19 noviembre 2015

Muere Ricardo de la Cierva Hoces, ex ministro, e historiador que en su última etapa se especializó en la defensa de lo positivo de la dictadura franquista

Hechos

El fallecimiento de D. Ricardo de la Cierva Hoces fue noticia en prensa el 19 de noviembre de 2015.

20 Noviembre 2015

La memoria del franquismo

Javier Redondo

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Nació el 9 de noviembre de 1926 en la calle Alfonso XII, número 30, en la casa de su abuelo Don Juan, «donde en cada piso vivía un La Cierva». Su apellido está íntimamente relacionado con el conservadurismo español. En los años 20, Juan de la Cierva lideró la tendencia más a la derecha de las tres en las que se fracturó el partido conservador. Maura, de retirada, y Eduardo Dato, que moriría asesinado en 1921, encabezaban las otras dos. Posteriormente, aguantó al lado de Alfonso XIII hasta el final. Tras las elecciones de abril de 1931, fue partidario de que el rey se mantuviera en el trono.

Precisamente la asociación de Juan de la Cierva con la Monarquía era una de las razones esgrimidas por los republicanos para dar por finiquitado el régimen. Ricardo apenas tenía cinco años, pero recordaba perfectamente los tacos –impropios en él– que soltó su abuelo cuando llegó a casa aquel 14 de abril tras el Consejo de Ministros. Aseguró en una entrevista concedida al diario Abc en 1975 que ese día quedó grabada la impronta liberal, monárquica, conservadora y constitucional de la familia. Su padre, Ricardo de la Cierva, fue diputado con Gil Robles y murió asesinado en Paracuellos en 1936. Este hecho marcaría muchos años después la trayectoria profesional y vital del historiador. A pesar de los La Cierva, no todo era pedigrí conservador en la familia. Por la vía transatlántica y del segundo apellido materno se coló una oveja negra en casa ducal de Hornachuelos, el castrista Dorticos. Nada grave.

Fue un empollón, cursó durante su etapa universitaria nada menos que 42 asignaturas –de Química, Física, Filosofía, Historia…–. Finalmente se doctoró en Ciencias Químicas, siguiendo la estela de su tío, el ingeniero e inventor del autogiro Juan de la Cierva. Sin embargo, su verdadera vocación siempre fue la Historia. Se casó en 1963 con Mercedes Lorente Serrano –con la que tuvo tres hijos– y un año más tarde se incorporó al Gabinete de Estudios de Historia Contemporánea del Ministerio de Información y Turismo, al frente del cual estaba Manuel Fraga. En el tardofranquismo presidió el Instituto Nacional del Libro. No obstante, tras la muerte de Franco prefirió ingresar como independiente en UCD.

Sólo cuando salió rebotado del Gobierno buscó refugio en la formación conservadora y se sumó a la bancada de Coalición Democrática en 1982. Se ocupó efímeramente, en 1980, de la cartera de Cultura. Cayó, junto con Abril Martorell y Marcelino Oreja, tras la última remodelación de Gobierno emprendida por Adolfo Suárez. En su caso, se interpretó que el presidente se desprendía de lastre conservador.

Fraga lo recibió de buen grado. La coalición conservadora era un partido de cuadros en el que los puestos en las listas estaban muy reñidos. Pese a que ese año el descalabro de UCD permitió que la coalición AP-PDP se erigiera en la primera fuerza de la oposición, De la Cierva no obtuvo su escaño por Melilla. En la legislatura anterior había sido diputado por Murcia. Así acabó su carrera en primera línea de la política. Años más tarde se situó en primera línea de la polémica. Como historiador se convirtió en el azote de las corrientes renovadoras de la Historiografía. En 1993 creó la editorial Fénix.

Encontró un filón en la divulgación a contracorriente de la Historia reciente de España. No hace mucho, en 2011, se congratuló de que por fin la mayoría de los historiadores aceptasen la inspiración soviética de los sucesos de Paracuellos. Como subraya Julius Ruiz en su último libro, Paracuellos, una verdad incómoda, elogió que «su bestia negra», Paul Preston, se sumara al «consenso general de los historiadores» sobre la matanza y la responsabilidad de Carrillo.

De la Cierva forma parte del núcleo duro de historiadores ultraconservadores que aportaron una visión muy crítica con la Segunda República y condescendiente con el franquismo. De hecho, recibió en 1989 y envuelto en polémica el premio Espejo de España de Planeta, uno de los más prestigiosos del momento, por su obra 1939. Agonía y victoria. Daniel Múgica y Javier Tusell abandonaron el jurado. Para él, miel sobre hojuelas. Se encontraba cómodo jugando en esa posición. Eran sus adversarios quienes se retrataban. Sus artículos eran tan incendiarios como sus libros: La Historia perdida del socialismo español, Leyenda y tragedia de las brigadas internacionales, La Historia se confiesa o Los años mentidos: falsificaciones de historia de España en el siglo XX. En su debe siempre pesará más su faceta de polemista que de académico (había ganado su cátedra de Historia la Universidad de Alcalá). Se alimentaba de la controversia. La última gran enganchada la tuvo con José María Bandrés, al que acusó de «encubridor de asesinos». El caso acabó en la Audiencia Nacional, que absolvió al historiador. Escribió en Abc y El País, donde publicó «¡Qué error, qué inmenso error!» a propósito de la elección de Suárez. Pocos meses después, en septiembre de 1976, reconoció la labor del presidente, que lo nombró en 1978 Consejero del Gobierno para Asuntos Culturales.

Con él se va el último representante de una estirpe de historiadores, el último autor franquista coetáneo del objeto de su estudio, el provocador impenitente, un conservador sin complejos, un convencido antimarxista, un lector de Homero cuyo color favorito era el azul, «apolítico», apostilla.

Ricardo de la Cierva, historiador, nació en Madrid el 9 de noviembre de 1926 y murió en la misma ciudad el 19 de noviembre de 2015.