5 marzo 1996

El que está considerado el diario más cercano al nuevo presidente del Gobierno defiende que Jordi Pujol es el principal referente del 'centrismo' en España y que el PP sólo se moderará si pacta con él

Pedro J. Ramírez (EL MUNDO) pide a Aznar que pacte con Pujol y eche a Vidal-Quadras, desatando réplica de Jiménez Losantos (ABC)

Hechos

  • En su editorial del 6 de marzo de 1996, poco después de las elecciones, EL MUNDO recomendó en su editorial al PP que pactara con D. Jordi Pujol (CiU) al tiempo que le recomendaba cambiar al líder regional del PP catalán, Sr. Vidal Quadras. Réplico desde ABC el Sr. Jiménez Losantos.

Lecturas

EL NECESARIO PACTO DE AZNAR CON LOS NACIONALISTAS CATALANES:

aznar_pujol D. Jordi Pujol con D. José María Aznar

La tesis del director del diario EL MUNDO es que el principal referente del ‘centro’ político en España era D. Jordi Pujol y que si el Partido Popular quería de verdad ‘girar al centro’ debía para ello pactar con CiU, el partido del Sr. Pujol. Se daba la circunstancia de que el Sr. Pujol necesitaba el apoyo del PP en Catalunya para gobernar en el Parlament catalán y ahora en el Congreso de los Diputados era el PP el que necesitaba el apoyo de los diputados de CiU para poder gobernar el Estado. Además D. Pedro J. Ramírez defendía que para lograr ese entendimiento debía defenestrar el presidente del PP catalán, D. Aleix Vidal-Quadras, por considerar que era demasiado anti-nacionalista y que no se podía hacer política anti-nacionalista, porque eso era hacer política ‘contra la mayoría de los catalanes’.

Desde el diario ABC, el columnista D. Federico Jiménez Losantos (anti-nacionalista y próximo al Sr. Vidal-Quadras) replicó los argumentos del Sr. Ramírez.

06 Marzo 1996

AZNAR SÓLO GOBERNARÁ SI GIRA DE VERDAD AL CENTRO

Editorial (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer
El PP se ha equivocado en Cataluña, al apostar por un hombre tan proclive al radicalismo anti-nacionalista como Vidal-Quadras. Es así de elemental: no se puede hacer política en Cataluña contra la inmensa mayoría de los catalanes.

Desde que se conoció el resultado de las elecciones del 3-M, hemos puesto insistentemente el acento en sus dos consecuencias mayores: primera y principal, la derrota del felipismo; segunda, los más de nueve millones de votos conseguidos por las listas del PSOE. La primera era esperada; la segunda, no. Está claro que hay un buen número de votantes del PSOE que no se manifiestan como tales públicamente (y, por lo tanto, tampoco ante los encuestadores).

Pero, ocultos o no, los 9.318.600 votos llegaron el 3-M a las urnas y emergieron de ellas, razón por la cual no sólo es necesario aceptarlos -faltaría más-, sino también explicarlos. Y para explicarlos no basta con apelar al insuficiente vigor ético de una parte de la población española, a la existencia de una cuota de votos subsidiados, a la parcialidad grosera de los medios de comunicación afines al felipismo o a la importancia del llamado «voto del miedo». Todo eso es real. Pero no conforma toda la realidad.

Miedo y bochorno.- Entre otras cosas, porque para que los llamamientos al «voto del miedo» puedan tener éxito -y lo han tenido- es preciso que haya cosas que den miedo. No basta con un doberman, una bomba atómica y unas cuantas imágenes tétricas más. Para provocar asociación de ideas hace falta que haya ideas asociables. Y las hay.

Es cierto que Aznar y buena parte de su equipo han insistido machaconamente en los últimos años en sus sentimientos de centro. Pero ha habido bastantes ocasiones en las que esa retórica no se ha traducido en hechos. En los actos electorales del PP se cuelan grupos de extrema derecha que enarbolan banderas preconstitucionales y nadie les dice nada. Y eso da miedo. Ante la sede central del PP se concentran en las grandes ocasiones, como la del domingo, gentes que gritan cosas aberrantes, del tipo de «¡Pujol, enano, habla en castellano!», y nadie les corta el vuelo. Y eso da miedo. Un concejal del PP se permite afirmar que los combatientes de las Brigadas Internacionales fueron asesinos, y no se le destituye fulminantemente. Y eso da también miedo.

