17 enero 2008

El empresario Manuel Pizarro será el nº2 en la lista del PP por Madrid, tras Rajoy

Rajoy deja a Gallardón fuera de las listas del PP para las elecciones de 2008, a pesar de que este lo había pedido públicamente

Hechos

En enero de 2008 el PP anunció sus listas electorales para las elecciones generales de marzo. D. Manuel Pizarro será el nº2 tras el Sr. Rajoy. El alcalde de Madrid, D. Alberto Ruiz Gallardón no fue incluido.

Lecturas

El 29 de mayo de 2007 tras su reelección por mayoría absoluta como alcalde de Madrid por el PP D. Alberto Ruiz Gallardón se ofreció públicamente para ir en las listas del Partido Popular junto a D. Mariano Rajoy Brey en las elecciones generales de marzo de 2008. Lo que suponía un desafío a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma. (En una hipotética lucha por la sucesión del Sr. Rajoy Brey jugaría con ventaja el que fuera diputado, el reglamento de la cámara permite ser diputado y alcalde a la vez, pero no ser presidente autonómico y diputado de manera simultánea).

El 17 de diciembre de 2007 desde la portada de El Mundo el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, D. Ignacio González González, mano derecha de la Sra. Aguirre en el Gobierno, expresa su rechazo a que el Sr. Ruiz Gallardón vaya en las listas.

El 14 de enero de 2008 D. Mariano Rajoy Brey comunica que el número 2 de la lista del PP por Madrid será D. Manuel Pizarro Moreno, quedando la duda de si el Sr. Ruiz Gallardón irá en la lista.

El 15 de enero de 2008 Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma anunció que si el Sr. Ruiz Gallardón iba en las listas, ella también debía ir, aunque fuera a costa de abandonar la presidencia de Madrid.

Finalmente, ese día 15 de enero de 2008 el Sr. Rajoy comunica oficialmente que D. Alberto Ruiz Gallardón no irá en las listas del PP a las elecciones generales en un gesto que es interpretado como un triunfo de la Sra. Aguirre.

ESPERANZA AGUIRRE, LA COPE Y EL MUNDO CONTRA GALLARDÓN

IgnacioGonzalez_Gallar Dña. Esperanza Aguirre, la presidenta de Madrid y rival del Sr. Ruiz Gallardón en la lucha interna del PP madrileño, se opuso con todas sus fuerzas a que el Sr. Gallardón fuera en las listas por Madrid y para ello contó con el apoyo de la COPE del Sr. Jiménez Losantos y EL MUNDO de D. Pedro J. Ramírez (ambos medios recibían importantes ingresos de la comunidad en publicidad). La mano derecha de la Sra. Aguirre, D. Ignacio González, fue portada de EL MUNDO sosteniendo que el Sr. Gallardón no podía simultanera su condición de alcalde con la de diputado.

EL Nº2 SERÁ MANUEL PIZARRO, UN ‘AMIGO’ DE JIMÉNEZ LOSANTOS

manuel_pizarro_endesa El ex presidente de Endesa, D. Manuel Pizarro, es el elegido por D. Mariano Rajoy para que sea su ‘número 2’ en las listas del PP por Madrid. Desde la Cadena COPE D. Federico Jiménez Losantos elogió la elección del Sr. Pizarro a quien calificó como ‘el tío más brillante de España’. El Sr. Pizarro era un importante aliado del Sr. Jiménez Losantos, a quien había ayudado con importantes ingresos económicos para montar LA ILUSTRACIÓN LIBERAL y LIBERTAD DIGITAL.

16 Enero 2008

Rajoy se acobarda

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Se han salido con la suya. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y sus aliados del ala más dura del PP han conseguido lo que buscaban y han demostrado su fuerza. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, no irá en la lista de su partido por la capital. Mariano Rajoy no se ha atrevido a enfrentarse y a vencer la resistencia de los sectores que se oponían al alcalde y especialmente a su poderoso brazo mediático, encabezado por la Cope, la radio de los obispos. Será difícil convencer a los electores de que quien no ha podido imponerse dentro de su partido tiene autoridad para hacerlo como presidente del Gobierno.

La crisis no ha hecho más que empezar. El alcalde comunicó anoche a Rajoy su decisión de abandonar la política tras sufrir la peor humillación de su carrera y comprobar, una vez más, que sus principales enemigos están en su mismo partido. Se antoja un precio excesivo para satisfacer los intereses personales de unos pocos. Aguirre ha quedado retratada. La treta empleada ayer para cerrar el paso a Gallardón, demostrando su mínimo respeto por los madrileños que la eligieron, muestra hasta dónde es capaz de llegar la presidenta en su propio interés.

