24 diciembre 2007

El periodista arremete contra la princesa desde sus intervenciones en el programa 'Está Pasando' de TELECINCO y desde las columnas en EL MUNDO

Se incrementa la campaña del periodista Jaime Peñafiel contra la Princesa Letizia Ortiz, críticas de Carmen Rigalt

Hechos

  • El 3.12.2007 Dña. Carmen Rigalt criticó desde el diario EL MUNDO a D. Jaime Peñafiel (también columnista de EL MUNDO y comentarista en el programa ‘Está Pasando’ de TELECINCO) por su actitud agresiva hacia todo lo que hacía la princesa Dña. Letizia.

Lecturas

03 Diciembre 2007

JAIME

Carmen Rigalt

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Tú creaste tu personaje, pero lo has adornado tanto que has acabado convirtiéndolo en hipérbole. Ahora ya no sabemos si la caricatura te ha devorado a ti, o tú te has apoderado de ella.

Querido Jaime (Peñafiel): al final vas a tener razón, la clave del éxito consiste en pillar una idea y luego, a mantenella y no enmendalla, que es lo que tú haces desde que descubriste que cargando contra Letizia vivías holgadamente y a tus caballos no les faltaba de nada.

He leído en el suplemento Crónica de ayer una carta tuya dirigida al duque de Lujo, otro Jaime que como tú, también mantiene mucho y enmienda poco, aunque en ese punto no pretendo dar lecciones y mucho menos, invocar la ecuanimidad, que lo mismo tiro las piedras sobre mi propio tejado y he de correr a resguardarme. Últimamente te acoges al género epistolar para dar soporte a los artículos, lo cual te permite despachártelos en un plis plas, sin tomar apenas aire.

Empezaste con el Rey, seguiste con la Reina, y ahora vas saltando por toda la Familia Real, como si fueras de oca a oca y tiro porque me toca. Tienes tema para rato: anda que no sabes. Precisamente, hoy llevo yo un día muy torpe, y al leer la carta a don Jaime he pensado: «A ver si aprendes, tía». Dicho y hecho. Aquí me tienes pues, aprendiendo a hacer columnas por la vía de urgencia, que es tu especialidad desde que paseas por las teles cual Belén Esteban atacada de arrebato. Lo de la tele absorbe mucho, me consta. Necesitas tiempo para buscar temas de impacto, para elegir corbata nueva, echarte laca en el pelo y ensayar poses de galán decimonónico, como cuando llegas a un programa y, gafas en mano, inicias el ritual de saludos con una formalidad largamente elaborada.

¿No te han dicho en la tele que el tiempo es oro? Pues toma nota: menos rollo y más grano. No quisiera ofenderte, Jaime, pero seguro que te ofendo, porque a nadie nos gusta que saquen nuestra caricatura para hacer públicamente escarnio y risotada. Tú creaste tu personaje, pero lo has adornado tanto que has acabado convirtiéndolo en hipérbole. Ahora ya no sabemos si la caricatura te ha devorado a ti, o tú te has apoderado de ella.

«Valgo más por lo que callo que por lo que digo», sueles afirmar con solemnidad. La frase está bien pensada y no dudo de que, al menos en tu caso, es cierta. Callas, por ejemplo, los años sombríos del Pardo, las sucesivas onomásticas de las Cármenes, y el peloteo a una familia que exigía en todo momento el agasajo. Entonces no había reyes, pero el dictador tenía cortesanos para aburrir. Seguro que te acuerdas. En aquella época la adulación formaba parte del trabajo cotidiano. Algunos sobrevivían en silencio, pero callar era una maestría.

Querido Jaime: yo no sé callarme. Hay quien dice que si algún día me muerdo la lengua, moriré envenenada. No te lo discuto. Soy largona, impertinente, sincera y formo parte de la tribu de periodistas cortesanos que defienden a Letizia. En mi nombre y en el de ellos quiero decirte algo (y conste que te aprecio, etc., etc.): «que te den tila».

Carmen Rigalt

09 Diciembre 2007

MI SEMANA: COMPAÑERA Y, SIN EMBARGO...

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De lo que no hay duda es de que somos compañeros pero nunca amigos. Entiendo que hay días de una sequía informativa tan grande que no se encuentran temas para llenar la columna. ¿No tenías nada mejor que yo? ¿Por qué no te esfuerzas, guapa, y me dejas en paz?

Compañera y, sin embargo…

Aunque el silencio es un amigo que jamás traiciona, como dijo el filósofo, difícil es callar cuando quien ofende es alguien a quien considerabas si no una amiga, la amistad prescinde de palabras, sí una compañera que habita bajo el mismo techo profesional.

Siempre he pensado que un periodista nunca es noticia para otro periodista, salvo excepciones. No es el caso. Y, mucho menos, para titular tu columna con el patronímico al que tan pocas personas son acreedoras: Julio, Raúl, Raphael, Alfonso, Fabiola, sin olvidar a Sofía, Juan Carlos, Elena e, incluso, Jaime mi tocayo. No me cabe la menor duda de que la mayoría, por no decir la totalidad de los lectores, pensarían que el protagonista de tu columna era… Marichalar. Pues no.