No da miedo, pero sí un cierto bochorno, que Aznar, puesto a personificar sus apoyos en el mundo de la cultura, elija a Julio Iglesias. Y que pasee por sus mítines, en plan estelar, a un personal del mundo de la farándula, las varietés y la copla que, por merecedor de respeto que sea, no parece la quintaesencia de la modernidad. Francamente: símbolo por símbolo, es lógico que sean muchos los que se sientan más cómodos con la imagen vitalista de Antonio Banderas que con la del intérprete acartonado de «La vida sigue igual».

Pueden parecer cuestiones menores, pero no lo son: la imagen pública se construye con ellas. Tanto más cuanto que se vinculan con planteamientos ideológicos arraigados. Igual que criticamos a Aznar por rodearse de la parafernalia cultural de la España más cañí y conservadora, lo hicimos -con ocasión del Congreso del PP y de su participación en EL FORO DE EL MUNDO- por su preocupante falta de sensibilidad ante los nacionalismos históricos. Es un disparate, para alguien que trata de gobernar la España del siglo XXI, mantenerse en los tópicos del nacionalismo español más superficial y monolítico, cual si aspirara a ser el pebetero en el que arden las esencias de la Patria.

Asumiendo los resultados de las elecciones, Aznar tiene ante sí dos reválidas, que en realidad son sólo una. Debe demostrar que no solamente se proclama de centro, sino que lo es. Y que lo es su partido. Y que lo es su política. Y ha de probar también que, precisamente porque es de centro, puede coexistir, entenderse y colaborar -como lo hizo la UCD, con una política de estricto centro- con los nacionalistas catalanes y vascos.

En esa línea, debe empezar por comprender que ha llegado la hora, dentro del propio PP, de aparcar a sus elementos más conservadores y derechistas. Y de poner en su sitio de una vez a todos los nostálgicos del franquismo, abiertos o vergonzantes.

A la vez, debe reconocer abiertamente que se ha equivocado en Cataluña, al apostar por un hombre tan proclive al radicalismo anti-nacionalista como Vidal-Quadras. Es así de elemental: no se puede hacer política en Cataluña contra la inmensa mayoría de los catalanes.

El centrismo, piedra de toque.- Ayer, el portavoz de Convergència, Pere Esteve, exigió al PP que admita la realidad plurinacional de España y el «hecho diferencial catalán» como condición previa a cualquier negociación. Rodrigo Rato respondió horas después que no ve ningún problema en ello, porque se trata de criterios recogidos en la propia Constitución. Se trata de una reacción alentadora.

Es la hora del centro para el PP. Para reforzar ese centro deberá apoyarse, a escala central, en aquellas personas que la ciudadanía viene identificando desde siempre con el centro. Y, de cara a las nacionalidades históricas, habrá de regirse igualmente con criterios de centro. No puede olvidar que Jordi Pujol es uno de los veteranos de esa posición en el mapa político. Y que Duran i Lleida, socio suyo en el Partido Popular Europeo también ha estado desde siempre en el centro-derecha. Del centro -de aquel Centre Català que tan en sintonía estuvo con el liberalismo de Joaquín Garrigues- procede asimismo quien hoy es el político más reticente a un acuerdo PP-CiU: Joaquim Molins. El propio Miquel Roca, hoy en dique seco, puede jugar un papel importante de cara a ese entendimiento.

El centro había sido hasta aquí para Aznar un buen referente teórico. Ahora se le ha transformado en imperiosa necesidad. O gobierna desde el centro o no gobierna. ¿Será capaz de asimilar esa necesidad, primero, y luego de hacer lo necesario para ajustarse a ella? De momento tiene todas las apuestas en contra. Pero también las tenía cuando accedió a la Presidencia del PP. Y entonces supo remontar la pendiente.

07 Marzo 1996

¿QUÉ ES GIRAR AL CENTRO?

