16 junio 1939

Junto con Negrín "Jefe de Gobierno en el exilio", también son expulsados del PSOE sus principales colaboradores como Álvarez del Vayo o Ramón González Peña

Ruptura total en el PSOE: Indalecio Prieto se hace con el partido y expulsa al Dr. Juan Negrín por ‘filo-comunista’

Hechos

En junio de 1939 se hicieron públicas entre los españoles residentes en México las cartas epistolares que se intercambiaron el Dr. Juan Negrín y D. Indalecio Prieto.

Lecturas

FRAGMENTOS DEL INTERCAMBIO EPISTOLAR

DE NEGRÍN A PRIETO

Mi querido y buen amigo: Aprovecho la salida para México de un común amigo para anunciarle con estas líneas, mi próxima llegada ahí. (…) Pronto tendré ocasión de comunicarle mi deseo de que en una entrevista se aclaren los equívocos y las malas inteligencias surgidos en los últimos meses. (…) Con el afecto y cariño de su amigo.

Dr. Juan Negrín, mayo 1939.

DE PRIETO A NEGRÍN

En respuesta a la carta de usted, debo decirle que neustra amistad, ya muy quebrantada a partir de abril de 1938, la considero rota por completo desde abril de 1939. (…) Si, a parte de esa amistad ya muerta tuviera usted algo que decirme, ruégole que lo haga por escrito.

D. Indalecio Prieto, 7 de junio de 1939.

DE NEGRÍN A PRIETO

Usted no puede hablar de una amistad terminada por lo sucedido en abril de 1938. Hice entonces lo que tenía derecho y obligación de hacer (…). El reemplazarle a usted en Defensa Nacional era necesario y fue un acierto. Su moral decaída impedía que su capacidad singular y su actividad prodigiosa dieran un rendimiento positivo y su indiscreta incontinencia nos llevaba a la catástrofe (…). Le recuerdo que en el cambio de Gobierno también salió Jesús Hernández, del partido PCE, contra el que usted tanto se posicionaba.

Dr. Juan Negrín, 16 de junio de 1939

DE PRIETO A NEGRÍN

En abril de 1938 Jesús Hernández cesó en el Gobierno para ser comisario de todos los ejércitos de la zona Centro Sur, misión mucho más trascendental que la del referido ministerio. Quedaron los principales resortes de la forma siguiente:

  • Subsecretario del Ejército de Tierra – Cordón (PCE)
  • Subsecretario de Aviación – Núñez Maza (PCE).
  • Jefe de Fuerzas Aéreas – Hidalgo de Cisneros (PCE)
  • Jefe de Estado Mayor de Marina – Prados (PCE).
  • Comisario de Ejércitos Centro Sur – Jesús Hernández (PCE)
  • Director General de Seguridad – Cuevas (PSUC).

Enterado de la solución que iba a darle a la crisis, le escribí manifestándole mi disconformidad con su política y, sobre todo, con esos nombramientos (…) Tras mi salida recibí la adhesión de todas las fuerzas antifascistas – sin otra excepción de la del PCE – pues ni siquiera me faltó el testimonio de solidaridad de la CNT. Aconsejé a todos que no dificultaran mi reemplazo. (…) ¡Se atreve usted a decir que yo empujaba a la catástrofe! Pocos españoles están libres de responsabilidad de la tragedia sufrida al pueblo español. De los que ocupaban cargos políticos, ninguno.

D. Indalecio Prieto, 23 de junio de 1939.

14 Octubre 1945

PRIETO Y NEGRÍN SE DISPUTAN 35 MILLONES DE DÓLARES ROBADOS A ESPAÑA

Pyresa

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El odio recíproco les impide la unión.

El diario izquierdista norteamericano PM publica un artículo en el que afirma que el gobierno republicano español exiliado en México está dominado por Indalecio Prieto desde que el odio personal existente entre Prieto y Negrín impidió una verdadera unión de todas las fuerzas izquierdistas. Añade que Prieto huyó de España llevándose cuarenta millones de dólares que le confío Negrín para que los ocultara en el extranjero. De estos 40 millones de dólares se han invertido uno o dos en ayudar a los emigrados y tres millones fueron incautados por el Gobierno mejicano, que los ha devuelto ahora a Giral. El resto sigue en poder de Prieto que nunca ha querido dar cuenta a nadie de los fondos.

26 Febrero 1992

La doble derrota de Juan Negrín

Santos Juliá

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Cien años hace ya desde que nacio y, a pesar de algunos meritorios esfuerzos por reivindicar su nombre, pocos políticos de la República habrán sido víctimas de tanta injuria como Negrín. Su memoria llega todavía envuelta enel desprecio general y en las más inverosímiles acusaciones, procedentes tanto de la derecha como de los anarcosindicalistas, por no hablar de los republicanos catalanes y de sus mismos compañeros del partido socialista, alguno de los cuales, viejo amigo por demás, como Indalecio Prieto, le negó el saludo y la mano para el resto de sus días. Todavía hoy es harto dificil encontrar entre los socialistas alguien dispuesto a sacudir el polvo caído sobre su figura.El origen de tan generalizada inquina puede radicar en que, de todos los altos dirigentes no comunistas de la República en guerra, sólo Negrín se mantuvo hasta el final en pie. Los sublevados no podían entender las razones de su obstinada resistencia y la atribuyeron a manejos internacionales -comunistas, masónicos, judaicos- de los que Negrín sería marioneta. Los fieles a la República que dieron la guerra por perdida desde que los moros asomaron sus turbantes por el Manzanares le odiaban porque sólo Negrín era capaz de posponer una y otra vez, a pesar de los frentes derrumbados, el día de la derrota y aplazar así el momento de proclamar que tenían razón, que quienes afirmaron la inutilidad del sacrificio eran los únicos que tenían razón. Y, en fin, los que asumieron sus responsabilidades en el Gobierno y en sus partidos, porque el desastre de sus propias políticas -la de Largo Caballero como presidente del Gobierno y ministro de la Guerra en mayo de 1937, la de Prieto como ministro de Defensa en marzo y abril del año siguiente- no provocó la derrota inmediata de la República: Negrín fue capaz de reconstruir una coalición de Gobierno sin sindicatos en mayo de 1937 y de contener el derrumbe de la República con un Ejército a la desbandada en abril de 1938.

