26 mayo 2011

Permanecía escondido desde el año 1996

Serbia arresta al general Mladic, el último gran criminal de la guerra de Yugoslavia, y lo entrega a La Haya

Hechos

El 26.05.2011 El Gobierno serbio anunció la detención de Rakto Mladic en Lazarevo.

Lecturas

GORAN HADZIC

hadzic Goran Hadizg, el último de los criminales de guerra buscados por el Tribunal Penal Internacional fue arrestado un mes después que Mladic.

27 Mayo 2011

El final de la escapada

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Con Ratko Mladic cae el último de los grandes criminales de guerra de la antigua Yugoslavia

La captura de Ratko Mladic, que ha valido al Gobierno serbio parabienes unánimes, cierra en la antigua Yugoslavia el círculo de los tres grandes criminales de guerra que llenaron de infamia las postrimerías del siglo XX en Europa. Mladic, comandante supremo del Ejército serbobosnio, orquestó junto con su jefe político Radovan Karadzic -dirigidos ambos desde Belgrado por Slobodan Milosevic- el genocidio de los musulmanes de Bosnia. El eterno e implacable asedio de Sarajevo y la pavorosa matanza de Srebrenica, episodios que sumaron decenas de miles de muertos inocentes, fueron ejecutados por el despiadado y patológicamente arrogante general que aspiraba a ver su efigie en las monedas, arrestado ahora en el campo, a los 69 años, bajo identidad falsa, en circunstancias no muy diferentes a las que concurrieron en la detención de su cómplice Karadzic, va a hacer tres años.

En unos días, tantos años después del apogeo de su vesania homicida, Mladic coincidirá con Karadzic en las celdas de La Haya, donde murió Milosevic mientras era procesado. A hacer luz sobre sus crímenes, en el proceso de relevancia histórica que le aguarda, ayudarán sin duda los diarios de guerra del general, escritos de su puño y letra, que cubren hechos entre 1991 y 1996 y que fueron hallados hace un año, ocultos en su casa de Belgrado, cuando ya el Ejecutivo serbio, presionado por la UE y Estados Unidos, se había propuesto su captura. Ratko Mladic ha vivido en Serbia desde 1995, arropado por militares y servicios secretos y el manifiesto desinterés de sucesivos Gobiernos para poner a disposición de los jueces de la ONU a un hombre a quien muchos consideran todavía un héroe. En captura internacional desde el final de la guerra de Bosnia, solo se ocultó realmente tras la caída de su protector Milosevic, en 2001. Hasta entonces se exhibía impunemente en público.

La detención de Mladic, debida ante todo a la memoria de sus innumerables víctimas, remueve el mayor obstáculo a las aspiraciones de Belgrado de integrarse algún día en la Unión Europea, su objetivo prioritario. Heredero de un pasado tan ominoso como reciente, el Gobierno reformista de Boris Tadic se ha venido esforzando para alentar la reconciliación étnica en los Balcanes, sea pidiendo perdón por las atrocidades serbias en Bosnia o Croacia, sea negociando con Kosovo, pese a no reconocer la secesión de su antigua provincia de mayoría albanesa.

27 Mayo 2011

El arresto del 'carnicero' acerca a Serbia a la UE

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LA CAPTURA de Ratko Mladic supone el epílogo de uno de los episodios más desgarradores de las guerras que desangraron en los años 90 a la antigua Yugoslavia. El carnicero de Srebrenica, como es conocido, fue el general serbobosnio que, entre otras atrocidades, ordenó la matanza de 8.000 bosnios musulmanes. Acusado de genocidio, sobre él pesaba una orden de arresto por parte del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia desde hace 15 años. En este tiempo, se sospecha que ha seguido residiendo en Serbia, apoyado por personas muy influyentes del antiguo régimen. Pero Europa ha ejercido una presión muy eficaz, imponiendo desde hace años a Belgrado el arresto y entrega a la Justicia de Mladic como condición previa para empezar a hablar de la adhesión de Serbia a la Unión Europea. La captura del carnicero debe interpretarse como el cumplimiento de Belgrado de su parte del trato.

