17 julio 1994

Relevo en la Europa de las 12: Jacques Santer sucede a Jacques Delors como nuevo Presidente de la Comisión Europea

Hechos

Fue noticia el 17 de julio de 1994.

Lecturas

Jacques Delors.

14 Julio 1994

El fin de un sueño

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

LOS DOCE se hallan en vísperas de una decisión histórica: la sustitución de Jacques Delors por un anónimo político luxemburgués, cuyos mayores méritos son mera consecuencia de la sobredimensión que adoptó el Gran Ducado en la vida internacional gracias a la Unión Europea. Jacques Santer, el candidato elegido por Helmut Kohl como mínimo común denominador entre. los Doce, es un excelente profesional de la cosa pública que ha acreditado sus dotes de primer ministro durante 10 años al frente de una estable coalición. La placidez de un país como Luxemburgo, con sus 400.000 habitantes, le ha facilitado las cosas.Con el nombramiento de Santer es de temer que Alemania, como país que preside ahora el Consejo de Ministros y como locomotora solitaria de la Unión, quiera hallar un gestor sumiso que se pliegue a sus designios, una especie de gerente de la burocracia europea que deje manos libres a los 12 Gobiernos y no les enrede con grandes ilusiones y proyectos, ni les desborde, como ha hecho Delors, con su imagen de padre y casi presidente de unos casi Estados Unidos de Europa.

Quienes se lamentaban por el acuerdo francoalemán para imponer a Jean-Luc Dehaene deberán conformarse con la arrolladora propuesta alemana, vislumbrada con satisfacción incontenida por los conservadores británicos. Quienes denunciaban el secretismo de los días previos a la cumbre de Corfú, cu

ando había tres candidatos explícitos -Leon Brittan, Ruud Lubbers y Jean-Luc Dehaene-, deberán contentarse ahora con la participación discreta en el consenso silencioso arrancado por Bonn a cuatro días de la nueva cumbre tras una auténtica tormenta de intoxicaciones informativas. ¿Qué dirán finalmente quienes lamentaban la escasa personalidad del candidato belga?Los críticos más bullangueros del funcionamiento de las instituciones europeas, quienes denunciaban la falta de democracia, el poder desmedido de la burocracia y la ausencia de transparencia, están demostrando al fin que no desean que Europa llegue a constituirse en una unión política y económica fuerte. Su acción erosionante ha llegado a afectar a europeístas honestos que apostaban por la soberanía compartida y que ahora prefieren encastillarse en la reafirmación de sus Estados nacionales.

Para Alemania, con su emplazamiento central en el continente, con su riqueza y potencial de crecimiento, su moneda fuerte y su enorme demografía, es una opción lógica cuando los otros renuncian. Para los que renuncian, en cambio, este abandono del proyecto supranacional supone el sometimiento a la decadencia y a la dependencia. Es el caso de Francia, despistada sobre su propio futuro, y del Reino Unido, todavía ensoñado en sus quimeras insulares. Es el caso, más dramático si cabe, de España, que sin una Europa fuerte queda huérfana de proyectos en su dimensión internacional. La elección de un gestor sin perfil ni autoridad parece anunciar que, lentamente, hasta los Estados inicialmente más europeístas están abandonando el proyecto de la unidad europea.

La presidencia de la Comisión Europea, la única institución con capacidad de iniciativa legislativa a nivel europeo y la guardiana de los tratados, debe ser consensuada con el Parlamento Europeo, la única institución de elección directa. Sería de desear que los parlamentarios compensaran la ausencia de democracia y de transparencia que ha rodeado todo el proceso de designación del presidente de la Comisión. Más deseable sería, por supuesto, que un cargo de tal importancia política saliera sin más de una elección democrática -en el Parlamento o en las urnas- en vez de un conciliábulo secreto tramado entre las cancillerías europeas. Mientras esto no sea así, esperemos que las decisiones de los Doce no lleguen a comportar la guillotina definitiva al proyecto de unidad europea.

17 Julio 1994

Europa con Santer

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

LAS CONCLUSIONES parece que se imponen engaño samente por sí mismas. Jacques Santer, primer minis tro luxemburgués, elegido el pasado viernes presidente de la Comisión Europea, es una solución de compromiso tras el veto británico al jefe de Gobierno belga, Jean Luc Dehaene, propuesto por alemanes y franceses, pero percibido por todos como el candidato del canciller Kohl.Ello se traduce, según el coro general, en que la Comisión, dirigida por un presidente sin base propia de poder y, presuntamente, de poco color, perderá protagonismo a favor del Consejo de Ministros o, lo que es lo mismo, del dificil consenso entre los Estados miembros. La era Delors, asegura la sabiduría más extendida, de europeísmo intervencionista y de un marcado jacobinismo supranacional, debería dar paso a una visión mucho más modesta de la realidad y a una era de consolidación y empirismo más que de grandes aventuras del pensamiento.

Hay que recordar que cuando, hace 10 años, la primera ministra británica, Margaret Thatcher, impidió el nombramiento del francés Claude Cheysson, por europeísta, tercermundista y seguramente rojo, hubo de aceptar a un ex ministro de Economía también francés. Nadie sabía entonces que aquel Delors era este Delors, y que las medias tintas no eran exactamente su especialidad. El cargo de Bruselas conlleva una dinámica debida en buena parte a esos denostados burócratas sin rostro, como los euroescépticos gustan de llamarles, cuya profesión es justamente la de inventar. Europa. Santer no tiene por qué ser menos decisivo de lo que hubiera sido Dehaene.

Si a ello sumamos que Europa afronta hoy problemas desconocidos hace una década -la ex Yugoslavia, como el más visible-, que obligarán a la Unión Europea a actuar, veremos que lo de las presidencias grises no es, ni mucho menos, seguro.

Lo esencial, sin embargo, parece ser que el eventual deslizamiento de la iniciativa de la Comisión al Consejo debería dar lugar a grandes mutaciones en la forma de hacer política de los Doce. Como señaló en la cumbre extraordinaria del viernes el presidente francés, François Mitterrand, la observancia de la norma de la unanimidad va a ser en el futuro inviable, so pena de aceptar la parálisis como forma de vida.

Es irracional pensar que en las grandes decisiones sobre el futuro de Europa puede hacerse la unanimidad, y evidente que habrá que funcionar por la vía de las mayorías cualificadas, dejando en ocasiones que se descuelgue alguno de los disidentes. Llegará, por tanto, el día en que el primer ministro británico -sea quien sea- habrá de reconocer que no se puede estar simultáneamente fuera y dentro de la UE.

La Unión Europea sólo puede construirse desde el realismo. Pero, al mismo tiempo, la magnitud de los retos que se alzan ante Europa -la política exterior y de defensa común, la moneda única, la ampliación hacia el Este, la definición, en suma, de lo que Europa quiera y pueda ser en el siglo XXI- hacen que no se pueda seguir adelante sin una visión.

Todo ello pide, más que la debilidad de la Comisión y la fortaleza del Consejo, la vigorización de ambas instancias. Sin un concurso mayoritario, pero no necesariamente total, de los Estados miembros en las grandes decisiones no puede haber Unión Europea; sin una Comisión que suministre material político a los Estados y actúe, tampoco. Santer tiene ante sí una excelente oportunidad de no ser una non-entity (un don nadie), como le ha calificado la prensa británica; los Doce o los Dieciséis, la de seguir reinventando Europa.