17 junio 2011
César Vidal acusa a Pío Moa de haber causado la marcha de José María Marco de LIBERTAD DIGITAL
Nueva batalla interna en LIBERTAD DIGITAL: César Vidal contra Pío Moa por su reivindicación del franquismo
Hechos
El 1.07.2011 la batalla las diferencias entre el columnista y accionista de LIBERTAD DIGITAL, D. César Vidal y el colaborador del mismo periódico, D. Pío Moa, quedaron de manifiesto con el artículo ‘Moa me decepciona’.
Lecturas
El 9 de junio de 2011 D. Pío Moa Rodríguez, columnista de Libertad Digital publica una tribuna de defensa de la dictadura franquista, considerando que los liberales deben defender aquel régimen. Esta posición causará que el historiador protestante anti-católico D. César Vidal Manzanares publique, también en Libertad Digital, una cadena de artículos con los que pretende rebatir la afirmación del Sr. Moa Rodríguez y asegurando que tanto el franquismo como el catolicismo son contrarios al liberalismo. A su vez el Sr. Moa Rodríguez responderá desde su blog en Libertad Digital.
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El debate tendrá elementos de tensión dado que en sus respuestas ambos cuestionan la valía como historiador del contendiente y, en el caso de D. César Vidal Manzanares, acusa a D. Pío Moa Rodríguez, de haber causado la marcha de Libertad Digital de D. José María Marco por su homofobia.–la marcha de D. José María Marco.
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La discusión que se alargará por meses concluirá en diciembre cuando la dirección de Libertad Digital ejercida por D. Dieter Brandau Hevia y controlada por D. Federico Jiménez Losantos resolverá anular las colaboraciones del Sr. Pío Moa Rodríguez en su digital y retirar su blog.
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09 Junio 2011
DEFENDER EL FRANQUISMO
Al contrario de lo que suele creerse por influencia de la izquierda antidemocrática, el franquismo puede ser defendido desde los valores de la democracia liberal. No solo puede: debe. Expondré brevemente algunas razones.
- 1-Nuestra democracia viene directamente del franquismo, de la ley a la ley. La alternativa era pasar sobre 40 años de historia para buscar la legitimidad en el nefasto Frente Popular, de tendencia totalitaria y destructor de la legalidad republicana, como proponían la izquierda y los separatistas.
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- 2-El paso «de la ley a la ley» supuso, además, prolongar la paz más prolongada de nuestra historia contemporánea, comenzado por el franquismo. Fueron la izquierda y los nacionalistas catalanes los organizadores de la guerra y de un proceso revolucionario al cual, justamente, derrotó Franco. La paz no es el máximo valor social, pero es un valor muy importante.
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- 3-El franquismo nunca tuvo oposición democrática viable. Es una brutal falsedad la equiparación de antifranquismo y democracia, sostenida desde la transición, que ha permitido a una izquierda nunca democrática repartir títulos de demócrata. En las cárceles franquistas –con seis veces menos presos que hoy– no había demócratas: sus pocos presos políticos eran totalitarios diversos y terroristas.
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- 4-El franquismo fue autoritario, no totalitario. La diferencia clave reside en que el estado totalitario tiende a ocupar todo el espacio social. Pero el estado franquista fue muy reducido, seis veces menor que el actual. El espacio dejado a la actividad social espontánea era mayor que ahora.
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- 5-No es cierto que en el franquismo no hubiese libertades. Vale la pena recordar el episodio Solzhenitsin para entender la realidad. Existía incluso una prensa muy considerable de carácter pro comunista y pro etarra. Las libertades de reunión, expresión o asociación, etc., estaban limitadas, pero existían con mucha más amplitud de lo que ahora creen o dicen creer muchos.
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- 6-El franquismo no solo derrotó a la revolución, también nos salvó de la guerra mundial, desbarató el maquis y el aislamiento impuesto injustamente a España, reconcilió a la población (bien puedo decirlo, habiendo sido de los pocos que luchó contra aquel régimen) y dejó el país más próspero de lo que había sido en siglos. Ello permitió la democracia.
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- 7-Todas las amenazas a la democracia (corrupción, leyes totalitarias, ataque a la justicia independiente, separatismo, terrorismo, etc.) provienen, y no es casual, del magma antifranquista creado después de Franco por la izquierda y el separatismo, gracias a la renuncia de la derecha a la lucha de ideas y a la creación de opinión pública
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- 8-No puede defenderse el franquismo como un sistema actual. Pero fue, sin duda, una dictadura históricamente necesaria, muy llevadera y con un balance positivo no ya bueno sino espectacular, teniendo en cuenta lo que ha sido la historia de España en estos últimos siglos.
22 Junio 2011
Primera acotación a Pío Moa
La obra historiográfica de Pío Moa
La revelación de Pío Moa
El antiliberalismo agresivo de Franco
La obra historiográfica de Pío Moa
Recientemente, he contemplado con un cierto estupor cómo se desarrollaba un debate en Libertad Digital en torno a la afirmación de que el liberalismo debe asumir el franquismo sobre la base de sus bondades reales o supuestas. Entrar en este tipo de cuestiones siempre me causa una enorme pereza, en parte porque los que debaten suelen estar más interesados por mostrar que tienen razón que por escuchar las razones del otro y, en parte, porque si no entro en discusiones ni siquiera por mí mismo, hacerlo en relación con terceros me supone un esfuerzo no pequeño. Sin embargo, en este caso concreto he decidido hacerlo por razones que, como iré desgranando, resultan de peso y voy a hacerlo abordando tres cuestiones: la obra historiográfica de Pío Moa, su evolución de los últimos tiempos y, finalmente, por qué desde el liberalismo ni Franco ni el franquismo pueden ser asumidos. Comencemos, pues, por la primera parte.
Conocí a Pío Moa cuando Ediciones Encuentro publicó el que sería el primer libro de una trilogía sobre la guerra civil española. Era un magnífico trabajo sobre la revolución de 1934 y sobre la manera en que influyó trágicamente en una España que acabaría viéndose desgarrada por la guerra civil en 1936. Moa demostraba un conocimiento muy notable de las fuentes –algo que se presupone en los que escriben libros de Historia, pero que no se da tan a menudo como sería de desear– y señalaba el papel del PSOE y el nacionalismo catalán en el estallido de la contienda fratricida. El libro me pareció tan interesante que lo recomendé en mi espacio de libros de Historia de La Linterna cuando aún la dirigía Federico Jiménez Losantos. No mucho después, Pío Moa publicó un segundo libro, éste dedicado a los protagonistas del período republicano, que constituye, en mi opinión, el mejor de su obra historiográfica. Una vez más, Moa recurría a un conocimiento muy notable de las fuentes para mostrar lo que los políticos de la Segunda República pensaban los unos de los otros y el resultado era extraordinariamente revelador. Recuerdo haber comentado entonces a Federico que aquel segundo libro era todavía mejor que el primero y que, al cabo de un tiempo, me dijo que opinaba lo mismo que yo.
Era cierto que Moa carecía de una preparación formal en el terreno historiográfico, pero su conocimiento de las fuentes le había permitido más que sobradamente sortear ese imponente escollo y escribir dos libros de lectura obligatoria. Este mismo punto de vista sostenía Stanley G. Payne, quien me comentó un día, riéndose, cómo el difunto Javier Tusell le había enviado un fax afeándole que elogiara a Moa cuando ni siquiera era profesor universitario. «En Estados Unidos», me dijo Stanley, «los mejores historiadores no están en la universidad sino trabajando fuera». Sabía lo que decía.
Posteriormente, se diría que Moa no había contado nada que no se supiera, pero semejante afirmación procedente de sus adversarios aún subraya más la importancia de aquellas dos obras. Si, efectivamente, conocían lo que había escrito Moa –público y notorio en verdad para los que conocían las fuentes del período republicano– había que preguntarse por qué habían secuestrado aquella verdad durante décadas sustituyéndola por una versión políticamente correcta de la Segunda República y la guerra civil. Si, por el contrario, la ignoraban, la pregunta era aún más angustiosa: ¿cómo era posible que alguien tan ignorante pudiera acabar enseñando en la universidad que pagamos todos? Quizá episodios puntuales como éstos expliquen por qué, según algunos listados, no hay una sola universidad española entre las doscientas primeras del mundo.
El tercer volumen de la trilogía de Moa me pareció menos interesante porque aquí su conocimiento de las fuentes –especialmente las extranjeras– resultaba más limitado. Con todo, era un libro más correcto que la mayoría de los que pueden leerse sobre la guerra civil, pero, en mi opinión, a mucha distancia de los dos anteriores.
Más interesantes me parecieron su libro sobre los mitos de la guerra civil –quizá el más popular y más conocido, pero no el mejor– y sus memorias como miembro de la organización terrorista Grapo. El primero era una obra de alta divulgación muy bien documentada y el segundo, un testimonio de especial interés para el que desee estudiar la mentalidad de un colectivo dedicado al terrorismo.
A esas alturas, Moa se había convertido en una especie de muñeco de feria sobre el que disparaba con fruición –y no escasa envidia por las ventas– todo tipo de personajes. Por esa época, por ejemplo, Carlos Dávila lo invitó a su programa de televisión; Federico ideó una comida homenaje sorpresa en la que participamos encantados algunos y yo le dediqué algunas columnas en La Razón intentando, en mi muy modesta medida, defenderlo frente a ataques injustos que servían, sobre todo, para dejar de manifiesto la escasa calidad humana de quienes los lanzaban. Los liberales de corazón –es sabido– defienden la libertad de todos porque saben que de lo contrario mañana también la suya puede estar en juego y lo hacen –lo hacemos– además sin esperar gratitud a cambio.
Por desgracia, las obras siguientes de Moa me han ido pareciendo muy inferiores precisamente porque, al fin y a la postre, el conocimiento de las fuentes es esencial y si el que se refería a la Segunda República resultaba magnífico no puedo decir lo mismo de textos posteriores. Leí su ensayo sobre Franco con cierto interés, pero, por esas mismas fechas, José María Carrascal publicó otro sobre el mismo tema que me resultó mucho más lúcido e inteligente. Por lo que se refiere a su Historia de España me decepcionó profundamente. Quizá no fue Moa el que tuvo la idea de escribirla y se vio tentado por un editor, quizá se lo sugirió un tercero. No lo sé, pero su lectura me causó un profundo malestar porque Moa se había adentrado en terrenos que no conocía con el mínimo de profundidad necesaria y el resultado era, en ocasiones, penoso. Sus páginas se limitaban a repetir ciertos tópicos, a trazar juicios históricos de tono grueso y no pocas veces erróneo y el autor sólo brillaba a la altura de sus primeros títulos cuando regresaba al período de la Segunda República. Es posible que diez años dedicados a la lectura de fuentes hubieran evitado ese resultado, pero nadie se los dio y Moa tampoco se los tomó.
Cuando, hace unos meses, salió su libro sobre la Transición, me pidió que lo llevara a mi programa en esRadio. Estuve a punto de decirle que no porque la obra me parecía de poco calado y soy muy riguroso en la elección de invitados. Sin embargo, al final, decidí que viniera el 23-F con otras personas, porque todos ellos juntos podían alcanzar el nivel de solidez de la sección. Al final, los compromisos de actualidad se impusieron y, finalmente, Moa no apareció en mi programa. No oculto que me proporcionó un cierto alivio que así fuera porque suelo ser muy cuidadoso con los libros cuyos autores son entrevistados en mi programa. Me puedo equivocar, por supuesto, y a lo mejor se me escapa una obra maestra, pero hago lo posible por que no sea el caso.