¿Qué extraña fuerza, qué razón oculta animaba a este hombre a resistir cuando todos los demás se hundían? La explicación acudió rápida a las mentes y los discursos: Moscú. Y así, por una vez, la propaganda de los rebeldes encontró un terreno común con la de los leales: Negrín era el instrumento de Moscú para controlar la República y establecer en ella la dictadura comunista. Gregorio Marañón, que salió de España con un carné de la CNT, lo fue diciendo ante audiencias internacionales, y Julián Besteiro, que se quedó con su carné de la UGT, lo decía en Madrid. Pero esa especie fue también verdad segura para Largo Caballero después de su caída del Gobierno, y el mismo Prieto no tardaría en unir su voz a la del coro cuando Negrín le despidió del Ministerio de Defensa.Esta acusación, compartida por socialistas y republicanos, sindicalistas y fascistas, se ha convertido en cómoda explicación de toda la política de Negrín. Fue Prieto quien le obligó en septiembre de 1936 a aceptar el Ministerio de Hacienda, pero ¿cómo no ver ya la mano de Moscú en el nombramiento de un ministro que enviaría poco después el oro del Banco de España a la Unión Soviética? Fue Azaña, por decisión personal en la que nadie tuvo ocasión de entrar, quien le nombró, sin mucho donde elegir, presidente del Gobierno, pero ¿cómo no suponer la mano de Moscú en la designación del presidente que un año después, y con los frentes rotos, se mostró determinado a no claudicar y seguir así la política comunista de continuar la guerra?

Así se ha escrito la historia de la entrega de este cerebro de primera clase -como lo definió Hugh Thomas- a los comunistas. Pero en esa acusación apenas hay algo más que una interesada reescritura de la historia. Los comunistas, muy crecidos en poder político y militar bajo la protectora sombra de Largo Caballero, no estaban en condiciones de dictar su nombre para el Ministerio de Hacienda ni imponerlo después para la presidencia de Gobierno. Por supuesto, a pesar de su notable peso en la coalición republicana y de los sueños que a ese respecto abrigaba -contra el consejo de Togliatti- Dolores Ibárruri, los comunistas nunca pudieron imponer su hegemonía en el Ejército ni en la política republicana: como Azaña vio perfectamente, la Unión Soviética no estaba interesada en un triunfo comunista en España y, como el mismo fin de la guerra puso de manifiesto, el control de la República por el PCE estaba lejos de ser completo en los primeros meses de 1939.

Pero todo eso no fue óbice para juzgar lo que parecía su irrazonable decisión de resistir como un dictado de Moscú que se complementaba muy adecuadamente con una obstinación de carácter, una testarudez, cuando no una madera de dictador. La verdad, sin embargo,es más dura y más simple: las quejas contra Negrín que todo el mundo venía a contar al oído de Azaña se esfumaban en su presencia. Curiosamente, Negrín no tuvo que defenderse jamás contra ninguna verdadera conspiración encaminada a sustituirle en la presidencia del Gobierno. Y eso fue así no porque contara con el apoyo inquebrantable de los comunistas o con la confianza del presidente de la República, sino porque nadie pudo formular nunca, ni en el Gobierno, ni en lo que quedaba de las Cortes, ni en la comisión ejecutiva o nacional de su partido, una política distinta a la suya, ya que ninguna otra había si no era la del abandono puro y simple de las armas, la derrota sin condiciones.

Pues la política de Negrín, como sospechaban con razón los comunistas, fue la de buscar una salida negociada a la guerra: para eso, y no para perseguir una quimérica victoria, lo llamó Azaña a la presidencia del Gobierno. Ahora bien, para fórzar esa salida, era necesario no darla por perdida, pues entonces no podría hablarse ya de paz sino de derrota. Negrín no habló nunca el lenguaje de la derrota, ni siquiera cuando era inminente. Y no lo habló no porque fuera tan iluso que creyera alguna vez en la victoria, sino porque nunca quiso abandonar el último e irrenunciable punto para firmar la paz: el compromiso de los rebeldes de conceder una amnistía general a los combatientes republicanos.

Si se leen los discursos de Negrín con el ánimo libre de prejuicios, se comprobará que al final las únicas condiciones que mantuvo para dejar las armas se reducían a la concesión de esa amnistía y a una vaga promesa de convocar un referéndum en el que los españoles pudieran decidir su futuro. El problema de Negrín fue que para lograr esa mínima concesión, de la que Franco nunca quiso saber nada, debía contar con un Ejército en pie, un Gobierno en plenitud de funciones sobre su propio territorio y una mediación internacional. Su decisión de no poner fin a la guerra por un mero acto de abandono de las armas le impidió percibir que ni contaba con el Ejército republicano, ni tenía Gobierno ni había ninguna potencia europea dispuesta a mediar entre los españoles. Negrín fue entonces derrotado desde dentro de la República, pero no porque existiera otra política sino porque había sonado effin de toda política: su doble derrota ante Franco y Casado -dos militares- es la razón del permanente envilecimiento de su figura que tal vez ahora, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento, sea hora de revisar.

Santos Juliá