17 septiembre 1991

El fin de la URSS causa un nuevo enfrentamiento entre el socialista Ludolfo Paramio y el comunista Manuel Vázquez Montalbán

15 Septiembre 1991

Lugares comunes sobre la crisis soviética

Ludolfo Paramio

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Hay una parte de la opinión pública que generalmente sólo pesa de forma marginal: las cartas de los lectores. Sólo otros lectores las toman a veces tan en serio como para protestar por su publicación y anunciar una decisión firme de no volver a leer un diario que publica cosas tan atroces o tan necias. Sin embargo, en esas cartas aparecen a menudo lugares comunes que, pese a no tener credibilidad para un especialista, revelan bien un sentir popular quizá muy difundido. Este es también el caso de las opiniones que suscitan la crisis de la Unión Soviética y el fracaso del golpe del 19 de agosto.1. El fracaso del golpe significa el triunfo de la perestroika. No, más bien significa su final. Releyendo recortes de prensa y textos publicados desde 1985 parece evidente que la perestroika no era, en la concepción inicial de Gorbachov, un proyecto de restauración del capitalismo y de establecimiento de una democracia multipartidista, menos aún de desmantelamiento de la URSS como Estado unitario. Ha sido la vida, por utilizar una expresión habitual del líder soviético, la que le ha llevado a esta vía que se diría sin retorno, en la que cualquier posible Unión Soviética tendrá un carácter mucho más confederal, y estará basada en la democracia multipartidista y en la economía de mercado, independientemente de que éste funcione bien o mal. Incluso si se produjera un nuevo golpe, y triunfara, difícilmente podría ya invertir el proceso histórico.

2. El triunfo de la perestroika significaría combinar mercado y democracia con las conquistas sociales del comunismo. En la visión inicial de Gorbachov, probablemente, ésa era la apuesta. Pero se diría que ése era un proyecto que no podía salir bien. Mantener el pleno empleo o un sistema general de prestaciones sociales exige una inmensa capacidad de creación de riqueza (de acumulación de capital o de reproducción ampliada, si se quiere expresarlo así), que la Unión Soviética perdió en los años setenta. Ahora no es posible ya combinar unos servicios y prestaciones sociales decorosos con la implantación de la economía de mercado, pero tampoco mantenerlos sin economía de mercado, porque la actual economía soviética está en bancarrota. No hay que hacerse ilusiones: los cambios en la economía soviética van a tener un inmenso precio social. Pero también lo tuvo el proceso de industrialización bajo Stalin, y ahora cabe esperar, al menos, que no se produzca un inmenso genocidio.

3. El intento de golpe podría haberse evitado con una mayor ayuda occidental. No: el desabastecimiento era un pretexto para los golpistas, que lo que trataban era de evitar el derrumbe del poder central y en particular la pérdida del monopolio de ese poder por el PCUS. El golpe se intentó dar para abortar la firma del nuevo Tratado de la Unión el día 20 de agosto. Y en el mejor de los casos la ayuda occidental podría haber evitado el desabastecimiento, y dado más tiempo a Gorbachov para seguir su política gradualista, pero en ausencia de una reforma radical no permitiría sacar al país de la crisis, sino que ésta se haría cada vez más grave (con la posibilidad de un golpe quizá mejor planeado que el de agosto).

4. La Unión Soviética ha hecho su perestroika, y el capitalismo no. Ésta es una idea muy extendida entre los comunistas occidentales, y que parte de dos falacias evidentes. La primera es que el capitalismo actual es idéntico al de hace un siglo en su injusticia social y en su funcionamiento; la segunda, que el capitalismo tiene que llegar a una ruptura radical como la que ha supuesto la perestroika. No se ve por qué debería ser así: el capitalismo es compatible con la democracia, y a la larga los ciudadanos cambian la lógica de crecimiento favoreciendo la redistribución o la eficiencia. Esta es la experiencia, pese al terrible retroceso de los fascismos, del capitalismo en Europa occidental: un siglo de incesante perestroika, por decirlo así.

5. La crisis de la Unión Soviética convierte a EE UU en una superpotencia incontrolada. Es una visión un poco exagerada. Desde luego, Estados Unidos es hoy la primera potencia militar del mundo, y probablemente los países de la actual URSS van a dedicar muy poco esfuerzo económico a la competencia militar. Pero la economía norteamericana tiene las mayores dificultades estructurales de su historia, lo que significa que para una intervención militar en gran escala (por ejemplo, la guerra del Golfo) deben contar con el apoyo político y financiero de sus aliados. No es nada probable que puedan contar con dicho apoyo sin una clara legitimidad, sin el consenso en el Consejo de Seguridad y un firme compromiso global en favor de la democracia y los derechos humanos. Eso no significa necesariamente que vayamos a llegar a un orden mundial civilizado en los próximos años, pero se diría que algo se puede mejorar. Por ejemplo, puede crecer el peso real de la ONU.

