19 octubre 1997

Fue Directora General de RTVE entre 1986 y 1988

Muere Pilar Miró de un infarto una semana después de haber realizado para TVE la boda de la Infanta y Urdangarín

Hechos

El 19.10.1997 falleció Dña. Pilar Miró de un infarto

20 Octubre 1997

Uno de los nuestros

Fernando Trueba

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Nunca fui amigo personal de Pilar Miró; fui colega. Y cuando ella estuvo en la dirección general de Cine y en la de Televisión, administrado. Desde ambas, Pilar hizo cosas por el cine español que nunca se habían hecho antes y nunca se volvieron a hacer después. Cuando Pilar Miró dejó su despacho del Ministerio de Cultura, muchas de las cosas que ella había hecho se modificaron, como siempre ocurre, a la baja. Pilar era consciente de que el cine español era de una debilidad industrial crónica, pero se dio cuenta de que su capital mayor eran los creadores. Y las normas que impulsó contribuyeron a reforzar no sólo a los productores, sino también a los innumerables directores que luchaban por montar sus propias películas. Quizá gracias a ella muchos estamos aún en el mapa.Cuando salió de Televisión fue aún peor. Sus sucesores estuvieron a punto de aniquilar el cine español, suspendiendo toda colaboración durante más de dos años. Y abrieron de par en par las puertas de la televisión pública a la basura.

Sacó adelante cosas que a los políticos, la mayoría sólo preocupados por sacarse adelante a sí mismos, jamás se les hubiesen pasado por la cabeza. Los que hacemos cine aquí sabemos que el cine español de los últimos quince años no hubiera sido el mismo sin ella. Y que en su época se sentaron las bases para que nuestro cine recuperase su dignidad y, poco a poco, se reencontrase con la sociedad, con su público. Un proceso aún no consumado pero, finalmente, en marcha, al que ella contribuyó de forma decisiva. En los últimos años la realidad nos había enseñado a echarla de menos. Porque los que hacemos cine aquí sabemos que Pilar Miró se partió el pecho por nosotros. Era uno de los nuestros.

Fernando Trueba es director de cine.

21 Octubre 1997

La memoria de Miró

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Pilar Miró era desde siempre -no desde el desgraciado momento de su muerte, el pasado domingo- una personalidad fuerte, contradictoria, creativa y también magnífica de la historia reciente de España. Sus méritos están tanto en su larga y fructífera labor profesional como en su actitud ante la vida, con sus gratificaciones y sus miserias. Tratar por igual a esos dos impostores que son el éxito y el revés es algo que pocos logran hacer, sobre todo en este frenético mundo cultural, político y mediático en el que ella ha sido protagonista. Pilar Miró lo logró pese ala vulnerabilidad inevitable en una persona de su sensibilidad y, paradójicamente, de su fortaleza: se defendía haciendo ostentación de brusquedad, lo que le causó problemas incluso entre quienes la querían.Forma parte de los rituales propios de nuestra sociedad que cuando una persona como Pilar Miró muere se multipliquen sus amigos. Algunos de los que pasaron el domingo y ayer por su casa, el tanatorio o la Almudena, en Madrid, no lo habían sido tanto como ahora pretenden. Algunos la atacaron con crueldad cuando cometió errores y otros no la ayudaron cuando ella lo hubiera necesitado, cuando hacía cine o cuando dirigió RTVE.

Pilar Miró era una de las mejores representantes de una generación de mujeres españolas que abrió caminos y promovió conductas que han hecho más libre este país. Optó claramente por la izquierda política, a la que apoyó públicamente hasta el último momento, con una concepción muy nítida del compromiso intelectual. Frente a los que se dedican ahora profesionalmente a trivializar la transición hacia la democracia, Miró era la memoria de que la sociedad española ha tenido que luchar duramente contra sus enemigos. La mejor prueba de que Pilar Miró ha sido una persona admirable está precisamente en que tantos se presenten hoy como sus incondicionales.