En los últimos tiempos, pues, he ido sintiendo, con profunda pena, la sensación de que Pío Moa estaba comprometiendo sus mejores aportes del pasado por culpa de un comportamiento, expresado con creciente entusiasmo, que consiste en escribir y hablar de temas sobre los que no tiene conocimientos suficientes más allá de la simple opinión. Pero a esa cuestión dedicaré mi próxima entrega.
23 Junio 2023
César Vidal intenta refutarme
Leo con cierta sorpresa en LD que “César Vidal refuta a Pío Moa”. Querrá decir que “intenta refutar” a Pío Moa. Quedo a la espera, a ver si lo consigue. De todas formas hay que felicitarse de que ponga manos a la obra. Este país está lleno de problemas de todas clases sobre los que, sin embargo, no se plantea ningún debate racional. Ello indica el calado todavía escaso que ha alcanzado el liberalismo en España, pues uno de los rasgos del liberalismo es el debate libre y en igualdad de condiciones sobre los asuntos más variados. El asunto es ahora el franquismo, un problema clave para entender nuestra democracia y que no puede solventarse con simples declaraciones o condenas dogmáticas como suele hacer nuestra lamentable izquierda.
Leo la primera entrega de César Vidal y encuentro en ella, de entrada, algún error de matiz, aunque no desdeñable, atribuyéndome “la afirmación de que el liberalismo debe asumir el franquismo sobre la base de sus bondades reales o supuestas”. Eso depende de qué se entienda por asumir. Si quiere decir que el liberalismo debe identificarse con el franquismo, está claro que no es lo que digo, y ahí no puede haber debate. Si quiere decir que debemos asumir el franquismo como una realidad histórica con sus luces (a mi juicio muchas) y sus sombras (menos), entonces creo que estaremos de acuerdo. Dice también el señor Vidal que estos debates le dan una “enorme pereza”. Pues no debieran dársela, porque la cuestión del franquismo, como digo, es crucial para entender nuestra democracia (más o menos) liberal, que, según yo sostengo, procede de aquel régimen. A menos, claro está, que el señor Vidal pueda demostrar lo contrario. He enviado un artículo sobre el grave problema del origen de nuestra democracia, que espero me publiquen pronto en LD.
Aunque no tengo nada de anglómano, soy partidario del método anglosajón de debate, que va al grano y llega a conclusiones, en lugar de dar por demostrado lo que tendría que demostrar y extenderse demasiado en consideraciones personales. Y creo que César Vidal cae un poco en estos dos defectos.
Por ejemplo: “Es cierto que Moa carecía de preparación formal en el terreno historiográfico”, lo que califica de “imponente escollo”. Pues para carecer de preparación formal, lo cierto es que mis libros no han podido ser rebatidos por quienes presumen de tal preparación sin demostrarlo en sus obras, como ha sido el caso de todos los historiadores académicos que se han dedicado a descalificarme. Y por cierto que el mismo reproche hacen a César Vidal. Creo que don César cae también en cierta manía, muy hispánica, de juzgar las cosas por “lo que me gusta o no me gusta”, como si ese fuera un argumento de algún peso. Así, dice que un libro de José María Carrascal sobre Franco le «resultó mucho más lúcido e inteligente” que el mío. El lector supone que a continuación dirá por qué, pero no lo dice. O bien afirma que el tercer tomo de mi trilogía le pareció muy inferior a los anteriores, aunque tampoco aclara por qué. Mi Nueva historia de España le “decepcionó profundamente”, pero en lugar de explicar la causa, divaga sobre los motivos que él cree que tuve para escribirlo. Por mi parte creo saber el motivo de la decepción de don César: siendo él protestante, no podía gustarle de ningún modo mi enfoque. Luego da una versión de una entrevista que le pedí sobre mi libro acerca de la Transición, y me temo que no es muy exacto. Primero me dijo que sí, con mucho gusto; luego dijo que la metería en un programa sobre el 23-f. Pensé que invitaría también a Jesús Palacios y a algún otro especialista en el asunto, pero finalmente, sin comunicarme nada más, hizo el programa en exclusiva con Federico y Herrero, a ninguno de los cuales, ni a él mismo, creo que quepa considerar especialista. No me pareció muy bien, pero como él dice que no me llevó porque encontró el libro muy flojo, tendré que creerle, a la espera, una vez más, de que se explique con más concreción.
Finalmente asegura “con pena”, que me vengo metiendo en asuntos sobre los que no tengo “conocimientos más allá de la simple opinión”. Bueno. Quedo, una vez más, pendiente de que lo demuestre. Mi método suele ser explicar y tratar de demostrar los asuntos en cuestión, exponiendo pros y contras, y llegar a conclusiones, dejando de lado o limitando al mínimo la exhibición de preferencias personales. Don César empieza por las conclusiones y preferencia particulares. Bien, también puede hacerse así. De modo que, repito, quedamos a la espera, porque de momento no ha dicho nada sobre lo que se pueda debatir. Estoy seguro de que don César no defraudará nuestras expectativas.
26 Junio 2011
Segunda acotación a Pío Moa
La revelación de Pío Moa
Señalaba en mi primera entrega la impresión que tengo de que Pío Moa se ha dedicado con afición creciente a escribir sobre temas acerca de los que no tiene conocimientos suficientes más allá de la simple opinión y que de esa manera compromete aportes valiosos que realizó en el pasado. Esta sensación se ha venido convirtiendo en casi dolorosa durante el último año a medida que leía buena parte de sus artículos de opinión. Hago excepción de la mayoría de los dedicados a la actualidad. Moa suele sostener posiciones acertadas al referirse a cuestiones como ETA o ZP. Pero incluso si no fuera así, es cuestión suya y no seré yo quien me ponga a afearle lo que escribe.
Cuestión aparte es la aparición de una veta que a mí se me antoja profundamente antiliberal, que entronca con una forma de pensamiento reaccionario y que desconozco de dónde le ha podido venir a Moa, ya que ni siquiera sé si él es consciente de su manifestación creciente. Los artículos en esa línea no han sido pocos, pero espero que se me hará la licencia de que no me detenga exhaustivamente en ellos.
El primero que me provocó un notable malestar fue el que dedicó a los homosexuales hace poco menos de un año. Puedo yo estar de acuerdo con Moa en que no se financiara el Día del Orgullo Gay (y de paso cualquier otra fiesta de características semejantes, la impulsen los sindicatos, los partidos, las cofradías o los taxistas) y en las molestias que semejante celebración ocasionan a los madrileños que intentan sufrirla con la mayor paciencia posible. Sin embargo, la manera en que Moa discurría sobre los homosexuales me desagradó profundamente. Puesto a aceptar como hipótesis de trabajo que fueran pecadores, no llegué a entender por qué su pecado era más grave que otros pecados de corte sexual ni tampoco por qué no se les ofrecía la mano abierta del perdón y si, efectivamente, se trataba de enfermos, no hallé en las líneas de Moa el menor rastro de la mirada compasiva del médico. Por el contrario, el artículo me pareció una descalificación injustificable de un colectivo al que yo no pertenezco y con el que no simpatizo, pero que no puede ser objeto de un estigma especial, siquiera porque mientras no causen daño a nadie lo que puedan hacer queda entre ellos y Dios, regla esta, por cierto, aplicable también a Moa y al que escribe estas líneas.
Tras este artículo, he ido asistiendo igualmente a una creciente exhibición de anglofobia cuyas raíces no termino de comprender. Puedo compartir el pesar que Pío Moa siente por Gibraltar, pero de ahí a ir enhebrando un artículo tras otro en contra de «la pérfida Albión» media un abismo. Si durante varias semanas incidió en el presunto genocidio cometido por Inglaterra contra los irlandeses durante la Gran hambre –un episodio que ha provocado ríos de tinta, que es mucho más matizable de lo que cree Moa y que dista mucho de contar con consenso académico en cuanto a su interpretación–, últimamente sus artículos han incidido en el pequeño papel que los británicos tuvieron en la Segunda Guerra Mundial; tesis, sin duda, notable cuando se recuerda la derrota de 1940, el reembarque de Dunkerque, la batalla de Inglaterra, las derrotas de Grecia y Creta, la guerra en el norte de África, el desembarco en Sicilia, la campaña de Italia, el desembarco en Normandía, la batalla de Arnhem, el asedio de Singapur, o las batallas de Imphal y Kohima. En todos y cada uno de los casos, me he quedado con la sensación de que Moa, rezumante de anglofobia, desconocía buena parte de las fuentes y que se nutría de otros manantiales.
También tengo que decir que ha habido casos peores de ese desconocimiento. Por ejemplo, en un artículo dedicado a Felipe II y a los protestantes, Moa dejaba de manifiesto una ignorancia espectacular sobre la Reforma, sobre las tesis de los reformadores, sobre la doctrina anglicana –que, según Moa, está más cerca de la iglesia católica que de las reformadas– e incluso se permitía no decir una sola palabra sobre los protestantes españoles a los que Felipe II envió a la hoguera en repetidos autos de fe. Hubiérase dicho, de creer a Moa, que protestantes sólo los hubo en el extranjero. Permítaseme ceder a la tentación de recordarle que en la Inglaterra a la que tanto detesta, en esa época, y a pesar de las conjuras contra Isabel I, los católicos disfrutaron de una limitada tolerancia religiosa. En España, los protestantes –que se confesaron siempre leales al Rey y nunca urdieron conspiraciones en su contra– fueron quemados o se vieron obligados a huir para salvar sus vidas. Existieron, sí, pero el monarca que se las arregló para provocar una bancarrota tras otra puso un especial empeño en que ardieran como pavesas.
Pero no nos desviemos. Todos estos botones de muestra me llevan a pensar que Moa, a medida que se aleja de la segunda república, cuyas fuentes españolas conoce muy bien, tiende a extraviarse por simple ignorancia de las fuentes. Ese triste fenómeno se produce incluso al referirse al franquismo. Hace unos meses, señalaba que no podía ser cierto que España no hubiera obtenido el Plan Marshall porque no hubiera libertad religiosa. Le habría bastado leer las páginas que dedica al tema Luis Suárez, historiador nada sospechoso de antifranquista, para comprobar que así aparece en la documentación del régimen, de los obispos españoles y de los norteamericanos. Quizá Moa las leyó en su día, pero, para cuando escribió el citado artículo, las había olvidado. No lo sé, pero precisamente este último ejemplo me permite acercarme a la cuestión que me ha llevado a sentarme a escribir: la relativa a si el liberalismo debe –o siquiera puede– asumir el franquismo. Pero eso, Dios mediante, será en la próxima entrega.
28 Junio 2011
Respuesta a César Vidal (I)
Creo que en esta tercera entrega de César Vidal hay más “chicha” que en las anteriores, por lo que me extenderé algo más. César ha hecho un notable esfuerzo por convencerme y convencer a sus lectores, de que el franquismo no fue liberal. Por mi parte le agradezco el empeño, pero creo que era innecesario, pues nunca tuve dudas al respecto.