Reconozco que eres inteligente. Por ello, no entiendo que, siéndolo, hagas tal esfuerzo por no parecerlo. Sabes muy bien que yo era ya quien soy, profesionalmente hablando, y vivía como vivo mucho antes de surgir, en el panorama español, Letizia.

No es la primera vez que me atacas por los caballos, una pasión compartida desde hace 30 años, y en la que empleo mi dinero al igual que tú en la magnífica casa (¿también compartida?) que te has construido en Tánger.

Compañeros de mesa, viaje, cama y programa

No suelo practicar en mi columna el género epistolar, salvo excepciones no precisamente gratuitas, como tú sí haces con la que me diriges para desahogo de no sé qué mal sentimiento, obligándome, por cortesía, a responder a la que me escribiste el pasado lunes [en EL MUNDO].

Las cartas a las que te refieres con tanto desprecio estaban dirigidas a los cuatro personajes reales que se pueden sentir afectados por la separación matrimonial: el Rey, la Reina, la Infanta y su consorte.

En mis columnas, como en las tuyas, no hay más vía de urgencia que la que demandan la actualidad o el periódico. El resto, experiencias y reflexión. Y oficio, mucho oficio.

Asombro y sorpresa me han producido tus críticas sobre mi aparición en televisión. ¡Habrase visto cinismo más grande! Olvidas que hemos compartido tertulia en no sé cuantos programas. Y esta misma semana, se te ha visto largando, a golpe de melena, contra no recuerdo quién. Yo no me prodigo ni paseo por las teles. Lo que sucede es que mis comentarios los reproducen programas de otras cadenas. En esto de las comparecencias televisivas, reconozco, mira por dónde, que soy muy selectivo. Incluso clasista. No veto a nadie, ¡Dios me libre!, pero, en determinada etapa de mi vida profesional, elijo, porque puedo, los compañeros de mesa, de viaje, de cama y de programa. Sin importarme lo demás. Cierto es que a veces me equivoco, apareciendo con quien no debo. Y no señalo.

Mis caricaturas

Llevas razón, cuando escribes, en que he adornado tanto el personaje que he creado que he acabado convirtiéndolo en hipérbole. Como periodista, de larga y reconocida trayectoria, acepto y asumo las críticas e, incluso, las caricaturas sobre mi persona. En algunas de ellas, como la de Carlos Latre, tan inteligente, hay que reconocer que lo hacen mejor que yo. A diferencia del Príncipe Felipe, no se me ha ocurrido nunca querellarme; ni, tan siquiera, quejarme. Ellos hacen su trabajo. Yo, el mío.

Me reprochas que calle sobre «los años sombríos del Pardo y las sucesivas onomásticas de las Cármenes». Te olvidas de que existen hemerotecas, la conciencia del hombre del siglo XXI, y que en ellas se conservan, por supuesto, todos mis reportajes y crónicas, publicadas en ¡Hola!, de la que fui redactor jefe a lo largo de más de 20 años.

Las bodas de oro de Franco

También las crónicas que tú escribiste en el diario del Sindicato Vertical, Pueblo. Como muestra basta un solo ejemplo que, mira por dónde, he encontrado en mi archivo.

Se trata de un suplemento especial Sábado, de 23 de octubre de 1973, dedicado «con el cariño que el tema representa» a las bodas de oro de Franco y doña Carmen. «En estas 12 páginas van, apretados y urgentes, los 21.262 días de amor y compañía de ese hogar que el tiempo ha crecido como un país. Van algunas de esas horas que el reloj de una familia ejemplar nunca osó sonar» (sic). Un especial realizado por Rosana Ferrero, Mery Carvajal y… Carmen Rigalt. Por caridad no reproduzco tus comentarios, no sólo sobre el dictador y su esposa, sino sobre toda la familia, que asumo podía haber escrito yo pero que, en este caso concreto, hiciste tú. Posiblemente porque, como bien dices, «en aquella época la adulación formaba parte del trabajo cotidiano. Algunos sobrevivían en silencio». Entre éstos no estábamos, precisamente, ni tú ni yo. Con una pequeña diferencia: yo lo asumo. Tú, no.

Eres de esas personas que poco importa lo que odies con tal de odiar a alguien. Y me cuesta creer que seas incapaz de reconocer alguna cualidad buena en quienes odias. Yo sólo sé compartir el amor.

De lo que no hay duda es de que somos compañeros pero nunca amigos. Entiendo que hay días de una sequía informativa tan grande que no se encuentran temas para llenar la columna. ¿No tenías nada mejor que yo? ¿Por qué no te esfuerzas, guapa, y me dejas en paz? También a los caballos, al pasado, al presente y a la madre que me parió.

Jaime Peñafiel