16 abril 1994

El columnista de ABC inicia una campaña de menciones despectivas a Juliá en su columna

Santos Juliá (EL PAÍS) acusa a Federico Jiménez Losantos de plagiar a Rivas Cherif en su libro «La última salida de Manuel Azaña»

Hechos

En abril de 1994 D. Federico Jiménez Losantos presentó su obra ‘La última salida de Manuel Azaña’ editada por la Editorial Planeta.

Lecturas

azana_sombrero El Partido Popular buscaba presentarse como ‘herederos’ de D. Manuel Azaña, presentándole no como el jefe de la izquierda republicana, sino como el jefe de un intento de derecha liberal moderada y patriótica de la que el PP de D. José María Aznar quería considerarse heredero para así ser identificado como más ‘centrista’. Apoyar esta tésis parecía ser  uno de los objetivos de D. Federico Jiménez Losantos (periodista y en aquel momento asesor del PP) en su obre ‘La última salida de D. Manuel Azaña’.

Durante el año 1994 los “primeros espada” de EL PAÍS se vieron las caras con primeros espada de ABC y EL MUNDO por los libros, demostrando que en aquella época la ciudadanía aún leía libros.

El primero de ellos fue ‘La última salida de Manuel Azaña’ de D. Federico Jiménez Losantos. Era un curiosísimo libro en la que el columnista de ABC, que aún no había iniciado su campaña de criminalización contra la II República que adoptaría una década después para atraer simpatías entre los reivindicadores del alzamiento nacional, trató de convencer de que D. José María Aznar y su Partido Popular (a los que él asesoraba en aquel momento) eran los que mejor heredaban el pensamiento político del ilustre D. Manuel Azaña, el líder de Izquierda Republicana durante la II República al que el Sr. Jiménez Losantos consideraba padre una derecha liberal y nacional.

El 16 de abril de 1994 el columnista de EL PAÍS e historiador D. Santos Juliá publicó un artículo en el que aparte de ridiculizar ese manifiesto por una joven derecha liberal nacional española bajo la advocación de Manuel Azaña acusaba al turolense de haber plagiado directamente párrafos del libro del Sr. Rivas ‘Retrato de un desconocido’.

“Nada de lo que aparece es resultado de un trabajo de búsqueda original, sino reproducción con retoques léxicos y sintácticos, de los recuerdos de varios testigos, muy abrumadoramente de Cipriano y Dolores Rivas”.

La gresca entre columnistas de EL PAÍS y ABC se produciría también meses después entre los Sres. Tusell y Anson acerca de un libro sobre Don Juan de Borbón. Aquella gresca reavivó la bronca entre los Sres. Losantos y Juliá.

D. Federico Jiménez Losantos que en un artículo publicado el 12 de noviembre salía en defensa del jefe Anson y cargaba contra D. Javier Tusell y, de paso, volvía a la carga contra D. Santos Juliá a los que definía como ‘fabuladores del presente’ y ‘felipistas’: “Lo mismo deciden si yo tengo derecho a escribir sobre Azaña y Aznar que dictaminan si Anson tiene legitimidad para escribir sobre Don Juan. EN el fondo lo que trata de mostrar la cuadrilla pesebrista es que EL PAÍS sigue siendo el púlpito de la doctrina democrática”.

Es innegable la habilidad de ‘reinterpretar’ intenciones del Sr. Jiménez Losantos. No responde a las críticas de los Sres. Tusell y Juliá como críticas a sus libros por posibles errores. No son, ni tan siquiera ‘historiadores tiquismiquis que buscan exageradamente errores perfeccionistas en las obras de sus rivales”, no, es mucho más hábil, los presenta como ‘amordazadores’, ‘censores’ como si lo que de verdad hubieran hecho los Sres. Tusell y Juliá fuera negar la legitimidad de los Sres. Anson y Losantos a escribir de lo que les diera la gana.