La pregunta es hoy más pertinente que nunca: ¿quién manda en el PP? ¿Rajoy, capaz de sacrificar las posibilidades de su partido ante unas elecciones al dejar en la cuneta a un candidato que ha logrado cuatro victorias consecutivas en Madrid, con mayorías absolutas, por temor a las presiones de la derecha más radical, dentro y fuera de la formación que dirige? En este sainete dramático, no faltan paradojas: Rajoy acoge en su lista a Eduardo Zaplana, repudiado en Valencia por su archienemigo, el presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, el mismo día en que es incapaz de incluir al principal activo electoral del partido en la capital. Con su debilidad, Rajoy abre en el partido una grave crisis a dos meses de las elecciones.

A la luz de lo sucedido, queda mucho más clara la operación de incorporación de Manuel Pizarro como número dos de Rajoy. Se trataba de distraer a la opinión pública para amortiguar el efecto de la marginación del dirigente con más tirón del PP. La incorporación del antiguo presidente de Endesa y efímero consejero de Telefónica podría dar a entender que se trataba de buscar a alguien que asumiera la responsabilidad del área económica en el PP. Es evidente que ni Arias Cañete ni Juan Costa parecían una réplica suficiente a Solbes. El PP busca con Pizarro dar credibilidad a sus planes económicos, siempre faltos de ella desde que Rato se decantó por el sector privado. Pero Pizarro no es un profesional de la economía. Tampoco es empresario en sentido estricto. Está por ver si es un político con tirón.

Sea el que sea el efecto Pizarro, Rajoy lo oscureció con su decisión de excluir a Ruiz-Gallardón. Tiempo habrá de comprobar si el de ayer quedará marcado en la biografía de Rajoy como el día en que sentenció su carrera política.