27 Mayo 2011

El ángel exterminador de los bosnios

Fátima Ruiz

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La frase no se le caía de la boca. «No tengáis miedo». Y destapaba una sonrisa impugnada por la escarcha celeste de sus ojos. Dos glaciares que iba clavando en las cuencas vacías del ganado humano al que pasaba revista. Arreciaba julio de 1995 en la ciudad bosnia de Srebrenica. Ratko Mladic contemplaba el botín de guerra. Hombres rumiando su derrota en el suelo. Mujeres que retorcían los bordes de sus pañuelos para tratar de esconderse del ángel exterminador. Bebés que gemían. Era su momento de gloria y el emperador se permitía los gestos de grandeza. Llegó a darles caramelos a los niños más osados: «No tengáis miedo», repetía.

Mladic acababa de poner de rodillas a la ONU que tanto despreciaba y cuyos soldados holandeses habían colocado a la ciudad el cartel de zona segura. Hasta ella llegaron miles de musulmanes huidos de la apisonadora serbobosnia, que se había tragado las tres cuartas partes del territorio. Gracias al general, brazo ejecutor de la limpieza étnica que Radovan Karadzic cuajó en programa político.

Las cámaras capturaron las horas previas al exterminio de 8.000 varones musulmanes. El arquitecto militar del peor genocidio en Europa desde la masacre judía le canta las cuarenta al coronel Karremans, jefe de los cascos azules holandeses. En un momento dado le ofrece un cigarrillo: «No se preocupe que no será el último», espeta magnánimamente el señor de la guerra a un militar acorralado. Representante de una casta internacional que Mladic desdeñaba hasta el punto de poner sus nombres a las cabras de la base. Una, dicen, se llamaba Madeleine Albright, jefa de la diplomacia clintoniana que elaboró la paz de Dayton.

«Mladic ladraba a Karremans», cuenta la escritora croata Slavenka Drakulic, autora de No matarían ni a una mosca, retrato del anodino rostro de la brutalidad balcánica. «Era una persona agresiva y narcisista, henchida de orgullo. Y también un mentiroso que repetía al coronel que la población musulmana no era su objetivo».

Pocas horas antes, sin embargo, había proclamado que era «la hora de vengarse de los turcos», como descalificaba a los musulmanes bosnios, a quienes responsabilizaba del dominio otomano de siglos: «Si Francia quiere un Estado musulmán en Europa, ¿por qué no lo pone en París?», se preguntaba indignado.

En esa cruzada invirtió su potencial militar, que databa de 1965, cuando se graduó en la academia de Zamun (Belgrado). Tenía 23 años marcados por la pérdida de su padre, partisano de Tito que sucumbió a los ustashas, fascistas croatas aliados de los nazis. El muchacho siguió los pasos del padre alistándose en el ejército yugoslavo para evolucionar ideológicamente en los años 80 hacia el nacionalismo radical serbio.

Cuando su tierra -nació al sur de Bosnia, en Bozanovici- saltó por los aires en 1992 ya tenía experiencia contra un ejército independentista, el croata. Rápidamente se puso al frente de las tropas serbobosnias de la república de Karazdic, con el que siempre mantuvo una relación ambigua: «Yo respondo ante él, pero quien está a cargo de la guerra soy yo», respondió una vez a un periodista de la BBC.

Embutido en su perpetuo uniforme, prefería el frente a la política. Sus soldados lo agradecían con una lealtad kamikaze que él asumía advirtiéndoles de que su palabra era equivalente a la de «Dios». Cuentan que una vez aguantó un bombardeo de pie, sin echar cuerpo a tierra en la trinchera. Es quizá una de las leyendas que alimentaron su mito de mártir de la causa, gracias al cual pudo esquivar 16 años a la justicia internacional. Sin esconderse mucho, por cierto. En tiempos de Milosevic campaba por los locales de élite de Belgrado. Y una vez capturado el patrón, siguió teniendo quien le guardara las espaldas. Hace dos años se dejó filmar incluso en la boda de su hijo.

No pudo asistir a la de su otra hija, Ana, la niña de sus ojos que se pegó un tiro a los 22 años con la pistola de su padre tras leer -supuestamente- un reportaje que le describía como un «asesino». Su muerte tiñó de luto a un hombre poco dado al sentimentalismo y lo hundió en una fuerte depresión. En la locura dicen quienes creen que Srebrenica y el asedio de tres años y medio a Sarajevo -otra de sus medallas de guerra gracias a la cual murieron 10.000 personas- había sido la obra de alguien cuerdo. Un hombre corriente.