El 21 de noviembre de 1994 replicaba el Sr. Juliá con un artículo de página completa a cuatro columnas y la imagen del Sr. Azaña donde señalaba uno a uno los párrafos que el Sr. Jiménez Losantos había ido plagiando en su libro ‘La última salida de Manuel Azaña’ (que recibió el premio Espejo) de la obra ‘Retrato de un Desconocido’ del Sr. Rivas Cherif. Citando entrecomillados hasta seis ejemplos. El alegato del Sr. Juliá terminaba con un “Jiménez Losantos copia con asombrosa liberalidad el libro de Rivas Cherif a quien en toda justicia debía ir, a título póstumo, el premio Espejo de España recibido por su sagaz glosador y copista”. El Sr. Jiménez Losantos eludió entrar al fondo de la cuestión y se limitó a seguir atacando a D. Santos Juliá como ‘historiador felipista’ (pro-gubernamental, frente a él que sería el historiador independiente).

16 Abril 1994

Por una derecha liberal y nacional. Jiménez Losantos: la historia como coartada política.

Santos Juliá

Babelia

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Jiménez Losantos copia con asombrosa liberalidad y en numerosísimas ocasiones sin citarlo, párrafos enteros del ‘Retrato de un desconocido’ de Rivas Cherif.

A cualquiera que conozca lo más imprescindible de lo publicado en torno a Azaña, la sustancia  aun el detalle del último premio Espejo e España le sonará de inmediato a algo ya visto, ya leído. Jiménez Losantos copia con asombrosa liberalidad y en numerosísimas ocasiones sin citarlo, párrafos enteros del ‘Retrato de un desconocido’ de Rivas Cherif; glosa de aquí y allá las memorias de Martínez Barrio y de Maura; recurre en alguna ocasión a Zugazagoitia o a Josefina Carabias y reproduce y comenta algunos papeles muy conocidos – carta de dimisión, testimonio de un obispo – sobre varios episodios polémicos del último año y medio de la vida de Azaña. Con esos y otros pocos materiales, con abundancia de ilustraciones y páginas en blanco, y con varios excursus sobre cuestiones marginales – la protección de los cuadros del Prado, la muerte de Machado y, como no, otra vez la presunta homosexualidad de Azaña – Losantos consigue componer lo que aparentemente es un libro de 300 páginas.

Pero este no es, como su autor pretende, un libro de historia. Ante todo, porque nada de lo que aquí aparece es resultado de un trabajo de búsqueda original sino reproducción, con retoques léxicos y sintácticos, de los recuerdos de varios testigos y, muy abrumadoramente, de Cipriano y Dolores Rivas. Además, porque ese trasvase se ha realizado de forma harto apresurada y Losantos, a pesar de su temprana y muy encomiable labor como antologista de Azaña, incurre en inexactitudes impropias de alguien para quien la época y los personajes del darma deberían ser familiares. Así, cuando presenta a Santos Martínez como chófer oficial de Azaña cuando asegura que el célebre “España ha dejado de ser católica” se pronuncia en el debate del a ley de Congregaciones o cuando sitúa el comienzo de las conversaciones entre Prieto y don Juan “apenas dos años después” de terminada la guerra civil y cree que en febrero de 1940 “la lucha entre Francia y Alemania había comenzado”, lo que Losantos demuestra es lo muy ligero que anda esta vez de equipaje para enfrentarse a la tarea de escribir un libro de historia.

Lo más original que Losantos tiene que decir no guarda, pues, relación con la historia, sino con la política y podría titularse algo así como: “Manifiesto por una joven derecha liberal nacional española bajo la advocación de Manuel Azaña”. Al cabo de argumento de su libro es que la dimisión de Azaña, tardía, de última hora, le devuelve a aquella tercera España a la que él de verdad pertenecía, de la que procedía y de la que se desvió por mor de la República. Azaña era, en efecto, como Losantos recuerda oportunamente, uno de los intelectuales que en 1913 se acercó al Partido Reformista de Álvarez y que participo con Ortega en la fundación de la Liga de Educación Política. Ese grupo, calificado aquí como “joven derecha liberal”, es el que, torpemente rechazado por Alfonso XII y decepcionado después por la República, formará la tercera España a la que un “tercer Azaña, el mejor de ellos” retoma en los últimos meses de su vida. Para remachar esta tesis, la peripecia de Azaña durante la guerra civil se presenta como la de un político marginado por ese otro personaje “autoritario de verdad”, entregado a los comunistas que fue Negrín.

