17 marzo 1992

Sudáfrica (Suráfrica): los votantes blancos apostaron por suprimir el sistema de segregación racial «apartheid»

Hechos

El 17.03.1992 un referendum en Sudáfrica (únicamente para la población de raza  blanca) decidió la supresión del ‘aparatheid’.

Lecturas

MANDELA ACEPTA QUE DE KLERK TUTELE LA TRANSICIÓN:

deklear El partido de Nelson Mandela aceptó que fuera el gobierno blanco de Frederick de Klerk el que siguiera gobernando el país hasta la celebración de unas elecciones en las que por primera vez puedan votar los negros.

19 Marzo 1992

Éxito de De Klerk

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL QUE siete de cada diez surafricanos blancos acaben de aprobar en referéndum la continuidad de las reformas que harán de la República un régimen homologable al resto de los sistemas democráticos es, probablemente, una de las mejores noticias del año. Con ello no sólo apoyan la política del presidente F. W. de Klerk: cierran también, y por amplia mayoría, una de las páginas más cruelmente racistas de la historia del hombre blanco.El proceso de destrucción del sistema racista de primacía blanca se había hecho irreversible desde que De Klerk había decidido la liberación de Nelson Mandela, el líder del Congreso Nacional Africano (ANC), en la primavera de 1990. A partir de entonces, las injustas leyes del apartheid fueron siendo repelidas, y, finalmente, en diciembre de 1991, pudo reunirse la primera sesión de la Convención para la Democratización de Suráfrica (Codesa). La pacificación del país no es una cuestión sencilla: la cifra de muertos de los últimos meses en enfrentamientos interétnicos es escalofriante, lo que incluye 14 negros asesinados el pasado martes, en pleno plebiscito. Tampoco contaba De Klerk con el entusiasmo o el apoyo irrestricto de la minoría blanca, especialmente de sus sectores más conservadores; ello incluía, con toda probabilidad, a gran parte del Ejército y de la policía.

Ciertamente, y como en todo envite de estas características, los riesgos que asumió De Klerk al convocar el referéndum -de haberlo perdido, su propia dimisión y la de su Gobierno hubieran sido sólo el primer paso de una inevitable guerra civil- parecen mucho más trascendentes que la anécdota que lo motivó: la pérdida el mes pasado de un diputado del Partido Nacional a manos del Partido Conservador de extrema derecha en una elección marginal. Lo cierto es que tal pérdida no hacía peligrar la mayoría parlamentaria actual y que la opción reformista del presidente de la República cuenta no sólo con el apoyo del centro del espectro político blanco, sino con el del progresismo. La única explicación razonable sería el deseo de De Klerk por allanar definitivamente el camino hacia la normalización democrática apoyada, también, por los sectores financieros más dinámicos de Suráfrica. Una normalización que conlleva el final del cerco económico. Es decir, solucionar de una vez por todas la opción entre un país que aspira a un lugar bajo el sol democrático o la perpetuación de unos privilegios injustificables para la sexta parte de la población, la minoría blanca.

El referéndum surafricano es una de esas maniobras políticas que merecen felicitaciones si salen bien y únicamente acusaciones de irresponsabilidad si salen mal. Más aún: exageraba la importancia de la oposición a De Klerk y de la resistencia a todo cambio político traumático. Ésa es la razón de la expectante prudencia con que el ANC ha esperado a los resultados anunciados ayer. Dicho lo cual, el casi 70% de los votos afirmativos es prueba de la sensatez de la minoría blanca y de su confianza en un futuro democrático. El presidente De Klerk, y con él toda Suráfrica, merecen parabienes. Los obstáculos al desmantelamiento del apartheid impuestos por los blancos han desaparecido para siempre.

La vía para que a finales del presente mes de marzo se reanude la Codesa está expedita. Lo que ha de seguir hasta la convocatoria de elecciones verdaderamente generales, probablemente a final de 1993, es una incógnita (¿dos Cámaras legislativas, una para la reforma constitucional y otra para el día a día?; ¿un Gobierno de coalición del Partido Nacional con el ANC a partes iguales o -lo que es menos realista- en pura proporción mayoritaria?). Pero, al menos, gracias al referéndum de anteayer y al valor del presidente surafricario, es una incógnita en la que no interviene la variante de la violencia.

19 Marzo 1992

Sudáfrica grita libertad

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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EL martes fue el último día en la historia de Sudáfrica en la que se tuvo en cuenta el color de la piel para votar. Con el abrumador apoyo del electorado blanco (cerca del 70%) al proceso de reformas emprendidas por el gabinete De Klerk para convertir al país en una sociedad democrática y multirracial, queda cerrado definitivamente el triste capítulo del «apartheid». Pese a la dura campaña contra la «perestroika» de De Klerk lanzada por la ultraderecha y el Partido Conservador, que aglutina a los afrikaners (descendientes de los colonos holandeses) quienes temen perder privilegios frente a los negros, se impuso al final la cordura. El éxito del «sí» en el referéndum se explica por el respaldo del voto anglófono (45% de los cinco millones de blancos), contrario a la segregación, y el del empresariado, preocupado por el sombrío horizonte económico que esperaba al país de dar políticamente marcha atrás. Pero el miedo a que las sanciones hipotequen el futuro de Sudáfrica era compartido incluso por una parte de los afrikaners. Veáse cómo en Pretoria, tradicional feudo conservador, el 57% ha votado a favor de las reformas. El resultado de la consulta despeja el camino hacia una redefinición política y social del país, cuyo punto de partida será una nueva Constitución que habrá de ser consensuada. El texto legal deberá proteger los derechos de todas y cada una de las minorías de Sudáfrica, crisol donde conviven blancos, negros, mestizos e hindúes, amortiguando los efectos negativos que puedan derivarse del inevitable tránsito al poder de la mayoría negra. Paralelamente Sudáfrica tendrá sufragio universal, separación de poderes y una carta de derechos fundamentales que limite el poder del Gobierno sobre los individuos. El primer paso dado ahora contribuye a alejar los recelos de la comunidad internacional frente a un país que había hecho del racismo razón de Estado. Aunque buena parte de las sanciones económicas fueron levantadas el año pasado -comenzando por las impuestas por Bush- ante los gestos aperturistas de Pretoria, el país seguía, por ejemplo, sin poder acceder al decisivo grifo de préstamos del Fondo Monetario Internacional, Para una economía lastrada por el paro y la recesión resulta acuciante recuperar la estima exterior y generar confianza en potenciales inversores. El camino emprendido está erizado de dificultades. Es significativo que el líder del Partido Democrático haya indicado que prefería el peligro del «sí», al desastre económico del «no». Los peligros no son otros que la dificultad para poner políticamente de acuerdo a los sudafricanos y la pesada herencia de odio que arrastra el país (y que ha dejado su rastro de sangre durante la campaña del referéndum). El triunfo del «sí» proporciona una mínima base para negociar una fórmula política de convivencia. En manos de los sudafricanos está alcanzarla mediante una transición pacífica.