8 octubre 2010

Premio Nobel de Literatura para el escritor español-peruano Mario Vargas Llosa

Hechos

Fue noticia el 8 de octubre de 2010.

08 Octubre 2010

Mario, al fin

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El Nobel reconoce en Vargas Llosa la grandeza de su literatura y su compromiso con la libertad

En la obra de Mario Vargas Llosa se tratan todos los asuntos que atañen a la condición humana y, para abordarlos y ahondar en sus misterios, ha cultivado todos los registros de la literatura. Ha narrado situaciones trágicas y disparatadas, ha recreado los paisajes de su país pero también el ruido de las metrópolis del siglo XX, se ha hecho acompañar por personajes cargados de vida y de contradicciones, ha explorado los recovecos del poder y las alcantarillas del alma. Junto a sus obras de ficción, irrumpe con fuerza la voz del ciudadano que se pronuncia a propósito de los problemas de su tiempo y se compromete con sus ideas de manera apasionada. Crítico con las situaciones de injusticia y con muchas políticas de los más diversos Gobiernos, muchas veces incómodo, siempre curioso por cuanto sucede en todas partes. En su afán por estar allí donde ocurren las cosas, ha cultivado el periodismo y no ha abandonado nunca la escritura inmediata que cabalga a lomos de la actualidad.

El secreto para llevar adelante desafíos tan distintos está en su prosa transparente, rigurosa, cargada de destellos poéticos dentro de su estricta sobriedad. Novelas, teatro, ensayos: el español que ha cultivado Vargas Llosa ha contribuido a iluminar las zonas oscuras, tanto las que tienen que ver con lo personal como las que se proyectan en el mundo, y lo ha hecho con un lenguaje de una gran elegancia y repleto de recursos y de un vasto y riquísimo vocabulario.

Por todo eso se merecía hace ya años el Nobel de Literatura, y por eso hay que celebrar que la Academia Sueca levantara esa especie de veto ideológico que le impidió habérselo concedido hace tiempo. El premio sirve también para reconocer el peso del español en el nuevo mundo globalizado y su extraordinario empuje. Vargas Llosa es uno de sus mejores embajadores.

Desde hace ya años, la Academia Sueca que concede el Nobel parece premiar, además de a un escritor, a la causa que considera que defiende, o que representa. Por eso a veces, cuando se concede, no se habla tanto de literatura como de los conflictos que el mundo padece. Los valores que ha defendido la Academia han tenido, además, casi siempre que ver con las luchas de las minorías, la valentía de quienes se enfrentan al poder, el coraje de los que construyen sus obras en ambientes adversos. Seguramente por eso, se le negó injustamente a Jorge Luis Borges. A sus supuestas simpatías con la dictadura militar de Videla se debe el ninguneo. Vargas Llosa, que escapa a toda catalogación y no ha escondido sus ideas liberales y sus críticas a las mitomanías izquierdistas, también parecía condenado a no recibirlo nunca.

La Academia ha encontrado por fin la manera de aunar la grandeza de su literatura con las causas que tanto aprecia, al sostener en el fallo que se lo concede «por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual». Con el premio a Vargas Llosa, el español confirma su riqueza y su potencial para seguir alimentando la gran literatura universal.

