estimo más excelso, el de Añoveros, echo a faltar el nombre de Dionisio Ridruejo. También Dionisio tuvo mucho de italiano, aunque por lo menudo y muy por dentro. Todo demócrata español ha visto en Ridruejo el prototipo de la ejemplaridad. Fue una de las puertas grandes de la transición, nada giratoria por cierto, como tantísimas otras. ¿Le ayudaron a serlo, a mantenerse siéndolo, su prosa ardiente, sus helados versos, su pintura y sus dotes incalculables para la conversación y la amistad, que no es precisamente lo mismo que el tan cacareado diálogo? Algunos han buscado en Ridruejo compañía muy poco merecida. Ordoñez siguió algunas de sus huellas. ¿Por qué, pues, la omisión? Claro que tampoco se ha hablado lo suficiente de don Indalecio Prieto, que confesó deber hacer, en tanto ministro socialista de Hacienda, una política escasamente socialista. Ordóñez la hizo en cambio como ministro centrista. Nos sacó los duros sin abroncamos, que ya es algo. Es más comprensible que no se haya citado a Fermín Solana y a María Rubio. Solana fue su escudero hasta literario. Besteriano hasta la médula y peculiarísimo de carácter, don Fermín, santanderino cuadrado, ha hecho una carrera política desastrosa.

De Justicia Mayor del Reino, ya con un pie fuera del centrismo, estableció una ley generosa de divorcio. Barullo de capisallos. No sé qué minucia fui a encomendarle en su despacho del viejo caserón de San Bernardo y escuché, porque así él lo quiso, las tramas toledanas entre solemnidades del Corpus, tramas con mucha cara de otros y cruz para el ministro. Recibía anónimos piadosos, esto es insultantes, en su casa. ¡Él que era monógamo contumaz! Fue su etapa política más desagradecida, aunque los que no somos hipócritas y preferimos un divorcio sincero a una falaz anulación y dineraria sí que le quedamos reconocidos. Ante ciertos matrimonios, me viene al cacumen el verso emblemático de Jean Racine: «La hija de Minós y de Pasifaé». El suyo no le dio hijos. Acaso en Hacienda y Justicia, sin ser Macbeth, anduvo ligero de equipaje: He as no children. ¿Chaquetero? Jamás. Siempre fue el más fiel español, igual que fiel francés el obispo de Autun, ministro Tayllerand y príncipe de Benevento. ¿Aprovechado? Su único lujo fueron los libros, los cuadros, los perros y los amigos.

Con la prensa dominaba como quien lava aquello que yo practico: hablar mucho para callar lo que vale. Para uno de sus libros le propuse el título, préstamo de un aragonés crítico y fino, de La España pulpitable, pero no quiso hurgar en la herida de la clerigalla.

En el Ritz y ante el ministro de Asuntos Exteriores de Israel nos acusó a su hermano José Antonio y a mí de liarle taimadamente. Y así era. Al fin y al cabo, de todos los Ordóñez, el ingeniero, y académico por mi propuesta y con mi contestación a su discurso de ingreso en la Real de San Fernando, es el que no hace política y hace que la hagan los demás. Estuve con Paco por última vez durante la visita de Mitterrand a la Exposición Universal de Sevilla. No le pregunté por cómo se encontraba. Yo lo sabía. Fue aquel día, y seguirá siéndolo siempre, el que era. «Los príncipes», escribió el fresco de Voltaire, «tienen cortesanos. Los hombres virtuosos sólo tienen amigos». Lo somos, tú y yo, Paco.