17 Enero 2008

Decisión de Rajoy, responsabilidad de Rajoy

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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Desde estas páginas editoriales, ABC ha defendido siempre la incorporación de Alberto Ruiz-Gallardón a la candidatura del Partido Popular por Madrid tanto como el derecho de Mariano Rajoy a tener plena libertad de decisión para elegir a las personas que deben ayudarle a ganar a Rodríguez Zapatero el próximo 9 de marzo. Rajoy ya ha decidido, en el ejercicio de su responsabilidad, que el alcalde de Madrid no sea candidato al Congreso de los Diputados. En función de este desenlace, para ABC ni Ruiz-Gallardón deja de ser un gran activo político del Partido Popular, ni Mariano Rajoy ha hecho un uso arbitrario de su autoridad. Serán las urnas las que midan el acierto del presidente del PP de dejar fuera del Congreso de los Diputados al alcalde de Madrid. Sí cabe reprochar al líder del PP haber permitido que la incertidumbre sobre la candidatura del alcalde de Madrid llegara tan lejos y se despejara tan hostilmente. Rajoy ha de asumir que ha decidido tarde, y que si realmente tanto Ruiz-Gallardón como Esperanza Aguirre habían agotado su paciencia por la insistente presión de ambos para entrar en su lista, debió atajar la discusión hace mucho tiempo, para dar margen a su partido para encajar y consumir la polémica a que daría lugar su decisión y allanar el terreno para las que luego habría de tomar a la hora de cerrar las candidaturas. Al no hacerlo así, los acontecimientos se han descontrolado. Se trata de la lista que él mismo encabeza y de dos de las principales personalidades políticas del PP. Motivos suficientes para haber gestionado esta crisis con más tiempo y con más habilidad, incluso para llegar al mismo resultado.
Ruiz-Gallardón habría sido un buen candidato del PP para el Congreso de los Diputados, porque lo ha sido para la presidencia autonómica y para la alcaldía de Madrid y porque encarna un modelo de derecha liberal que debe tener su espacio en el PP. Guste o no a determinados sectores de su partido, la opinión pública percibe que el regidor madrileño amplía el campo ideológico de juego del PP. Los que le acusan de ser un topo de la izquierda y de infamias similares desdeñan la pluralidad de la derecha democrática española y la necesidad de integrar en el proyecto de Rajoy a muchos ciudadanos que se identifican con la forma de hacer política y los postulados que defiende Alberto Ruiz-Gallardón. De la misma manera que otros muchos lo hacen con los de Esperanza Aguirre. Ninguno sobra para que gane el PP, y no ha sido precisamente el alcalde de Madrid quien ha planteado vetos o exclusiones de otros para acceder a la candidatura de Rajoy. Él sí ha sido objetivo de esos vetos -coreados con campañas injuriosas-, que coinciden también con una serie de errores del propio alcalde de Madrid al enfatizar excesivamente su deseo de ser candidato y, al mismo tiempo, no medir con realismo el escaso apoyo que, a efectos internos, le presta la militancia de su partido, la cual, por otro lado, ha respondido siempre de forma determinante para que Ruiz-Gallardón alcanzara sus excelentes resultados electorales. El alcalde de Madrid no ha conjugado como debía sus aspiraciones personales con su posición en el partido.
El sentimiento de derrota que ayer expresó públicamente Ruiz-Gallardón -la derrota que los candidatos de Zapatero no le infligieron en las dos últimas elecciones municipales- está justificado y explica, desde el punto de vista humano, su ausencia en los actos de campaña de su partido. No será ésta la única consecuencia de su exclusión de las listas, si finalmente ejecuta su decisión de abandonar la alcaldía de Madrid y la actividad política. En este saldo de la crisis interna del PP en Madrid cabría preguntarse por el papel que ha desempeñado Esperanza Aguirre y por las razones de su empeño en impedir la candidatura de Ruiz-Gallardón. El comunicado oficial del PP reflejaba una versión novedosa de la pugna por las listas, al subrayar que también Esperanza Aguirre quedaba fuera de la candidatura por Madrid, dando a entender que tal para cual. Pero este no era el problema, al menos, hasta ahora, sino el veto de la presidenta de Madrid a Ruiz-Gallardón. En todo caso, si Esperanza Aguirre quería ser candidata al Congreso de los Diputados -aun a costa de dejar la presidencia de la Comunidad- no tenía por qué condicionar su suerte electoral a la del alcalde. Es más, sería una magnífica candidata y Rajoy haría bien en incorporarla a su candidatura. Otra cosa es que su deseo de ir con Rajoy fuera realmente -como ha sido- un ultimátum al presidente del PP para bloquear la candidatura del alcalde de Madrid.
Sin duda, la exclusión de Ruiz-Gallardón y su posible abandono de la política es una victoria de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Victoria, eso sí, pírrica y a cortísimo plazo, porque es corresponsable de haber puesto a su partido y a Rajoy, a menos de dos meses de las elecciones generales, en un trance innecesario y con efectos imprevisibles. ¿Era este el papel que debía asumir Esperanza Aguirre en este momento decisivo para Mariano Rajoy? No parece ser una credencial eficaz para presentar en un proceso sucesorio, en el que, si se produjera una nueva derrota del PP, difícilmente podrían olvidarse los palos en la rueda con los que se está encontrando Mariano Rajoy y que pueden influir en el resultado del 9-M.
Quedan menos de dos meses para que el presidente del PP diluya los efectos de esta polémica, mantenga la movilización del electorado popular y evite que nuevos votantes se sientan desmotivados para darle su apoyo. Rajoy sigue encarnando la única alternativa a Rodríguez Zapatero y el cambio político que precisa España. El PP debe superar cuanto antes este torpe comienzo del periodo electoral, en el que su dirección no ha sabido mantener el beneficio del fichaje de Manuel Pizarro, ha zanjado una disputa electoral pero ha abierto una crisis interna que afecta a la alcaldía de la capital -espina clavada en el corazón socialista- y ha dejado en la retina pública la mala gestión de una discordia que Rajoy tuvo en su mano resolver hace tiempo.