La cuestión que yo planteo es distinta, y, como ha pasado con la del desplazamiento del español por el inglés en España, y la del homosexualismo, parece difícil de entender a primera vista. Vamos a ver si consigo plantearla con claridad: el régimen actual viene a ser una democracia liberal, si bien con déficits muy graves y en plena involución política. Quedémonos, no obstante, con la primera parte y planteemos una pregunta histórica y políticamente básica: ¿de dónde viene, fundamentalmente, esa democracia? Veamos algunas alternativas: A) de la oposición antifranquista; B) de un movimiento liberal; C) del Departamento de Estado useño; D) de los países europeos del entorno; E) del propio franquismo.
En La Transición de cristal he abordado de modo explícito o implícito estas alternativas. El supuesto A resulta de todo punto imposible por dos razones: ante todo porque se componía fundamentalmente de comunistas y /o terroristas, rodeados de pintorescos compañeros de viaje y oportunistas de vario pelaje. Viene a ser como el célebre despropósito de que la democracia en España fue defendida por marxistas, anarquistas, golpistas, racistas y similares, bajo la protección de Stalin. Solo exponer el hecho demuestra su falsedad radical, y sin embargo esa falsedad ha orientado una inmensa bibliografía, de la que nunca deja uno de asombrarse. La segunda razón es que aquella oposición a Franco siguió siendo muy débil hasta el final, como demostró plenamente el referéndum de diciembre de 1976. Ni podía influir decisivamente (a menos que el régimen cayese en una crisis moral como la de la monarquía que abrió paso a la república), ni era demócrata, sino todo lo contrario.
Thank you for watching
El supuesto B no resulta menos imposible, ya que nunca hubo, durante todo el franquismo, un movimiento liberal. Los liberales eran pocos (¿y somos muchos ahora?) y desde los mismos duros años 40 prefirieron acomodarse al régimen, aun manteniéndose independientes de él, agradecidos de que hubiera librado a España de una catástrofe. Y los liberales más antifranquistas sintieron cierta inclinación a componendas con los antifranquistas totalitarios. Entre los insultones a Solzhenitsin no faltaron bastantes que se consideraban o pasaban por liberales.
El supuesto C no pasa de ser una leyenda urbana creída sobre todo por la extrema derecha. Una cosa es que la política internacional useña favoreciese la democratización de España y otra que la hubiera “fabricado”. Lo que interesaba a Usa, como puso de relieve Kissinger, era que no se creasen problemas como el de Portugal en una zona muy sensible. Querían una transición lenta, cuidadosa y que en ningún momento se fuera de las manos al estado. Y eso era justamente lo que estaban intentando los franquistas (el núcleo principal de ellos) sin necesidad de consejos, como he expuesto en el libro citado. Otra leyenda urbana (más bien paleta) es la de la información y poder absoluto que tendría la CIA sobre España. Su información era en gran parte defectuosa y tópica, como pone de manifiesto Ortí Bordás, por ejemplo, que conoció bien el percal.
El supuesto D es todavía menos creíble. No debe olvidarse que esos países no se debían a sí mismos sus regímenes ni su prosperidad, al menos en los inicios, sino a Usa (y también al hecho de que Franco desafiase las brutales y demagógicas presiones externas al final de la Guerra Mundial, pues una nueva guerra civil en España habría echado a perder la democratización de una Europa occidental arruinada y hambrienta); no debe olvidarse tampoco la fuerza que en ellos tuvo un izquierdismo, incluso un comunismo, de rasgos totalitarios, y el efecto de mil tópicos también antidemocráticos sobre España, manifiestos de modo un tanto repulsivo en las campañas europeas a favor de los asesinos etarras, especialmente en 1970 y 1975, con olvido total de las víctimas. Por otra parte es indudable que la mera existencia de unas democracias en Europa occidental pesaba sobre la evolución de España, pero con un peso ambiguo y con mucha menos prudencia de la que hizo gala por entonces Washington.
No queda más explicación razonable que la última. El franquismo nunca fue derrotado ni derrocado, resistió durante treinta años las presiones exteriores más fuertes, de orden en general no democrático y sí demagógico; y, en fin, está la evidencia histórica más palmaria: un rey nombrado directamente por Franco, unos políticos provenientes directamente del franquismo; Suárez, jefe del Movimiento; una clase política representada en las Cortes, que aceptó la reforma política; una reforma hecha “de la ley a la ley”; una victoria popular abrumadora en un referéndum planteado directamente contra la (loca) alternativa rupturista de la oposición. ¿Hace falta algo más para dejar las cosas en claro?
La posibilidad histórica de una democracia sólida en España nació fundamentalmente de ahí, de decisiones del grueso de la clase política franquista y del clima social de prosperidad y, sobre todo, de reconciliación nacional creado bajo aquel régimen. Los odios desenfrenados que hundieron la república estaban más que olvidados por la inmensa mayoría de la población. Por consiguiente, si existe una democracia liberal en España, los liberales debemos no solo “perdonar” al franquismo, como propone César Vidal, sino agradecérselo efusivamente, ya que esta democracia no se debió a nosotros, precisamente, y menos a quienes por entonces militábamos en la extrema izquierda. Y constatar de paso cómo las mayores amenazas que ha sufrido la democracia en estos años tienen, casi sin excepción, carácter antifranquista: terrorismo y colaboración con él, ataque a Montesquieu, expansión veloz y voraz del estado, “cien y más años de honradez”, separatismo, leyes totalitarias, etc.
Creo, además, que al exponer el carácter del franquismo, César Vidal cae en algunos fallos de análisis e interpretación que le llevan a conclusiones erróneas sobre la significación histórica de aquel régimen, y que examinaré en la próxima entrega.
28 Junio 2011
Tercera acotación a Pío Moa
El antiliberalismo agresivo de Franco
Si hubo un personaje abiertamente antiliberal en la España del s. XX, ése fue el general Franco. Por supuesto, el antiliberalismo estuvo presente en fuerzas políticas de todo tipo, a la izquierda y a la derecha, pero, en algunos casos, siquiera de cara a la pasarela, se intentaba salvar algo de la herencia liberal referido a los padres de la Constitución de 1812 o a los redactores del Código civil. No fue el caso de Franco. Prescindiendo de lo que pudiera haber pensado en sus años mozos, durante la guerra civil, Franco dejó establecido desde el principio que su meta era la creación de un Estado totalitario. Así lo afirmaba en el Decreto de unificación de abril de 1937, cuando se felicitaba de que «Como en otros países de régimen totalitario, la fuerza tradicional viene ahora en España a integrarse en la fuerza nueva». Franco no era original en esa visión. A decir verdad, lo más seguro es que la tomara de la Falange cuyo punto Sexto afirmaba: «Nuestro Estado será instrumento totalitario al servicio de la integridad patria» (miércoles 21 de abril de 1937, Heraldo de Aragón, p. 3).
España se hallaba inmersa en una guerra y el bando que acaudillaba Franco había optado por un modelo totalitario que recordaba de manera nada casual al sistema mussoliniano. El Fuero del Trabajo afirmaba al inicio de su preámbulo: «Renovando la Tradición Católica, de justicia social y alto sentido humano que informó nuestra legislación del Imperio, el Estado nacional en cuanto instrumento totalitario al servicio de la integridad patria, y Sindicalista en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y el materialismo marxista…». Por supuesto, esa confesión clara de totalitarismo se oponía por definición –de nuevo el modelo fascista resultaba innegable– al liberalismo. Así, Franco podía afirmar el 18 de julio de 1936: «A la irresponsabilidad política de los partidos liberales, sucede la unidad de nuestra Cruzada, orgánicamente constituida; a un Estado neutro y sin ideales, le sustituye el misional y totalitario que orienta al pueblo, señalándole el camino, por el que le conduce, sin vacilaciones ni retrocesos, y no como la masa informe, de que son representantes las manifestaciones liberales…» (Discurso de Franco de 18 de julio de 1938 en ABC de Sevilla de 19 de julio).
Es cierto que el totalitarismo del nuevo régimen creado por Franco era sui generis y junto con los elementos fascistas de la Falange contaba con un componente católico fortísimo –piénsese, por ejemplo, en el establecimiento del culto obligatorio a la Virgen María en todas las escuelas (BOE 10 de abril de 1937)–, pero no se puede negar que las formulaciones de Franco eran totalitarias, muy imbuidas de los fascismos de la época y profundamente antiliberales. Por qué los liberales debían asumir ese franquismo constituye para mí un misterio al que no encuentro explicación racional o histórica por ninguna parte.
El proyecto totalitario de Franco fracasó por diversas razones. Por un lado, las victorias de los Aliados no presagiaban un futuro halagüeño para los que anduvieran tonteando con los fascismos; por otro lado, la iglesia católica se iría constituyendo como un verdadero Estado dentro del Estado y, por lo tanto, haría todo lo posible para evitar ese totalitarismo confeso y querido por la Falange y por Franco. Finalmente, la misma Falange fue perdiendo posiciones salvo en algunos segmentos del Estado como los sindicatos. Fue así como el régimen, en los años cincuenta, pudo ser calificado como «autoritario». Sin embargo, el paso del régimen de ser un Estado totalitario a uno autoritario no llevó a Franco a olvidar o relativizar su odio por el liberalismo. Los ejemplos al respecto son muy numerosos para cualquiera que conozca las fuentes. El tema daría incluso para una dilatada tesis doctoral. Permítaseme que me ciña a algunos botones de muestra.
Franco partía de una cosmovisión –nefasta para la Historia de España– que arrancaba del pensamiento reaccionario católico del s. XIX al que se habían sumado elementos del fascismo de la Falange. Se trataba de una visión que idealizaba el mundo rural, que odiaba la democracia liberal, que veía un peligroso enemigo en el capitalismo y que creía en un Estado poderosamente interventor y confesional que, limitando considerablemente las libertades individuales, mantuviera a la nación en una especie de Arcadia feliz. No era el único en creerlo. Personajes tan diversos como Vázquez de Mella y el general Mola o Chesterton y Tolkien abogaban por visiones muy semejantes. El problema es que una cosa es describir el idílico mundo de los hobbits en la Comarca y otra, muy diferente, el intentar modernizar una nación. En buena medida, el fracaso español del s. XIX derivó de que, a diferencia de lo sucedido en otras naciones, los liberales no lograron sacar adelante una serie de reformas moderadas que chocaban frontalmente con esa visión y que hubieran convertido a España en un Estado moderno.
La victoria de Franco permitió –al menos por un tiempo– creer en que era posible crear ese nuevo Régimen que tenía como una de sus bestias negras al liberalismo. El discurso de Franco de 14 de mayo de 1946 pronunciado ante las Cortes, incluso después del final de la Segunda Guerra Mundial, constituyó uno de esos alegatos contra «el sistema liberal parlamentario» en una lectura absurda de la Historia de España que iba desde las Cortes de Cádiz hasta la Guerra Civil. En ese discurso, Franco afirmaba que «en esta última etapa de la vida del mundo, la inhibición, que el sistema liberal ha asentado y que el capitalismo y el materialismo han hábilmente explotado, fue causa de que a los progresos técnicos y materiales que el mundo ha tenido no les hayan seguido los progresos morales». Como Marx, Franco no podía negar los avances capitalistas, pero sí podía imputarles la culpa de la falta de moral. Pero ¿por qué era el liberalismo culpable de esa falta de moral y no, por ejemplo, la iglesia católica que monopolizaba desde hacía siglos la vida espiritual de los españoles?
