18 septiembre 1980

El régimen de los sandinistas niega estar implicado en la muerte del que fuera su 'bestia negra'

Terroristas argentinos asesinan en Paraguay al ex dictador de Nicaragua Anastasio Somoza Debayle

Hechos

El 17.09.1980 fue asesinado en Asunción (Paraguay) Anastasio Somoza Debayle, junto a su chófer y su guardaespaldas.

Lecturas

Somoza Debayle fue depuesto en julio en 1979. 

El ex dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza Debayle, ha sido asesinado este 17 de septiembre de 1980 en Asunción del Paraguay por un comando guerrillero.

Anastasio Somoza Debayle, conocido como Tachito, salía esta mañana de su residencia, cuando el automóvil en que viajaba fue interceptado por dos coches.

Cuatro guerrilleros descendieron entonces de los vehículos y dispararon contra Somoza Debayle con metralletas, el ex dictador murió al instante.

Derrocado por la insurrección sandinista, Somoza había huido de Nicaragua en julio de 1979 rumbo a Estados Unidos.

Algunas dificultades con el departamento del Teoso – se consideraba a Somoza Debayle uno de los hombres más ricos del mundo – parecen haber persuadido al ex dictador a solicitar asilo en Paraguay, donde fue inmediatamente acogido por el régimen del general Alfredo Stroessner.

El atentado de este 17 de septiembre de 1980 según informa la policía paraguaya, ha sido llevado a cabo por un comando guerrillero de argentinos que se había infiltrado en el país hace una semana.

Nicaragua seguía viviendo una guerra civil por guerrillas como Los Contra o la guerrilla de Edén Pastora. 

18 Septiembre 1980

La muerte del tirano

DIARIO16 (Director: Pedro J. Ramírez)

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El Frente Sandinista nicaragüense ha ofrecido su particular versión de los asesinos de Somoza: el heroico comando que ajustició al tirano. Con ello, el movimiento que derrocó a un dictador se hace cómplice de un crimen.

El indudable júbilo mostrado por los sandinistas por el buen éxito del atentado contra el ex dictador nicaragüense muestra la otra faz del Frente. Una faz que les puede costar buena parte de las simpatías que aún conservaban en el mundo occidental. Con el alborozo oficial, mostrado a través de las ondas de radio y promoviendo manifestaciones callejeras, los dirigentes del Frente Sandinista se emparentan con las actitudes revanchistas y mezquinas de un Jomeini frente el Sha.

Este periódico estará siempre frente a las dictaduras. Por ello, ni siquiera en la hora de su trágica muerte podemos tener un recuerdo elogioso para el hombre que oprimió, despojó y asesinó a miles y miles de nicaragüenses. Anastasio Somoza fue, durante su vida, un tirano de opereta, digno vástago de una dinastía de ‘tiranos banana’.

Pero este periódico también estará siempre contra la pena de muerte. Y, con mayor motivo, estaremos siempre contra ese asesinato que espera en las esquinas, con una metralleta, disfrazado de “acto político”. Compartir la alegría sandinista significaría, en último extremo, dar carta de naturaleza a los terrorismos de todos los colores.

18 Septiembre 1980

Final de un exilio no tan dorado

Ángel Santa Cruz

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Llegado a Paraguay y asilado en agosto del año pasado por una decisión personalísima del dictador Stroessner -que costó al presidente paraguayo una pequeña guerra palaciega con su propia camarilla, opuesta a la medida-, Anastasio Somoza ha pasado los últimos meses de su vida soñando con un imposible retorno a Nicaragua.Quizá porque era perfectamente consciente de su sueño, Somoza bebía últimamente mucho más que de costumbre. Su vida sentimental, de otra parte, adquirió perfiles de fotonovela. Tres mujeres pasaron por la vida de Somoza durante su breve exilio en Asunción, y una de ellas, amiga del ex yerno del presidente Stroessner, estuvo a punto de provocar una crisis de Estado en Paraguay.

La misma llegada a Asunción del que fuera dueño de Nicaragua se produjo de forma rocambolesca. El Gobierno paraguayo obligó a un conocido oftalmólogo del partido oficial colorado, el doctor Campuzano, a que echara de un lujoso piso que posee en el centro de la ciudad a la Embajada de la República Surafricana. Campuza no cumplió la orden, vació su casa de irritados surafricanos y la puso a disposición del forzoso inquilino cuya identidad no conoció hasta después.