08 Octubre 2010

Un liberal comprometido con la literatura, la política y la vida

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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EL ESCRITOR Mario Vargas Llosa es gracias a su doble nacionalidad el sexto español que recibe el Nobel de Literatura y, tal vez, el autor en lengua española más universal de nuestros días. La Academia sueca ha laureado este año a un escritor total. A un hombre coherente y comprometido, a un liberal de pro empeñado, desde hace décadas, en jugársela por la democracia, por la libertad y por su tiempo. El mismo que se opuso a Alan García, combatió en las urnas a Fujimori y exorcizó los fantasmas del dictador Trujillo en La fiesta del Chivo. Y que ahora denuncia los peligros de internet y de lo políticamente correcto. El premio es un reconocimiento a una obra narrativa y ensayística imponente, comparable a la de un Balzac o un Mann. Un rostro múltiple aparece en el espejo en que se mira Vargas Llosa: el autor de una veintena de novelas universales -desde Conversación en La Catedral a La guerra del fin del mundo-, el lúcido ensayista y teórico de la literatura, el periodista crítico y valiente, el intelectual apasionado del teatro, el lector voraz e incansable. Pero, sobre todo, Vargas Llosa es ese hombre que jamás elude el compromiso, el liberal que ha apoyado sin estruendos la apuesta por el partido de Rosa Díez y un agudo observador de todo lo que pasa en nuestro país. Convencido de que la literatura es la mejor defensa contra la infelicidad y tentado por las utopías, se ha decantado siempre por una crítica implacable de los abusos del poder y una defensa de los valores del humanismo.

08 Octubre 2010

Mario y la novela total

Juan Luis Cebrián

(RAE)

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Náufrago en una isla desierta, si la diosa Fortuna le permitiera a Mario Vargas Llosa llevarse para su solaz un solo libro de todos los que ha escrito, escogería Conversación en La Catedral. Yo en cambio espigaría de entre su obra La casa verde, una de las novelas más simbólicas, en ocasiones de tendencia casi surrealista, que ha salido de su pluma. Hace ahora cuatro años que comentamos esta breve discrepancia, como algunas otras menores entre nuestras muchas coincidencias, durante un coloquio en la Feria del Libro de Madrid, con motivo de la presentación de la obra completa de Mario, editada por Alfaguara. Es imposible, por supuesto, no rendirse ante la evidencia de que La casa verde no fue ni su mayor éxito de ventas ni el libro más apreciado por la crítica, pero la carpintería literaria que cimienta la obra, su magistral mezcla de lugares, tiempo y emociones, me parecieron ya cuando salió todo un homenaje a la literatura, a la belleza del arte, en estado prácticamente puro.

Como en el caso de todos los escritores del boom latinoamericano, la obra de Vargas Llosa mantiene desde entonces una relación intensísima con las emociones, los desvaríos y ensueños de la generación de los sesenta. Esta fue una década marcada por un anhelo de libertad como no recuerdo se haya producido en todo Occidente después de la II Guerra Mundial. Confluían en las aspiraciones de la época demandas muy diversas, que iban desde la revolución política a la sexual, y que en el caso de España apenas podían expresarse. La incorporación a nuestro universo literario de un buen elenco de jóvenes escritores latinoamericanos (García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa…), y el descubrimiento tardío de maestros como Borges o Asturias, galvanizó por entonces la conciencia de una España que despertaba al desarrollo económico y pugnaba por sacudirse las cadenas de la mediocridad y la miseria. Descubrimos también gracias a ellos, casi de golpe, el mestizaje posible entre el realismo social, que pugnaba por abrirse paso en nuestro país, y el realismo mágico que aquellos autores nos regalaban. En aquel peregrinaje artístico, tan inesperado como placentero, los latinoamericanos de la época nos ayudaron a descubrir los perfiles de nuestra propia identidad, frente a la cultura acartonada, provinciana y triste que el franquismo patrocinaba.