Ese mismo año –insistamos en ello, tras la derrota de los fascismos– en su discurso de 19 de octubre de 1946, pronunciado ante la I Asamblea de Hermandades de labradores y ganaderos, Franco afirmaba jactanciosamente: «El Estado español no es un Estado liberal, y no es un Estado liberal porque no deja en libertad a los poderosos para explotar a los débiles… No es un Estado liberal que sea indiferente a la situación angustiosa y de miseria en que ha vivido el agro español durante siglos; no es un Estado liberal que se inhiba de las necesidades de los productores, de las necesidades de las tierras pobres; es un Estado proteccionista de todos los españoles».
El mensaje se mantuvo pertinaz durante la década de los años cincuenta, la década en que los españoles siguieron pasando hambre porque los socialistas de camisa azul seguían practicando el intervencionismo económico y los obispos habían decidido que España no podía permitirse la libertad religiosa ni siquiera a cambio del Plan Marshall. En su discurso de 31 de diciembre de 1951, Franco indicaba de manera taxativa que el haber hallado «un instrumento feliz para la realización de la evolución político-social que la hora demanda» se debía a «que nos hayamos separado de los patrones políticos estilo liberal».
Tenía las ideas claras Franco –cuestión aparte es que acertara– ya que en otro discurso, éste pronunciado el 17 de mayo de 1955, afirmaba en relación con «la democracia liberal» que «no podría concebirse un sistema más dañino para los intereses de la Patria y para el bienestar y el progreso de los españoles». Todavía en 1958, con la nación en bancarrota, Franco declaraba ante Le Figaro (publicado el 13 de junio de 1958): «Nuestro régimen actual tiene exclusivamente sus fuentes y su fundamento en la Historia española, en nuestras tradiciones, nuestras instituciones, nuestra alma. Son éstas, fuentes que habían sido perdidas o contaminadas por el liberalismo. La consecuencia del liberalismo fue el ocaso de España».
Pensaran lo que pensaran del sistema político liberal, los tecnócratas del Opus sí tenían claro que la economía tenía que liberalizarse. El hecho de que fueran católicos indubitables permitió que Franco aceptara sus tesis, que las Cortes las votaran y que la nación saliera adelante con una política económica totalmente distinta a la de las dos primeras décadas del régimen de Franco. Sin embargo, el Caudillo seguía en sus trece ideológicos. En su discurso de 31 de diciembre de 1959, recalcaría que la salvación de España era necesaria «y ningún camino más fácil ni más recto, para este primer y básico objetivo, que la desaparición del anárquico sistema liberal». En otras palabras, si alguien pensaba que la liberalización económica traería la política, iba a sufrir una desilusión. No podía ser de otra manera, porque el capitalismo liberal mantenía su posición entre las obsesiones ideológicas de Franco. Baste al respecto recordar el discurso de 18 de septiembre de 1962 pronunciado ante los mineros de Ciñera (León) en que afirmó tajante: «Y estas soluciones españolas, esta política española, hieren los intereses de los credos políticos capitalistas liberales, los de la masonería y también los del comunismo».
Y es que, en contra de lo que muchos han afirmado, el régimen –por lo menos, su creador– no pensaba en su final. Al fin y a la postre, el régimen de Franco sí sería un paréntesis e incluso así lo contemplaron muchos desde el principio. No, desde luego, Franco, que estaba convencido de que había creado un nuevo sistema político que enlazaba con un alma española concreta, que se oponía por igual al comunismo y al liberalismo, y que debía durar para siempre. En armonía con esa visión nada temporal del sistema que había creado, Franco afirmó en la inauguración de la IX legislatura de las Cortes españolas, el 17 de noviembre de 1967: «No debe haber lugar a dudas sobre el propósito de permanencia histórica de nuestra obra política. No hemos arbitrado una solución de emergencia, ni somos un paréntesis en la Historia de España… la España nacida el 18 de julio por un esfuerzo heroico va a ser continuada, a través de los años, por un esfuerzo tenaz de sucesivas generaciones». Gracias a Dios, no fue así, pero no porque Franco no quisiera y mucho menos porque trajera una democracia que nunca quiso traer y que aborrecía con toda su alma. A decir verdad, al mismo tiempo que designaba a Juan Carlos como «sucesor a título de rey», Franco dejaba claro que el régimen se continuaba a si mismo y no desembocaba en otro. En declaraciones recogidas el 1 de marzo de 1969 por el diario Arriba afirmaba lo siguiente:
- Pretenden los historiadores y políticos liberales que regímenes como el nuestro no pueden transmitirse ni suceder a su creador. ¿La Ley de Sucesión cree Su Excelencia que supera ese supuesto determinismo histórico?
- Si tal aseveración fuera exacta, ningún sistema hubiera tenido continuidad, ya que todo se origina en un momento fundacional de una u otra forma, llevado a cabo por la unión de poderes sociales populares en torno a una o varias personas. En cambio, es cierto que la pervivencia de cualquier régimen depende de su incorporación a la conciencia pública. En nuestro caso, respaldado por una continua adhesión del pueblo y formalizado mediante un referéndum de una claridad que permite hacer pocas muestras de comparación».
No, Franco no tenía la menor intención –todo lo contrario– de que España se encaminara hacia una democracia después de su muerte. El príncipe tendría que cumplir los Principios fundamentales del Movimiento que había jurado y no cabe duda de que, al actuar así, Franco era coherente consigo mismo. La misma monarquía no podía ser liberal y parlamentaria como había señalado, por ejemplo, el 4 de julio de 1947 en la alocución pronunciada ante los micrófonos de Radio Nacional con motivo del referéndum de la Ley de Sucesión y como remacharía entre los aplausos de las Cortes en la proclamación del príncipe el 22 de julio de 1969.
El Estado –ya autoritario– no podía dar más de sí. Por limitaciones, ni siquiera contaba con una justicia independiente cuando se trataba de cuestiones políticas. Buena prueba de ello es la manera en que se abordó el escándalo Matesa, que afectaba a varios ministros y en el que Franco salvó directamente la cara de López Bravo; en que se trató el asunto del aceite de Redondela en que estaba implicado el hermano del dictador; o en que se dio carpetazo al intento de soborno de un juez del Proceso de Burgos por parte de un ministro católico que deseaba que no hubiera penas de muerte como había pedido el Papa. Ésa es la realidad que muestran las fuentes y el hecho de que un gobierno del Frente Popular hubiera sido peor, de que la nación experimentara un crecimiento económico espectacular en los años sesenta o de que ZP sea una calamidad histórica no anulan un ápice semejantes realidades.
Ciertamente, el régimen de Franco puede ser asumido por el carlismo que, salvo en la cuestión dinástica, tuvo en él a uno de los mayores defensores de sus esencias. Puede ser asumido también por el fascismo de la Falange, que dejó una huella que perdura hasta hoy, por ejemplo, en una legislación laboral culpable de que España tenga la tasa de desempleo mayor del mundo libre. Puede ser asumido sin duda por un catolicismo –especialmente si no es democrático– ya que nunca, según confesión de los ministros católicos de Franco, obtuvieron los obispos tanto de un Gobierno español sin entregar apenas nada a cambio. Pocas veces, por otro lado, fue más descarado el cambio de bando de los obispos que, deseosos de salvar los muebles del Concordato, comenzaron ya a colocar sus peones en los nacionalismos catalán y vasco e incluso en los partidos de izquierda antes de que el general exhalara el último aliento. El régimen de Franco puede incluso ser asumido por los partidarios de las dictaduras militares o por los que creen que la libertad es un bien menor siempre subordinado a otras realidades. De no ser por los complejos históricos, hasta podría ser asumido, siquiera parcialmente, por esa izquierda que ve en el liberalismo y la libertad económica el origen de todos los males. Sin embargo, el régimen de Franco no puede ni debe ser asumido jamás por el liberalismo.
El antiliberalismo de Franco fue manifiesto y temo que esa circunstancia explica no poco por qué muchos camisas azules acabaron en el PCE o en el PSOE. De hecho, muchas de las afirmaciones antiliberales de Franco podrían ser repetidas sin problemas por los mismísimos «indignantes» del 15-M. El odio hacia el liberalismo; la insistencia en que la democracia real es diferente de la liberal; el intervencionismo económico que convierte en el mal al capitalismo; la matraca de que el sistema capitalista es inmoral; la idolatría sindical hasta el punto de establecer un sistema de convenios colectivos que padecemos a día de hoy, no son aportes de la izquierda montaraz –aunque, por supuesto, los comparta– sino de un Franco nutrido por los principios sociales del fascismo de la Falange y de la doctrina social católica. Cuando uno contempla el contenido de las fuentes –unas fuentes que Moa parece desconocer gravemente– cuesta no llegar a la conclusión de que dislates como la mal llamada memoria histórica quizá son sino un intento freudiano de matar al padre. No es un trastorno que los liberales padezcamos porque jamás podremos reconocer a Franco como padre ni asumirlo como modelo. Fue nuestro enemigo declarado. Cristianamente, quizá algunos podamos perdonarlo, pero, desde luego, no será para legitimarlo, defenderlo o asumirlo.
29 Junio 2011
(II) Errores metodológicos de César Vidal
Dicho de otro modo, cuando uno oye a ciertos liberales o que se dicen liberales, parece que ellos hubieran vencido a la revolución o hubieran sido feroces enemigos que hacían temblar a Franco, un poco al modo como los monárquicos de Ansón. Esto no es serio y hay que atenerse a los hechos y no a las declamaciones ideológicas. Si la democracia viene del franquismo, está claro a quien debemos agradecerla.
Pero si César Vidal equivoca el verdadero problema planteado, también parece entender el liberalismo de un modo por así decir metafísico. Si uno se pone estupendo verá que no existe ni ha existido ningún régimen totalmente liberal en el mundo, y si considera un conjunto de rasgos liberales como la base de la legitimidad, ninguno sería legítimo tampoco. Ahora bien, el régimen de Franco no fue liberal, pero tenía rasgos liberales muy importantes; o el régimen hegemonizado durante largos decenios por la socialdemocracia sueca tenía fuertes rasgos antiliberales, pero no dejaba de ser una democracia liberal.
Creo que este error del señor Vidal tiene que ver con un fallo metodológico de manejo defectuoso de las fuentes, en este caso de las citas, error muy frecuente (lo he señalado en Preston y su escuela, entre otros) y no solo entre historiadores inexpertos.
El análisis histórico no puede tomar las citas sin más. Lo he explicado, por ejemplo, en relación con las abundantes de Largo Caballero sobre la guerra civil que yo mismo he expuesto y que denotaban bien a las claras sus intenciones. Sin embargo es propio del hombre, y casi diría aun más del político, contradecirse y sostener en un momento una cosa y en otro otra. Largo hablaba de democracia lo mismo que de dictadura del “proletariado”. Y aun tienen más importancia las contradicciones entre las declaraciones y los hechos. Ciertamente, en política las palabras son fundamentales, pero solo podemos darles su verdadero sentido contrastándolas con los actos, que muy a menudo no son consecuentes con ellas. Es decir, ¿en qué habrían quedado las citas de Largo si no hubiera organizado, efectivamente, la guerra civil? Habrían quedado en poco más que peligrosos pintoresquismos. Cosas así ocurren bastante a menudo en la historia, lo mismo que invocaciones virtuosas materializadas luego en actos brutales.
