18 septiembre 2012

La derecha política le muestra su respeto, mientras que la derecha mediática se lanza contra él

Muere Santiago Carrillo Solares, el rostro del Partido Comunista en España, a pesar de quedar desvinculado de él desde su expulsión en 1985

Hechos

El 18.09.2012 murió D. Santiago Carrillo.

19 Septiembre 2012

El legado de Carrillo

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Santiago Carrillo ha sido testigo y actor político destacado de casi un siglo de la historia de España. Pero, además, su legado exige honrar a uno de los grandes protagonistas del intenso periodo histórico que fue la Transición, un tiempo que dio la medida de la necesidad de grandes políticos en el país en los momentos de crisis más acuciantes. Sin la participación de Carrillo probablemente habría sido imposible la operación encabezada por el Rey y Adolfo Suárez para deshacer el nudo que Franco había dejado “atado y bien atado”, y que se desató gracias a una sucesión de pasos tan audaces como meditados en los que la posición de Carrillo fue decisiva. Ese legado ha permanecido, porque las bases de la democracia fundada entonces han sobrevivido.

Desde su primer compromiso como jovencísimo revolucionario durante la II República hasta la dimisión como secretario general del Partido Comunista de España (PCE) en 1982, la biografía de Carrillo es la de un político a tiempo completo que recorre la revolución fracasada de 1934, la Guerra Civil, un largo exilio o la evolución del PCE desde el estalinismo al eurocomunismo. Dirigió al Partido Comunista en la batalla contra Franco y dio forma a diversos organismos con los que la oposición de la época, forzada a la clandestinidad, intentó organizar y controlar la ruptura con la dictadura. Pero de toda esa sucesión de hechos destaca la firmeza de las líneas mantenidas en los tiempos de exilio y clandestinidad, su apuesta por la “reconciliación nacional” y la ruptura con el franquismo a través del pacto entre la derecha moderada y las fuerzas de oposición al régimen. Carrillo encontró ahí la oportunidad de rendir a España su principal servicio, comprometiéndose en una negociación con Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno nombrado por el Rey, y con otras fuerzas políticas, que hizo posible el tránsito pacífico de la dictadura hasta las primeras elecciones democráticas y, a la postre, hacia la Constitución que ha regido la convivencia entre los españoles desde 1978.

En ese tránsito no le importó sacrificar algunas señas de identidad de su partido, reconocer a la Monarquía encarnada por don Juan Carlos —a quien inicialmente había augurado un breve reinado— y moderar las palabras, los actos y los gestos, sin exponer a la frágil democracia a los últimos coletazos de los que trataban de impedir su nacimiento. Uno de ellos fue el conato de rebelión militar que siguió a la valiente decisión de Adolfo Suárez de legalizar al Partido Comunista el Sábado Santo de 1977, antes de las primeras elecciones. Todo ello no le rindió los frutos políticos que esperaba: a la hora de las primeras elecciones, Carrillo y el PCE sufrieron la decepción de comprobar que el pueblo de izquierdas prefería al PSOE encarnado por el joven Felipe González.

Más allá de las polémicas sobre sus actividades y responsabilidades durante la Guerra Civil, y de su participación intensa en las luchas intestinas en el PCE y en el seno del movimiento comunista internacional, Carrillo antepuso los intereses del conjunto de los españoles a los de su propio partido en un momento histórico crucial. No cabe olvidar tampoco su gallarda actitud ante los golpistas de Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981, cuando se negó a obedecer la orden de tirarse al suelo mientras aquellos disparaban en el hemiciclo del Congreso. Todo un símbolo de un político irrepetible.

18 Septiembre 2012

Lutero y el Papa al mismo tiempo

Carlos Alonso Zaldivar

(Expulsado del PCE por Santiago Carrillo)

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Algunos ya empezaban a dudar de que algún día ocurriera; pero ha ocurrido. Santiago Carrillo nos ha dejado. Entre aquellos que lo consideraban el diablo, los había temerosos de que Santiago resultara ser inmortal. Pero Carrillo no era el diablo, y lo acaba de demostrar permitiendo que los que tan mal le querían al fin descansen.

El nunca descansó en su vida en la que todo fue política y más política. Tanto es así que sospecho que eligió este momento para morirse porque jamás ha sido más acusado el contraste entre el tipo de político que encarnó Santiago Carrillo y los tipos de políticos que ahora más abundan. Así, muriéndose ahora, Carrillo pone en la balanza el peso de un hombre de Estado frente a la liviandad de los políticos actuales.

¿Qué tipo de político fue Santiago Carrillo? Todos los seres vivos tenemos una urgencia de ser y persistir; Spinoza llamó a eso connatus essendi. Lo específico del político es declarar que esa urgencia va más allá de sí mismo y que la proyecta en forma de lealtad sobre un colectivo más amplio, su grupo religioso, su partido, su nación, la humanidad u otras variantes. Decirlo es fácil pero probarlo suele resultar duro. Santiago Carrillo tuvo que hacer frente a esa prueba.

La historia es puñetera y en la Transición española llegó un momento en el que, para facilitar que España recuperara la libertad y la democracia, quien más había luchado contra la dictadura, el PCE, se vio impelido a aceptar que debía jugar en desventaja frente a otros. Cuando llegó ese momento Carrillo, cuyo capital político solo era su partido, puso por delante a España. Así mostró donde estaba su lealtad primera y se convirtió en un hombre de Estado.