6. La disolución de la OTAN favorecería la consolidación de la democracia en la URSS. Esta tesis es claramente la expresión de un reflejo condicionado contra la Alianza como quintaesencia del mal. Abandonado el esquema bipolar, una organización multilateral de seguridad es una garantía para todos frente a políticas aventureras y expansionistas. Lo que podría favorecer a la democracia en el Este y en la URSS es el establecimiento de tratados bilaterales o multilaterales de seguridad con la OTAN, para avanzar cada vez más hacia un organismo de seguridad colectiva de los Gobiernos democraticos en el mundo. Y eso no quita liara que la Alianza deba reconvertirse o reducir sus gastos, ni para que se siga avanzando por la vía de la desnuclearización, o en la creación de una organización de seguridad propiamente europea.

7. La crisis de la Unión Soviética significa el triunfo del capitalisnio. Una afirmación tan rotunda es necesariamente también ambigua. Es cierta si quiere decir que hoy casi nadie cree ya en alternativas totalitarias a la economía de mercado. Pero, si se interpreta en el sentido de que ha terminado el socialismo, es sumamente inverosímil: los deseos de libertad son en los seres humanos tan fuertes como los de justicia y seguridad. Hoy el capitalismo se enfrenta al mayor desafío de su historia: incorporar el crecimiento eccnórnico a un mundo en rápida dernocratización, y en el que esos deseos se manifestarán con irriparable fuerza. Ese reto formidable no puede ser resuelto por ningún capitalismo salvaje, neoconservador o excluyente, aunque esas tendencías puedan estar hoy en boga, e imponerse a corto plazo. En una democracia estable arraigan inevitiblemente los valores de solidaridad e igualdad de oportunidades: el capitalismo sólo triunfará, a fin de cuentas, si se generaliza el modelo socialdemócrata de sociedad.

Ludolfo Paramio es director de la Fundación Pablo Iglesias, del PSOE.

17 Septiembre 1991

El octavo lugar común

Manuel Vázquez Montalbán

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He leído, con la lógica atención y en algunos momentos, bastantes, con asentimiento, el desguace de siete lugares comunes que la conciencia de izquierda ha construido a propósito de la crisis soviética, contenido en el artículo de Ludolfo Paramio. Buena parte de esos lugares comunes quedan denunciados, sin que el llamado teórico principal del PSOE se atreva a ir más allá de la denuncia de la simplificación. Después de la perestroika, ¿qué? Después de la malformación política y económica del socialismo real, ¿qué? ¿La larga perestroika del capitalismo, supongo que iniciada por Keynes, adónde nos lleva? Porque de momento sólo ha servido para crear sociedades integradas, no solidarias, en unos cuantos rincones del globo terráqueo. Su juicio sobre la OTAN como lo contrario a la quintaesencia del mal, ¿fuerza a asumir que ha sido la quintaesencia del bien que ha permitido el derrumbamiento de la economía de guerra soviética y de su socialismo de cuartel? Puestos a ser ucrónicos, jamás sabremos qué evolución habría experimentado el socialismo real desbloqueado y qué energías internas de cambio habría sido capaz de generar. O ucrónicos todos o ucrónico nadie.Donde el artículo de Paramio empieza a ser desvirtuador es cuando, con más deseo de pronóstico que prudencia de deseo, afirma que el capitalismo del futuro, si quiere ser bueno, ha de «incorporar el crecimiento económico a un mundo en rápida democratización y en el que esos deseos se manifestarán con imparable fuerza». ¿Qué mundo es el que está en rápida democratización? ¿El mundo que vive la parodia democrática latinoamericana? ¿O el mundo árabe, advertido y escarmentado sobre cualquier aventurerismo de corrección del estatuto imperialista? ¿África? ¿Un territorio desintegrado y salpicado de centinelas de Occidente, una vez arruinadas las garitas de Oriente? El capitalismo ha dejado de ser salvaje en aquellas zonas del mundo donde ha tenido un serio antagonista que lo ha combatido en su globalidad o desde posiciones reformistas. No ha cedido ni un duro, ni una hora de descanso, ni un cuarto de hora para el bocadillo, sin presión, sin lucha, sin sangre, sin muerte. Y mientras millones de seres pertenecientes a las capas populares enarbolaron ante el capitalismo la referencia de la alternativa socialista radical, se arrancaron concesiones que desde la óptica capitalista pudieran ser consideradas mal menor, o alivio alentador de la productividad, desde una filosofía taylorista.