20 Octubre 1997

Pilar Miró

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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El sentimiento de consternación que ayer recorrió la espina dorsal de la sociedad española prueba hasta qué punto Pilar Miró era una de las personas más valiosas e irremplazables de nuestro tiempo. Tan acostumbrados estábamos a tenerla entre nosotros que no eramos conscientes de cuanto significaba. Sin embargo, ayer nos dimos cuenta de que su muerte supone una pérdida objetiva, un empobrecimiento irreparable, para todos cuantos desde hace décadas venimos deseando una España en la que el talento y la libertad personal sean los valores de referencia. Desde las páginas de este periódico queremos rendir tributo a la inteligencia, a la fuerza de voluntad, a la sensibilidad artística, pero sobre todo a la valentía de este ser humano excepcional. Nunca olvidaremos el compromiso con la búsqueda de la verdad a contracorriente que supuso la filmación de El Crimen de Cuenca; la calidad del resto de su obra cinematográfica como proyección de su singular riqueza intelectual. Nunca olvidaremos la pulcritud, el rigor y la autoexigencia de todos sus trabajos profesionales. Nunca olvidaremos el vigor de su gestión política en defensa del cine español y de la dignificación de la televisión pública. Nunca olvidaremos la entereza con que hizo frente por igual a sus propios errores -ridículos pecados veniales a la vista de cuanto ya sucedía alrededor- y al cobarde abandono de quien más obligado estaba a dar la cara por ella. Pero, sobre todo, nunca olvidaremos la libertad de conciencia de esta felipista emocional, tertuliana de la Cope, que hizo y dijo siempre lo que le vino en gana, que nunca aceptó encasillamientos, que siempre fue capaz de buscar y encontrar lo mejor de los demás y que hasta ayer mismo mantuvo en su mirada la chispa luminosa del inconformismo, el idealismo y las ambiciones más nobles. Decir que pocas mujeres han aportado tanto a sus contemporáneos es cierto, pero insuficiente, porque Pilar Miró ni siquiera cabía en ese molde. Pocas veces nuestro país -virtual o real-, la patria anhelada de la libertad y la inteligencia, ha tenido un motivo tan hondo para ponerse de luto.

20 Octubre 1997

Adivinada Pilar

Francisco Umbral

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Con un corazón de viejo hierro nos querías, con un corazón de hierro viejo nos detestabas, con un corazón de hierro viejo y unos pelos de chico y una cara enfadada nos saludabas o no nos saludabas, como directora general de la muerte o directora general de televisión. Con toda la metalería sentimental de tu corazón sencillo, provinciano, complicado, político y poético, Pilar.

Te lo dije una vez:

-Me podías haber dicho que estabas enferma, Pilar.

-Yo es que necesito que me adivinen.

Adivinada Pilar, cómo te adiviné luego. Cabeza de chico, mano de niña ladrona, novia de Summers, beata de Gary Cooper, y un amigo mío que te iba a por los yogures. «Es que Pilar está mala y le he bajado por unos yogures». Otro que estaba enamorado de ti o desdeñado por ti, chica mala de las noches de Oliver, mirabas a los hombres, amazona de la progresía de los sesenta, como a pobres delincuentes castrados con quienes se desea dormir. El crimen de Cuenca, toda España era un crimen de Cuenca, acudimos al estreno, en Fuencarral, y volaban las hostias y los grises porque el viejo romance negro y español, que tú tallaste en cine sabiamente, estaba lleno de pobres sangrientos, enverdecido de guardias civiles.

De El crimen de Cuenca a la boda de la infanta, del hijo/protesta a la boda de la otra infanta, generación entregada, como todas, adivinada Pilar, cómo te adivino ahora, cómo me suena aquella ferralla de tu corazón absurdo, aquel talento tuyo de mala ortografía, aquel flequillo que te soplabas para arriba como sólo se lo soplan las adolescentes.

Adivinada Pilar, «a mí me gusta que me adivinen», cómo te adivinaba en tus cargos y menesteres, Festival de San Sebastián, «¿y tú, Umbral, por qué no saludas a la seño?», manifestación antimilitarista de Cuatro Caminos, tú y yo con una pancarta y Aranguren y el pintor Viola y el gentío, todos bajo un sol de domingo rojo, «se va acabá, se va acabá la dictadura militar», bodas de reyes y de infantas, los dos cogidos a la pancarta, cuando entonces, como a una misma sábana «tú, Umbral, es que nunca me has visto como una mujer», qué necesitada de cariño, de atención, de hombre, no necesitaba un padre para su hijo, lo necesitaba para ella misma, niña mala, mano párvula y ladrona, entrañable Pilar que no se dejaba querer, adivinada Pilar, Pilar Miró que estás en los cielos.

Paseo de Rosales, aguaducho, yo es que necesito que me adivinen, Umbral. Anoche en el Teatro Real, ejecutiva de inauguraciones, chica terrible del sistema, de todos los sistemas, yo te había criticado «la Boda», de acuerdo contigo en todo, Paco, de acuerdo contigo, me tirabas de la manga y te fuiste, hija de militar, a tu prisa o tu disciplina, con el corazón de chapistería en la mano, a morirte en la cama sin dar un ruido, tan callando.

Cuánto he amado aquella generación de chicas, las primeras feministas españolas con braga de esparto, llenas de Marx el corazón y tiernas. Adivinada amiga, Pilar, cuánto hicimos siempre todos por adivinarte, dejas dos obras maestras, dos bodas reales, que el destino del arte es irónico y a veces se triunfa y queda donde no se sabe. Nunca te criticaría yo eso, adivinada Pilar, siempre he tenido que adivinarte, por décadas, no adiviné tu muerte, pero en el Real tenías mala cara, ahora te escribo urgente, la muerte es la estafeta que más apremia, ahora empieza mi amor tardío, adivinada Pilar, Parque del Oeste, a mí, Paco, es que me gusta que me adivinen.