Gracias a esta decisión -y a una o dos más de otros dirigentes- se resolvió el problema que planteaba la Transición. Al morir Franco, los españoles querían democracia pero tenían miedo a un nuevo golpe militar. ¿Qué hacer? La respuesta fue: hacer posible lo primero haciendo imposible lo segundo. Y los políticos del momento supieron hacerlo. Así ganaron un respeto ciudadano por encima de las preferencias partidistas. Ese es el respeto que Santiago Carrillo se merece camino de la tumba.

En brutal contraste, los ciudadanos opinan hoy que los políticos son uno de los principales problemas del país. ¿Qué ha ocurrido? Hay quien dice que los tiempos difíciles ya pasaron y que la política es ahora una actividad de gente normal y corriente. Y, en efecto, en los escaños y en otros decorados institucionales, ha ido ganando terreno el político efímero. Ya saben, efímero como los arcos triunfales que construían en Roma Bernini y Borromini para recibir a papas y altos dignatarios. Bellos artilugios de usar y tirar. Ahora bien, eso no explica todo porque la gente normal y corriente suele ser honrada mientras que la proporción de políticos envueltos en delitos económicos es hoy escandalosa.

Carrillo empezó a hacer política en la II República y no paró de hacerla hasta ayer mismo. Sin haber ascendido más alto que a su escaño de diputado, muere con un digno espacio en la historia de España. Pese a pasar tantos años en política, se va a la tumba con una honradez acrisolada. Nada de esto está al alcance de un político efímero.

En cuanto a decir que los tiempos difíciles ya pasaron, hoy suena a chiste de mal gusto. Otra cosa es que la generación de políticos posterior a la transición se encontró un mundo más cómodo y creyó que la política era asunto de dinero y publicidad. En realidad en esos tiempos en Europa y Estados Unidos se iba levantando una tormenta conservadora que desregulaba el mundo financiero. Mientras, en España, los nuevos políticos se dedicaban a buscar señas de identidad para legitimarse al margen de sus predecesores. Cuando aquí empezó a asomar la burbuja inmobiliaria, todos ellos solo vieron dinero y dinero. Hasta que empezaron a caer rayos y centellas. Entonces descubrimos que no teníamos refugio.

En los últimos veinte años en España se han hecho muchas cosas pero nada capaz de soportar la tormenta que tenemos encima, que es lo que hubiera que haber hecho. Hoy el horizonte está cubierto. ¿A dónde mirar? Si se trata de encontrar la salida, hay que mirar atrás. A los fundadores de nuestra democracia; a los Suárez, González, Carrillo, Pujol, Ardanza y muchos otros. Y no porque no cometieran errores, que todos lo hicieron, sino porque tuvieron un acierto, subordinar todo a dar al país lo que el país necesitaba.

En cuanto a aciertos y errores el balance de Carrillo es increíble. Reformó mil veces el pensamiento comunista, promoviendo la reconciliación nacional, impulsando las comisiones obreras, defendiendo el ingreso de España en el Mercado Común, rechazando la violencia de ETA, respaldando los movimientos estudiantiles, denunciando la intervención soviética en Checoslovaquia, insistiendo en la unidad de las fuerzas democráticas, e hizo todo eso desde la clandestinidad, mientras Franco todavía fusilaba. Muerto el dictador pero siendo todavía ilegal, volvió a España con una peluca jugándose la vida para dolor de cabeza de Martin Villa y para dejar claro que no se podría prescindir del PCE. Ya en la legalidad, supo hacer lo que pocos hicieron, respaldar al Rey y a Adolfo Suárez intuyendo con acierto que un día tendrían que bloquear una reacción violenta de los militares franquistas. Cuando el intento de golpe llegó, manteniéndose sentado en su escaño del Congreso, Carrillo salvó el honor de muchos, incluido el mío. En todo esto creo que acertó.

Al mismo tiempo en lo referente a “su” partido fue un contrarreformista. Se equivocó expulsando a Fernando Claudín, Jorge Semprún y Javier Pradera. Cuando años después Manuel Azcárate, Pilar Bravo, Julio Segura, Jaime Sartorius y quien esto escribe, le planteamos la necesidad de introducir ciertos cambios en el partido, creyó que queríamos desplazarlo y también nos expulsó. Así se abrió una hemorragia y creó tal confusión en el PCE, que el propio Carrillo terminó siendo expulsado. En todo eso se equivocó. Le había costado tanto crear aquel partido, que creyó que si no estaba en sus manos estaba en peligro. Y eso lo mató.

En lo que se refiere al PCE, Carrillo quiso ser Lutero y el Papa al mismo tiempo. No funcionó. El PCE de Santiago se deshizo, como los Beatles. ¡Qué pena! No ha vuelto a haber una banda mejor. Pero hay que reconocer que Santiago Carrillo compuso la mejor melodía política que se ha interpretado en este país desde hace siglos.

18 Septiembre 2012

Un amigo

Julián Ariza / Adolfo Piñedo

(Expulsados del PCE junto a Santiago Carrillo por Gerardo Iglesias)

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Santiago Carrillo no solo ha sido una figura histórica que ha recorrido en primer plano la política del siglo XX. También ha sido una persona que ha concebido siempre la política como una actividad al servicio de los trabajadores y los más débiles, lo que da más valor a su figura en este momento de desafección hacia la política.

Desde sus orígenes en el Partido Socialista, a su papel en la construcción de la Juventud Socialista Unificada y su incorporación al Partido Comunista de España, fue protagonista de la defensa de la República y la democracia durante la Guerra Civil.

En la posguerra, desde el exilio, dedicó todo su esfuerzo a la reconstrucción del Partido Comunista de España y la vuelta de la democracia a nuestro país. Convencido de que la recuperación de la libertad requería el acuerdo de todas las fuerzas democráticas, de la derecha a la izquierda, poco antes de ser elegido Secretario General del PCE fue el primero que apostó por la reconciliación nacional.