Federico Jiménez Losantos

Leer
Si hay un liberal de verdad, en Cataluña, ése es Vidal Quadras, no Pujol. Que Aznar pacte con Pujol no es girar hacia el centro sino a la extrema derecha. Pero, ay, temo que si la extrema derecha no es española, a algunos no sólo les resulta simpática sino «liberal»

Mi inolvidable director y buen amigo Pedro J. Ramírez ha publicado un largo editorial en EL MUNDO que, con la mejor intención y la máxima delicadeza, resume casi todos los errores de la Transición. El título del editorial resume muy bien su tesis: ‘Aznar sólo gobernará si gira de verdad al centro’.

Esto supondría aceptar que Aznar no ha sido nunca de centro y que por tanto ha mentido a sus electores. Yo creo que eso es mentira y que Julio Iglesias le acompañe en un mitin no me parece suficiente argumento para colocarlo en la extrema derecha. Podríamos decir que en el PP son un poco horteras, porque les gusta Julio Iglesias. Pero todavía hay una distancia moral y política notable entre que Julio Iglesias salude a Aznar en un escenario a que, en otro escenario, dirija la palabra al pueblo el hermano de Juan Guerra. Ya he dicho que eso de traer artistas famosos o famosillos para pedir el voto a cualquier partido, me parece repelente, me asquea. Pero le doy más importancia a lo que es un discurso político y una trayectoria histórica. Al lado de lo que ha hecho Aznar, la verdad, todo lo que hagan Banderas, su señora y su pata negra resultan insignificantes.

Pero lo más sorprendente de tu argumentación editorial es que Aznar tiene que «girar al centro» para entenderse con los nacionalistas catalanes. Pero que me digas en serio que Convergéncia es un partido de centro, y que le eches la culpa a Vidal Quadras por la falta de atracción de Convergéncia hacia el PP sobrepasa con mucho los términos del rigor intelectual.

Si hay un liberal de verdad, en Cataluña, ése es Vidal Quadras, no Pujol, que es un político mesiánico que prohíbe la libertad de enseñanza, que proscribe el idioma común de los españoles, que riega con subsidios un caudal de votos no inferior al del PSOE, que a través de Javier de la Rosa ha hecho toda clase de negocios turbios, que ha convertido el catalanismo de Cambó en un forofismo de hincha de fútbol, que es sectario hasta la médula, excluyente hasta la náusea y xenófobo hasta decir basta, como lo prueban los miles y miles de ciudadanos que han tenido que abandonar a la fuerza Cataluña para no disfrutar del «centrismo» y la «moderación» de Pujol ¿Ahora es «centrista» la limpieza ling uística? Todos los defectos de corrupción del felipismo, corregidos y aumentados, se dan en la Cataluña pujolista. ¿Eso es el centrismo? Pues para ese centrismo no hacían falta muchos giros ni muchas reconvenciones, cuando estaba al frente de la inexistente AP otra gente y no tu execrado Vidal Quadras, el PP no tenía ningún problema centrista: obedecía a Pujol y bastaba. Alguna vez creo que sobraba.

Para remate, sabrás que don Jordi acaba de inaugurar un museo de propaganda de lo que llama Historia de Cataluña, que ha costado cuatro o cinco mil millones y que comienza con los restos de un homínido y termina con una apoteosis de Pujol. Apoteosis en la que, según las crónicas, apenas aparece o no aparece ¡nada menos que Tarradellas!, la más burda propaganda totalitaria tirando a manos llenas el dinero público. ¿Eso es centrismo? ¿Esa, moderación?

Que Aznar pacte con Pujol, si éste se deja. Pero los liberales y centristas de siempre habremos de mirar a otro lado y taparnos la nariz. Eso no es girar hacia el centro sino a la extrema derecha. Pero, ay, temo que si la extrema derecha no es española, a algunos no sólo les resulta simpática sino «liberal». Al final va a resultar que la moderación en España se define por el aizkolari y los Aromas de Montserrat. Les ha costado un siglo, pero al final los liberales hemos perdido la última guerra carlista. ¡Los carlistas, Pedro! Eso que llamas moderación y centro no son más que los carlistas pasados por Hermés. Si Aznar te sigue -cosa probable- y Pujol se deja -cosa difícil, pero no imposible- la Restauración Canovista va a parecernos cosa de Robespierre. Esperando que ambos suframos mejor suerte que Danton, se despide tu girondino amigo.

