23 julio 1908

El grupo radical nacionalista intenta frenar la descomposición de un dominio que ya ha perdido Bulgaria y Creta

Una revuelta en Tesalónica obliga al Sultán del Imperio Otomano a delegar parte de su poder a ‘los jóvenes turcos’

Hechos

  • El 23.07.1908 se produjo la llamada ‘Revolución de los Jóvenes Turcos’ en Tesalónica, la ciudad más grande del Imperio Otomano después de Constantinopla.

Lecturas

Los oficiales de la Liga para la Unidad y el Progreso se sublevaron en 1908 contra le sultán Abdul Hamid II. Convocaron elecciones libres y reinstauraron el sistema parlamentario, pero no pudieron frenar el desmoronamiento del imperio otomano.

Los sultanes del Imperio Otomano, cuya riqueza enidiaban las potencias europeas gobernaron con una violencia brutal, especialmente el sultán Abdul Hamid II, cuya tiranía provocó la oposición de las minorías del Imperio e irritó a la opinión pública de Europa occidental, donde la prensa le retrató como un déspota y sanguinario Jefe de Estado.

Los mandatarios otomanos habían tenido que afrontar muchas pérdidas territoriales al tener que reconocer las independencias de Bulgaria, Grecia, Rumanía y Serbia (y la pérdida de Bosnia y Herzegovina, que pasaron a Austria-Hungría), y trataban de retener a duras penas Macedonia y Albania.

Los oficiales del Tercer ejército turco responsabilizaron al sultán de la desmembración del imperio. Muchos de ellos acabaron en las filas del Comité Unidad y Progreso, que propugnaba el mantenimiento del imperio y la creación de un gobierno democrático y reformas constitucionales como base para mantener la integridad del Imperio Otomano. Hacia 1860 ya se había fundado una organización de jóvenes turcos con los mismos objetivos, aunque se disolvió al poco tiempo. El nuevo comité formado entre 1894 y 1895 que acogió en sus filas a muchos ciudadanos descontentos que querían impedir la creciente influencia occidental, estaba dirigido por disidentes que vivían exiliados en París y Salónica.

En el verano de 1900, los oficiales turcos destinados en Macedonia se opusieron frontalmente al gobierno central. Para reafirmar su poder, Abdul Hamid envió tropas a la zona de los Balcanes, aunque estas – bao el mando de Nijazi Bei y Enver Pasha – acabarían por unirse a los rebeldes.

Abdul Hamid tuvo que doblegarse a las exigencias de los insurrectos. En diciembre se celebraron elecciones, se instauró un parlamento y el sultán se vio forzado a aceptar una limitación de su poder.

Abdul Hamid será depuesto en 1909. 

El Análisis

Del tirano al comité

JF Lamata

Después de décadas de absolutismo, censura feroz, espionaje doméstico y terror palaciego, el señor Abdul Hamid II, sultán del Imperio Otomano, ha debido ceder finalmente ante la presión de los llamados “Jóvenes Turcos”. Este grupo de oficiales, intelectuales y conspiradores con uniformes relucientes y ambiciones aún más pulidas, ha forzado al anciano monarca a reinstaurar la Constitución de 1876, convenientemente olvidada, y a abrir el juego político en un imperio que hasta ayer respiraba sólo bajo la sombra del trono de Yildiz.

No nos llamemos a engaño: si el sultán ha sido déspota, tampoco los Jóvenes Turcos —agrupados en torno al Comité de Unión y Progreso— se presentan como almas de la caridad constitucional. Figuras como el señor Enver Bey, brillante y ambicioso, o el señor Talaat, astuto y resuelto, no parecen tener como norte una república plácida y liberal, sino un poder más moderno, pero igual de férreo. La diferencia es que el terror ya no irá vestido con caftán, sino con levita europea y bigote bien recortado. El pueblo turco, que ha aplaudido la caída del absolutismo, puede estar estrenando simplemente una nueva camisa de fuerza.

El cambio, sin embargo, es significativo. El Imperio, viejo enfermo de Europa, se agita; y los Balcanes, el Cáucaso y Arabia observan atentos. Puede que el sultán ya no sea un monarca absoluto, pero no está claro que sus nuevos amos traigan la libertad. De momento, el comité manda, el Ejército obedece y el pueblo —como casi siempre— aplaude lo que aún no comprende.

J. F. Lamata