19 marzo 2000

Testigo clave en la demanda de Cebrián y Polanco contra el juez Javier Gómez de Liaño por el 'caso Sogecable'

Muere Jaime García Añoveros, ex ministro en los Gobiernos de UCD y miembro del Consejo de Administración del Grupo PRISA

Hechos

El 19 de marzo de 2000 fue noticia la muerte de D. Jaime García Añoveros.

16 Marzo 2000

Un humanista liberal

Antonio Burgos

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Jaime García Añoveros, que falleció ayer en Sevilla, era de la generación de universitarios a los que se les quedaron chicos tanto el Informe del Banco Mundial como los Planes de Desarrollo y empezaron a apostar decididamente por una economía de mercado en una España en libertad. De los que sabían que por el desarrollo económico no se llegaba al desarrollo político y mucho menos al fin de la dictadura y a cuanto venía en el manual de Duverger, que es lo que querían conseguir para España y cuanto antes: un Parlamento, partidos políticos, libertades formales.

Al cambio, y para la época, era, por tanto, un rojo peligrosísimo. Porque, encima, era un brillantísimo estudiante y un prometedor posgraduado, número uno en todo. Y, por si faltaba algo, su tío era monseñor Antonio Añoveros Ataún, aquel obispo de Bilbao que antes había hecho en Cádiz casi la reforma agraria del campo andaluz él solito, por su cuenta y riesgo, antes de que existieran el Sindicato de Obreros del Campo, Marinaleda, el cura Diamantino o Sánchez Gordillo, a base de cartas pastorales y polemizando hasta con Manuel Halcón y con Fernando Villalón si hubiera hecho falta, y que se las tuvo tiesas con el franquismo y al que el dictador quiso poner en la frontera por pedir aproximadamente las mismas cosas que el sobrino, pero con el báculo en la mano y con la boina civil en vez de la mitra episcopal.

Era lógico que Jaime García Añoveros, nacido en Teruel en 1932, fuera premio extraordinario fin de carrera, brillante bolonio y que llegara a ministro y a consejero de varios bancos, a fundador de tantas sociedades. Se le venía venir, porque Jaime era de los que se ven venir, no ocultaba nunca nada a nadie, firme y convencido siempre bajo su aspecto de aparentes y continuas dudas. Tenía tal capacidad de trabajo y se aplicaba con tal sentido de la perfección a cuanto abordaba, que hasta fue número uno de su promoción del campamento de la IPS, las Milicias Universitarias.

Ya tenía la estrella de alférez casi en la galleta del mono caqui cuando lo llamó el coronel del campamento para comunicarle su éxito como caballero aspirante a oficial de complemento: «García, como ha sacado usted el número uno del campamento, el ministro del Ejército le ha concedido el sable de honor de oficial y la Cruz del Mérito Militar. ¿Tiene usted alguna pregunta que hacer?» Y, cuadrado ante el coronel, el C.A.O.C. García se limitó a preguntar: «Sí, mi coronel: la cruz, ¿es pensionada?»

Estaba predestinado. No podía, por tanto, ser otra cosa que catedrático de Economía y Hacienda en una Universidad de Sevilla de los primeros años 60, bajo la sombra patriarcal de don Ramón Carande, en la Facultad de Derecho de donde habría de salir media clase dirigente de la Transición y parte de la otra media. En una ciudad difícil, García Añoveros ganó pronto algo más difícil todavía: prestigio civil. Fue pronto el hombre en la sombra del financiero Javier Benjumea Puigcevert, y también el hombre del Servicio de Estudios del Banco Urquijo, un nido de liberales peligrosísimo que había emboscado allí Ramón Carande, con Muñoz Rojas nada menos, un poeta medio inglés, más de Oxford que de Antequera, en «Moneda y Crédito».

