28 marzo 1996

Cristina Almeida será la Presidenta del PDNI y Diego López Garrido su Secretario General

‘Nueva Izquierda’ se constituye como partido dentro de IU con la denominación ‘Partido Demócrata de la Nueva Izquierda’ (PDNI)

Hechos

El 22.03.1996 se constituyó el Partido Demócrata de la Nueva Izquierda (PDNI) como un partido político integrado en la coalición Izquierda Unida junto con el PCE, el PASOC e Izquierda Republicana.

Lecturas

La corriente ‘Nueva Izquierda’ con la que se había identificado al grupo de independientes de IU liderados por Dña. Cristina Almeida (co-fundadora de IU) partidarios de un acercamiento al PSOE dio el paso para constituirse como partido político el 22.03.1996.

Con aquella decisión el PDNI se convierte en el segundo partido de a bordo en IU, por delante del PASOC y IR y supone un peligro del PCE. PDNI que controla las federaciones de IU en Castilla la Mancha, Cantabria y Aragón y mantiene buenas relaciones con el referente de IU en Catalunya, Iniciativa per Catalunya (IC) y con el referente de IU en Galicia, Esquerda Unida – Esquerda Galega.

El PCE no ocultó su malestar con la aparición del nuevo ‘compañero’ PDNI, puesto que teme que pueda producirse un trasvase de militantes aperturistas del PCE al PDNI encabezados por seguidores de D. Nicolás Sartorius.

31 Marzo 1996

Vieja nueva izquierda

Santos Juliá

Leer

El mercado de ideas políticas se ha estrechado tanto en las democracias de este fin de siglo que las novedades que de él nos llegan suelen dar cuenta de una progresiva reducción más que de alguna coyuntural ampliación de la oferta partidaria. En España, desde las mil flores abiertas durante los primeros pasos de la transición, la tendencia de los pequeños partidos ha sido a abandonar silenciosamente la escena, bien por cierre empresarial con liquidación de restos, bien por absorción en empresas de mayores dimensiones previa venta de activos. La izquierda española era en los primeros años de la transición un mosaico con nada menos que 33 grupos reclamándose, como se decía entonces, del socialismo y una buena docena del comunismo o sus derivados. El rechazo del modelo confederal, un firme liderazgo, algunas ideas claras y un fulgurante éxito electoral limpiaron de un plumazo el abigarrado mundo socialista en un proceso de rápida centripetación, insólito en los hábitos de nuestra izquierda. Por su parte, el mundo comunista, con su avejentada burocracia centralista, su crisis de liderazgo, su dosis de confusión euroideológica y su fracaso electoral, sufrió continuas escisiones en un imparable movimiento centrífugo. Así, mientras los socialistas se refundaban en un único partido capaz de llegar al Gobierno, los comunistas se empeñaron en dilapidar su herencia condenándose a una oposición marginal.

Anguita es como el degradado epítome de esa historia. Proclamar. que trabaja por una futura sociedad negándose a mirar los destrozos que el comunismo real ha causado a la sociedad presente es la forma clásica de la impostura clerical. Los sueños de sociedad alternativa terminaron con Stalin, no sin haber pagado antes una carísima factura por tanto ensayo utópico / totalitario. Los comunistas más despiertos de los años cincuenta, los británicos., lo vieron enseguida, cuando las tropas rusas aplastaron la revolución húngara. Desde ese momento, los que renunciaron a la ceguera voluntaria sin avenirse a engrosar las filas del laborismo, lanzaron una nueva iniciativa política y eligieron un nombre que en inglés suena como más contundente, por bisílabo, que en español: New Left.La New Left revelaba lo arraigado de una convicción propia de exploradores británicos: que aún quedaba por descubrir una terra australis incognita, situada en algún lugar equidistante del comunismo y la socialdemocracia. Pero ya aquellos pioneros hubieron de rendirse a la evidencia: todo lo que atisbaron en las márgenes de los dos grandes mares escindidos del tronco común de láInternacional Obrera a causa de la Gran Guerra y de la revolución rusa se reducía a islotes perdidos, refugio de políticos angustiados ante la idea de desmontar su chiringuito o de intelectuales convencidos de que la práctica socialdemócrata estaba condenada a la miseria si no se sometía a una permanente crítica teórica. A la vista de los hechos, aquella New Left, pronto convertida en una venerable old new left, se dedicó a susrevistas, sus libros y Sus debates. Hoy, con todos los mares explorados y todos los comunismos naufragados, la vieja idea de una nueva izquierda no revela más que una pasión inútil: no hay ninguna Australia pendiente de descubrir. La única perspectiva de todos los grupos situados a la izquierda del PSOE para salir de su marginalidad exigiría una refundación como la emprendida por los socialistasentre 1972 y 1979. La diferencia es que los socialistas pusieron manos a la tarea levantando muy altas las siglas históricas del PSOE, mientras que los herederos de la tradición comunista tendrían que proceder, con la debida pompa y circunstancia, al entierro del cadáver del PCE. Pero fundar, como si estuviéramos en 1956 y los rusos acabaran de entrar en Budapest, una nueva izquierda es nacer viejos, destinados a sacar una revista, publicar unos libros o revalorizar activos con vistas a disolver en una empresa capaz de ser gobierno.