La primavera de Praga y la intervención soviética en Checoslovaquia, que el PCE criticó abiertamente, le reafirmó en que el socialismo era indisoluble de la libertad y en la apuesta por el eurocomunismo, que compartió con otros partidos comunistas europeos.

Impulsó el papel del PCE y su confluencia con otras fuerzas democráticas en la lucha contra el franquismo. Desde sus responsabilidades en el PCE apoyó e impulsó decididamente el desarrollo de las Comisiones Obreras. Por otra parte, cuando hoy tantos revisionistas, desde la derecha a la izquierda, ponen en cuestión la transición democrática en España, la muerte de una figura como la de Santiago, nos sirve para reivindicarla, aunque solo sea por el respeto que merecen los miles y miles de luchadores, gracias a los que la Transición fue posible y entre los que la figura de Santiago Carrillo siempre ocupará un papel destacado.

Su compromiso con los trabajadores y la izquierda se ha mantenido hasta el final de su vida, ya que con sus opiniones en los medios de comunicación ha defendido la necesidad de una salida justa de una crisis que hasta ahora solo están pagando los que no la han causado.

Para nosotros, más allá de la política, Santiago ha sido un amigo del que nos enorgullecemos. Un amigo cercano, socarrón más que irónico, con juicios certeros y, muchas veces, divertidos. Un amigo que, en las comidas que periódicamente manteníamos los más cercanos a él, siempre tenía una opinión atinada, matizada, sabia y de izquierdas.

En estos duros momentos vaya para su mujer, sus hijos, nietos y demás familiares nuestro afecto y nuestros más profundos sentimientos.

19 Septiembre 2012

El enterrador enterrado

Carmen Grimau

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Yo no hablaré del político fallecido, pero sí de su forma ética de hacer política. Porque Santiago Carrillo representó ante todo la forma más despótica y despiadada de ejercer la política. Encarnó el prototipo arrogante de los dirigentes con plenos poderes para disponer de la vida y la muerte de los otros. Siempre en la cúpula. Alejado del peligro de la clandestinidad. Hoy muere, el gran vencedor, el que enterró a todos los camaradas. A los que traicionó, también. Todos sus hombres han muerto. Él inició el comunismo y lo enterró un siglo más tarde. Su perseverancia es lo más espectacular y lo más siniestro del personaje. Acabó reinando sobre los cadáveres que fue acumulando sin que de su boca saliera el menor sentimiento de culpabilidad. Hizo ver la luz donde sólo había tinieblas. Puso cara a la pesadilla que describiera Arthur Koestler.

Santiago Carrillo fue el experimento más logrado del NKVD. Desde que Codovilla lo visitara en la Cárcel Modelo de Madrid, poco antes de las elecciones de febrero del 36, el joven Carrillo era ya el elegido para liderar el destino de los militantes comunistas.

«¿Quién rige los destinos de los hombres?», se preguntaba Vassili Grossman. Buena pregunta. Desde luego, entre 1944 y 1976, los destinos de los clandestinos comunistas estuvieron en manos de Santiago Carrillo. Salvo la incursión puntual en el Valle de Arán en 1944 -que le proporcionaría el poder absoluto sobre el aparato del Partido-, no volvió a entrar clandestinamente a España hasta el 7 de febrero de 1976, y lo hizo subido en un Mercedes y con peluca picassiana. El barbero de Picasso hizo un trabajo histórico. Personalmente, no he conocido a ningún clandestino que pasase la frontera con esa escenificación tan teatrera. Los clandestinos que conocí siempre me parecieron seres transparentes que, si podían, se fundían con el asfalto de las calles que pisaban. Recuerdo a hombres sobrios, desprendidos e inquietos. Sin un duro en el bolsillo para ellos o sus familias y que luchaban por algo en lo que creían. Fueron los portadores de una filantropía abnegada y severa. Pero eso ya lo escribí en la revista Leer de José Luis Gutiérrez.

La peluca, que tanta gracia hizo a sus señorías, formó parte de una táctica, sumamente calculada, de éxito y de aplauso póstumo a la par. En 1976, sabe que ha llegado el momento del envite crucial. Es sólo cuestión de meses. Su despiadado egocentrismo lo mantiene alerta. Quiere ser el único protagonista. Por ello, el 8 de diciembre, increpa al prestigioso clandestino Simón Sánchez Montero con un ¿es que me queréis sustituir? Recela también de la popularidad de Marcelino Camacho. La tensión se palpa. Y el acto final tendría lugar el día 22 con su detención. Fue la gran ceremonia pactada: ocho días en la enfermería de Carabanchel. Pagó un precio muy módico. El 31 de diciembre tomaba las uvas en libertad.

Ya sé que escribo a contrapelo. Algún día, tal vez, se conozcan todas sus traiciones. Es sabida de sobra hoy su cobardía al no querer nombrarlas. El apasionante libro de José Luis Losa -Caza de rojos- da buena prueba de ello. Nadie puede sobrevivir a semejante responsabilidad si no alberga en su cerebro lo más abyecto: la carencia absoluta de conciencia. Santiago Carrillo vivió como un alto funcionario de carrera política. Fue un burócrata tenaz e implacable que consiguió aguantar impertérrito 50 años de reunión permanente. Un dirigente cuyo centro estratégico se situó siempre en un despacho acolchado con informes. Fue un enragé de los informes. Un fanático del control. Un internacionalista sin don de idiomas. Fernando Claudín, con gracejo vindicativo, dejaría caer una evidencia: «Carrillo no se apeó del coche con chofer desde el 45». De funcionario revolucionario a funcionario de las Cortes: de coche del Partido a coche oficial de diputado.

