1 abril 1992

Premios Óscar 1992 – Triunfa ‘El Silencio de los Corderos’ de Jonathan Demme y protagonizada por los también oscarizados Jodie Foster y Anthony Hopkins

Hechos

La prensa española informó de los premios Oscar de 1992 el 1 de abril.

Lecturas

Jodie Foster ya ha conseguido su segundo óscar a mejor actriz.

Jonathan Demme logró el Óscar a mejor Director por sus corderos derrotando a Oliver Stone (‘JFK’) y a Ridley Scott (‘Thelma y Louise’).

PRINCIPALES PREMIOS:

Mejor Película – ‘El Silencio de los Corderos’.

Mejor Director – Jonathan Demme por ‘El Silencio de los Corderos’.

Mejor Actriz – Jodie Foster por ‘El Silencio de los Corderos’.

Mejor Actor – Anthony Hopkins por ‘El Silencio de los Corderos’.

Mejor Actriz Secundaria – Mercedes Ruehl por ‘The Fisher King’.

Mejor Actor Secundario – Jack Palance por ‘Cowboy de Ciudad’.

PRIMERA PELÍCULA DE ANIMACIÓN NOMINADA A ‘MEJOR PELÍCULA’

‘La Bella y la Bestia’ de Disney no llegó al mito de ganar el Óscar a ‘Mejor Película’ que se llevó ‘El Silencio de los Corderos’ pero logró el no menos desdeñable mérito de haber sido la primera y hasta la fecha única película de animación nominada ‘Mejor Película’. La obra si logró algunos óscar, concretamente a ‘mejor canción’ a ‘mejor partitura’ original por la canción de Alan Menken.

01 Abril 1992

Venció el cine

Ángel Fernández-Santos

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Es agradable romper una rutina. El comentario que cada año provoca la lista de los oscars es, desde hace muchos, casi siempre el mismo: vencen los intereses industriales y el gran derrotado es el cine. Pues bien, este año ha ocurrido lo contrario, pues triunfó en toda la regla la que es, a distancias astronómicas sobre sus competidoras, la mejor película, y su triunfo vulnera la parte rastrera de la ley del negocio, que es la que suele prevalecer.

El silencio de los corderos, que lleva más de un año de explotación, no necesita este respaldo para redondear comercialmente lo que ya ha redondeado por sí misma. Sus competidoras sí lo necesitaban, pero se han quedado, como Dios manda, en la cuneta. Por fin en los oscars prevalece el cine sobre el cálculo mercantil que habitualmente lo instrumentaliza y maneja con desvergüenza.

Es verosímil que esta avalancha tenga que ver con el entusiasmo que esta formidable película ha despertado en muchos miembros eminentes de la Academia, como Billy Wilder, que la proclamó como una obra cumbre. Los deteriorados criterios con que últimamente se otorgan los oscars necesitaban una rehabilitación para recuperar la credibilidad perdida, y éste puede ser el caso.

Las obras insuperables, intensas, densas, divertidas, magistrales, no abundan ahora en Hollywood; y dejar escapar sin su respaldo una obra de la talla de El silencio de los corderos hubiera sido mortal para la ya escasa credibilidad de la academia californiana. ¿Por qué? Porque la película de Demme, Hopkins, Foster y todo el equipo de iluminados que la hizo posible es de las que crecen con el tiempo, y ya, con un año y dos meses de existencia, ocupa un lugar en la identidad de Hollywood, equiparable a la de las grandes obras del propio Wilder. Un lugar en el genio de Hollywood, que parecía extinguido, y que El silencio de los corderos se ha encargado de demostrar que no, que todavía -aunque sea con cuentagotas- sobrevive. Hollywood, al reconocerla, reconoce su supervivencia. No premiar esta prodigiosa película hubiera sido, para Hollywood y desde Hollywood, poco menos que suicida.

El resto de los oscars están bien donde están. Bugsy, al ganar el premio al mejor vestuario, queda perfectamente definida y reducida al ridículo que lleva dentro. Lo mejor de la película Thelma y Louise es, en efecto, el admirable guión de Callie Khourie. La fotografía y el montaje de JFK son su más notable filigrana. Y los premios técnicos, todo para Terminator 2: la chatarra llama a la chatarra, como mucho más arriba, en El silencio de los corderos, el cine llama al cine.

01 Abril 1992

De Hollywood, para los españoles

Maruja Torres

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«Estoy estupendamente: acabo de tomar una copa». La pérdida de la primera frase simpática de la velada, pronunciada por Jack Palance, puso sobre aviso a los espectadores españoles que habíamos decidido pasar la noche ante el televisor. La pareja de intérpretes contratados por Antena 3 no se olieron ni este ni otros muchos agudos comentarios, como el de Tom Hanks, que, al referirse al magnífico trabajo de los creadores de efectos especiales, señaló: «Son capaces de hacer maravillas con la silicona que hoy se reúne en esta sala».

