27 febrero 1954

Pugna por el poder en la dictadura militar de Egipto entre el coronel Nasser y el Jefe del Estado, Naguib

Hechos

El 27 de febrero el Consejo Militar de la Revolución ratificó a Nasser como Jefe de Gobierno y a Naguib como Jefe de Estado.

Lecturas

En julio de 1952 había caído la monarquía en Egipto. 

El presidente de Egipto, Muhammad Naguib, ha vuelto a ocupar el poder, del que había sido despojado por el Consejo Militar de la revolución. Un levantamiento registrado en El Cairo obligó al Consejo a reponer en su cargo a Naguib.

El coronel Gamal Abdel Nasser, cabecilla del golpe de mano contra el presidente, conserva, sin embargo, sus funciones de presidente del Consejo de ministros.

Todos estos hechos se inscriben en el marco de una despiadada lucha por el poder, cuyo punto de partida fue el golpe de estado que, en julio del año anterior, depuso a la monarquía egipcia. Mientras el presidente Naguib es partidario de un acuerdo con la potencias occidentales y de un régimen parlamentario que recupere a los sectores vinculados a la derrocada monarquía de Faruk, el último faraón, Nasser se propone iniciar un movimiento socialista panárabe que ejerza una política antiimperialista enfrentada a Estados Unidos – ‘no alineado’  e intentar ejercer el liderazgo en el mundo árabe frente a Israel.

La lucha entre estos dos proyectos políticos ha entrado en una nueva etapa tras los sucesos de este 27 de febrero.

Naguib caerá en noviembre de 1954. 

El Análisis

Naguib y Nasser: dos galones, un solo trono

JF Lamata

Egipto parece haberse especializado en las telenovelas políticas, aunque aquí los protagonistas llevan uniforme y no dudan en jugar con tanques en vez de con diálogos. La comedia dramática que protagonizan el general Muhammad Naguib y el coronel Gamal Abdel Nasser ha vivido otro episodio vibrante: el primero, destituido por el Consejo Militar que él mismo presidía, ha vuelto al trono presidencial empujado por las protestas callejeras; el segundo, cerebro gris del golpe contra la monarquía y figura en ascenso, se queda cómodamente como jefe de Gobierno. Un reparto de papeles algo forzado, donde todos mandan pero uno manda más.

Naguib quiere calmar las aguas con los occidentales y abrir las puertas a un régimen parlamentario que reintegre a los viejos aliados del rey Faruk —sí, ese que se fue a Italia dejando más equipaje que prestigio—. Nasser, en cambio, no está para salones ni nostalgias reales: sueña con un Egipto socialista, panárabe y, sobre todo, ajeno a las órdenes de Washington o Londres. El 27 de febrero no zanjó el conflicto; simplemente lo puso en pausa. Mientras tanto, los egipcios miran expectantes cómo sus revolucionarios de ayer se convierten, con uniforme planchado y retórica ardiente, en nuevos aspirantes a faraón.

J. F. Lamata