La realidad dejó de existir fuera de las palabras codificadas. Y los informes fueron para él más carne que la carne misma de los clandestinos. Valían más. Valían todo. Vassili Grossman perfiló a un prócer del partido soviético que bien podría haber sido Carrillo: «Fue de esos que no tuvieron ni siquiera la oportunidad de comportarse vilmente durante los interrogatorios, ya que no les interrogaron. Tuvieron suerte, no les arrestaron». Carrillo se reinventó a sí mismo en la mentira. Su habilidad camaleónica siempre me ofendió. Me estremeció su perseverancia en ser la voz del augur, legitimada siempre con la sangre de los otros. No citaré a ninguno para no olvidarme de nadie. Gregorio Morán habló de dos elementos confluentes en el tacticismo del dirigente: su amnesia oportunista y la exoneración de toda responsabilidad propia. «Somos colectivamente responsables de las insuficiencias y debilidades en nuestro trabajo». Todos fueron culpables. Menos él.

Pero yo, hoy, en el día de la muerte de Santiago Carrillo, sólo veo el silueteado de los clandestinos que no pudieron regresar de la utopía mortal de aquellos años de espejismo revolucionario. Y el rostro entumecido y los ojos negros de mi padre, Julián Grimau, esperando que el tercer tiro de gracia acabara con su vida. Porque hicieron falta tres tiros de gracia para matarle. Diferencia.

20 Septiembre 2012

Punto final

Alfonso Ussía

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Me he propuesto que el de hoy sea mi último escrito con Santiago Carrillo de protagonista. Todo lo que tenía que decirle, se lo escribí en vida. Con su muerte, nada tendría sentido ni importancia. Pero reconozco que estoy más que confuso y sorprendido con los análisis y biografías que han aparecido en los periódicos serios. Adelanto que no he leído «El País». Se repite mucho el tópico de una vida de luces y sombras. Ya me explicarán. Una vida de luces y sombras fue la de Rafael «El Gallo» o la del maestro Rodrigo. La luz de la inspiración y el talento y la sombra de la incurable ceguera, o la luz del arte y la sombra del fracaso. Es cierto que Carrillo tuvo un importante papel en la transición. Como Suárez, como Torcuato Fernández Miranda, como Manuel Fraga, como Felipe González, como Tarradellas o el mismo Javier Arzallus, con el Rey de actor principal. Ese mérito compartido apenas se le reconoció a Fraga Iribarne, que llevó a la derecha inmovilista hacia los espacios de la libertad y la democracia. No le niego a Carrillo su aportación a ese impulso común de reconciliación que no ha terminado de triunfar. Pero creo que las luces de su vida se apagan ahí, y quedan las sombras, metáfora indulgente con su cuerpo presente todavía, para no referirme a las sangres.

Lo escribí años atrás. Mi madre, Asunción Muñoz-Seca, hija de don Pedro, torturado en la checa de San Antón y fusilado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama, resumió su sed de venganza en una promesa de muy fácil cumplimiento. «No le estrechéis la mano a Carrillo si tenéis ocasión de hacerlo». Me gustaría decirle a mi madre que hemos cumplido la promesa. El cristianismo nos ayuda a perdonar y estoy harto de escribir de Paracuellos. Aquella matanza se ha convertido en una nube que oculta la verdadera biografía de Santiago Carrillo, que fue implacable con los militantes del PCE en la clandestinidad activa y con los que disentían de su poder omnímodo. Es fácil recurrir a Jorge Semprún y Fernando Claudin. A las acusaciones de Lister y del «Campesino», que nos cuenta en sus escalofriantes memorias el nivel de crueldad de Carrillo y Dolores Ibarruri, otro mito «de luces y de sombras». Por mi parte, y con la autorización de mi abuelo y de sus cinco mil compañeros de martirio –niños, hijos de militares incluidos–, doy por cerrada la matanza de Paracuellos. Con su muerte, la Guerra Civil ha terminado, por ahora. Pero no la posguerra, en la que Carrillo tuvo una trayectoria depredadora con los militantes de su propio partido, llegando a delatar a quienes más sombra le hacían a la Policía del Régimen franquista. Julián Grimau.

Lean, para abrirse a la luz entre las sombras, el demoledor escrito publicado ayer en «El Mundo» y firmado por Carmen Grimau, hija del dirigente comunista fusilado por el franquismo después de ser víctima del chivatazo. No lo escribe el nieto de Muñoz-Seca, sino la hija de Julián Grimau. «El enterrador enterrado» se titula el texto. «Santiago Carrillo representó ante todo la forma más despótica y despiadada de ejercer la política». El último párrafo es estremecedor: «Pero yo, hoy, en el día de la muerte de Santiago Carrillo, sólo veo el silueteado de los clandestinos que no pudieron regresar de la utopía mortal de aquellos años de espejismo revolucionario. Y el rostro entumecido y los ojos negros de mi padre, Julián Grimau, esperando que el tercer tiro de gracia acabara con su vida. Porque hicieron falta tres tiros de gracia para matarle. Diferencia». ¿Luces y sombras?

18 Septiembre 2012

Señor, te pido que recibas a Santiago en el Reino de los Cielos

Rodolfo Martín Villa

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Señor, has dispuesto que tu hijo Santiago, que tanto y tan bien trabajó en la Transición para que España fuera un reino de todos, nos deje. Yo quiero pedirte que le recibas en el Reino de los Cielos, del que creo firmemente que es reino de todos y, además, de iguales.