¿Quién va a impedir al capitalismo que sea consecuente? ¿Por qué llamamos salvaje al capitalismo realmente existente, que puede sonreírle a Paramio o a mí en Madrid o en Wall Street, o en Marienbad, pero que enseña los dientes a un inmenso resto de humanidad que es también capitalismo, que forma parte del sistema en su globalidad? Es en este punto cuando aparece el octavo Jugar común. Escribe Paramio: «En una democracia estable arraigan inevitablemente los valores de solidaridad e igualdad de oportunidades: el capitalismo sólo, triunfará, a fin de cuentas, si se generaliza el modelo socialdemócrata de sociedad». Acabáramos. La socialdemocracia será la Doña Inés del capitalismo y lo redimirá, al parecer con la condición previa de una universalización de las democracias estables donde hayan arraigado los valores de solidaridad e igualdad de oportunidades. Cuando todo el mundo sea Suecia, supongo; pero para llegar a ese final feliz, ¿cómo se consiguen democracias estables, económica y socialmente integradoras, en las tres cuartas partes de la Tierra, depredadas por el sistema en un calculado juego de interdependencias que no pongan en peligro la capacidad de acumulación de los centros del imperio?

La socialdemocracia no puede apropiarse de los avances democráticos que se han producido en el mundo durante más de 150 años de lucha contra el imperialismo moderno. Porque el imperialismo capitalista sigue existiendo, y buena parte de la: socialdemocracia realmente existente ha utilizado mucha energía histórica para apuntalarlo. No se ha prestado a esa tarea porque la socialdemocracia sea intrínsecamente perversa, sino porque ha sido consecuente con dos coartadas estratégicas que durante casi 70 años han marchado unidas, pero con el claro propósito de que, en un momento determinado, la fundamental se despegara y abandonara a la coyuntural, como las naves espaciales abandonan en un momento determinado a las que les dieron impulso. Había que escoger entre la barbarie capitalista y la estalinista, pero desde la clara conciencia de que, por su propio desarrollo, el capitalismo conduciría al socialismo como única manera de dotarse de un cerebro racionalizador del desarrollo universal.

Parece ser que el momento del despegue socialdemócrata ha llegado y el capitalismo se dejará domesticar y hará suyo un proyecto universal de solidaridad e igualitarismo. Yo también creo que en estos momentos necesitamos una socialdemocracia nacional e internacional fuerte para hacer posible una nueva idea de progreso global, que ya no puede ser la de progreso indefinido y exclusivamente acumulativo que guió el utilitarismo capitalista y marxista. Pero ¿qué socialismo democrático? El realmente existente ha demostrado que sólo puede actuar como asistente social o como Verónica de las víctimas del sistema. El socialismo realmente existente no está en condición ni siquiera de tener una estrategia universal propia, y, arqueología pura ya la cuestión de la OTAN, ¿dónde se metió esa socialdemocracia cuando el capitalismo salvaje impuso su lógica en la resolución del conflicto del Golfo? Ni siquiera Paramio nos iluminó entonces con su pensamiento, cuando siempre ha sido norma de su conducta de primer teórico del PSOE aparecer en los momentos de crisis, orientándonos sobre la OTAN, sobre la Ley de Empleo Juvenil o sobre el 14-D. Por cierto, ¿en qué desván está guardada la Ley de Empleo Juvenil, fruto del pensamiento de la socialdemocracia real en la corrección del capitalismo salvaje?

El octavo lugar común es que esta socialdemocracia es la que va a reconducir al capitalisino. Esta socialdemocracia es un residuo, teórico, ético, estético y estratégico incapaz de levantarle la voz al capitalismo multinacional y colaboradora con él en fijar los precios mundiales de todo cuanto se produce, incluidas la cocaína y las armas: químicas, nucleares, bacteriológicas o verbales. Pero es cierto que el socialismo democrático es el único posible, capaz de colocar al mismo nivel de exigencia las llamadas libertades formales o instrumentales y las libertades materiales desalineantes. Es cierto que los derechos humanos son convencionales, pero, no abstractos, y que es necesario que sean universalmente concretos, pero hay que ampliarlos, y el capitalismo ni siquiera está en condiciones de suscribir una práctica universal del derecho a sobrevivir. Creo que las deprimidas huestes del proyecto comunista, nuevas izquierdas extramuros y los más lúcidos valedores de una socialdemocracia no alineada por su doble coartada septuagenaria deberían dejar los lugares comunes pasados y presentes como basura tristemente orgánica, que tal vez ayude a enriquecer de experiencias el terreno del futuro. Por eso invito a Paramio a que salga de esa falsa casa común, que más parece una oficina. de colocación histórica, y entre todos hagamos una nueva lectura del desorden terrible que nos rodea, frente al que algunos podemos oponer el maquillaje de un discurso odiosa e ineficazmente ensimismado.

Manuel Vázquez Montalbán