08 Abril 1996

Nueva vieja izquierda

Diego López Garrido

Leer

En estos últimos días se ha producido un hecho relevante en el borroso horizonte de la izquierda española: el inicio del proceso constituyente de un partido -expresion mayoritaria y plural de la componente no comunista integrada en IU- que quiere impulsar una nueva izquierda como proyecto autónomo y no subalterno de nadie.La derrota electoral de la política de aislamiento impuesta y desarrollada por el PCE en IU, de un lado, y el agotamiento del proyecto de un PSOE progresivamente derechizado -de lo que son algunos ejemplos la ley Corcuera, las leyes de asilo y extranjería, la reforma laboral o la legislación del delito fiscal- y paralizado) por la servidumbre del ejercicio burocrático y acrítico del poder, que ha producido conocidos escándalos de corrupción, de otro, abren un nítido espacio a los objetivos renovadores de Nueva Izquierda.

Así ha sido visto, con una percepción y valoración positiva, por significativos sectores sociales y políticos progresistas. Con alguna excepción, es verdad. En el mundo comunista, con el recelo de su ala más «ortodoxa», y en el campo socialista, con la hostilidad -parece que en solitario, por ahora- de mi admirado Santos Juliá, el cual, en EL PAÍS del 31 de marzo, ha lanzado una sonora descalificación a lo que llama «vieja nueva izquierda». Para él, ésta se reduciría a un intento de los «herederos de la tradición comunista» de salir de la marginalidad con fórmulas imposibles, «como si estuviéramos en 1956 y los rusos acabaran de entrar en Budapest» (sic).

A mí me ha recordado a Francis Fukuyama y su tesis liberal del «fin de la historia», después de la caída del muro de Berlín, pero en versión española y socialdemócrata. Para Juliá, en efecto, a la izquierda del PSOE no habría nada, salvo el naufragio, por lo que sólo cabe enterrar los antiguos ideales y entrar todos en la casa común, concepto viejo como pocos que, sorprendentemente, es resucitado de forma implícita.

Yo no voy a hacer un cántico a la utopía para justificar la aventura de crear una izquierda moderna, aunque fiel a la búsqueda de la igualdad, la libertad y la solidaridad. Sólo le diría algo a Santos Juliá. En primer lugar, que el lado del progreso es y será plural y no todo lo representa el PSOE. En segundo lugar, que el siglo XXI pide una profunda renovación ‘ en la concepción del poder, del individuo o del trabajo, es decir, en el pensamiento económico, cultural, político y hasta filosófico de la izquierda, renovación que no está el PSOE en las mejores condiciones de encabezar. Y, por último, que muchos hombres y mujeres de España desean una izquierda creíble y rigurosa y, al tiempo, con autoridad moral -que ha perdido en buena medida el partido socialista- para Construir, sin exclusivismos y abierta al diálogo, una ancha vía de entrada en la política a tantas energías solidarias que ciudadanos desconocidos -en los sindicatos, en la empresa, en la universidad, en las profesiones liberales, entre los jóvenes trabajadores o en paro, en las ONG- tienen, sienten y quieren poner al servicio de proyectos progresistas. Proyectos y objetivos que se deben tener no sólo en la mente sino también en el corazón para, además de interpretar, transformar la realidad.