Porque eso de la igualdad le irá muy bien a un veterano comunista que en sus discursos parlamentarios, como recordaba Joaquín Garrigues, era quien más invocaba tu santo nombre y no en vano porque nunca Santiago dio puntada sin hilo. Además, siempre procuró las mejores condiciones para los más humildes; dar de comer y de beber a hambrientos y sedientos; enseñar, por supuesto en una escuela pública, al que no sabe y cuidar a los enfermos. Es lo que hoy se llama Estado del Bienestar y que tu Hijo, Señor, proclamó hace dos mil años: las obras de misericordia. Bien es cierto que Tú le enviaste señales ciertas de cercanía cuando coincidían los años brillantes del Partido Comunista de España con la circunstancia de que el Partido tuviera su sede central en la calle de la Santísima Trinidad. Las cosas empezaron a ir mal con el traslado a una calle de nombre laico.

Hace algunos años, cuando llamaste a ese Reino a un veterano socialista, Máximo Rodríguez Valverde, imaginé una ciudad, la de la reconciliación española, en la que creo, en cuya dirección estaban, entre otros muchos, el popular José María Ruiz Gallardón, el centrista Abril Martorell, la socialista García Bloise, el comunista Solé Barberá y los nacionalistas Ajuriaguerra y Tarradellas. Me dicen que se han incorporado después Leopoldo Calvo Sotelo y los padres constitucionales Fraga, Solé Tura y Gabriel Cisneros.

Hay que buscarle, Señor, ocupación política a Santiago, porque si no hace política no sabe que hacer, ni siquiera en ambientes tan sosegados como el de ese Reino tuyo. Y he pensado que podría ocupar una alcaldía. Además, como estoy seguro de que estará por ahí el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, ya tendríamos alcalde y cura, una pareja que dejaría muy por debajo a la del cura Don Camilo y del alcalde Peppone. Santiago es asturiano y Tarancón fue arzobispo en aquella tierra. Los dos son buenos fumadores y allí podrían disfrutar de un aire puro ajeno a las prohibiciones a las que ahora se ve condenado su tolerable vicio

Por lo demás, Carmen, su mujer, sus hijos y sus nietos van a notar su ausencia, difícilmente superable. También la notarán sus amigos. De la tertulia inicial de la Transición, de la que formaban parte Pío Cabanillas, Juan José Rosón y Santiago, solo quedo yo. Y además, sin los puros que Santiago repartía con origen en Fidel Castro, que, según parece, también recibían Adolfo y Felipe. Nos reunimos ahora con José Acosta, líder de la entonces gloriosa Federación Socialista Madrileña, y con Manuel Núñez, hasta hace unas semanas presidente del Tribunal de Cuentas. La verdad sea dicha, tanto el socialismo madrileño como las cuentas del reino no pasan por sus mejores momentos, a pesar de los denodados esfuerzos de José y de Manolo.

Habrá que sustituir a Santiago en la tertulia, cuestión difícil que requiere, pienso, más de una persona. Una podría ser Teodulfo Lagunero, también comunista, que por su no baja condición económica fue el “aire acondicionado” del “agujero” de Santiago en la clandestinidad, como le bautizó Peridis. El otro sería el profesor Aurelio Menéndez, reciente marqués, también asturiano, pues siempre nos vendrá bien un noble en esas reuniones que celebramos todos los 14 de abril para ponernos de acuerdo en una sola cosa: hablar bien del Rey.

Ya sé, Señor, que esta petición mía de que acojas a Santiago en tu Reino, dado quien soy y de dónde vengo, puede escandalizar a algunos y extrañar a no pocos. Sé también que a Ti, Señor, no te escandaliza ni te extraña. Por lo demás, y en aras de una conveniente complicidad, es bueno que se sepa que también pretendía que Santiago se alojara en tu Reino Pilar Urbano, conocida plumífera en la Transición. Aunque Santiago, con cierta coquetería laica agradecía la intención, discrepaba del empeño. Esta coincidencia con Pilar tiene su valor, ya que los hijos de San Josemaría Escrivá y el mundo azul no han coincidido siempre en los caminos de esta tierra, aunque sí en el Camino hacia ese Reino. Por ello debo terminar invocando a mi santo Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti”. A todos nos hiciste para Ti. También a los comunistas españoles. También a Santiago. Así sea. Amén.

19 Septiembre 2012

Tacticismo burocrático

Pablo Castellano

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Al hijo de don Wenceslao Carrillo, y a todos los jóvenes socialistas, el tapón que suponían los viejos maestros y padres, para prosperar en el PSOE, les empujó hacia el recién nacido Paritdo Comunista. Desde la JSU comenzó Don Santiago la ejecutoria más paradigmática de un buen apparatchik. El realismo le hizo ser estalinista, eurocomunista y socialrevisionista, al compás de las circunstancias, con la seña de identidad de ser, siempre y por encima de todo, un hombre ‘del partido y para el partido’, del que todo lo que esté fuera no puede ser ni revolucionario ni socialista. Si sirve como compañía de viaje hasta vale, pero el dogma y la verdad no pueden estar fuera de este. Por ello, el haber vivido alejado de ‘su iglesia’ ha sido finalmente su mayor fracaso.