17 Enero 2008

Todos contra Gallardón

Manuel Martín Ferrand

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Soy español, no quiero ser otra cosa, y confío en que, si no le perdemos la afición a lo nuestro, dentro de cien años -o de mil-, éste termine por ser un país dulce y amoroso y no, como hasta ahora, áspero y amargo. Después de haber cambiado un proyecto democrático por una realidad partitocrática, asistimos ahora al lamentable espectáculo que ofrecen las dos únicas formaciones nacionales, las que representan a más del ochenta por ciento del censo electoral. El PSOE ha pasado a ser un continente sin contenido que maneja a su antojo, instalado en el resentimiento histórico y la total carencia de criterios éticos, José Luis Rodríguez Zapatero. Todo lo contrario, en el PP, una réplica en la calle Génova de la decimonónica casa de Tócame Roque en la calle Barquillo, no manda nadie y los acontecimientos se van desarrollando al ritmo de las voces y caprichos de sus notables.
Una buena idea, como la incorporación al frente electoral de Manuel Pizarro, puede llegar a generar, como contemplamos entre la risa y el llanto, todo un corrimiento de poder -¡a cincuenta días vista de las legislativas!- que, de momento, se ha cobrado la vida política de Alberto Ruiz-Gallardón, un hombre cabal, con un apabullante currículum democrático y de gobierno, tanto en lo autonómico como en lo local. Hace más de un siglo, en 1886, Juliette Adam, que se escondía tras el pseudónimo de El conde Paul Vassili, uno de los «curiosos impertinentes» que tanto nos ayudaron a conocernos, decía que «aquí la felicidad suprema consiste en dar la vida por una idea y por España». O nos sobrevaloró entonces tan fina observadora o hemos decaído mucho en este tiempo.
La integrante y poco sutil manera con que Rajoy, Esperanza Aguirre y sus respectivos pretorianos han prescindido de Gallardón, especialmente celebrada por el eje COPE-EL MUNDO, es, además de una torpeza, la asunción de un riesgo innecesario. Una hipotética, y probable, derrota del PP el próximo 9 de marzo se hubiera zanjado, a efectos partidistas, con el mutis prudente y sosegado de Rajoy. Ahora, con tantos ilustres implicados en la conspiración contra el actual alcalde de Madrid, si ese no deseable fracaso llega a producirse, tendrán que rodar muchas cabezas. El PP quedará desmochado y ni Aguirre ni Gallardón estarán en condiciones de optar, con escaño en el Congreso, a la sucesión del líder.
Decía El conde Paul Vassili que España «está siendo explotada tanto por la derecha como por la izquierda, en nombre de la libertad o de la monarquía, por el clero o por los generales, por bulas o por pronunciamientos». Si se tachan la monarquía, que ha pasado a ser constitucional, y los pronunciamientos, que no caben en un Estado como el actual, el diagnóstico de la francesa sigue vivo. ¿Tendrá cura una enfermedad con tan larga etiología?

17 Enero 2008

Rajoy da un giro a la campaña y al PP

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Por un error de edición, en el editorial de ayer titulado 'Rajoy da un giro a la campaña del PP' se omitieron tres palabras. El texto debería concluir con la frase: «Sólo le queda demostrar con las palabras y los hechos que carecen de fundamento las imputaciones de que se ha producido un viraje a la derecha»

La incorporación de Manuel Pizarro a la lista del PP por Madrid y la exclusión de Alberto Ruiz-Gallardón, dos decisiones clave tomadas por Mariano Rajoy en las últimas 48 horas, dan un giro a la campaña electoral y a la propia formación. Ambas resoluciones muestran a un Rajoy seguro de sí mismo, que lanza un mensaje nítido a la sociedad y a su partido: se ve capaz de ganar las elecciones con sus armas, sin necesidad de que nadie le centre, ni a él ni al PP. Creemos que Rajoy ha acertado en las dos decisiones.

Respecto a Gallardón, nuestro criterio siempre ha sido que el alcalde no podía desatender la dirección de los asuntos de la capital de España para tratar de compatibilizar el Ayuntamiento con el Congreso. Eso supondría, además, un desprecio a los madrileños, que le eligieron hace apenas ocho meses para que estuviera los próximos cuatro años dedicado enteramente a resolver los problemas de la ciudad. Sin embargo, hay un cierto sadismo político en la resolución de Rajoy: primero, por haber esperado hasta el último momento para anunciar que le dejaba fuera, pero también por equiparar su petición de ir en la lista con la solicitud, en el mismo sentido, de Esperanza Aguirre, cuando es obvio que la presidenta de la Comunidad de Madrid debía dimitir para poder ser candidata y en el caso de Gallardón no hay una incompatibilidad legal de cargos. Es cierto que el alcalde había arriesgado sobremanera al autopostularse abiertamente como aspirante a candidato saltándose incluso los plazos y las formas que marca el partido. Apostó fuerte, ha perdido y sus expectativas de ser el sucesor de Rajoy a corto plazo quedan maltrechas. Sigue en pie, sin embargo, su compromiso con los madrileños y sería impropio de alguien de su trayectoria tirar despechado la toalla, tal como ayer se sugería puerilmente en su entorno.