Esa propuesta, encauzada a través de algo parecido a un partido político (que es mucho más que una revista o un libro), la necesita nuestro país y nuestra sociedad, y, aunque se empeñe Santos Juliá muchos no la encuentran en el PSOE partido al que Juliá consagra, sin embargo, como «oficial», único y eterno.

Amigo Juliá, deje que nuestros ciudadanos decidan el espacio que quieren dar a la nueva izquierda, que arranca de la vieja izquierda, que no se construye contra nadie, ni nace para restar o dividir sino para vertebrar, ilusionar y contribuir a que la inminente etapa de la derecha en el Gobierno sea lo más corta posible. Será muy difícil ese relevo futuro, en España y en Europa, y más allá si la izquierda no afronta su crisis del modo más adecuado, que no es sino asumir que lo viejo tiene que abrir pasó a lo nuevo, lo plural y a lo diverso.

Nunca se debe decir que todo está y descubierto, pues eso es el germen del conservadurismo. Quizá no sea terra ni esté en el Austropero siempre hay algo por descubrir, por escudriñar o incluso por redescubrir. Y ese ánimo» ese aliento luchador nunca se debe desdeñar. No habrá una terra, pero desde luego sí que ha una domusincógnita que diseñar y que construir.

Diego López Garrido

25 Marzo 1996

¿Adónde va Nueva Izquierda?

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

La reunión del Consejo Político Federal de Izquierda Unida celebrada el pasado sábado, que debía servir para debatir los resultados electorales del 3-M, no cumplió de ningún modo ese objetivo. Lo que se dedujo de ella ya se sabía: que hay un sector de la coalición -21% de los reunidos, identificados con la corriente Nueva Izquierda- que está en radical desacuerdo con la orientación de la mayoría -68% de los miembros del Consejo, que respaldan la línea del coordinador general, Julio Anguita-. Pero el debate fue imposible.

En realidad, era imposible de antemano: 157 personas no pueden adentrarse en una discusión de contenidos complejos en una reunión de escasas horas. El mero hecho de aspirar a ello resulta ya demostrativo de una preocupante carencia de realismo. La democracia asamblearia es positiva y útil en ciertos ámbitos, pero en otros transforma la polémica política en un puro guirigay, frustrante y contraproducente.

En ese sentido, puede resultar bien fructífera la conversión de la corriente minoritaria Nueva Izquierda (NI) en partido. Toda Izquierda Unida está necesitada de bastante más articulación. NI también. Si se constituye como partido político, habrá de elaborar una plataforma política definida, presentar unas propuestas de actuación claras y designar unos representantes autorizados, cosa que facilitará -en el plano práctico, al menos- su relación con la corriente mayoritaria.

Más allá de lo cual, cabe preguntarse si NI tiene algo propio que decir dentro de la izquierda española. Algo esencialmente diferenciado de lo que sostienen de un lado Anguita y del otro el PSOE. Hasta el presente, su mensaje más oído -y más profusamente reproducido- es el que marca su oposición frontal a lo que consideran «el fundamentalismo» de Anguita. Dicen y repiten que están radicalmente en contra de «la estrategia de confrontación» con el PSOE y que quieren que IU tenga una más intensa y productiva relación con los socialistas. Pero la mayoría de IU nunca se ha negado a establecer pactos con el PSOE. Lo que ha afirmado es que esos pactos no pueden hacerse para votar conjuntamente aquí o allá con vistas a tener mayoría en tales o cuales instituciones y repartirse los puestos de mando, sino que deben establecerse sobre programas de acción explícitos.