¿Tiene algún interés esta “recuperación” de un tercer Azaña como símbolo de la tercera España? Historiagráfico, no, ninguno. Volver a la metafísica de las dos Españas cainitas para arrancar a Azaña de una de ellas y situarlo en el limbo de la tercera es, en términos de conocimiento e interpretación del pasado, un ejercicio in´util, vacío de contenido y de sentido. Pero si lo tiene, y de ahí la algarabía que se ha formado tras su aparición, como propuesta política. Y lo siene por el emisor del mensaje, por el medio desde el que habitualmente se produce y por sus posibles destinatarios. Ahí es nada que el mismo periódico que zahirió y envileció la figura de Azaña [diario ABC] haciéndole objeto de los más infames insultos lo presente ahora como un cabal patriota y que los herederos de una derecha que lo tuvo como encarnación del intelectual cobardón y disolvente lo reivindique como paradigma del político intachable.

Es de celebrar, desde luego, que la derecha española beca en la obra de Azaña, que lo lea, que repare en que no fue el antipatria, el triturador del ejército, el monstruo frío dispuesto a erradicar la región de las tiernas almas infantiles, el maricón que huía por las alcantarillas, y que descudibra en él a uno de esos españoles dolientes por el desventurado destino de su patria, respetuoso con las instituciones del Estado, sensible ante la creencia religiosa, moderado en su proyecto político. Este nuevo encuentro de la derecha con Azaña, que tanto debe el tesón de Jiménez Losantos, muestra un encomiable cambio de actitud. Hay, pues, para felicitarse.

Pero a condición de que esa nueva lectura no se construya sobre una reinvención del pasado. Porque eso y no otra cosa sería rescatar al mejor Azaña, el tercero según la cuenta de Maura, el que vuelve al hogar de la juventud que nunca debió haber abandonado, el que recibe la extremaunción de manos de un obispo, el liberal nacionalista de derechas que muere confesado. Y eso es lo que pretende un azañista de la primera hora, Jiménez Losantos, en un libro escrito a la luz y con la cera de la vela que Cipriano Rivas encendió al dibujar su ‘Retrato de un desconocido”:

Santos Juliá

23 Abril 1994

Réplica de Jiménez Losantos

Federico Jiménez Losantos

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Es posible que Juliá, en el deseo, si no el encargo, de descalificarme le haya cegado, en este caso como en otros. No me sorprende. Hasta para la descalificación hace falta una cierta categoría intelectual.

El suplemento de libros de su periódico del sábado 16 de abril dedica una página de crítica a mi libro «La última salida de Manuel Azaña» a cargo de Santos Juliá, aunque llamarla crítica sea del todo inexacto, puesto que en ningún momento se hace una crítica del libro como tal, ni en el fondo ni en la forma. A cambio, el señor Juliá, único biógrafo de Azaña no utilizado ni citado elogiosamente en mi libro, obsequia a sus lectores con un cúmulo de manipulaciones, desfiguraciones y juicios de intención a mi persona que sobrepasa lo habitual en el género de la crítica e incluso en la descalificación personal. Sería largo comentar todos los atropellos que contra la verdad y el libro mismo perpetra Juliá. Citaré sólo uno: «Cree que en febrero de 1940 ‘la lucha entre Francia y Alemania había comenzado’, lo que Losantos demuestra es lo muy ligero que anda esta vez de equipaje para enfrentarse a la tarea de escribir un libro de historia».No sé en qué errata -alguna habrá- toma pie Juliá para un juicio que sería demoledor -porque el comienzo de la guerra mundial afectó gravísimamente a Azaña- si no estuviera dictado por la mala fe y el deseo de linchamiento intelectual a cualquier precio. Resulta que en mi libro al día 3 de septiembre de 1939, día exacto del comienzo de la guerra, se le dedica no sólo una referencia correcta, sino todo un capítulo, el titulado C’est la guerre, en la ‘Quinta jornada’, página 156 y siguientes. El capítulo empieza precisamente así: «El día 3 de septiembre, Carlitos, uno de los hijos de Cipriano, entró en la casona de La Prasle gritando lo mismo que había oído en la calle: ‘C’est la guerre, c’est la guerre!’. Nadie se sorprendió, puesto que dos días antes, con la invasión de Polonia, Alemania había puesto a Francia e Inglaterra ante la obligación de cumplir sus compromisos internacionales en materia de defensa. Una semana antes se había firmado en Moscú el pacto germano-soviético…».