Leí la primera novela de Mario, La ciudad y los perros, nada más publicarla Seix Barral en 1963, como ganadora del Premio Biblioteca Breve. Apenas un año más tarde recalé en la sede central de la agencia de noticias France Presse, en la plaza de la Bolsa parisiense, en demanda de un puesto de becario como redactor de la sección de América Latina. Tienes suerte, me dijeron, hace poco se nos marchó un peruano, un tal Vargas Llosa; le dieron un premio de novela y al parecer ha decidido dedicarse desde ahora solo a la literatura, te puedes sentar en su silla. Así lo hice, ¡y a ver si se me pega algo!, pensé entre sonrisas. A partir de aquella anécdota he seguido paso a paso la trayectoria de Mario, como lector primero, como amigo, editor y compañero en las tareas de Academia después. Es el creador de un modelo literario cercano a la perfección. Por un lado, siempre ha sido antes que nada un contador de historias, un narrador puro, de una plasticidad formidable en sus descripciones, siempre preocupado, no obstante, por el rigor en los detalles y la comprobación de los mismos, lo que le acerca de manera inevitable a las fronteras del mejor periodismo. Por otro, es de admirar su personal involucración en la política, desde una concepción sartriana del compromiso, del engagement tal y como lo entendíamos y lo pretendíamos vivir en aquella década de los sesenta, dorada para nosotros todavía, en nuestra memoria y en la de nuestras frustraciones. De La ciudad y los perros me había impresionado su sencillez narrativa, la plasticidad del relato y su cercanía a algunas vivencias de la España de entonces. Las experiencias del colegio militar de Lima se parecían como un huevo a otro huevo a las que muchos reclutas de la mili tenían que padecer en el ejército español. El antimilitarismo era corriente obligada entre los jóvenes de la época, y tras mi estancia en París, cuando me vi obligado a ingresar en una escuela de automóviles del Ejército del Aire como orgulloso perteneciente a la clase de tropa, volví a agarrarme a aquel libro que demostraba hasta qué punto la vulgaridad de los comportamientos de nuestros instructores y mandos era idéntica, en su zafia brutalidad, a la que Vargas Llosa describía. Pero la llegada de La casa verde, que había escrito en París precisamente durante la época en que se ganaba la vida como redactor de France Press, constituyó para mí una revelación de la que todavía disfruto. Creí entender entonces, y lo sigo pensando ahora, que aquel era un experimento, trabajoso y pertinaz, de alguien absolutamente decidido a escribir la novela total (un empeño este que luego veríamos repetido en obras tan inmensas como Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo). En las descripciones de los escenarios amazónicos y de la choza prostibularia de Piura -por utilizar sus propias palabras- descubrí a un tiempo la herencia de un Faulkner y una intensa sensualidad, entre refinada y sórdida, producto de las lecturas de Flaubert. Creo que no ha habido en la literatura castellana nadie capaz de emular a Mario en su destreza magistral a la hora de convertir el sexo en materia prima de la belleza artística.

Alguna vez le escuché decir que es imposible discernir entre la memoria y la fantasía. Escribo ahora estas fugaces líneas precisamente de memoria, desde esa América Latina tan querida para él, y a la que ha entregado lo mejor de sus esfuerzos, de sus años y de su inteligencia, sin por eso dejar de ser un europeo con casas en Londres y Madrid. Pero sé distinguir perfectamente la ausencia de cualquier tipo de fantasía en mis valoraciones, quizá subjetivas, aunque compartidas por una multitud, acerca de la excelencia de la obra de Vargas Llosa. Hace muchos años que la Academia sueca debería haberse fijado en él para otorgar un galardón que no admite discusiones y que en ocasión como esta, al igual que tantas otras veces, honra más a quien lo entrega que a quien lo recibe. La precocidad de su talento, su proteica vitalidad y su biología portentosa permiten empero que el reconocimiento llegue cuando todavía le queda mucha obra por delante. Sus amigos, sus lectores, los millares de discípulos secretos que descubren en su prosa el músculo fibroso y mineral de su condición de escritor, estamos de enhorabuena.

08 Octubre 2010

Vargas Llosa, un Premio Nobel contra la moral degradada por la codicia

Luis María Anson

(RAE)