En cuanto a Pizarro, se trata del fichaje de una persona de reconocido prestigio, que genera ilusión entre los populares y el potencial electorado del centroderecha. Con él, Rajoy se garantiza una voz autorizada para una contienda que tendrá en la economía uno de los asuntos centrales. Zanja de forma brillante las dudas generadas en torno a la portavocía de su partido en esta área y puede presentar un peso pasado con el que medirse a Pedro Solbes. El líder del PP demuestra también con esta incorporación su capacidad de arrastre y de persuasión. No es fácil convencer a alguien vinculado al mundo de la empresa que descienda a la arena política, que supone un gran desgaste personal y, desde luego, está infinitamente peor remunerada. No hay que olvidar que hace sólo un mes el ex presidente de Endesa fue nombrado consejero de Telefónica y que figura en otros consejos, de los que deberá dimitir. Se supone, por ello, que quien da un paso así lo hace por una motivación noble e idealista. Ya parte, en este sentido, con un aval: su oposición a la OPA de Gas Natural sobre Endesa, propiciada desde el Gobierno en unas condiciones ridículas, ha contribuido a granjearle una imagen de hombre sólido y cabal.

Los desmedidos y casi histriónicos ataques del PSOE al fichaje de Pizarro -José Blanco le tachó ayer de «tiburón del capitalismo»-, así como su cerrada defensa de Gallardón -López Garrido calificó la decisión del PP de no contar con el alcalde como prueba de su «involución aznarista»- son la mejor muestra del acierto de Rajoy. Sólo le queda demostrar con las palabras y los hechos que carecen de fundamento las imputaciones de que se ha producido un viraje.

17 Enero 2008

Rajoy quiere ganar

Federico Jiménez Losantos

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Hay muchas cosas interesantes en el fichaje de Manuel Pizarro por Mariano Rajoy, pero ya tendremos tiempo de comentarlas en esta campaña electoral que puede hacerse interminable. Sin embargo, hay que señalar algunas que, aunque difusas, están en el ambiente y explican el impresionante efecto que ha tenido en la opinión pública.

A mi juicio, lo más importante es que Rajoy consolida un liderazgo político en la derecha española que estaba implícitamente cuestionado en los sectores más liberales de la base del PP y abiertamente discutido en lo que podríamos llamar el bando capitulacionista, cuyo caudillo y símbolo es Gallardón. Bando éste prácticamente inexistente en la base de un partido mayoritariamente aznarista y esperancista, pero importante y significativo en la vieja guardia de los altos cargos y en esa burocracia partidista que se da en el PP como en todos los partidos políticos y que tiene como rasgo ideológico esencial el hambre de poder y la incontrolable compulsión a pastar como sea en el Presupuesto.

Si Pizarro acepta ir con Rajoy a las elecciones no es sólo porque ve posible la victoria en marzo, sino porque ve indiscutible la necesidad de un PP fuerte en la vida nacional. Y en la medida en que se trata del partido dirigido por Rajoy, ese escolta de lujo en la lista por Madrid refuerza extraordinariamente el liderazgo actual. Justo al revés de lo que sucedía con Gallardón, cuya mera presencia en la lista suponía la derrota o la escasez política de Rajoy y apostaba abiertamente por su sustitución.

Todo lo que vale Pizarro lo aporta a la candidatura rajoyesca. Todo lo que pueda valer Gallardón lo resta. Ésa es -o era- la gran diferencia. Si será importante la presencia de Pizarro en la lista de Rajoy que ya da igual que en ella vaya o no vaya Gallardón, al que, por cierto, Pedro Jota, con mucho sentido común, ha aconsejado que se deje de enredos y no ponga al partido en la tesitura de tomarlo o dejarlo, porque ya una vez se empeñó en que lo tomara, probó su musculatura de líder contra Esperanza Aguirre y cosechó en el PP de Madrid (casi 100.000 militantes, uno de cada siete u ocho de los 740.000 que tiene en toda España) el mayor fracaso interno que se recuerda.

Con todo lo que tenga de importancia en lo material, el fichaje de invierno de Pizarro tiene un valor psicológico todavía superior y es el de que Rajoy no sólo puede sino que quiere ganar. No son pocos los que han comentado estos últimos meses que en el PP se advertía, entre tanta blandenguería electoralista, una especie de miedo a ganar, porque las dificultades a que se enfrentaría un Gobierno del PP serían enormes. Con lo de Pizarro, está claro que Rajoy quiere ganar. Y esa convicción es ya media victoria.

20 Enero 2008

Moderados, abstenerse

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Aguirre empujó a Gallardón a tirarse al vacío, pero Rajoy les siguió, con Pizarro de paracaídas. La sorda pugna entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón por situarse en posición de suceder a Rajoy en caso de una segunda derrota electoral ha tenido un desenlace malo, para el líder, para los delfines y para el PP, tal como demuestra la encuesta publicada hoy en nuestras páginas.