Federico Jiménez Losantos

13 Abril 1996

Pujol, en el centro

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

EL PROCESO político resultante del cambio de mayoría ha entrado en una nueva fase. Culminadas las consultas con los partidos parlamentarios, el Rey comunicó ayer al presidente del Congreso el nombre de Aznar como candidato a la presidencia del Gobierno. Los nacionalistas canarios han firmado, por su parte, un compromiso para apoyar su investidura. Aunque lo más importante -el apoyo del nacionalismo catalán- siga pendiente, ese acuerdo con Coalición Canaria (CC) rompe una peligrosa dinámica de emulación abierta por los posibles socios del PP, que habían declarado una auténtica carrera por ver quién encarecía más sus votos.Este acuerdo hace que sea prescindible numéricamente -otra cosa es la conveniencia política- el apoyo del PNV para la investidura. El escenario queda así despejado. En su centro quedan solos los dos protagonistas del acuerdo en ciernes: Aznar y Pujol. Es decir, Pujol. Es él quien tiene que decidir si apoya al otro o asume la responsabilidad de una convocatoria electoral anticipada.

Las dificultades invocadas por el presidente catalán en los primeros momentos tras las elecciones no eran ficticias. Las urnas le habían puesto ante el dilema de apoyar a un partido que, de haber obtenido la mayoría que esperaba, prometía limitar el poder de los nacionalismos periféricos. Esa paradoja no impide que haya más motivos para el entendimiento que para la ruptura. Sectores muy influyentes en Cataluña apuestan por el acuerdo. Sobre todo porque la alternativa, la convocatoria de elecciones anticipadas, es la peor de las opciones para todos.

La paradójica posición del nacionalismo catalán explica una estrategia negociadora agresiva. La justificación es que sólo si obtiene seguridades -que es algo más que contrapartidas- podrá votar la investidura de Aznar. Seguridades de que el PP no utilizará ese poder al que accede con el concurso de los nacionalistas para intentar cortar la hierba bajo los pies de éstos. Esa aspiraciónde Pujol es lógica. No lo sería, en cambio, pretender aprovechar los problemas concretos de la investidura de Aznar para plantear proyectos unilaterales de hondo calado y cuya necesidad no es evidente para la mayoría de los españoles, Al menos, no con la urgencia a que obligaría el acuerdo político entre CiU y el PP.

Seguramente es conveniente retocar el modelo de financiación autonómica y tal vez también otros aspectos del sistema de distribución territorial del poder. Pero ello ya era igual de necesario (o de superfluo) antes de que las urnas produjeran un resultado que concede a Pujol un poder más que proporcional al de sus votos. Las propuestas de reforma confederal del Estado, de avanzar hacia un federalismo, simétrico o asimétrico, o hacia un modelo canadiense pueden ser dignas de consideración. Pero las decisiones que al respecto se adopten no podrán ser el resultado de que Aznar necesite los 16 votos de CiU. Puede que se trate sólo de movimientos de estrategia negcciadora.: proponer lo más para obtener lo razonable. Pero si fuera algo más, conviene decir que una negociación para el voto de investidura no es el marco ¡adecuado para plantear tales cosas.

Sin embargo, no es cierto que el PP carezca de margen para llegar a acuerdos con los nacionalistas. Es verdad que- durante tres años el discurso ha sido de descalificación burda. Sin embargo, el programa, electoral del PP contiene elementos que lo hacen compatible con algunas de las aspiraciones nacionalistas. Por una parte, la oferta de culminar el traspaso de competencias pendientes con las comunidades del artículo 151: algo central en las reivindicaciones del PNV. Por otra, la propuesta de un sistema estable de financiación basado en la corresponsabilidad fiscal que garantice la suficiencia financiera de las comunidades, como reclama el nacionalismo catalán. Hay más coincidencia de lo que. suele pensarse entre la visión de Pujol sobre una mayor correspondencia entre la contribución de cada comunidad y su capacidad de gasto y los criterios de eficiencia competitiva del programa del PP. El principio de favorecer a las comunidades económicamente más dinámicas podría ser compartido por PP y CiU si los mecanismos de compensación garantizan un mínimo homogéneo en la prestación de servicios.