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SE LO MERECÍA más que nadie. Cuando contraté sus artículos, hace más de 30 años, para la agencia Efe, era ya un Premio Nobel. Todavía lo fue más al incorporarse durante largos años al ABC verdadero. Allí escribió artículos sagaces, despiojados de insultos y agresividades. Ganó el Premio Mariano de Cavia y pronunció un discurso memorable en la cena tradicional del periódico. Otoño tras otoño, octubre tras octubre, yo apostaba para el Premio Nobel por el autor de Conversaciones en la catedral, el que supo cantar la tibia belleza virgen en La fiesta del chivo y las lágrimas escarchadas en los ojos de la adolescente púber; el que escribió teatro sobre el laberinto de la tristeza y al que admiré también como actor junto al prodigio de Aitana Sánchez-Gijón. El Premio Nobel le llega, en fin, en plena madurez creadora. Debió recibirlo antes pero le quedan muchos años por delante para disfrutar de un galardón que completa el Rómulo Gallegos, el Cervantes y, sobre todo, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en cuyo Jurado estuve junto al inolvidado Fernando Lázaro Carreter. Tengo la suerte de compartir comisión con Vargas Llosa en la Real Academia Española. Habla siempre desde la sencillez y la autoridad. En aquella difícil Casa todo el mundo le quiere.

He tenido ocasión de comprobar el verano pasado durante un largo viaje la presencia y la penetración de Mario Vargas Llosa en el mundo internacional de la cultura. Es, sin duda, el escritor en español más influyente tanto en América como en Europa y Asia. Frente a los extremismos de unos y los aspavientos de otros, Mario Vargas Llosa es la moderación, la ecuanimidad, el equilibrio, la comprensión, la liberalidad, el buen sentido. Y también la firmeza de ideas.

Blanca Berasátegui, en una entrevista publicada en El Cultural hace un mes -menudo scoop-, sentó al lector no sólo junto al novelista de éxito sino, sobre todo, junto al hombre preocupado por la degradación moral y cultural que, según él, nos conduce al abismo.

«Hay un tipo de estupidez contemporánea que tiene mucho que ver con la cultura audiovisual de nuestro tiempo», afirma Vargas Llosa. La pequeña pantalla ha sustituido al púlpito dominical de siglos pasados. En el mundo occidental, los sacerdotes católicos moldeaban la conciencia colectiva cada domingo. Ahora, los presentadores de televisión impregnan la vida ciudadana de ligereza insustancial, aunque yo no generalizaría, como hace Vargas Llosa, porque las excepciones en televisión no son pocas y recuerdo ahora el espléndido formato que presentaba Octavio Paz en la Televisa del tigre Emilio Azcárraga.

El nuevo Premio Nobel se ha sentido horrorizado al estudiar la colonización belga del Congo en su esfuerzo por documentar seriamente su nueva novela, El sueño del celta. Bélgica se retiró del enorme país africano en el siglo XX sin dejar egresados de la Universidad. Vargas Llosa sabe muy bien que en su país, Perú, la España colonizadora -a pesar de sus defectos, que fueron múltiples- había puesto en funcionamiento en Lima, y a mediados del siglo XVI, una espléndida Universidad creadora. El novelista hace ahora belleza y pensamiento con la palabra pedernal que llevaron a América los colonizadores españoles. Conrad habría escrito de otra forma El corazón de las tinieblas si se hubiera detenido en la obra cristianizadora de los españoles y portugueses, tan ávidamente estudiada por mi maestro Arnold J. Toynbee, el inmenso filósofo de la Historia, el hombre más inteligente que he conocido a lo largo de mi dilatada vida profesional.

«Detrás de la crisis financiera -le dice Vargas Llosa a Blanca Berasátegui- hay una moral degradada por la codicia. Y esa es una forma terrible de incultura». Tiene razón el escritor. Es el regreso a la caverna. No se puede resumir en menos líneas, y tan certeramente, el espectáculo atroz que estamos viviendo. La codicia del beneficio económico lo vertebra todo, mientras se ahonda la brecha entre las naciones ricas y las pobres. En 1974, Toynbee pronosticó que entrábamos de forma irremediable en una III Guerra Mundial no convencional, la guerra de la inmigración y el terrorismo. Y ahí estamos. El pensamiento político y social pontificio, tan desconocido para el autor de La tía Julia y el escribidor, recorre caminos parecidos.