Así, en relación con las citas de Franco: ¿fue consecuente Franco con sus declaraciones antiliberales? Solo parcialmente. Él salvó la propiedad privada de la mayor amenaza que haya sufrido nunca en España, y este es un punto básico que un liberal debe valorar en el más alto grado. Creó un estado pequeño, también en los años 40, y lo mantuvo así durante toda la historia de su régimen, y esto también debe apreciarlo un liberal, porque tiene amplias consecuencias económicas y políticas. Ese estado no se inmiscuía demasiado en los asuntos personales de los individuos (al revés que ahora, por cierto), y permitía, por ello y por su poco tamaño, una muy considerable libertad personal, aunque restringiera la política. Si no tenemos en cuenta hechos como estos y nos dejamos llevar solo por las palabras, nuestras conclusiones serán inevitablemente erróneas o dogmáticas.
Al citar debe aclararse también lo que entiende el citado por los conceptos que usa. Así, ¿qué quería decir en concreto Largo Caballero cuando hablaba de democracia, o Franco cuando exige un estado totalitario? Algo bastante distinto de lo que entendemos hoy por tales cosas. Franco quería decir, en lo esencial, que el estado debía intervenir en las relaciones entre obreros y empresarios, para lo cual creó los sindicatos llamados verticales (que solo tienen semejanzas muy lejanas con los sindicatos actuales, aunque a menudo se acusa a estos de una especie de verticalismo) y aplicar una censura previa de prensa (debe entenderse que la censura existe en todo tiempo y lugar, pero en un estado liberal queda al arbitrio de las empresas particulares, lo cual permite una libertad mucho mayor: cada medio de masas aplica la suya muy claramente, y ni en LD se permitirían proclamas comunistas ni en El País se permite siquiera el derecho de réplica. Por no hablar de la muy extensa censura impuesta por la “corrección política”). Aquí sí puede decirse que este concepto de Franco no es liberal pero, desde luego, tampoco totalitario tal como hoy entendemos el concepto: tendencia del estado a ocupar o usurpar todo el espacio social; algo que se produjo en los países comunistas pero ni de lejos en el franquismo en ninguna de sus etapas. Si el historiador no atiende al significado de los conceptos según quien los use, corre serios riesgos de confundirse y confundir a sus lectores.
Ni siquiera la Falange era totalitaria: su componente católico la alejaba de los fascismos, incluso del mussoliniano (aunque tomara bastante de él), y muchísimo más del nacionalsocialismo, que este sí tenía mucho más de totalitario. En los años 40 hubo numerosos roces entre la Falange, la Iglesia y gran parte del ejército. En todos o casi todos los casos la Falange salió perdiendo. Un historiador debe tomar estos hechos muy en consideración. El estado franquista fue, desde el mismo principio, meramente autoritario, y a él se aplican, en los mismos años 40, los requisitos con que el sociólogo Juan Linz distingue este tipo de régimen. Como ya observó también Julián Marías, por ejemplo.
Lo mismo ocurre con el término “liberal”: ¿Qué entendía Franco por tal cosa? Un régimen sin ningún principio político o moral claro, que por ello mismo abría el camino a la revolución, al comunismo, que era su verdadero enemigo y al que realmente venció. Franco tuvo una formación liberal, y en vísperas de la república era partidario de una democratización en orden. La experiencia de la república le llevó a caracterizar el liberalismo como hemos dicho, pues en España ocurrió algo de lo que él decía. Aunque tal vez se objetará que ni Ortega, ni Marañón ni Pérez de Ayala, ni Azaña ni los líderes republicanos en general eran liberales genuinos: quizá pero en cualquier caso eran lo más parecido al liberalismo que había entonces, y su república abrió paso a la revolución o se mostró incapaz de contenerla. Fue una experiencia histórica real, de la que Franco y muchos otros sacaron conclusiones sin duda excesivas y confusas, pero bastante comprensibles, dadas las circunstancias. Y en todo caso siguió sin haber en España una fuerza realmente demoliberal, e incluso actualmente esta es pequeña, véase si no, la involución que ahora mismo sufre el régimen.
En la próxima y final entrega, veré algunos otros errores concretos en que incurre César Vidal por su modo de tratar las fuentes.
30 Junio 2011
(y III) Errores de hecho de César Vidal
Los errores de método e interpretación señalados, combinados con ciertos prejuicios, en especial anticatólicos, llevan a César Vidal a ciertos desenfoques:
- Decir quela Iglesiase constituyó como un estado dentro del estado es por lo menos una tesis muy aventurada. La Iglesia recibió seguramente demasiadas concesiones, pero fue también el principal valladar contra cualquier tentación totalitaria (que tampoco fue muy fuerte). Mezclar a Tolkien o a Chesterton con Franco me parece también harto arbitrario, máxime cuando se define al franquismo como “una visión que idealizaba el mundo rural, que odiaba la democracia liberal, que veía un peligroso enemigo en el capitalismo y que creía en un Estado poderosamente interventor y confesional que, limitando considerablemente las libertades individuales, mantuviera a la nación en una especie de Arcadia feliz”. Desde luego fue un estado confesional (como lo era la Constitución de Cádiz), con tolerancia para otras religiones. Y si fueran ciertos esos rasgos, España no se habría industrializado y urbanizado como lo hizo entonces, se ve que a Franco todo le salía mal. Pero basta leer sus proyectos ya en los años 40 para entender que se proponía crear una poderosa industria, evidentemente capitalista, y la impulsó por todos los medios. Y si la cosmovisión de Franco fue nefasta para la Historia de España, debe admitir César Vidal que lo fue de un modo muy peculiar: en ninguna época en al menos dos siglos alcanzó España una paz, estabilidad y prosperidad mayores. Esto es un hecho comprobable por cualquier historiador. Calificarla de nefasta suena algo abusivo.
- Como Marx, Franco no podía negar los avances capitalistas.No solo no los negaba, sino que los buscaba y bajo su régimen el capitalismo progresó a mayor ritmo que nunca antes o después. Basta ver los índices de crecimiento y el peso del estado en la economía.
- Durante la década de los años cincuenta, la década en que los españoles siguieron pasando hambre porque los socialistas de camisa azul seguían practicando el intervencionismo económico y los obispos habían decidido que España no podía permitirse la libertad religiosa ni siquiera a cambio del Plan Marshall.
- a) En los primeros años 50 desaparecieron de las estadísticas los muertos por hambre (ya muy pocos desde años antes) porque, por primera vez en la historia de España, desapareció el hambre en el país. En 1953 se abandonó el racionamiento, como en Inglaterra, y eso que Inglaterra no sufrió el aislamiento, le fueron condonadas sus gigantescas deudas con Usa y recibió en cambio la parte del león del Plan Marshall. Es obvio que estas cuestiones necesitan un reenfoque, porque están enormemente distorsionadas.
- b) Hubo hambre en los años 40 (aunque pronto remitió a niveles parecidos a los republicanos), en gran medida inducida por la política británica y luego por el aislamiento impuesto por Stalin, Attlee, Roosevelt y Truman. El aislamiento perseguía arruinar a España para empujar a los españoles a rebelarse contra Franco y decidir indirectamente quién podía o no podía gobernar el país. Fue un auténtico crimen, máxime teniendo en cuenta lo mucho que los anglosajones debieron a la neutralidad mantenida por Franco. En cuanto a lo del Plan Marshall, César Vidal es muy libre de creer que esa fue la verdadera causa. Yo creo que fue un mero pretexto, pues la política general de aislamiento de España era muy clara.
- Es verdad (y lógico) que Franco no quería que su régimen acabara con su muerte, aunque en sus últimos años parece haber pensado de otra manera, basta leer su Testamento político. Pero, cualquiera que fuese su intención, lo que cuenta para la historia son los resultados: dejó un país industrializado, próspero y reconciliado, hay que insistir en ello, y fue eso, y no otra cosa, lo que hizo posible la democracia. Este es el balance histórico, dentro del cual las posibles intenciones de Franco tienen solo un interés secundario. No se puede pretender que Colón no descubrió América porque buscara y creyera haber descubierto las Indias.
- Es verdad que la justicia no era independiente en cuestiones políticas (tampoco lo es actualmente, véase el proetarra Tribunal Constitucional, por ejemplo), aunque era más independiente que ahora en otras cuestiones. Naturalmente, si fuera independiente políticamente, su régimen sería liberal y ya sabemos que no lo fue (aunque tuvo muchos aspectos liberales).
- El antiliberalismo de Franco fue manifiesto y temo que esa circunstancia explica no poco por qué muchos camisas azules acabaron en el PCE o en el PSOE.(¿Seguro que no evolucionaron bastantes camisas azules hacia el liberalismo? ¿Y por qué algunos totalitarios o de extrema izquierda han acabado a su vez como liberales?) De hecho, muchas de las afirmaciones antiliberales de Franco podrían ser repetidas sin problemas por los mismísimos «indignantes» del 15-M (¿Por qué no lo hacen? Franco nunca propugnó que la gente viviera del estado, como básicamente pretenden estos) El odio hacia el liberalismo; la insistencia en que la democracia real es diferente de la liberal; el intervencionismo económico que convierte en el mal al capitalismo; la matraca de que el sistema capitalista es inmoral; la idolatría sindical hasta el punto de establecer un sistema de convenios colectivos que padecemos a día de hoy, no son aportes de la izquierda montaraz –aunque, por supuesto, los comparta– sino de un Franco nutrido por los principios sociales del fascismo de la Falange y de la doctrina social católica (César pinta aquí a un Franco que tiene mucho que ver con sus prejuicios y dogmas, pero muy poco con la realidad histórica) Cuando uno contempla el contenido de las fuentes –unas fuentes que Moa parece desconocer gravemente– (Me temo que el problema radica en que César las interpreta mal, como vimos ayer) cuesta no llegar a la conclusión de que dislates como la mal llamada memoria histórica quizá son sino un intento freudiano de matar al padre. No es un trastorno que los liberales padezcamos porque jamás podremos reconocer a Franco como padre ni asumirlo como modelo (nadie ha pretendido nunca tal cosa, que yo sepa). Fue nuestro enemigo declarado (Pero hay que reconocer que en la práctica fue muy poco enemigo, como veremos luego).
- El régimen de Franco puede ser asumido por el carlismo que, salvo en la cuestión dinástica, tuvo en él a uno de los mayores defensores de sus esencias. Puede ser asumido también por el fascismo dela Falange, que dejó una huella que perdura hasta hoy, por ejemplo, en una legislación laboral culpable de que España tenga la tasa de desempleo mayor del mundo libre. Puede ser asumido sin duda por un catolicismo –especialmente si no es democrático– (….) El régimen de Franco puede incluso ser asumido por los partidarios de las dictaduras militares o por los que creen que la libertad es un bien menor siempre subordinado a otras realidades. De no ser por los complejos históricos, hasta podría ser asumido, siquiera parcialmente, por esa izquierda que ve en el liberalismo y la libertad económica el origen de todos los males. Sin embargo, el régimen de Franco no puede ni debe ser asumido jamás por el liberalismo.