La oferta del PP que ayer estudiaba la plana mayor de CiU contempla la cesión a las autonomías del 30% del IRPF, con una fórmula que permitiría una introducción de criterios de corresponsabilidad en la recaudación -algo inexistente hasta ahora-. La discusión entra así en terrenos cuantificables, lo que permitirá juzgarla con criterios racionales. Es mejor que sea así.

09 Agosto 1996

V-Q como aviso

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

EL PRESIDENTE del PP en Cataluña, Aleix Vidal-Quadras, ha puesto en un apuro a su propio partido al declarar, en el marco de un debate universitario en Santander, que los partidos nacionalistas son «uno de los problemas más graves e insidiosos de la democracia». Vidal-Quadras censuró también la «ingenuidad», » Impotencia» y «fragilidad doctrinal» -demostradas por el PSOE y el PP a la hora de relacionarse con CIU y el PNV. Vidal-Quadras lleva años diciendo más o menos lo mismo, pero desde que los resultados de las elecciones legislativas forzaron a su partido a buscar el apoyo de los nacionalismos periféricos se había abstenido de insistir. Ahora regresa donde solía argumentando que una cosa es el respeto al pacto -en un gesto de reciprocidad, el PP es ahora una fuerza sumisa a CIU en el Parlamento catalán- y otra la renuncia del PP a sus señas ideológicas. Pero las reacciones producidas en los socios actuales del PP indican que no siempre es posible distinguir lo uno de lo otro. Y menos cuando se considera a partidos que tienen y respetan el aval de las urnas como un problema para la democracia.El mismo martes, un portavoz del PP se apresuraba a desmarcar al partido -«es sólo una opinión personal»- a la vista de la reacción de CiU: si lo que piensa Vidal-Quadras es lo que piensa el PP, debería buscar otros socios. Vidal-Quadras argumenta que CiU también ha suscrito el pacto sin renunciar a sus principios y asegura que una cosa son las convicciones y otra, las alianzas, pero el PP no ha sostenido aparentemente tales convicciones y, por ejemplo, de denunciar la inmersión escolar ha pasado a reclamar la rotulación en catalán de la terminal de Barajas del puente aéreo. El episodio revela, en todo caso, la debilidad de un giro dictado por la necesidad antes que por la convicción e insuficientemente explicado. Vidal-Quadras demuestra que hay un problema no resuelto en el PP.

Existe también una visión interna, en clave doméstica, de la andanada cántabra de V-Q. Está cerca el congreso regional del PP y la renovación de su dirección. Tras el pacto forzoso con CIU, pareció que Vidal-Quadras perdía fuerza en favor del sector que él mismo tilda de criptoconvergente. Sin embargo, sus más destacados representantes -Fernández Díaz, Lacalle- han recibido encargos en la Administración o en organismos públicos que los han alejado de la competición congresual. El propio candidato popular en las últimas elecciones, que predicó con relativo fracaso un giro catalanista del PP, Trias de Bes, ha sido enviado a la presidencia de Trasmediterránea. En esta situación, se produce la salida de tono de V-Q ,de la que discrepan públicamente incluso algunos de sus más allegados. ¿Osadía suicida de alguien que está incómodo en su nuevo papel de aliado de quien considera un peligro para España? ¿Pasión por el propio discurso intelectual que no atiende a cálculos coyunturales? ¿Prueba de fuerza en vísperas congresuales? ¿Anticiparse a su propio funeral? En cualquier caso, Vidal-Quadras, que tiene la creencia de que su discurso es el que esperan las bases catalanas del PP, siempre ha manifestado que no se presentará a la reelección si no cuenta con el apoyo de Aznar. ¿Se lo dará éste cuando, aparentemente, el partido no comparte las opiniones personales de su dirigente catalán? Aznar, que colocó a Vidal-Quadras al frente del PP en Cataluña, se ha limitado a considerar que todo se debía a una «calentura de verano». El inminente congreso deberá aclarar la situación y la clave estará en la ponencia política que deberá fijar una postura orgánica en asuntos sobre los que Vidal-Quadras ya se ha pronunciado.