Somoza se instaló pronto en un lujoso chalé ajardinado de las afueras, que había sido residencia del embajador de Chile. Una casa elegante de una sola planta, tapia de ladrillo blanco y rodeada de árboles, en la calle del General Genes, prolongación de la avenida del General Franco, muy cerca de donde ha sido asesinado. Allí vivía rodeado de una cohorte de impenetrables guardaespaldas armados, vigilados por su hombre de confianza, el general Porras, que salió con él de Nicaragua. A sus 54 años, Somoza, más gordo y pesado que en su etapa final en el poder, corría seis kilómetros diarios y raramente perdonaba sus ejercicios de natación. Pero el dictador caído se había vuelto huraño y taciturno y se refugiaba con frecuencia, solo e inaccesible, en un restaurante de moda en Asunción, el Amstel, donde comía mientras sus «gorilas» ocupaban militarmente las mesas contiguas.

El evidente malestar popular provocado por su llegada, a Paraguay, un malestar general en un país que sufre desde hace veintiséis años a Alfredo Stroessner, le había hecho temer la posibilidad de una extradición. Tuvo una prueba de que su asilo era frágil e irrepetible cuando el Gobierno paraguayo expulsó fulminantemente del país a su hijo Chigüin Somoza Portocarrero «por conducta desordenada». Para asegurarse la que él consideraba, irónicamente, tabla de salvamento paraguaya, Somoza había comprado una gran extensión de terreno en el Chaco, adonde viajaba con frecuencia, e iniciado un plan de inversiones en Paraguay.

La tacañería personal que exhibió Somoza durante sus últimos meses no impidió que vivieran junto a él, sucesivamente, una nicaragüense, Dinorah Sampson, una ex miss paraguaya, Maru Angela Martínez, y finalmente su propia secretaria norteamericana. Su esposa legítima fue la única en hacer declaraciones ayer.

La relación sentimental de Somoza con la ex reina de la belleza paraguaya, un «flechazo» según algunos íntimos, provocó abultadas crónicas de sucesos en la Prensa de la capital. Somoza arrebató la dama a Humberto González Dibb, director-propietario del diario Hoy y ex yerno de Stroessner por haber estado casado con su hija Graciela, ahora esposa de un sevillano.

La furia de Dibb se tradujo en violentos y cotidianos ataques de Hoy a Somoza. El agraviado periodista llegó a contratar un camión para que arremetiera en plena calle contra el Mercedes de su rival amoroso. Otro diario de Asunción, Abc Color, que ridiculizó la persecución de Dibb a Somoza por un asunto de faldas, vio agredidos a algunos de sus hombres por gente de Dibb. Stroessner consideró que su ex yerno se había propasado, y un pesado silencio informativo cayó sobre el penúltinio episodio amoroso de Tacho Somoza, un graduado de West Point.

El Análisis

Somoza asesinado en el exilio: entre justicia esquiva y violencia sin redención

JF Lamata

Anastasio Somoza Debayle ha muerto en Asunción bajo una lluvia de fuego. Un comando armado, vinculado al grupo guerrillero argentino Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), liderado por Enrique Gorriarán Merlo, emboscó y ejecutó al exdictador nicaragüense junto a su chófer y guardaespaldas. El crimen tuvo lugar en territorio paraguayo, bajo la protección tácita de otra dictadura, la de Alfredo Stroessner. La operación, más cercana a una ejecución política que a un acto de justicia, culmina la vida de un hombre que gobernó Nicaragua con puño de hierro, pero también plantea inquietantes preguntas sobre los límites morales de la violencia revolucionaria.

Somoza Debayle no fue un exiliado inocente. Fue el heredero y último representante de una dinastía familiar que exprimió Nicaragua durante más de cuatro décadas. Bajo su mandato, el país conoció una de las desigualdades más agudas de América Latina, una represión implacable y una corrupción escandalosa. Se le acusaba de haber huido con millones del tesoro nacional mientras su pueblo sufría en la miseria. Su final, aunque brutal, no conmueve a quienes recuerdan sus crímenes. Y, sin embargo, la justicia no puede venir del cañón de un fusil sin arrastrar también el descrédito de quien lo dispara.

Los autores del atentado no representan ni a la democracia ni a la legalidad. Los grupos armados marxistas como el ERP argentino han dejado un reguero de sangre sin haber construido un solo proyecto viable de justicia ni libertad. Su lógica de violencia perpetua, donde la muerte sustituye a los tribunales y la propaganda reemplaza a las urnas, no los convierte en redentores, sino en verdugos paralelos. La muerte de Somoza, aunque sea la muerte de un tirano, no puede ser celebrada como victoria ética por quienes, en nombre de una revolución abstracta, han sembrado miedo allí donde prometían justicia.

J. F.