Me parece que César Vidal prefiere, una vez más, el dogma a los hechos.
- a)Si la legislación falangista es culpable de la enorme tasa actual de desempleo en España, debiera molestarse en explicar cómo se alcanzó el pleno empleo en el franquismo
- b)Nunca la izquierda asumió a Franco, muy al contrario: fue y es su mayor enemiga. Y César Vidal parece unirse aquí a ella incluso con mayor radicalismo. Los presos políticos de entonces eran, con pocas excepciones, comunistas o terroristas, esto es, totalitarios. En las cárceles franquistas no hubo liberales: por el contrario, estos podían vivir, trabajar y publicar tranquilamente, dentro de algunas restricciones muy llevaderas y que nunca les empujaron a la rebelión o la subversión que intentaba la izquierda totalitaria. ¿No le dice esto nada a César Vidal?
- c)El liberalismo puede asumir mucho del franquismo, si por asumir se entiende reconocer y, en este caso, aplaudir o agradecer. Y repetiré qué cosas: derrotó a la revolución, no a la democracia; salvó al país de la guerra mundial; salvó la propiedad privada; instauró un régimen con un estado pequeño y poco costoso; mantuvo un índice muy considerable de libertad personal; nunca fue, por todo ello, totalitario; salvó a España de una nueva guerra civil tras la guerra mundial (el maquis y no solo el maquis); dejó en marginal el analfabetismo y acabó con el hambre por primera vez en nuestra historia; desarrolló la enseñanza superior como nunca antes y amplió espectacularmente la clase media; industrializó el país; elevó la renta per cápita con rapidez nunca igualada antes o después; reconcilió a los españoles disolviendo los feroces odios sociales y políticos que hundieron la república (con aquellos odios, la transición habría sido imposible); el grado de libertad, incluso política, fue creciendo con rapidez en los años 60, como demuestra un repaso de la prensa y de los libros que se publicaban (en gran parte marxistas). Etc. ¿Cree César Vidal que todos estos logros no tienen importancia para un liberal, como para cualquier persona algo ponderada y razonable? ¿O que pueden desmentirse con algunas citas? Un liberal que no los tenga en cuenta solo puede ser un dogmático.
Creo que esta discusión no es vana, como piensan algunos. Atañe a un problema básico de nuestra democracia actual, que es el reconocimiento de su raíz y origen. Un régimen que se obstina en cortar sus raíces, en negar su origen real, no puede ser estable y tenderá a la ruina. Como, por lo demás, estamos comprobando. Agradezco a César Vidal que haya dado pie a estas aclaraciones, más necesarias hoy que nunca, en un debate típicamente liberal.
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Blog. No es cierto que España en 1959 fuera el país más pobre de Europa, ni que esa supuesta pobreza se debiera a la Falange. La política económica de Franco nunca la dictó la Falange. Llamada pomposamente autarquía, no vino a ser otra cosa que la política económica tradicional, ultraproteccionista desde la Restauración, resumida en el Arancel Cambó, más la conveniencia de hacer de necesidad virtud, ante el aislamiento internacional. En 1960 se abolió el arancel Cambó que, en lugar de facilitar la industrialización del país, la constreñía. Por otra parte, los años 40 y 50 distaron muchísimo de ser “años perdidos”. Véase: http://historia.libertaddigital.com/los-40-y-50-anos-perdidos-del-franquismo-1276239136.html
01 Julio 2011
MOA, ME DECEPCIONA
Por Señalaba yo hace algunas entregas que sólo con bastante reticencia me había acercado al debate provocado por Pío Moa al decir que los liberales debíamos asumir a Franco. Tras ver lo que pretende ser una respuesta –no lo es ni de lejos– ya concluida a mis posiciones, he de señalar que me siento profundamente decepcionado. De entrada, y hasta el momento, Pío Moa no ha rebatido con fuentes ni una sola de mis posiciones. Es más, llama la atención por la ausencia total de citas en apoyo de sus asertos. En la primera entrega, lo encontré medroso, como si temiera que del debate pudiera derivar su salida de Libertad Digital. A fin de cuentas, Moa provocó hace un año la salida de José María Marco de Libertad Digital. Sumergido en un bochornoso episodio de caza de brujas, Marco se marchó asqueado del acoso de la peña moísta. En la segunda, sentí un cierto sonrojo al comprobar que lo más a lo que llegaba era a acusarme de protestante y de anglómano. Se me escapa por qué esas categorías tendrían que ser negativas para un liberal, pero no soy tan torpe como para no percatarme de que pueden servir para tocar el cuerno con el que congregar a cierto tipo de personas para las que la libertad religiosa o la mención de la «pérfida Albión» constituyen un toque a rebato. En la tercera, Moa volvió a repetir la cuestión achacándome un cierto parecido con Preston. Ciertamente, el británico y yo tenemos sobrepeso y llevamos gafas, pero, aceptadas esas similitudes, las diferencias son notables. Eso sí, la sola mención de un personaje al que yo mismo he criticado severamente volvía a colocarme en el mundo de los malos dentro de ciertos imaginarios. Decepcionante, muy decepcionante porque Moa no destaca precisamente por su metodología. Por último, en su entrega final –quizá la que más me ha decepcionado– Moa ha vuelto a exponer una Historia rosada –y falsa– sobre el papel de Franco en la Transición y en otros aspectos.
Los efectos de este acercamiento han sido dignos de considerar. Ya al calificarme de anglómano y protestante, se movilizaron inmediatamente contra mi algunos hooligans que se han atrevido a amenazarme en Facebook y por sms. Moa había convocado –quiero creer que de manera involuntaria– en apoyo suyo a las muestras de reacción más terrible que he tenido ocasión de ver en muchos años. A este respecto, quizá Pío Moa debería preguntarse el porqué del apoyo en este debate no de los liberales sino de personajes como el nieto de un conocido ultraderechista que, primero, me instó a no discutir nada con Moa y luego se ha entregado directamente a la amenaza afirmando que toma nota de lo que digo para cuando llegue la hora en que me lo tengan que hacer pagar. El personaje en cuestión ha desencadenado una cruzada en la red contra mí de la que espero que se canse. Ver cómo el viernes pasado nos cercaban los indignantes en Murcia, cómo el miércoles Wyoming arremetía contra Federico y contra mí en la Sexta y cómo, durante la tertulia del martes, alguien enviaba un sms en que él decía «¡Viva Moa!» para, acto seguido, acusarme de «judío» provoca un efecto cansino. No voy a decir que me sorprenda lo sucedido, porque el conocimiento de la Historia de España enseña que determinados demonios colectivos acaban saliendo a la luz sobre todo cuando alguien los agita. Sí me preocupa, no obstante, por lo que afecta a Pío Moa, a su imagen y a la consideración que merece su obra.
Por mi parte, mantengo mis tesis que no sólo no han sido refutadas sino ni siquiera rozadas por Pío Moa:
1. Franco no puede ser asumido por los liberales porque fue un antiliberal fanático y decidido. Moa puede hablarnos de las maravillas que vivió España en los años cuarenta y cincuenta y quedarse tan fresco, pero las fuentes dicen lo que dicen. A menos –claro está– que tengamos que llegar a la conclusión de que dicen lo que dicen cuando Largo Caballero hablaba de su deseo de ir a la guerra civil, pero no lo dicen cuando Franco culpaba de todo al liberalismo y que, por supuesto, el Sumo Pontífice que decide cuando la fuente dice lo que dice y cuando no lo dice es precisamente Pío Moa. Dado que, como Moa sabe, yo no creo en esa clase de pontífices infalibles, comprenderá que no pueda aceptar su punto de vista. Tampoco lo aceptará ningún historiador serio.
Si conociera las fuentes, Moa sabría, por ejemplo, que el espíritu de la ley de convenios colectivos del franquismo –causa en no escasa medida de cinco millones de parados y de una cifra endémica de desempleo que arrastramos desde los setenta– ha pervivido contra viento y marea creando una rigidez de mercado laboral dañina y pavorosa. Se pregunta Moa que cómo llegó entonces España al pleno empleo. De nuevo, el estudio de las fuentes le da la respuesta: más de un millón de emigrantes en el extranjero, una escasa incorporación de la mujer al mercado de trabajo y una liberalización que comenzó con el Plan de Estabilización –porque la economía de los cuarenta y cincuenta, querido Pío, había sido una calamidad y había arrastrado a España a la ruina– y que, mientras duró, permitió el desarrollo. Este desarrollo concluyó años antes de la muerte de Franco. En 1973, el Gobierno de Franco no supo enfrentarse a la crisis salvo adoptando medidas tan estúpidas como la de reducir la velocidad, la misma que adoptaría ZP décadas después. Fruto de esa incompetencia fue que en 1974 España entrara en recesión y el paro comenzara a elevarse. La época dorada del franquismo en términos económicos se había terminado antes de la muerte del general y la Transición tuvo además que enfrentarse con problemas propios. Sin embargo, a día de hoy, buena parte del desesperante desempleo que sufre España –y que ni siquiera en época de Aznar llegó a una cifra aceptable– se la debemos a un concepto del mercado de trabajo típico del franquismo.
Franco –y debo insistir en ello– era presa de esa visión agraria propia del pensamiento reaccionario católico del siglo XIX y una y otra vez –aduce tan sólo algunos testimonios– manifestó su desconfianza hacia el capitalismo y el liberalismo económico. En eso, como en tantas cosas –recordemos, por ejemplo, «la tradicional amistad con los pueblos árabes»– era hijo de su tiempo y no quiso o no supo aprender. Dado que semejante visión sólo ha funcionado en las novelas de Pereda o en los libros de Tolkien –grandes autores ambos, pero no precisamente mentes preclaras en el terreno de la economía–, los resultados fueron funestos. Gracias hay que dar a Dios de que los ministros del Opus –independientemente de la mayor o menor simpatía que puedan provocar sus creencias– sí eran gente preparada que impulsaron el Plan de Estabilización de finales de los años cincuenta.
Por último, he de hacer referencia a un argumento esgrimido por Moa en el sentido de que hubo liberales que apoyaron a Franco. Es más que dudoso que algunos de los personajes citados merezcan el calificativo de liberales, pero aunque así fuera, de ahí no se desprende que los liberales deban asumir a Franco y el franquismo. También hubo nacionalistas catalanes y vascos que acudieron buscando que les salvaran la fabriqueta y no me da la sensación de que esa circunstancia convierta a Franco en un personaje asumible por los nacionalismos vasco y catalán. Por otro lado, no faltaron tampoco los liberales que nunca regresaron a su patria por la sencilla razón de que les resultaba imposible vivir bajo la dictadura franquista. Como tantos españoles exiliados –desde Averroes y Maimónides a Madariaga o Sánchez Albornoz pasando por Francisco de Enzinas, Cipriano de Valera o Blanco White– quizá no sean muy conocidos para el común de sus compatriotas, pero su papel en la cultura universal resultó extraordinario.