La cuestión que deberá clarificar el Partido Democrático de Nueva Izquierda -nombre que asumirá NI a partir de ahora- es ésa: ¿Está a favor de aliarse con el PSOE aunque éste siga anclado en la misma política que ha mantenido en estos últimos trece años? ¿Cree que es sólo IU la que debe cambiar para pactar con el PSOE, o piensa que el PSOE también debe cambiar para que esa alianza sea posible, y en qué considera que debería cambiar el PSOE, en ese caso? Un partido político no puede basarse en el simple rechazo de «las dos orillas» y el sorpasso: debe proponer una línea política propia. Habrá que ver la que elabora el nuevo PDNI para aquilatar la consistencia política de su propuesta.

03 Noviembre 1996

Puente de izquierda

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

EL RECIÉN constituido Partido Democrático de la Nueva Izquierda (PDNI) se ha propuesto sin duda una atrayente y al tiempo dificil tarea: ser nexo de unión entre el PSOE e Izquierda Unida. Pero es posible que el momento escogido por Nueva Izquierda para transformarse en partido político y empezar a actuar como tal sea el más propicio. Izquierda Unida, coalición a la que pertenece, da crecientes signos de agotamiento. A los problemas de liderazgo que padece, con un Julio Anguita que tiende a actuar más como secretario general del PCE que como coordinador de la coalición, se añaden las cada vez más tensas relaciones con Iniciativa per Catalunya, el socio catalán que lidera Ribó. De otro lado, el actual escenario político nada tiene que ver con el anterior a las elecciones del 3 de marzo. La victoria electoral del Partido Popular fuerza a las formaciones que se reclaman de la izquierda -PSOE e Izquierda Unida, fundamentalmente- a normalizar sus relaciones y a buscar espacios de entendimiento, si no respecto de cuestiones centrales como la OTAN o Maastricht, sí al menos en el ámbito de políticas concretas más directamente relacionadas con los ciudadanos. Y esto al margen de químicas, fobias o filias entre dirigentes.La constitución de la corriente más dinámica e innovadora de Izquierda Unida en partido político le otorga, en principio, una mayor capacidad de iniciativa y de influencia en el interior de la coalición frente a un PCE que no renuncia, sino todo lo contrario, a monopolizarla y a marcar hegemónicamente su derrotero. En segundo lugar, una mayor capacidad de maniobra en el exterior de la coalición, en el sentido de poder establecer relaciones propias con otras formaciones de izquierda, especialmente el PSOE, y, de explorar espacios comunes de diálogo y de colaboración.

El principal objetivo del recién nacido PDNI en su congreso constituyente es el de crear una dinámca de convergencia de toda la izquierda como alternativa a la política del PP. Ese espacio agrupa a la mitad del electorado, pero la política de Anguita, que declaró al PSOE enemigo principal -algo de lo que se benefició el PP y que costó a IU alguna derrota estrepitosa como la de Rejón en Andalucía-, hace inoperante como alternativa esa mayoría social. El nuevo partido aspira a convertirse en un foco interno de alternativa a ese sectarismo inoperante, pero ello no significa que tenga fácil el acuerdo con los socialistas. Éstos saben de sobra que sólo podrán volver a gobernar con un programa – de centro-izquierda capaz de atraer a sectores de las clases medias que verían con recelo su alianza con Izquierda Unida aunque Anguita no fuera su líder. Asuntos como una política de defensa basada en la OTAN y prioridades como las marcadas por el proyecto de- Maastricht forman parte sustancial de ese programa, y ahí es difícil por ahora el acuerdo, no ya con los dirigentes, sino con los votantes de IU.

De ahí que el nuevo partido se vea obligado a desempeñar un doble papel: el de estimular una coincidencia con los socialistas en la oposición -en campos como la defensa de la tolerancia y el Estado del bienestar-, en la esperanza de arrastrar a esa política unitaria a las bases de IU, hoy más bien reticentes, y el de intentar, mediante esa colaboración, modificar también la relación interna de fuerzas dentro del socialismo a favor de una estrategia de unidad de la izquierda diferente a la defendida por el sector mayoritario de ese partido. O sea, que unos renuncien a la teoría de las dos orillas y los otros a la de la casa común.