«Yo creía -afirma Vargas Llosa refiriéndose a España- que el gran éxito de la Transición había sido enterrar las rivalidades, la intolerancia, pero veo que no estaban tan enterradas…» Y eso le produce al novelista mucha preocupación. Piadosamente, Vargas Llosa no se refiere al error zapateresco de la memoria histórica que hurga en una herida aún sin cicatrizar. Eso lo entendió muy bien Felipe González, que ha sido el gran hombre de Estado del siglo XX español como Antonio Cánovas del Castillo lo fue del XIX.

No hay nadie, en fin, que hable en español y que tenga tanta influencia cultural e intelectual, también política, como el autor de Travesuras de la niña mala. En eso ha desbordado a Gabriel García Márquez. Blanca Berasátegui supo exprimir en la entrevista de El Cultural hace un mes casi todo el zumo que atesora el novelista peruano y que guarda en su avatar sin que nadie pueda gustarlo salvo a cuentagotas y en casos excepcionales. El Premio Nobel se ha enriquecido con la literatura ávida, con el pensamiento vertiginoso, con la ignición de las metáforas de Mario Vargas Llosa, para satisfacción grande de todos los que le leemos y admiramos.

Luis María Anson

08 Octubre 2010

¡¡Por fin!!

Mariano Rajoy

Presidente del PP

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Siempre he pensado que el auténtico intelectual es aquel que nos ayuda a entender el mundo en que vivimos. No basta con tener una prosa prodigiosa, como es el caso de Mario Vargas Llosa, no basta la excelencia académica o un profundo compromiso social… Todo eso es necesario, pero no suficiente. Un intelectual es alguien capaz de observar el mundo con una mirada distinta y compartir esa visión con los demás; alguien capaz de descubrir en la realidad aquello que los demás no alcanzamos a ver y desvelarlo para que la sociedad en su conjunto pueda avanzar y seguir progresando. Mario Vargas Llosa es uno de esos escasos intelectuales dignos de tal nombre.

Todos estamos de enhorabuena, como los millones de personas que en el mundo compartimos esa lengua española que en la obra de Vargas Llosa se nos ofrece con una riqueza, una pujanza y una belleza insuperables.

Estamos de enhorabuena como miembros de esa misma comunidad cultural iberoamericana reconocida con el galardón de la Academia Sueca -¡Qué mejor regalo para esta celebración del día de la Hispanidad!-. Y también estamos de enhorabuena quienes compartimos con Vargas Llosa el mismo compromiso en la defensa de la libertad y de las sociedades abiertas que recorre toda su obra.

No sé qué significará exactamente «la cartografía de las estructuras del poder» o «las aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo» que, por lo visto, le han hecho merecedor del Nobel de Literatura; desde luego como lector yo le agradezco a Vargas Llosa su determinación insobornable por explorar siempre nuevos caminos narrativos.

Sé que cuando le escucho hablar, como ayer al agradecer el premio con la sencillez y la elegancia de los auténticos maestros, mi idioma me parece mucho más bello y el mundo mucho más razonable. Vargas Llosa ha recibido por fin el galardón que se merecía hace mucho tiempo; para mí, el auténtico premio lo ha recibido ayer el Nobel de Literatura. ¡Felicidades!