Escuchar la inenarrable traducción -en un castellano que usaba honra por honor, cineastas por directores de fotografía y controversial por controvertido- resultaba especialmente molesto, sobre todo porque chocaba frontalmente con el verbo barroco que usó Carlos Pumares a lo largo del aperitivo, o llegada de las stars al Dorothy Chandler PavillionPumares, que tuvo el acierto de confesar que se encontraba confinado «en un cuchitril», en lugar de fingir, como sus predecesores, que se hallaba en la sala, nos obsequió con un grato silencio relativo durante la ceremonia. En algunos aspectos, además, estuvo sembrado: pronosticó que El silencio de los corderos no recibiría ninguna estatuilla «porque ya ha hecho mucho dinero, incluso en vídeo», y, comprensiblemente, repitió hasta la saciedad que el día anterior, en el ensayo, Kathleen Turner había tropezado con él. La protagonista de Fuego en el cuerpo, bellísima aunque aparentemente vestida por el modisto de la reina de Inglaterra, no dio muestras, en escena, de haberse percatado del impacto que produjo en el enamoradizo -casi rugía cuando salió Annete Bening- presentador.

El esfuerzo brutal que había que realizar para entender a los protagonistas de la noche en su versión original, pisados por los traductores, o el no menos ímprobo que debíamos desarrollar para descifrar a estos últimos -a Terminator la llamaban Terminador, y en cierto momento soltaron un «escrutinizado por ordenadora» que abría las carnes- tuvieron el mérito de mantenernos despejados en las cuatro horas largas que duró la retransmisión.

Banderas, el más ‘sexy’

Lo más penoso es que obviaron la primera referencia que tocaba el corazón de los cinéfilos españoles: la excelente presentación que Crystal -perfecto de improvisación y de tono, con un medley inicial realmente gracioso que sustituyó a la tradicional versión orquestal de los temas de los filmes favoritos- hizo de Antonio Banderas, famoso hoy en Estados Unidos gracias a su interpretación en Los reyes del mambo. Dijo Crystal: «Y ahora, el chico más sexy del mundo». El traductor no dijo nada. Más tarde, cuando dio paso al macizo Patrick Swayze, el protagonista de Cuando Harry encontró a Sally recalcó: «Y éste es el chico más sexy… anterior». Frase que sí fue traducida, para desconcierto de los telespectadores.

No sólo Banderas, que estuvo suelto, simpático, guapo y con una excelente imitación de inglés, puso la nota española. En una noche dominada por el constante homenaje a la lucha contra el sida, Richard Gere, que entregaba el premio a la mejor fotografía, nos llevó a la emoción al declarar: «Podrían hacerse películas sin dinero, sin guión, sin actores, incluso sin escenarios. Pero jamás podrían hacerse sin directores de fotografía». Y acto seguido dedicó un conmovido recuerdo a Néstor Almendros. Otro momento doloroso se produjo cuando subió al escenario Alan Menken, para tomar entre sus manos la estatuilla a la mejor canción original, que debía haber compartido con su colega Howard Ashman, muerto de sida.

Ya metidos en tristezas, vimos las declaraciones, vía satélite, de Satyajit Ray, el veterano director indio, que tuvo su Oscar al conjunto de su obra en el lecho de un hospital de Calcuta, donde se encuentra gravemente enfermo. Ray recordó haber escrito en su juventud a Ginger Rogers y Billy Wilder, «de quienes nunca recibí contestación». Menos mal que otra comunicación vía satélite, esta vez desde el espacio, nos alegró las pajaritas al mostrar a la tripulación de la nave Atlantis felicitando a George Lukas, a quien Steven Spielberg entregó el premio Irving Thalberg al productor más talentudo.

En el acto predominó un inusitado fervor filial. No hubo ganador que no dedicara el Oscar a su madre, incluido Anthony Hopkins, cuya progenitora, por cierto, amanecía en Gales celebrando con champaña el triunfo de su retoño.

Se contabilizaron anécdotas que no figuraban en el libreto, como la continua improvisación de Billy Crystal a costa de Jack Palance, el irreprimible comentario de Shirley MacLaine -«¡Será en otra vida!»-, que soltó después de recitar que a ella y a Liza Minnelli, que estaba a su lado y no pudo evitar la risa, les gustaría trabajar a las órdenes de una Barbra Streisand colega y, sin embargo, presumiblemente algo arpía. Todo un ejemplo de deportividad, habida cuenta de que el regenerado Nick Nolte -dejó el alcohol y las drogas y no ha obtenido un Oscar- y un Warren Beatty que se pasó la noche mirando de costado para mostrar sólo su lado bueno, el izquierdo, se pusieron completamente lívidos tras el triunfo de Anthony Hopkins.

Fue una noche memorable y llena de buenos sentimientos. Gabriele Salvatore, director de Mediterráneo, la película de habla no inglesa premiada con el Oscar, pidió que pararan las guerras en la cuenca del mar que da nombre a su obra. La platea estalló en aplausos. Fuera, a la entrada, habían zurrado de lo lindo a los manifestantes gays, espectáculo que nos fue evitado por la retransmisión original de la ABC, cuyos derechos adquirió Antena 3.

Paul Newman, envarado, y Liz Taylor, rutilante, dejaron caer el último gran Oscar sobre El silencio de los corderos, convertida en la tercera película que obtiene el pleno en la historia de la estatuilla. Las anteriores fueron Sucedió una noche, de Frank Capra, y Alguien voló sobre el nido del cuco, de Milos Forman. No es de extrañar que Jonathan Demme, director de El silencio…, se liara en su discurso tanto como el traductor: de puro entusiasmo.