Desde su exilio hizo del Partido Comunista de España un foco de atracción de la mayoría de la izquierda antifranquista, y conquistó un lugar al sol para su formación, que si suscitaba el anticomunismo en la derecha, mucho más aún en el mundo anarquista y socialdemócrata, cuyos partidarios fueron materialmente exterminados del mundo en que el comunismo montó su imperio. Sus proyectos de ilusorias huelgas revolucionarias o de frentes, al servicio de la estrategia del Partido Comunista, alcanzaron el éxito con la constitución de la Junta Democrática, forzando la respuesta de la Plataforma y culminando en la Platajunta, que supuso la admisión del PCE como una fuerza legítima de la oposición y legalizado en la Transición, y su alejamiento de ‘su partido’ nació de una burocrática reacción anticarrillista.

18 Septiembre 2013

El último secretario general

Pablo Iglesias

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A pesar de todo, Santiago era uno de los nuestros.

La muerte de Santiago Carrillo me ha sorprendido en una reunión de comunistas. Acababa de tomar la palabra Yolanda Díaz, la candidata de la Syriza galega, en un comité de planificación de campaña en el que me tocaba actuar de asesor de comunicación. Yolanda, tras mirar el móvil, ha interrumpido su intervención diciendo “Ha muerto Carrillo” y un silencio de varios segundos se ha impuesto en la sala. No despertaba Carrillo muchas simpatías entre los presentes, pero una cosa son las simpatías y otra el respeto. Y si de algo fue siempre merecedor Santiago fue, precisamente, de respeto.

Le conocí hace menos de un año, cuando le entrevisté durante más de dos horas en su casa. Recuerdo que me conmovió el contraste entre su lucidez y su fragilidad física. Quizá la mía fue la última entrevista a Carrillo que repasó el conjunto de su trayectoria política. En su vivienda madrileña, un piso humilde cerca de Conde de Casal, comprobé que Santiago era lo que yo siempre consideré un comunista “de derechas”, pero un comunista al fin y al cabo que, a pesar de sus enormes claroscuros, siempre mantuvo una talla política gigantesca.

Hablé con él de muchas cosas, compartimos cigarros y algo más, una confianza mutua que me confirmó días después cuando me llamó por teléfono para nada en concreto; simplemente para seguir hablando de política.

Durante aquel encuentro le pregunté por su apuesta por la unidad de acción con los trotskistas, antes de que estos fueran condenados por el comunismo oficial; le pregunté también por la Junta de defensa de Madrid y me impresionó escucharle sin ambages que, a pesar de los desmanes injustificables de aquellas fechas, gracias a la determinación revolucionaria del pueblo en armas “salvamos Madrid”. Me conmovió escucharle reconocer que, tras saber que su padre era cómplice de la traición de Casado, lloró a lágrima viva. Hablamos del pacto Ribbentrop-Molotov, de la política de reconciliación, de Dolores, de Claudín y Semprún y comprobé que, en estos temas, Santiago seguía diciendo lo que siempre dijo. Hablamos de Suarez, de la bandera, del 23F, de que Tamames sabía, de su salida del partido que nunca le dejó de doler y del presente político de España.

La entrevista me sirvió para reafirmarme en que no estaba de acuerdo con él en muchas cosas, pero también me hizo admirarle. Créanme si les digo que siendo hijo de un militante del FRAP y habiendo militado donde milité, tiene su mérito admirar a Carrillo. Frente a Santiago descubrí que estaba ante al secretario general que condenó irremediablemente a la mediocridad a todos los secretarios generales que llegaron después. Nadie estuvo a su nivel.

Santiago pudo tener muchos defectos y es seguro que fue responsable de decisiones innobles contra otros comunistas, pero nunca fue un mediocre. En mi vida he tenido la oportunidad de conversar con figuras políticas prominentes que no puedo mencionar aquí, pero ninguna me hizo sentir el honor y el privilegio histórico que sentí al conocer a Santiago.

Nadie ejerció con tanta altura la dignidad de ser Secretario General. A pesar de todo, Santiago era uno de los nuestros. Hasta siempre.

19 Septiembre 2013

Érase un hombre lúcido a un cigarrillo pegado

Juan Carlos Monedero

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Santiago Carrillo ha muerto. ¿Qué Carrillo?

Nunca ha existido “un” Carrillo. Han existido tantos como personas se le cruzaron en cada uno de los momentos en los que estuvo presente. Cada cual va a su encuentro caminando por el ángulo que le resulta más cómodo. Para algunos llevaba muerto mucho tiempo. Para otros –más acertados- Carrillo no se va a morir nunca. Su cigarrillo va a humear la memoria particular de mucha gente durante mucho tiempo. Una memoria en blanco y negro. Los buenos documentales de Carrillo siempre regresaban a los tiempos en los que el color no había llegado a las pantallas.

Un monstruo sin escrúpulos y un elfo vestido de libertador con gafas de pasta;  un arrojado clandestino con peluca y gabardina y un hombre a un cigarrillo pegado capaz de echarse un pitillo con el enemigo; un diablo rojo y con tridente de Stalingrado y un santo ungido con los óleos de la Inmaculada Transición. Honra a los diputados del PP que no se han levantado en la ovación que le ha brindado el Parlamento: ayuda a que nadie olvide quiénes son, especialmente ahora que se oyen voces que aúllan el encuentro, la concordia y el consenso para asumir, todos a una, el rescate y sus recortes.  Los mismos diputados que se pusieron en pie cuando aprobaron la participación de España en la guerra de Irak, ahora, sentados. Los que gritan a los parados “que se jodan”. Los de la red Gürtel y los políticos sin sueldo para que vuelvan a las Cortes los Don Cayetano y Don Gabino de cuando la noche franquista. De la noche de Franco, ese que odiaba a muerte a Carrillo. El Carrillo que se hizo rojo defendiendo con la vida la República. Ángulo afilado.

