24 julio 2001

Muere Olaia Castresana (ETA) al explotarle en la cara la bomba que iba a colocar y Batasuna la considera una víctima de las cloacas del Estado

Hechos

Olaia Castresana murió el 24 de julio de 2001.

26 Julio 2001

ETA SOLO OFRECE A LOS JOVENES LA SENDA DE LA YIHAD

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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La muerte de un ser humano siempre produce pesar pero, en el caso de la etarra Olaia Castresana, que falleció anteayer cuando le estallaron los 10 kilos de dinamita que manipulaba, es inevitable sentir alivio al saber que no podrá llevar a cabo los siniestros planes que tenía encomendados. Según el ministro del Interior, Mariano Rajoy, tanto la fallecida como su compañero sentimental, Anarzt Oiarzabal, en paradero desconocido, eran los únicos integrantes de un comando que planeaba cuatro atentados en las costas. Su objetivo era sembrar el pánico con una campaña similar a la de 1996, cuando ETA cometió 14 atentados sin víctimas en el litoral levantino. Pero nadie puede asegurar que alguno de sus actos no hubiera degenerado en una masacre, a la vista del escaso control que la etarra tenía sobre los explosivos.

Con tan sólo 22 años, su vida es el paradigma de cómo ETA conduce a la autodestrucción a los jóvenes bajo la falsa promesa de un idílico paraíso de independencia que nunca llegará. Con la kale borroka por todo adoctrinamiento, la banda terrorista les introduce a la comisión de atentados, como ha ocurrido con Castresana. A partir de ahí las alternativas son morir matando o preparando un crimen; y en el mejor de los casos, dar con sus huesos en la cárcel para el resto de sus días.

Por eso cabe preguntarse a qué se refieren las pancartas victimistas en memoria de la etarra muerta que proclaman: «El pueblo no perdona». O bien deberían denunciar que la dirección etarra, en su huida hacia adelante, haya enviado a cinco jóvenes inexpertos al suicidio en menos de un año; o bien deberían ser la expresión de los habitantes de esos pueblos costeros que, efectivamente, difícilmente van a perdonar que hayan querido truncar sangrientamente su tranquilidad. Pero el fanatismo, no revolucionario ni político, sino religioso del entorno abertzale obvia las precisiones y convierte a Castresana en una mártir, al estilo de los kamikazes que la Yihad Islámica manda al paraíso hechos trocitos.

Ella ha sido víctima de sí misma y de un entorno que no ha sabido hacerle distinguir entre la defensa civilizada del ideario nacionalista familiar y la violencia sin sentido que ETA impone. La educación en esos valores y el desconocimiento de los padres de sus escarceos en la kale borroka no la conducían irremediablemente a este final, pero sí han sido el pasto que ha alimentado su trágico destino.