Jaime García Añoveros, que podía haberse dedicado sencillamente a ganar el dinero como tierra, tuvo siempre una clara conciencia de su compromiso político. Perro verde de la democracia en una derecha andaluza demasiado anclada en el franquismo económico y político, Añoveros fue la obligada referencia de libertades en los últimos años de la dictadura, cuando Comisiones Obreras y el PCE buscaban inútilmente una burguesía meridional a la catalana, una casi imposible gauche divine, que Añoveros y Soledad Becerril, tanto monta, acabaron inventando en la revista La Ilustración Regional y en el grupo Libra de Joaquín Garrigues Walker, no sin ser denostados por su propia clase, ante los que aparecieron más rojos que nunca y más compañeros de viaje que nadie. De haber habido en Andalucía por lo menos media docenita de Añoveros y de Becerril, otra hubiera sido la apuesta del centro por los intereses de la tierra, otro el papel de las clases medias en el proceso autonómico.

Tenían a Añoveros por un bicho raro los mismos que, abandonando todo protagonismo de clase en la transición, no consiguieron otra cosa que dejar libre el camino a la demagogia oportunista de la autotitulada izquierda y a la llamada escuela sevillana del socialismo, germen del felipismo como régimen de anulación de las libertades que defendía Añoveros cuando no estaban de moda, y mucho menos entre su clase y entre los financieros y empresarios a quienes asesoraba.

Añoveros pertenecía, pues, a esa imposible burguesía democrática de la resistencia al franquismo, cuya inexistencia está pagando aún Andalucía. En aquellos últimos años de la dictadura, no había iniciativa por la libertad donde Añoveros no estuviera dando la cara. En el grupo de Dionisio Ridruejo primero y luego junto a Manuel Clavero Arévalo en el PSLA, una Convergencia y Unión a la andaluza que pudo haber sido y que desgraciadamente no pudo ser (porque además era imposible) y que fue fagocitada por la UCD primero y por el error autonómico de la UCD en el 28-F después.

Aunque aragonés de nación, Añoveros pasaba por sevillano y por Sevilla salió diputado centrista en las primeras elecciones de la democracia. Pero la verdad es que Añoveros no era lo que se entiende por un andalucista, sino todo lo contrario. Fue de los que se opuso en el seno de la UCD a la vía autonómica por el artículo 151 de la Constitución. Pero nunca fingió andalucismos, y no como otros, alumnos suyos, que, desde sus mismas posiciones del artículo 143, se travistieron luego de verde y blanco con el único fin de ahondar en las contradicciones de la UCD y llegar cuanto antes a La Moncloa, para pregonar que iban a hacer el cambio primero, más para acabar quedándose con el manso de Filesa a la postre, al desayuno, al almuerzo y a la cena.

Tanta personalidad tenía Añoveros, que ahora que se nos ha ido, lo que menos cuenta es que fuera ministro de Hacienda con Suárez y con Calvo Sotelo, sucesor de Fernández Ordóñez y arquitecto del nuevo edificio fiscal de la democracia. Sencillo, sin darse importancia, Añoveros nos recordaba su paso por el Ministerio de Hacienda con una broma muy inglesa, muy liberal, muy suya: «No, en cuanto me enteré del número de funcionarios del Estado que había, ser ministro de Hacienda era muy fácil. Lo malo es que me quitaron de ministro antes de que pudiera enterarme de cuántos funcionarios había exactamente…»

Añoveros sobrevivió a la hecatombe de la UCD y no renegó de sus principios liberales, que pasó a defender modestamente en el CDS. Jaime García Añoveros era muy amigo de sus amigos. Por servir a este principio, lo comprendimos en los tristes papeles que tuvo que hacer para defender a sus amigos del polanquerío, que lo nombró consejero de Prisa en 1989. Quienes no lo conocían no llegaron a perdonarle. Tenía esa grandeza de ánimo porque en el fondo era un humanista. Muchos veían a Añoveros al pie de un cuadro de Goya, en su despacho de ministro de Hacienda. La imagen que guardo es de un bibliófilo empedernido que en la casa que acaba de estrenar en Sevilla para que le quepan los libros me enseña el tesoro de su biblioteca sobre la Guerra Civil y las colecciones completas de «Escorial» y de «Vértice». Sólo un humanista como Añoveros podía servir los principios liberales entre los pucheros de los presupuestos generales del Estado y la Ley del Impuesto sobre la Renta.

