16 junio 2008

Una huelga de transportistas y camioneros causa cortes de carreteras

Hechos

El 16 de junio de 2008 los camioneros anunciaron el cese temporal del ‘paro’ que habían convocado.

10 Junio 2008

Presión insoportable

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La huelga de los transportistas para protestar por el brusco encarecimiento de los combustibles, que en opinión de los convocantes está arruinando al sector, tiene por el momento dos consecuencias graves para la economía. La inmediata es la alarma desatada en los establecimientos comerciales y la población por el riesgo de desabastecimiento de productos básicos, desde alimentos hasta gasolina. El primer día de huelga provocó colapsos en las fronteras, atascos en la periferia de grandes ciudades y la parálisis de puertos importantes como Barcelona, Valencia o Bilbao. Si la huelga se prolonga,el acaparamiento y la especulación pueden provocar situaciones graves de escasez, sobre todo de gasolina.

La huelga ha mostrado las graves consecuencias que puede tener un choque petrolero, el desorden que provocan los cortes de carreteras o bloqueos de suministros que amenazan a los consumidores y, por añadidura, el dilema del Gobierno ante la presión de los transportistas. Si acepta negociar -como es el caso- y hace concesiones, sentará un precedente para la protesta de otros colectivos que también sufren las consecuencias de la subida de los carburantes; si no cede, puede quedar en evidencia que carecía de un plan para enfrentarse a situaciones de presión organizada por sectores con capacidad de amedrentamiento social.

El Gobierno se ha puesto a negociar, y ha hecho bien. Debe hacerlo con firmeza, sabiendo que la rapidez es fundamental, atendiendo a las razones de las empresas desbordadas por la subida del crudo y minimizando en lo posible los efectos sobre la inflación. Parece obvio que cualquier acuerdo con los huelguistas implicará subidas de precios para los consumidores. La negociación es delicada. La Administración no debería aceptar algunas de las peticiones -como la del precio mínimo subvencionado del combustible-, pero puede y debe articular medidas legales y laborales que mejoren las condiciones generales del sector.

Pero las condiciones implícitas de esta negociación deberían ser una reconversión profunda del sector del transporte y una vigilancia atenta de las autoridades de competencia para evitar los abusos en los contratos. Aunque es sabido que éste es un sector excesivamente atomizado y adolece de minifundismo empresarial, ni las administraciones anteriores ni los representantes de las empresas han sido capaces de pactar incentivos para que las compañías se concentren y desaparezcan las más débiles.

El transporte necesita empresas más grandes y mejor dotadas de capital financiero y tecnológico. Resistirían mejor el encarecimiento del crudo, transmitirían mejor al mercado los costes de producción y distribución y reaccionarían con menos histerismo a las subidas de costes. Cualquier acuerdo debería tener como cláusula obligada una apertura inmediata de conversaciones para pactar esta reforma pendiente desde decenios.

17 Junio 2008

Camiones

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El fin de la protesta responde a la firmeza policial y al pacto entre Fomento y la mayoría del sector

Los camioneros que quedaban en huelga depusieron ayer su actitud, aunque presentándola como suspensión temporal del paro. En realidad, tras el acuerdo firmado por Fomento con la mayoría del sector, los convocantes se encontraban en una posición insostenible: atados por sus amenazas de seguir hasta que se les aceptara una condición de imposible cumplimiento, la fijación por el Gobierno de tarifas mínimas garantizadas, y enfrentados a una fuerte presión policial y a una opinión pública que había pasado de la comprensión a la abierta irritación.

Hay motivos para ello: además de la brutalidad incontrolada de los piquetes en muchos casos, el paro ha causado pérdidas muy cuantiosas en sectores como la agricultura, ganadería y pesca, las plantas de montaje, el comercio; y puede asestar un duro golpe a la ya tocada confianza de consumidores y empresarios cuyo efecto es más difícil de cuantificar. También es probable que deje una considerable factura en términos de inflación. De momento, la escasez ha disparado los precios de los alimentos en los mercados mayoristas, lo cual se traslada al consumidor final de inmediato. Lo que está por ver es si al recuperarse el suministro, los precios recuperan el punto de partida y se traslada a las familias. Ejemplos como la subida de la leche y el pan muestran la mayor rigidez de los precios a la baja.

Para los transportistas, las medidas pactadas por las asociaciones mayoritarias (sobre todo la cláusula de actualización del precio convenido en función del coste del gasóleo) supondrán un respiro, pero no resuelven los problemas del sector. Pues éstos no vienen sólo de la subida del combustible, sino de la atomización y el exceso de oferta, en un momento de fuerte frenazo de la demanda. Eso provoca una fuerte competencia que impide repercutir el incremento de los costes a los clientes; son los propios transportistas los que aceptan trabajar a precios inferiores a ese mínimo que reclaman, pues es el modo que tienen de cubrir al menos sus costes fijos.

Tratar de repercutir la subida, que afecta a todos, sin asumir la parte de ese empobrecimiento que corresponda es una huida hacia una espiral inflacionista sin beneficio para nadie. Sólo cabe tomar medidas para que todo el peso no recaiga sobre los mismos, pero en el juego de las presiones para aligerar su parte de la factura, los camioneros se han pasado de rosca.