08 Octubre 2010

El vicio de interpretar la vida

Ángeles González-Sinde

Ministra de Cultura

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Cuando leí a Vargas Llosa por primera vez no sabía nada de las cartografías ni de las estructuras de poder. O al menos, no sabía que sabía. Tenía 14 años y La ciudad y los perros era uno de los primeros libros, si no el primer libro, de adultos que tenía en mis manos. Tanto me convulsionó esa lectura y tanto placer me produjo, que tras él leí de manera continuada, adictiva, Pantaleón y las visitadorasLa casa verdeLa tía Julia y el escribidor Conversación en La Catedral. De la mano de Don Mario me fui incorporando a un mundo que me estaba prometido, pero al que nadie realmente podía acompañarme desde fuera, porque solo se accede desde dentro: el de la juventud y el de la literatura, dos aspectos de la vida tan cercanos. Hoy me preguntan los periodistas si lo que más valoro de la literatura de nuestro nuevo Nobel es el uso de la memoria histórica, su análisis político. Sé que es más juicioso decir que sí, máxime estando en esta posición ministerial, pero no es esa la verdad. Lo que más me gusta de Don Mario es el lenguaje. Su sensual, prodigioso, lujoso uso del lenguaje que, lo recuerdo como si fuera ayer, me embriagaba en las largas tardes tras la jornada escolar dedicadas, como un vicio, a leerle. El lenguaje. Y los mundos. Y los personajes. Y las tramas meticulosamente construidas. Y la atención que, como autor, aquella voz que cuenta me presta. No está escrito que todos los creadores quieran desaparecer tras su obra. Son muchos los que tienen a gala exhibir sus plumas como parte del regalo que hacen a sus seguidores. Vargas Llosa no es de esos. Es, como lo fue en su primera novela que tanto me sacudió, ante todo narrador y su primer compromiso, aparte de consigo mismo, es con sus lectores, no con su prestigio, ni con su vanidad, ni con su trayectoria. La tarea titánica de construir cada una de sus novelas y darles forma se ha visto muchas veces ya recompensada. Es académico, tiene el Cervantes, el Príncipe de Asturias, ha sido candidato a presidente de su país natal… pero hoy somos miles, somos millones los lectores que nos sentimos, junto con él, premiados. Teníamos razón, todos estos años teníamos razón. Nos lo ha confirmado la Academia sueca. Y lo mejor de todo. En menos de un mes, novela nueva, más material para alimentar el vicio.

08 Octubre 2010

Un gran liberal

José María Aznar

Expresidente del Gobierno

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La concesión del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa premia mucho más que una trayectoria literaria ejemplar y una calidad literaria extraordinaria. El galardón que ayer recibió mi amigo Mario Vargas Llosa es también un premio Nobel a la libertad.

Mario Vargas Llosa es un acérrimo defensor de la libertad, y tiene acreditado su coraje en la denuncia de las dictaduras y los regímenes totalitarios. Su prosa inigualable contiene algunas de las más brillantes denuncias contra la violación de los derechos humanos escritas en español.

Peruano y español, Mario Vargas Llosa representa la esencia de la cultura auténtica, liberada de servidumbres gubernamentales y de ligazones a ideologías fracasadas. Todos los que amamos la libertad nos sentimos ayer orgullosos de que la Academia sueca premiara uno de sus defensores más ilustres del siglo XX y del XXI.

08 Octubre 2010

Liberal a secas

José María Lassalle

Diputado del PP

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Cuenta Mario Vargas Llosa que las primeras lecciones sobre el liberalismo las recibió en la infancia, junto a su abuela Carmen y su tía abuela Elvira. En boca de aquellas beatas escuchaba admoniciones y reproches sobre la conducta disoluta de quienes tenían la osadía de divorciarse, ser librepensadores y enfrentarse a la moralina asfixiante de unos criollos conservadores que añoraban los hábitos virreinales e inquisitoriales dejados atrás con la independencia. En aquella atmósfera familiar, el liberal era el antípoda relativista de la ortodoxia, sea cual fuere el dogma sobre la que se sustentaba. De hecho, el liberal prototipo lo tenía en su propia familia, ya que un antepasado suyo dijo un día que se iba de casa para comprar el periódico y no volvió hasta 30 años después. ¿Qué hizo?, preguntaba el joven Mario a su abuela, y esta le respondía lapidariamente: «Corromperse», pues en aquellos tiempos los que se decían liberales siempre estaban cortados por el mismo patrón. A saber: invocar a Montesquieu si hablaban del poder; la ciencia y la razón cuando apelaban al conocimiento; y la tolerancia si describían las reglas de juego de la convivencia civilizada, ya fuera doméstica o ciudadana.