Es posible que Juliá no haya leído estas páginas o que el deseo, si no el encargo, de descalificarme le haya cegado, en este caso como en otros. No me sorprende. Hasta para la descalificación hace falta una cierta categoría intelectual. Criticar un pequeño error olvidando un capítulo que lo desbarata muestra la indigencia mental y moral del señor Juliá.

Federico Jiménez Losantos.

29 Abril 1994

Un hecho

Santos Juliá

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Páginas enteras de La última despedida de Manuel Azaña copian con ligeras variantes, y muchas veces sin citarlos, párrafos de Retrato de un desconocido, de Rivas Cherif.

Todo el barullo que arma Jiménez Losantos en torno a las fechas de la declaración de guerra y del comienzo de las hostilidades entre Francia y Alemania y todos los inconfesables motivos que me atribuye no modifican un ápice el contenido, si no principal, sí primero, de mi crítica: que páginas enteras de La última despedida de Manuel Azaña copian con ligeras variantes, y muchas veces sin citarlos, párrafos de Retrato de un desconocido, de Rivas Cherif. Esto es un hecho, y contra un hecho nada valen mil juicios de intención: si Losantos desea comprobarlo no tiene más que cotejar, entre otras, las páginas 160, 161, 162, 164 y 165 de su libro con las páginas 457, 473-76 y 482-3 del libro de Rivas (segunda edición, Grijalbo, Barcelona, 1981).-

29 Abril 1994

Ibercorp , Aduana felipista

Federico Jiménez Losantos

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Santos Juliá, conocido como oscuro historiador antes de su debut como sicario de Polanco para el trabajo sucio de calumniar a los enemigos de su jefe, o de sus dos jefes: don Felipe y don Jesús.

Es el momento de recordar cómo el diario gubernamental que sin el menor pudor publicar ahora las informaciones de EL MUNDO de hace dos años sobre Ibercorp, no sólo exculpaba a Mariano Rubio por sus escandalosas irregularidades, sino que denunciaba como fruto de una conspiración de periodistas esas informaciones que tanto podían lesionar el prestigio de las instituciones democráticas y el buen nombre de España en el extranjero, decían. Pues bien, dos años antes del ‘caso’ ya invertían los franceses en corrupción española al más alto nivel, que sin duda era negocio seguro porque a nadie le gusta tirar el dinero. Vamos a ver qué comentarista de la cuadra gubernamental sigue diciendo que lo de Ibercorp es un asunto particular, un vicio privado de Mariano Rubio.

Yo recomendaría Santos Juliá, conocido como oscuro historiador antes de su debut como sicario de Polanco para el trabajo sucio de calumniar a los enemigos de su jefe, o de sus dos jefes: don Felipe y don Jesús. Sí, creo que Juliá está suficientemente entrenado para acusar de antipatriotas y analfabetos a los que en su día osamos decir que Ibercorp no era más que la aduana del felipismo, cosa que, como ha demostrado EL MUNDO, ya se sabia al otro lado de la frontera. Ánimo, Juliá: una faena más y llegaras a redactor-jefe. Incluso a subsecretario.

Federico Jiménez Losantos

02 Agosto 1994

Reivindicación de Azaña

Justino Sinova

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Me sorprende que falte en la bibliografía el libro excelente de Santos Juliá

Confieso que la lectura de este libro me ha permitido pasar unas horas deliciosas en medio de los calores del verano. Supongo que algún lector dudará de que un libro político pueda enganchar como una novela. Haga la prueba con éste para salir de dudas. Federico Jiménez Losantos, que tiene una pluma fértil y atrayente, sabe cómo cautivar al receptor de su trabajo. Y, en efecto, desde la primera página uno siente que entra en un laberinto del que sólo saldrá por la página final.

Si he tardado unos meses en ocuparme de este trabajo sobre el último presidente de la República española ha sido sólo por razones técnicas. Ya apareció en este periódico en su día, hace cinco meses, cuando el libro se alzó con el premio Espejo de España. Pero no es tarde para ocuparse de él: por el contrario, sigue ocupando un lugar en el selecto grupo de los libros más vendidos y, por otra parte, además de historia, este es un libro de ensayo.