Jaime García Añoveros

19 Marzo 2000

Respeto

Justo Navarro

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Echaré de menos los artículos que Jaime García Añoveros publicaba los jueves en este periódico. A García Añoveros sólo lo conocí en mi condición de lector y contribuyente, porque, además de escribir, García Añoveros fue ministro hace veinte años, uno de los creadores de la actual hacienda pública española. El jueves, en Barcelona, me enteré de que había muerto y descubrí la historia de un personaje nacido en Teruel, huérfano de padre y educado en Tafalla por su madre y un tío cura que le hablaba en latín, y luego estudiante en Valencia, doctor en Bolonia, profesor universitario en Madrid y catedrático en Sevilla.

Hay gente que parece vivir varias vidas en una, con aquella plenitud de los sabios del 1700 que igual escribían una constitución, un ensayo sobre los colores o una novela de amor desesperado, y, en tiempos de viajes en diligencia, aparecían en Londres, Madrid o Moscú mientras escribían 4.000 páginas. Entonces la aventura era esencialmente una cuestión mental o la inteligencia era una aventura. También del abogado, político, profesor y miembro de consejos de administración García Añoveros se sospecha que llegó a ser visto en varios sitios a la vez, pero yo me contentaría con oírlo discutir con Benet, otro desaparecido, compañero suyo a finales de los años sesenta en un grupúsculo antifranquista que se llamó PSAD (¿Partido Socialista de Acción Democrática?): Juan Benet, ese ingeniero-escritor fulminantemente desconocido, aborrecido o venerado, que cuenta entre sus obras pantanos en León y Galicia y novelas pantanosas como Una meditación o El aire de un crimen. :

Sus amigos recuerdan a García Añoveros conversador y polemista: no sabía uno por dónde iba a salirle en la discusión. Echaré de menos su artículo de los jueves, porque no era de esos de los que conoces la opinión antes de empezar a leer: X es magnífico, Y es funesto siempre, aunque es menos malo si coincide con X, y Z es el peor de todos, tibio en celebrar a X y aplastar a Y. Así se resume el álgebra de la cerrazón, muy aplicada en los colegios de 1965: hay un ruido imprevisto en el aula llena de sol, y Cobos, siempre Cobos, recibe inmediatamente una paliza. Ni siquiera estaba Cobos en clase, pero alguien había ocupado su sitio aquel día para ser inmediatamente abofeteado en lugar de Cobos.

Andy Warhol hizo una película llamada Empire (no figura en el ciclo que dedica a Warhol el Instituto de América de la granadina Santa Fe, quizá para no alterar el ritmo del mundo): durante ocho horas una cámara impertérrita enfoca el Empire State Building para que la paciencia de los heroicos espectadores reciba un premio: el cielo cambia, una luz se apaga en el rascacielos. Hay cabezas más fijas que la cámara de Warhol, pero el pensamiento es un río, como una buena conversación. García Añoveros escribía como quien mantiene una conversación consigo mismo, seguramente continuando la discusión con sus amigos. Escribir es pensar, no reproducir ideas hechas de antemano. Y ahora sé que García Añoveros escribía muy enfermo, muy dolorido, y, a pesar de que el dolor borra las ideas y la consideración hacia los otros, seguía razonando ante el lector, respetándolo siempre.

21 Marzo 2000

Un humanista

José Manuel Caballero Bonald

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Cuando yo lo conocí, Jaime García Añoveros militaba en la Unión Social Demócrata, uno de los partidos fundados por Dionisio Ridruejo, con el que yo también había compartido algunas precedentes actividades franquistas. Eso ocurría, si mal no recuerdo, a principios de los setenta, pero cuando más tarde lo traté fue años después, a partir de un gratísimo encuentro promovido por Juan García Hortelano, fiel amigo suyo también. Andando el tiempo, siempre que me encontraba con Añoveros, que solía ser en Sevilla, me hablaba de Hortelano. Cada uno de ellos procedía de un sitio distinto, pero se habían encontrado en el mismo lugar del decoro. También disponían los dos de un idéntico sentido del humor para desautorizar cortésmente a los majaderos, y de una muy parecida inteligencia para sacarle punta a la historia que ellos mismos estaban protagonizando. El otro día contó Juan Cruz algo de todo eso en este periódico.Para mí, como para tantos, García Añoveros fue -es- una referencia irrebatible cuando se habla de los verdaderos defensores de la libertad, esa manera de vivir que coincide justamente con la figura del demócrata auténtico. Lo que suele llamarse dignidad humana se identificaba en este caso con una extraordinaria limpieza ideológica. Ahora, cuando tan manoseado y distorsionado está el concepto político de centro, habría que esgrimir el modelo de esta persona sabia y coherente para desmentir a quienes alardean sin motivo de ocupar esa posición. Por encima de credos y banderías, quedará siempre el ejemplo de un hombre que asoció la tolerancia y la decencia a la suprema naturalidad de ser siempre fiel a sí mismo.