Carrillo se reía de su muerte y también de la memoria que de él tendrían los españoles. ¿Cómo no se iba a reír de los que permanecieron sentados mientras la “casa de la democracia” le aplaudía? Esa casa asustada el 23F, asustada cuando el pueblo le dice cómo quiere que legislen, asustada porque nuevos republicanos quieren rodearla el 25S. ¡Todos al suelo! Bien han hecho los diputados de la extinta Alianza Popular quedándose sentado en sus sillones de madera de pino. Algunos tienen esa relación peculiar con las cosas del dios que tantas cosas les perdona.  Carrillo nunca creyó en dios. Ni cuando estaba ya agazapado para darle un susto al creador en su reino. Diputados populares sentados ante la muerte de alguien a quien trataron y conocieron. Pensaba que eso estaba reservado a los que no creemos. Pero ellos…Su dios y sus jerarquías siempre autorizaron matar a Carrillo y lo que significaba. Compasión nunca han tenido.  Irán a misa este domingo.  A pedirle que Carrillo arda en el infierno. Allí no le faltará fuego para el tabaco.

¿Son acaso mejores los hipócritas que aplaudieron en el hemiciclo como si el finado fuera uno de los suyos? Es raro que muera un político comunista y te alabe el rey y un sindicalista, el PSOE y el PCE, Rosa Díez y Esperanza Aguirre, Llamazares y Centella, Belén Esteban y Alejandro Sanz, Felipe González y Martín Villa, Alfonso Guerra y Adolfo Suárez Jr.? ¿A qué Carrillo saludan? ¿Qué destello del rincón en el ángulo oscuro vienen a iluminar? ¿Qué reflejo del espejo miran para que no les moleste la misma persona? Nunca ha existido “un” Carrillo. Cada cual lo envuelve en la luz que le interesa. Él, mientras, sonríe envuelto en humo. El cigarro no era un bastón: era una cortina. El teatro que llevaba por dentro nunca lo ha contado.

Antes de los 60 nunca lo malditizaron. Luego, Carrillo fue el para siempre el de Paracuellos, el de las sacas, el asesino de Muñoz Seca, el responsable de la Junta de Madrid (el Madrid que resistió, a diferencia de otras capitales de Europa, tres años a los fascistas). Esa imagen de Madrid resistiendo en la antesala de la segunda guerra mundial estaba en los ojos de todos los demócratas del mundo. De Humphrey Bogart y de la madre de Ernesto Che Guevara. De Pablo Neruda y de Lázaro Cárdenas. En esa ciudad estaba Carrillo. En ese momento. Carrillo heroico en celuloide en blanco y negro tan blanco. En el mundo recuerdan a los luchadores antifascistas. En España no. En los documentales sobre Carrillo, el antifascismo no aparece. Tampoco el maquis, salvo para explicar que había infiltrados que debían ser ejecutados.

Luego, el PCE abandonó a los últimos soldados de la República que andaban por los montes y los bosques. Ya estaba Carrillo aplicando lo de la reconciliación nacional. El franquismo sabía que eso era peligroso. Lo de los 25 años de paz tenía que ser un invento en exclusiva del Caudillo. No recordar la guerra, sino celebrar la paz. Carrillo se había convertido en un problema. Hacía falta demonizarlo. Nunca fue responsable de dar la orden de ejecutar a los presos franquistas en Paracuellos. Paul Preston acaba de demostrarlo por enésima vez. Pero la derecha necesita que Carrillo sea el de Paracuellos. Creen que así se nota menos el genocidio que cometió Franco con decenas de miles de gentes honradas culpables únicamente de ser leales con la República. Contra la que se levantaron los fusilados de Paracuellos.

No será fácil determinar si esa medida, tomada en tiempos de una guerra que habían empezado los sediciosos, fue una decisión criminal (muchos de los asesinados estaban en la cárcel por ser responsables de la Quinta Columna que ametrallaba las terrazas de la capital. Las tropas franquistas estaban, además, muy cerca. El gobierno estaba roto por el golpe de Estado. Pero a diferencia de lo que hacía Franco, la República no podía fusilar sin juicio. La República no podía ser como Franco. Aquello no volvió a repetirse). Lo que sí cabe afirmar, de manera más contundente, es que fue una decisión innecesaria y estúpida. Y Carrillo no era estúpido. Pero ese sambenito le acompañó hasta el último día. Si los franquistas dicen que empezaron la guerra porque había muerto una persona –Calvo Sotelo- ¿qué no harían por los 2.500 de Paracuellos? Maldito por toda la eternidad Carrillo. Gritaban así los mismos que hoy le han aplaudido. Qué extrañas escenografías hace la política. Serás cosas del consenso.

Carrillo manejó con mano de hierro su partido. Su partido terminaría expulsándolo. Su comunismo de partido era de libro. De un libro no siempre luminoso. En blanco y negro. Duro, inclemente, de voz enronquecida. Hombre de tiempos oscuros. Nos dejó una democracia que hoy necesitamos criticar. Con una bandera que la mitad del país no siente suya. Con un rey que se fotografía con ladrones, hace negocios con el mundo árabe y sale campechano con su familia en el Hola entre bronca y golpe a su chófer. Con una ley electoral propia de una dictadura y no de una democracia. Con una judicatura franquista. Con las mismas familias del dinero con cada vez más dinero. Con una cultura política nada republicana. Sin un referéndum sobre la Constitución, sin un referéndum sobre la monarquía, sin un referéndum sobre casi nada. “Tienen todo. No les vamos a dejar el Rey también a la derecha”, me dijo una vez que le reproché su defensa de la monarquía. No tenía razón, pero su reflexiones nunca eran en vano. Un maquiavélico príncipe florentino rojo que siempre hacían pensar.