2. Mantengo que Moa ha escrito un par de buenos libros sobre la Segunda República, pero tiene una ignorancia considerable en otras áreas y eso incluye buena parte de la propia Historia del franquismo. Al empeñarse en «sostenella y no enmedalla» lo único que consigue es empañar libros que son notables y que merecen la pena ser leídos. Por ejemplo, sostuvo hace unos meses que no tuvo nada que ver la exigencia de libertad religiosa con que España no recibiera el Plan Marshall. Las fuentes al respecto son indiscutibles; de diverso origen y aparecen recogidas incluso en obras de autores nada sospechosos como Luis Suárez. ¿Ha reconocido Moa que se equivocó? No, ni lejanamente. Al actuar así, seguramente entusiasma a ese público al que los términos «protestante», «judío» o «anglómano» enardecen, pero no fortalece su posición. A decir verdad, la debilita incluso en otras cuestiones en las que tiene sobrada razón. Ése es, a mi juicio, el gran drama con el que se enfrenta Moa, pero demasiado empeñado en sostener sus propios mitos no se percata de hasta qué punto, al fin y a la postre, es él quien más daño se está haciendo.
3. Franco no trajo la democracia ni lo pretendió. Pío Moa se empeña en que Franco trajo la democracia. Las fuentes muestran exactamente lo contrario. Franco creyó en la permanencia de su régimen, pretendió que se perpetuara y designó un sucesor con esa finalidad de acuerdo con las leyes fundamentales del Movimiento. Al respecto, los datos son irrefutables, citando yo en mi tercera entrega algunos a título de ejemplo. La democracia no nació del franquismo sino de la traición a Franco y la demolición del franquismo. Así lo supieron ver los franquistas leales –como Blas Piñar, Girón o González de la Mora entre otros– y lo censuraron agriamente. Lo hicieron porque se percataban de que con cortinas de humo, como la de «de la legalidad a la legalidad», se desguazaba totalmente un régimen al que se había jurado lealtad.
Por supuesto, se puede discutir si esa traición no fue precisamente un gran servicio a España. Los franquistas irredentos dirán que no y que la prueba está en cómo anda el país; otros pensamos que lo fue aunque algunos resultados posteriores hayan dejado mucho que desear. Para colmo, de entre aquellos que traicionaron el franquismo surgió un sector muy importante de la izquierda, algo, por cierto, que Moa debería saber sobradamente. De Cebrián a Manuel Chaves, de Anguita a Cristina Almeida, de Rubalcaba a Fernández de la Vega lo que encontramos es una izquierda amamantada a los pechos del franquismo y que conserva muchos de sus tics ideológicos. Temo que a más de uno le escocerá, pero esa insistencia en ver en el capitalismo un régimen sin corazón, en considerar a Israel un Estado agresor, en creer en la «tradicional amistad con los pueblos árabes», en contemplar al Estado como un ente providente sin pararse a pensar en lo que costarán sus dispendios hunden sus raíces no sólo en la izquierda sino también en el franquismo.
Comprendo que a Moa le duela reconocerlo porque ha convertido esa afirmación en una especie de piedra angular de su análisis de la realidad contemporánea, pero la democracia no viene del franquismo y, precisamente, porque es así no pocos análisis actuales –no todos, afortunadamente– de Moa son erróneos. La democracia vino –insisto en ello de nuevo– de traicionar a Franco y al franquismo. Añadamos que esos movimientos comenzaron ya en los años sesenta e incluyeron, salvo en el ejército, a todos. La iglesia católica –deseosa de salvar los muebles del Concordato– comenzó a distanciarse en la década de los sesenta tendiendo puentes hacia los nacionalismos vasco y catalán, e incluso la izquierda. Al respecto, los documentos cruzados entre la conferencia episcopal y Franco –buena parte de ellos publicados por Ricardo de la Cierva– son enormemente iluminadores aunque nunca los he visto citados por Moa. Lo mismo sucedió incluso con miembros de Gobiernos de Franco. López Bravo –al que Franco salvó personalmente del escándalo Matesa– lo calificó en Bruselas de «vejestorio» a la vez que pedía ayuda para establecer una democracia a su muerte. No fue la suya una excepción y es que no deja de ser significativo que lo que Moa interpreta como aceptación del Régimen fuera en muchos casos la simple y tranquila espera a que el dictador se muriera. Algunos fueron fieles a Franco –el suegro de Ruiz Gallardón, por ejemplo– pero la mayoría se apresuró a distanciarse del Régimen y a cambiarlo por algo radicalmente distinto. Comprender fenómenos como ése contribuyen, desde luego, a explicar muchas más situaciones actuales que esa afirmación, totalmente carente de base, de que la democracia nació del franquismo.
Aún desearía ir un paso más allá. La mera existencia del franquismo debería llevarnos a reflexionar sobre la forma en que nuestra Historia contemporánea fue una sucesión deplorable de fracasos. Por supuesto, durante el s. XIX vivieron en España personajes preclaros como el Empecinado y Galdós, Clarín y Goya, pero no es menos cierto que España como nación no logró llevar a cabo una revolución liberal que se asentara, que se desangró en guerras civiles donde una de las partes defendía ese agrarismo confesional y cerril que tanto daño nos ha hecho históricamente y que se incorporó tarde y mal –cuando lo hizo– a fenómenos vividos por otras potencias. La misma izquierda, aparición tardía, se configuró sobre esos moldes mal pergeñados y, al fin y a la postre, la monarquía parlamentaria se desangró, la segunda república fue un fracaso y desembocamos en una dictadura cuyo dictador murió en la cama. Para los franquistas habrá sido maravilloso y siempre estarán los que digan –con razón– que peor hubiera sido Hitler, Stalin o, si me apuran, Idi Amín. Sin embargo, el franquismo es una prueba más del fracaso de España –con el reparto que luego se haga de responsabilidades– para modernizarse adecuadamente.
Otro tema relacionado, pero en el que no voy a entrar, es el del papel de las potencias extranjeras en la Transición. Fue considerable, pero Moa lo descarta prácticamente de un plumazo. Es una pena que actúe así porque de conocer esas fuentes y utilizarlas, comprendería, por ejemplo, por qué el PSOE desplazó con enorme facilidad al PCE convirtiéndose en el partido hegemónico de la izquierda.
4. Algunas de las personas cuyo apoyo concita provocan inquietud. Quiero creer que Pío Moa no pretende lograr que lo jaleen personajes cuyos comentarios provocan escalofríos y que tampoco tiene la pretensión de conjurar espectros de intolerancia religiosa. Quiero creerlo, pero da pavor el ver lo que han escrito los que se dedican a apoyarlo con más fe que razón y para ello recurren al insulto religioso, racista y antisemita. Insisto en ello. Ya es revelador que no haya un solo liberal que compre la mercancía de Moa de que los liberales deben asumir a Franco, pero que la jaleen determinados sujetos es para sentir una profunda desazón. No creo, sinceramente, que esa circunstancia lo beneficie.
Una última nota. Si Moa quiere debatir en serio, citando fuentes documentales, aportando datos fidedignos, aduciendo testimonios históricos, a pesar de que tengo ocupaciones más importantes, yo estoy dispuesto. Si, por el contrario, como ha hecho hasta ahora, no va a citar una sola fuente, se va a limitar a enhebrar fábulas y va a volver a acusarme de protestante y de anglómano para que otros me tilden de judío e incluso de estar a las órdenes de las logias, no tengo tiempo que perder.
César Vidal
02 Julio 2011
Segunda respuesta a César Vidal
Como decía, la primera entrega de la crítica de César Vidal a mi supuesto antiliberalismo resultó algo decepcionante, en parte porque no refutaba nada, en parte por un tono pontificador poco liberal y menos aún protestante. Y su nueva acotación, me temo, no mejora mucho la anterior.
Dos observaciones previas: una, sobre la dificultad de debatir enfoques que abren cuestiones nuevas por encima de los lugares comunes que en España suelen pasar por “pensamiento”, así en la izquierda como en la derecha. Por ejemplo, vengo denunciando el desplazamiento del español y de la cultura española por el inglés y la cultura –o sus peores productos—anglosajona. La interpretación más habitual afirma que yo pretendo que nadie aprenda inglés, y es difícil sacar de esa idea a mucha gente. La cuestión es muy distinta, pero hay que repetir mucho para que empiece a entenderse.
La segunda observación, sobre el carácter del liberalismo. Este no es un conjunto doctrinal cerrado y acabado a partir del cual se pueda expulsar como hereje al discrepante. Las polémicas dentro de las doctrinas cerradas terminan con la expulsión del disidente a las tinieblas exteriores, pero dentro del liberalismo hay y habrá siempre debates, a veces muy agrios, sin otra consecuencia que una mejor clarificación de los asuntos o, al menos, de las posiciones de cada cual. Stuart Mill suele considerarse un referente liberal, pero Hayek lo ataca sin contemplaciones. Lo mismo puede decirse de Isaiah Berlin y Hannah Arendt, ambos pensadores liberales, lo que no impedía al primero despreciar olímpicamente el pensamiento de la segunda –que a mí, con menos conocimiento y centrado en su análisis del totalitarismo, también me parece algo endeble, como indico en El derrumbe de la República–. El reputado liberal y consejero de Reagan, Milton Friedman, visitó a Pinochet y le sirvió de orientador económico. Fue muy criticado en ambientes liberales y él se justificó diciendo que la liberalización económica provocaría la democratización política (se equivocó en ello, pues Pinochet se retiró voluntariamente después de perder un plebiscito convocado por él mismo). Estos casos entre tantos permiten ver que el espíritu liberal admite las polémicas más duras siempre que se respete el derecho de cada individuo a pensar por su cuenta y la discusión se atenga al asunto.
A César Vidal, hablando de la homosexualidad, le ocurre algo parecido a lo del inglés y el desplazamiento del español. No acaba de entender que yo no hablo de la homosexualidad, un asunto privado (y, por tanto, la pretensión que me achaca de convertirla en “estigma social” yerra por completo). De lo que hablo es de una cuestión política, pública: la ideología homosexualista, que pretende educar y conformar a la sociedad según concepciones a mi juicio absurdas y peligrosas, y hacerlo de modo totalitario (¿podía ser de otro modo?) coartando y persiguiendo la libertad de conciencia y cualquier pensamiento disidente. Por otra parte, César Vidal no plantea el problema en el terreno político sino en el religioso, hablando de pecado (y ojo, que a tales pecadores puede caerles la condenación eterna, un castigo más grave que los que estaban en vigor hasta hace poco no solo en España, también en Inglaterra o Usa). En sus artículos no aceptaba como “hipótesis de trabajo”, sino como hecho cierto, que los homosexuales eran pecadores. De ahí, también, que hable de compasión. Pero en el debate político no entran o no deben entrar, sentimientos como la compasión, la ternura, el odio, etc., sino el afán de clarificar los conceptos y tesis. Imaginemos a Hayek acusando a Keynes de no ser compasivo… Quien quiera informarse puede repasar la polémica en Libertad Digital en julio del año pasado.