García Añoveros fue, sin duda, un humanista. Su actividad como expertos en asuntos fiscales y económicos, se simultaneó con otras diversas preocupaciones intelectuales. Sin duda que su pasión por la vida generó su fervor cultural. Lo que no sé es de dónde sacaba tiempo para trabajar tanto y para estar al corriente de todo lo que se publicaba, no sólo en el ámbito de la literatura. Disponía además de un agudo sentido crítico para distinguir entre lo indispensable y lo prescindible. Cuando me sentaban junto a él en ciertos actos protocolarios de la Junta, siempre me susurraba algún comentario irónico sobre un libro de cuya aireada calidad descreía o sobre las últimas nuevas dentro de la cultura ecológica de Doñana.

Añoveros se convirtió realmente en uno de esos contados paradigmas de profesores que, tras enseñar unos años en Sevilla, acaban covirtiéndose en sevillanos de tiempo completo. Y no porque estuviera políticamente alineado con otros andaluces eminentes o porque un día fuese diputado por Sevilla, sino por su actitud personal, por su integración vehemente en una sociedad que acabó respetándolo tanto como él la respetaba. Incluso aunque esa sociedad no se adecuara a veces a lagunas sensibles normas suyas de conducta. Tengo entendido que hasta se había afiliado a la hermandad rociera de Triana, con lo que se demuestra una vez más su interés por todo lo divino y lo humano. Hasta en eso daba lecciones Jaime García Añoveros.

23 Marzo 2000

Un amigo

Begoña Medina

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Decía Borges que «la amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida», porque igual nos sorprenden los momentos difíciles de esa vida confusa como quienes nos echan una mano y se colocan a nuestro lado frente a la adversidad, o nos responden a un favor o a un ruego, o nos ofrecen una sonrisa de complicidad, o se interesan por los avatares de nuestro vivir. Es un misterio cuándo, cómo y por qué decidimos compartir nuestras risas y diversiones, quién nos escucha o a quién escuchamos con interés o simpatía, a quién sentimos próximos en los sentimientos o afín en los criterios, a quienes necesitamos para sentirnos queridos o para poder querer. Para estar vivos.Hay tantas clases de amistades y enemistades como de relaciones entre las personas, y todas surgen de lo recóndito y todas funcionan según nos lo pida el laberinto inscrutable del transcurrir; van y vienen con las circunstancias, a través de generosidades, olvidos, rencores, torpezas, irritaciones, desencuentros y reconquistas. Quizá lo único claro como el agua es que se vive mejor la amistad que la enemistad. Incluso cuando ya inexistente, la diferencia es la de un buen o un mal recuerdo.

Entre tanta inestabilidad, lo extraordinario es saber que existe una persona amiga con quién siempre se puede contar, por lejos que esté y ocupado con sus actividades. Una persona cuyo consejo es válido para los problemas más dispares, que puede levantar el ánimo o aplacarlo, según convenga, que transmite vida en sus palabras templadas de vida concentrada y tan apretadas de saber como para afrontar la confusión del vivir cara a cara, desnudándolo de todo accidente sin compasión ni sentimentalismos. Hacen falta muchos conocimientos para llevarlo a cabo, pero es tan eficaz el sistema que una vez que uno se ve frente a sí mismo, frente a lo insoportable, sin distracción posible, se toman decisiones con la mayor naturalidad, y se acepta lo que ha de venir porque la realidad cobra sentido. Un amigo así era Jaime García Añoveros. Y lo hemos perdido.