UNA IDEA DE ESPAÑA.- Para mí, aunque acaso no para el autor, prima en él la tesis sobre la narración: es decir, tiene más peso la oferta del pensamiento y la significación de Azaña que el relato de su peripecia histórica. Además, Jiménez Losantos ha construido un libro apasionado, un libro de reivindicación de Azaña, ese «hidalgo fracasado» que concitó tantos odios pero que nos ha dejado una idea de España que hay que reverdecer hoy, cuando la democracia sufre la incapacidad de unos, el oportunismo de otros y el abuso de unos cuantos a la sombra de un poder que no se entera -o hace que no se entera- de nada.

La recuperación del significado de Azaña en la historia de España -y para esta hora de nubarrones- se halla en las últimas páginas, cuando el autor ha repasado la peripecia amarga del protagonista, que muere con la angustia de no haber logrado una rendición digna y de ver cómo la idea de la España soñada, imposibilitada por los errores de la República, se esfuma bajo la bota represora. La atención sobre Azaña es antigua en Federico Jiménez Losantos. «Nació» a la vida literaria con sus libros, sobre todo con Plumas y palabras, donde descubrió «unas ideas, una sensibilidad, una pasión cuya necesidad me avasallaba con las urgencias de la mocedad» (pág. 253). Después publicaría dos antologías del político escritor, cuando ocuparse de él suponía el riesgo de ser reprendido por izquierdas y derechas. Pero el trabajo de escribir sobre Azaña compensaba el malentendido polémico porque ese ejercicio equivale «a interrogarse sobre una España donde los valores de la libertad y la tolerancia resulten indiscutidos» (pág. 254).

Esta es la esencia del trabajo de volver a Azaña. Para Jiménez Losantos, sus escritos eran fundamentales para todo aquel «que quisiera pensar en serio sobre la libertad en España después de Franco». Y hoy invita «a repensar los fundamentos del Estado democrático y los de la propia nación española como entidad política» (pág. 269). De eso se trata.

EL ULTIMO AZAÑA.- La personalidad que se reivindica es, claro, la del último Azaña, la del presidente que dimite con el dolor de una España desvariada en manos de un Negrín plegado a los comunistas, la del político que no soporta los abusos oportunistas -esas que llama «felonías de los separatistas catalanes y vascos, que se aprovecharon de la guerra para ser ingratos con la República y desleales a España» (pág. 142)-, la del pensador liberal, la del hombre que tiene la oportunidad de convertirse.

Porque hubo dos Azañas. El que «había afrontado la quema de iglesias con una pasividad y un sectarismo abominables» (pág. 51), que había sentenciado que «todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano», y el de 1939, fracasado y reflexivo, que vive «un drama ético en medio de una tragedia política» (pág. 268). Si todo el mundo tiene derecho a la rectificación, en Azaña se da además la circunstancia de que su legado es plenamente aprovechable. Pese a haber dejado pruebas numerosas de sectarismo y esa «propensión continua a buscar el odio ajeno» (pág. 181), Jiménez Losantos nos propone ver en él «la honradez intelectual, el amor a la verdad y el culto a la libertad individual» que, como a Ortega, lo conducen a la impotencia, la dimisión y el exilio» (pág. 101).

Esta división tan radical entre un Azaña y otro es un ejercicio obligado para quien lo lea hoy. Todos los hombres tienen una cara oscura, pero la de Azaña ha sido difundida con profusión por una propaganda que quería acabar con su fama después de su muerte física, aunque es evidente que el Azaña cobarde y sectario, el político incapaz, existió también y nadie puede librarlo de una parte de responsabilidad en el final dramático de España. Quedémonos, sin embargo, con el Azaña liberal y rectificador, que la historia ya se encarga de poner en su sitio su gestión política.

Como Jiménez Losantos es un hábil comunicador, ha construido un libro que satisfará a muchos lectores. Es un libro con pretensión divulgadora y, por ello, con lenguaje fácil y lectura agradable. Para conducir hacia el núcleo del pensamiento aprovechable de Azaña, repasa los últimos meses de su vida con incursiones en episodios paralelos, como la muerte de Antonio Machado, las gestiones de Negrín, la personalidad de Cipriano de Rivas Cherif, su único amigo, o la rebelión de Casado, Mera y Besteiro. No entro en los detalles de la historia, ya juzgados -me sorprende que falte en la bibliografía el libro excelente de Santos Juliá-, y subraye el efecto beneficioso que el amor de Jiménez Losantos por la obra literaria de Azaña puede tener para este tiempo y para las nuevas generaciones.