Gallardón se ofreció como número dos de la lista encabezada por Rajoy con el argumento de que, para ganar y gobernar, el PP debería ofrecer un programa y una imagen «de centro, moderado y pragmático». Tanto para superar en votos al PSOE como para tener la posibilidad de alcanzar acuerdos para completar la mayoría. Gallardón se ofrecía como garantía para facilitar ambos objetivos.

Pero su propuesta tropezaba con dos dificultades: la desconfianza del sector mayoritario del PP madrileño, liderado por Aguirre, que ya le había ganado el pulso por el poder interno a fines de 2004; y la moral de derrota que transmitía su presencia como segundo del líder: para sustituirle tras un segundo fracaso seguido de dimisión. De ahí las dudas de Rajoy y la decisión en el último momento, que resultó ser el peor: tuvo que tomarla bajo la amenaza de Aguirre de dimitir como presidenta madrileña para poder presentarse también ella si lo hacía su rival. Estableciendo una falsa equiparación, puesto que el alcalde no tendría que dimitir para ser candidato.

El gesto salomónico fue por ello un tanto asimétrico, con el resultado de que Gallardón también anunciase su retirada, luego matizada: lo decidirá después del 9-M. Es decir, cuando ya se sepa si Rajoy ha perdido o no. Todos quedan mal. Lo que quiso ser un gesto de autoridad de Rajoy se convierte en debilidad por su incapacidad para resistir el chantaje de Aguirre; y los dos delfines se desacreditan al demostrar su disposición a supeditar el cumplimiento de su contrato con los electores a su carrera política.

Pero lo más grave es el efecto de este episodio sobre el electorado. Fraga tuvo el mérito de agrupar en un partido conservador democrático a todas las corrientes de la derecha, desde la centrista que había votado a UCD hasta los ex franquistas. Esa unificación fue rentable electoralmente. En 1996, la izquierda (PSOE+IU) obtuvo dos millones largos de votos más que la derecha, pero gobernó Aznar.

Un líder incapaz de gobernar su partido inspira desconfianza. Sobre todo si al final siempre o casi siempre cede en favor de los que más presionan. Desde el partido o desde los medios. Comunicadores que llevan años tachando a Rajoy de maricomplejines han saludado la exclusión de Gallardón como un triunfo propio. Considerar que el PP se ha convertido en un partido de extrema derecha sería una exageración, pero no lo es constatar que se está empujando fuera de sus filas (y de las urnas) a los sectores conservadores identificados con la moderación.

El Análisis

CONFECCIÓN DE LISTAS CON LA GUERRA DE SUCESIÓN DE FONDO

JF Lamata

En la política pocos gestos parecen casuales. El alcalde de Madrid D. Alberto Ruiz-Gallardón pidió al Sr. Rajoy estar en las listas electorales por Madrid, algo normal si se hace por carta o en una reunión privada, pero lo hizo públicamente ante las cámaras de la tele, lo que más que una petición es un órdago, un golpe de efecto y una presión. A nadie se le escapaba que si el Sr. Rajoy perdía las elecciones – como parecía preverse – la mejor forma de que otro político le pudiera quitar el sillón era como diputado en el Congreso. Eso mismo debió pensar la presidenta de la Comunida de Madrid, Dña. Esperanza Aguirre, que lanzó el segundo órdago: si el Sr. Gallardón iba en las listas, ella también tendría que ir- aunque eso supusiera dimitir como presidenta (la presidencia autonómica es incompatible con ser diputada).

Finalmente el Sr. Rajoy optó por el puñetazo en la mesa y excluir al Sr. Gallardón para satisfacción de la Sra. Aguirre y de sus medios afines, el más eufórico, el locutor de la COPE y jerifalte de LIBERTAD DIGITAL, D. Federico Jiménez Losantos, que en antena no se cansó de celebrar la derrota del Sr. Gallardón, de repetir y repetir que la Sra. Aguirre al amenazar con dejar la presidencia de Madrid sólo lo hacía para ‘sacrificarse’ y dejar bien al Sr. Rajoy y que ‘ganara o perdiera’ el Sr. Rajoy debía seguir siendo presidente del PP después de las elecciones. Una opinión que no tardaría en modificar, aunque por el mismo motivo de siempre: apoyar a la Sra. Aguirre.

J. F. Lamata