Y si César Vidal tiende a confundir la religión con el liberalismo, también tiende a confundir el liberalismo con Inglaterra o Usa, revelando cierta anglomanía que le lleva a motejarme de anglófobo y a acusarme de “detestar a Inglaterra” por no compartir esa actitud de excusar cualquier crimen si lo cometen ingleses. Como bien dice, sobre la Gran Hambruna existen diversas versiones, cosa lógica: las hay en todo, y los “consensos académicos” nunca han valido gran cosa frente al descubrimiento de los hechos y su análisis crítico. Naturalmente, César Vidal tiene tanto derecho a discrepar de mí como yo de él en estos temas, pero yo he expuesto mis puntos de vista con cierta extensión y argumentación, mientras que él quiere replicarme con una referencia, de nuevo algo pontificante, a “las fuentes”. Y esa no me parece manera liberal de discutir. De nuevo, quien quiera enterarse de la necesidad de moderar –no necesariamente anular– la “leyenda heroica” inglesa, puede leer en mi blog desde el 1 de junio de este mes, y sobre la Gran Hambruna una serie discontinua de comentarios, en octubre y diciembre del año pasado, en febrero de este año, y otros.
Lo mismo cabe decir sobre Felipe II, la represión anglicana y protestante, el franquismo, el Plan Marshall y cualquier otro tema. Por supuesto, César Vidal tiene todo el derecho a sostener posturas distintas de la mía, y si quiere entrar en debate, por mí encantado. Nadie tiene la verdad absoluta, y sería muy interesante que un diario liberal como LD sirviese de foro. Lo que no puede hacerse es descalificar una tesis simplemente declarándola “no liberal” y a base de dos o tres alusiones. Espero que su próximo artículo sea más detallado.
02 Julio 2011
¿ES LIBERAL CÉSAR VIDAL?
Evidentemente nadie sensato tomará a una persona por lo que ella misma dice que es, por muy alto que lo afirme. Un liberal, por ejemplo, debe demostrarlo en los hechos y actitudes, y César no lo hace, al menos en este debate, no sé si es que pasa por un mal momento. En cualquier caso no aumenta el prestigio de LD, y esto es más lamentable.
Ante todo, un debate liberal debe huir de las insidias, y la última entrega de César está repleta de ellas: En la primera entrega, lo encontré medroso, como si temiera que del debate pudiera derivar su salida de Libertad Digital. Esto se parece mucho a una confesión. Soy perro viejo y enseguida me di cuenta de aquella primera “acotación” de estilo ofensivo, insolente y sin sustancia argumental, no podía perseguir una discusión seria. Su tono se prestaba a la burla, y si evité caer en ella fue por mi interés en llevar adelante un debate racional, sin personalismos, sobre una cuestión de gran calado intelectual y político. Y, por supuesto también, no tengo miedo a que me echen de LD, contra lo que imagina don César. Si realmente él buscaba hacerme “saltar” para justificar mi expulsión de LD, ha equivocado el método.
La confesión de César se hace más inquietante cuando la sustenta así: A fin de cuentas, Moa provocó hace un año la salida de José María Marco de Libertad Digital. Sumergido en un bochornoso episodio de caza de brujas, Marco se marchó asqueado del acoso de la peña moísta.
La afirmación no es solo insidiosa y amenazante, sino pueril, pues comprobar su falsedad está al alcance de cualquiera: basta repasar aquel debate en el que cada uno expuso libremente su punto de vista, para comprobar que yo me batí solo, sin ninguna peña, contra varios columnistas de LD, y si hubo algo parecido a caza de brujas no procedió ni pudo proceder de mí. César habla como si yo tuviera en LD un poder particular fuera del de mis mejores o peores argumentaciones, cuando, si tal poder existe, parece tenerlo, o arrogárselo, más bien él. Si Marco se fue, él sabrá por qué y puede decirlo aquí, si quiere, no creo que necesite un portavoz oficioso. Además, César Vidal olvida sus propios dicterios poco liberales contra los “pecadores” homosexuales. Por supuesto, tiene derecho a exponer esas opiniones, pero plantea el asunto en un terreno religioso, no político ni liberal. Yo lo planteo en el terreno de la ideología homosexualista, que es bastante distinto. Supongo que las opiniones de César continúan en Internet, cualquiera podrá comprobarlas, y es ingenuo salirse ahora con estas cosas, como si la gente hubiera perdido la memoria.
Después de presentar a Marco como víctima de la imaginaria “caza de brujas” de una “peña moísta” que, sugiere, estaría organizada y convocada por mí, pasa a hacerse él mismo la víctima de modo nuevamente insidioso. Le ha escocido — es lógico, a cualquiera le pasaría— que la inmensa mayoría de los comentarios a sus escritos, muchos de ellos de sus admiradores defraudados, vayan contra su forma de pontificar, más bien que debatir, su manía de hablar de fuentes sin mostrar ninguna o interpretándolas de forma arbitraria, etc. Pero él no examina ni por un momento los argumentos de esos comentaristas, todos ellos lectores habituales de LD y en su gran mayoría liberales, que no dogmatizan sino que tratan de explicar sus opiniones con más o menos brío. Él los descalifica a todos de entrada y los acusa de “peña moísta”, de hooligans, de antisemitas, fanáticos, amenazantes, escalofriantes, los mezcla con los “indignados” y con el Gran Wyoming… Esto se llama metodología. Una metodología, de nuevo, nada liberal, más bien una concatenación de insidias contra los discrepantes, al estilo de ideologías muy diferentes del liberalismo. Casi da a entender que quien esté de acuerdo con Moa debe de ser un delincuente. Y si alguien le ha amenazado realmente, me parece muy mal, me repugna y lo condeno, pero haga el favor de no intentar mezclarlo conmigo.
Otra más: Ya al calificarme de anglómano y protestante, se movilizaron inmediatamente contra mi algunos hooligans que se han atrevido a amenazarme en Facebook y por sms. Calificarle de protestante es justo, y no veo que tenga que avergonzarse de ello o considerarlo una acusación. Además, esa cualidad hace que César pase mucho tiempo tirando pullas a los católicos o interpretando la historia de manera peculiar, bastante en línea con la Leyenda Negra. Está en su derecho, claro, como yo lo estoy a discrepar de sus interpretaciones, aunque a él le parezca algo increíble o “franquista” o “neofranquista” como dice la izquierda –que con el mismo rigor llaman a don César “fascista” o “de extrema derecha”–. Entre los protestantes hay de todo, como entre los católicos: liberales, fascistas, conservadores, nazis (Hitler gozó de gran apoyo entre el sector protestante alemán), comunistas o filocomunistas, etc. Decir de alguien que es protestante no es prejuzgar nada en ningún sentido político. Y si alguno de sus lectores le ha amenazado, tratar de relacionarlo conmigo es otra insidia ajena a cualquier debate no ya liberal sino simplemente serio. Yo no le he amenazado y César sí emplea un tono algo amenazante y faltón. Lo de anglómano corresponde exactamente –pero creo que con mucha más justificación– a la acusación que él me hace de anglófobo.
No sigo, porque esta forma de discutir, personalista y retorcida, sin ir al grano, no es lo mío. Pues, en segundo lugar, un debate realmente liberal se centra en el asunto y no se pierde en invenciones mezclando y confundiéndolo todo. Así que vamos a ello. El tema que yo he planteado es este: ¿vino la democracia del franquismo, es decir, de las condiciones creadas por el franquismo y de las decisiones de la clase política franquista, o vino de la oposición, los liberales etc.? Creo que la respuesta salta demasiado a la vista para cualquier liberal o simplemente para cualquier conocedor, por poco que sea, de la historia, e implica a su vez otra cuestión importante: cómo un régimen autoritario, no liberal, ha podido dar lugar a una democracia liberal, aun si muy defectuosa. Jean François Revel ha hablado algo de eso, aunque la cuestión sigue abierta. Pero don César insiste en desviar el tema hacia un seudodebate sobre si Franco era liberal o quería la democracia. No se da cuenta de que ese mero planteamiento es una tontería que nadie sostiene. Se lo he explicado y no lo voy a repetir constantemente. Ya le he indicado que podemos debatir de cualquier tema, pero lo primero es plantearlo de forma racional.
Dice César Vidal que yo no he refutado nada de lo que él dice. Bien, es su opinión. Quien esté interesado puede acudir a sus acotaciones y a mis respuestas y sacar libremente su propia conclusión, que sospecho no coincidirá en la mayoría de los casos con la del señor Vidal.
Sobre las fuentes: Vidal no ha empleado ninguna, excepto en la tercera acotación y, como le expliqué, las interpreta mal, sin método histórico alguno. Si quiere seguir por ahí, es cosa suya.
Un punto más: César escribía en los años 90 libros sobre historia de España con un enfoque perfectamente progre, de estilo socialista. Cambió en los años 2000, creo que a raíz de la publicación de mi Los orígenes de la guerra civil. ¿O fue por otra causa? En todo caso no estaría de más que explicase ese giro.
Dice César que le he decepcionado. Terrible argumento. Me deja desolado. En fin, espero y deseo que le pase pronto esta mala racha que le ha llevado a olvidar su viejo liberalismo.
Pío Moa
El Análisis
D. César Vidal cuestiona que el Sr. Moa sea un buen historiador y el Sr. Moa cuestiona que el Sr. Vidal sea un buen liberal. Lo de cuestionar a historiadores es algo de lo que los Sres. Vidal y Moa ya sabían bastante (ambos habían sido cuestionados por otros historiadores como D. Javier Cervera o D. Javier Tusell). En lo que se refiere a liberal, es una etiquesa que usa tanta gente: desde el socialista Indalecio Prieto, que se calificó como ‘liberal’ al ruso Vladimir Zhirinovski, pasando por el austriaco Háider a los liberal-demócratas británicos, que parecen más bien socialdemócratas, la etiqueta liberal parece tan amplia que uno tendría bastantes problemas en diferenciar quién es realmente liberal o quién no. La Sra. Thather era la líder del Partido Conservador británico (rival de los liberales ingleses), pero para los liberal-aguirristas españoles es Thatcher el mayor referente del liberalismo.
En cuanto a que el Sr. Vidal se indigne por el hecho de que el Sr. Moa reivindique el franquismo… uno no puede evitar ver en aquello un poco de oportunismo. ¿Cuánto espacio habían dedicado en sus programas, en la etapa de la COPE, los Sres. Losantos y Vidal a criticar el franquismo? No mucho, salvo que fuera para equipararlo al socialismo. ¿Cuánto espacio habían dedicado a hablar de crímenes del Frente Popular, del comunismo y demás ¡Bastante! (precisamente usando involuntariamente el que era el principal argumento de los franquistas)? Al hablar de la Guerra Civil, si te centras únicamente en lo malos que eran los de derecha, indirectamente están justificando que los mataran los de la izquierda en lugares como en Paracuellos. Y si te centras únicamente en lo malos que eran los de la izquierda, indirectamente estás justificando que los mataran los franquistas.
Sería absurdo acusar al Sr. Vidal o al Sr. Losantos de ‘franquistas’, pero de igual modo sería cínico que estos negaran la obviedad de que entre sus fans radiofónicos había un buen puñado de franquistas, que también tenían derecho a escuchar radio. Por tanto… ¿de qué les sorprendía tanto que ahora uno de sus colaboradores se declarara franquista? ¿O es que era sólo una excusa y el mal rollo entre el Sr. Vidal y el Sr. Moa venía por otros motivos?
J. F. Lamata