Sus coetáneos dicen que ayudó a traer la democracia. Desde generaciones posteriores, algunos pensamos que ayudó a traer una democracia demediada. Es fácil, dirán desde esa franja de edad, criticar a toro pasado aquellos años. Puede ser verdad. En una ocasión, en un almuerzo en la facultad de ciencias políticas, le dije que hiciera un penúltimo servicio a la democracia que íbamos a heredar y se pusiera al frente de la crítica a la Transición, que reconociera que no hicieron ninguna maravilla sino simplemente lo que pudieron. Lo que les dejaron. Que los vicios de la transición son los vicios de la democracia. Guardó silencio. Otros en la mesa golpearon con los tenedores los platos. Él guardó silencio. Como el silencio de los más de 120.000 republicanos asesinados y enterrados aún en zanjas, cunetas y fosas comunes. Carrillo dijo que con la ley de amnistía quedaban enterrados todos nuestros muertos. No era verdad. Una democracia asentada sobre un genocidio no es luminosa. Es sucia. Por mucho que el olvido quiera limpiar ese lecho. No hay humo en casi un siglo de cigarros para tapar ese agujero.

Hay mucha luz en esos fotogramas a los que aún les falta mucha voz. Carrillo representa la memoria del partido más glorioso en la noche infausta del franquismo. El ángulo lleno de gloria. Y la misma gloria refulge cuando la invasión de los tanques del pacto de Varsovia fue condenada por el PCE pese a ser la URSS anfitriona y soporte de los dirigentes exiliados. Carrillo es la gloria de los asesinados en Atocha y del sindicato que era “el” sindicato igual que “el” partido era el partido, de los estudiantes muertos por la policía, de la ejecución de Grimau, de los cientos de miles de años de cárcel de los militantes comunistas. Carrillo era el honor de los dignos sentado en su asiento en el Congreso de los Diputados mientras volaban las balas de Tejero durante su asonada real. Carrillo era, pese a que mandó retirarla, la bandera republicana y también esa resistencia miliciana que está en el ADN de la verdadera democracia española. Es el rostro de buena parte de lo mejor de nuestra historia reciente. No porque él fuera su actor único, sino porque le puso rostro al relato con su presencia de comunista eterno. No hay “un” Carrillo. Pero ese Carrillo de la dignidad de un pueblo es el más imperecedero. No encaja con el del relato épico de una transición hecha por reyes, políticos inventados en Alemania o franquistas reconvertidos. No todos los Carrillos son compatibles. A cada cual su humo.

Cada quién, en esta tarde que ha ido a reunirse con la tierra, el aire y el agua, va a recordar al Carrillo que más le sirva. Todo un siglo de vida le ayuda a ser como los poemas de Neruda, propiedad de aquél que los necesita. Mal vamos a cohonestar el Carrillo inclemente con el fascismo o con la cobardía con el Carrillo adulado por el PP o el PSOE. Mal cuadra el Carrillo que arengaba a defender Madrid con uñas, armas y balas, el Carrillo que señalaba a la CEDA como la antesala del fascismo con el Carrillo celebrado por Fraga, Martín Villa o Juan Carlos de Borbón. Mal se compadece el Carrillo que sabía que hacer política es jugarse el pellejo con el Carrillo de los pijos que nos gobiernan y que sólo arriesgan el dinero de la ciudadanía. Pero es pronto. Carrillo no se muere, salvo para sus amigos, salvo para sus familiares, de un día para otro. Hay Santiago para rato. Ahora que estamos perdiendo con tanta facilidad la democracia demediada que teníamos.

He visto a Santiago pasearse por los alrededores del Congreso el 25S. Menudo, con ese paso firme y tambaleante, con su gabardina, el ángulo del cigarrillo marcando un espacio imposible en la iglesia de los Jerónimos. Sonriendo pícaro. Juraría que es Carrillo. ¿Qué Carrillo?

El Análisis

¡LA GUERRA CIVIL TERMINÓ HACE 70 AÑOS, IDIOTAS!

JF Lamata

Mientras que en prensa el todo general con motivo de la muerte de D. Santiago Carrillo Solares está siendo respetuoso, en el campo de los programas de televisión, en especial las tertulias de línea editorial conservadora se ha visto uno de los mayores despegues de desprecio hacia el fallecido más impresentable que se había apreciado en mucho tiempo. Tertulianos de INTERECONOMÍA, de VEO, de 13TV y de ESRADIO hablaban de una manera tan despectiva a quien acababa de fallecer que cualquiera diría que eran tertulias ubicadas en los años 30. Ya tuvieron ocasión de reprocharle todas esas cosas al Sr. Carrillo cuando vivía (¡Y vaya que sí que lo hicieron!). En la semana de su muerte cabía esperar algo de respeto.

D. Santiago Carrillo está en la historia de España. Combatió y luchó por el modelo político que él creía mejor. Sirvió durante años a los jerarcas de la URSS pero, cuando llegó el momento, también supo desafiarles, al contrario que muchos otros dirigentes comunistas del mundo.

Después apostó por la reconciliación rechazó la violencia y el terrorismo e hizo político con un talante que pocos políticos han mostrado y conocido.

El Sr. Carrillo deja su nombre grabado en la historia con luces y sombras, como todos los grandes hombres de la clase política española. A quienes sólo vean las sombras porque siguen anclados en la trinchera, cabe reprocharles: «¡Que la Guerra Civil terminó hace 70 años, idiotas!».

J. F. Lamata