No cabe duda de que aquella educación sentimental marcó a fuego lento su inconsciente con el hierro de un desprecio intuitivo hacia el dogmatismo y los discursos enérgicos que invocaban la verdad como un absoluto inflexible. Con los años y las decepciones, aquellas impresiones tempranas adquirieron finalmente el poso de la reflexión intelectual. La heterodoxia de Vargas Llosa fue haciéndose congruente, integrada en un relato que se vertebró dentro de una experiencia personal que hizo que su rechazo al dogma se transformara en la fisonomía de un liberal a secas. En este sentido, las lecturas de Popper y Berlin, Mises, Herzen, Dahrendorf y Hayek, fijaron en él unas coordenadas singulares que casaron muy bien con su recelo epistemológico hacia aquellos liberales simplificadores que olvidan que el liberalismo fue, primero, una apuesta ilustrada por la libertad moral y de conciencia para, después, proyectarse sobre la libertad del mercado, pero no al revés. Como se ha encargado de repetir muchas veces, nada más lejos en él que la actitud de esos liberales logarítmicos que «creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas». Para él, la libertad responsable es el fundamento de la dignidad, y eso requiere una estructura igualitaria y positiva que permita a todos el derecho a decidir sobre su vida, sin dogmas ni ortodoxias. Un producto civilizado, inestable e imperfecto que asegure el derecho a equivocarse y vivir en el entorno pluralista, tolerante y heterodoxo de una sociedad abierta.

08 Octubre 2010

Por fin, Mario

Federico Jiménez Losantos

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SUPONGO que conocí a Mario Vargas Llosa cuando estudiaba en la Universidad Central de Barcelona y Ramona Violant nos traía a las clases de Literatura Hispanoamericana a los autores del Boom, muchos de los cuales vivían en La Ciudad que fue, para que nos comentaran sus novelas. Pero no tuve con él una larga velada como con García Márquez, de esas que marcan a veces el rumbo de un escritor, no siempre en el sentido que marca el maestro.

Mario no me caía bien entonces porque le vi de actor en una mala película sobre una de sus novelas flojas, Pantaleón y las visitadoras, y ese aire de galán ecuatorino le sentaba fatal a la estatua que yo le había levantado al final del bachillerato, cuando leí La Ciudad y los perros. Muchos prefieren de su primera época Conversación en la Catedral, pero a mí me siguen asombrando Los jefes o Pichula Cuéllar, finalmente titulado Los Cachorros. Yo creía que un novelista capaz de escribir así tan joven no tenía derecho a perder el tiempo en películas de destape y novelas de carril, o viceversa. A los 20 años uno se toma demasiado en serio hasta la literatura. Ahora bien, en lo del puñetazo a García Márquez, yo estaba con Mario.

Veinte años después, a comienzos de los 90, empecé a tratarlo por afinidad política. La primera vez que cenamos juntos fue en Benidorm en 1993, con Zaplana como anfitrión de unos encuentros transatlánticos que fraguaron en las Jornadas Liberales de Albarracín, donde nacieron La Ilustración Liberal y Libertad Digital. Allí también subieron Mario, Patricia, Álvaro y la crema de la crema liberal, cantando rancheras de madrugada. Pero recuerdo la noche de Benidorm porque estaba con él en la recepción del hotel cuando le comunicaron que le habían dado el Nobel a Toni Morrison. Y ya entonces le tocaba a él. Mario aguantó la noticia con una mueca leve, como el torero que recibe un puntazo y sin mirarse vuelve a la lidia, pero desde entonces he vivido como un agravio personal cada año que no le daban el Nobel a Mario.

En 17 años ha estado a punto de convertirse, como Borges, en esa tradición escandinava que castiga a los anticomunistas. Pero sea por la gran Historia de Mayta, por La fiesta del Chivo, quizá su mejor novela, o simplemente por la saludable disciplina del liberalismo buchingeriano, Mario ha ganado. Me alegro por él y por el disgusto del Perfecto Idiota Latinoamericano. También se lo merecía.

08 Octubre 2010

Una alegría después de 20 años

Víctor García de la Concha

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No hace mucho tiempo, representantes de la Academia Sueca visitaron España. Como director de la Real Academia Española me vi obligado a preguntar para cuándo un Nobel hispano. La respuesta me tranquilizó. Denotaba poca urgencia pero un sentido firme de compromiso: «El español siempre está bajo nuestra mirada».

El premio a Mario Vargas Llosa representa una alegría enorme para nuestro idioma en todo el mundo. Desde que Octavio Paz lo ganó en 1990 hemos recorrido dos décadas de sequía. Ya había sido justamente reconocido el fenómeno del boom latinoamericano con el Nobel de García Márquez. Pero el escritor hispano-peruano ha llevado a estas alturas mucho más allá los principios que impulsaron aquel importantísimo movimiento renovador de la literatura.

Resultaba extraño que el auge vivido por nuestra lengua a nivel global no se viera acompañado de un reconocimiento tan merecido como el de ayer. Hoy somos la segunda lengua de comunicación internacional y la tercera en Internet, pero esa presencia universal necesitaba un empujón de grandes dimensiones para la cultura. Este premio viene a ser esa ansiada distinción.

Pero lo es sobre todo para un autor que ha ahondado con enérgica perseverancia y una actitud de enorme talla intelectual sobre géneros como la novela. El autor de La casa verde ha construido una teoría sobre la escritura de historias de largo aliento. Lo cuenta en Cartas a un joven novelista, ensayos como La verdad de las mentiras o en sus estudios sobre Tirant lo Blanc y Madame Bovary. Ahí defiende que la novela no es más que la suplantación de la realidad por otra radicalmente acorde con las leyes de la ficción.

Al tiempo concreto, a los problemas reales, Vargas Llosa se acerca con las armas de un investigador. Lo hace sobre el terreno, rastreando incansablemente en bibliotecas y conversando con quienes le puedan aportar cualquier rasgo que le ayude a definir su propio mundo. Pero una vez realizado el trabajo de campo, todo queda sujeto al universo inventado. No resta otra ley que la emancipación de la realidad misma para revertirla en verdad literaria, construida como una catedral de palabras.

Vargas Llosa llega a la literatura a través de la poesía. Desde que descubriera como una revelación la poderosa fuerza de Pablo Neruda en sus 20 poemas de amor y una canción desesperada, el torbellino de la atracción poética le condujo hasta Luis de Góngora, a quien hoy considera nuestro autor mayor en dicho género. De los resortes y la ley de la poesía, Vargas Llosa dedujo que la novela debe tender sin duda a la creación de un mundo propio.

Un mundo que solo contemple la verdad del literato. Puede partir de una realidad concreta, pero no bailar atado a sus normas, sino cobrar vida propia, con su ritmo preciso, con su soberana medida del tiempo. A capricho, siguiendo el cauce por donde le conduzca la palabra y al servicio de la voz con que la revisten los personajes creados. Es una poderosa concepción del oficio. Un arte, que en manos de Mario Vargas Llosa ha alcanzado las cotas más altas de la creación.

09 Octubre 2010

Zapatero habla de Vargas Llosa

Carlos Dávila

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Que no les quepa a ustedes la menor duda: si Zapatero hubiera gobernado (es un decir, no se pitorreen) España en 1990, habría apoyado al japonés Fujimori, alias paradójicamente ‘el chino’, un abyecto sujeto que del brazo de un trincón criminal, Montesinos, dejó al Perú para el tinte. La culpa de que Vargas Llosa no haya sido Nobel hace 20 años la tiene la progresía internacional que, durante todo este tiempo y aun antes, ha condenado a nuestro académico a una lista de espera insoportable mientras regaba de coronas la bolsa de escritores mediocres, pero, eso sí, comunistas, anarquistas y cosas así. Zapatero hablando de los valores estilísticos de Vargas Llosa es como si ‘La Ilustre Fregona’ hubiera enaltecido a Alonso Quijano. Propiamente.