16 abril 2013

Capriles, apoyado por la derecha internacional, acusa a Maduro de 'manipulación electoral' y pide recuentos

Elecciones Venezuela 2013 – Victoria por los pelos del ‘heredero’ de Chávez, Nicolás Maduro frente a Henrique Capriles

Hechos

  • D. Nicolás Maduro (Gran Polo Patriótico) – 7.587.16 – 50,6%
  • D. Henrique Capriles (Mesa de la Unidad Democrática)- 7.362.419 – 49,12%

Lecturas

eleccionesvene2013

15 Abril 2013

Venezuela: casi el peor resultado

Miguel Ángel Bastenier

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Y no porque uno prefiera que gane este o aquel, sino casi el peor para la estabilidad del país y por extensión de la zona y del mundo bolivariano. El votante ha dicho aparentemente ‘sí’ al chavismo pos-chavista, o sea despojado de su líder natural, pero lo ha hecho con escasa convicción. Las toldas oficialistas han recogido casi 700.000 sufragios menos que Chávez en las presidenciales de octubre, que son prácticamente los mismos que han engordado las cifras del candidato de la oposición. Y ello ha estrechado el margen de victoria de algo menos de 11 puntos, que obtuvo Chávez, a algo más de uno con que ha quedado Maduro. Y dado el grado de irregularidades que se registran en buen número de elecciones, no solo venezolanas, sino en gran parte de la región, una diferencia de 230.000 votos, sobre casi 15 millones de sufragios, permite todas las especulaciones y da aire a la pretensión de Henrique Capriles de pedir recuentos aquí, allá y acullá.

La victoria del ‘presidente encargado’ debería hacer, con todo, posible la gobernación para enfrentar los pavorosos problemas que aquejan al país, después de más de 13 años de chavismo: inflación, desabastecimiento, inseguridad ciudadana; sobre todo porque lo exiguo de su margen debería cerrar, al menos de momento, las fisuras que pudieran existir en el bloque oficialista. Solo habría sido peor, repito que desde el punto de vista de la estabilidad, no de la moral o de la política, que hubiera ganado por parecido margen el candidato de la Unidad Democrática. Capriles se habría visto entonces ante una situación extraordinariamente difícil porque el alto mando militar, las milicias bolivarianas, PDVSA como fuente de fondos para operar, y, en general, el ‘Estado Profundo’, amueblado por años de chavismo, habrían constituido un formidable obstáculo para gobernar. Sin necesidad de recurrir a medidas mayores, caso de que esa fuera la tentación, la Administración in situ, que va desde el nivel comunal a las gobernaciones de provincia e instancias superiores de la economía y del Ejército, habrían sido por el solo hecho de existir todo un Himalaya que escalar en tiempo necesariamente reducido. En cambio, con este resultado la oposición, si es capaz de mantenerse cohesionada a medio plazo, puede vivir para gozar de una nueva oportunidad.

El exsindicalista Maduro ha obtenido una victoria que puede ser pírrica. Con todos los medios del Estado a su favor, una legión de votos fervorosamente asegurados, cuando se habla de las organizaciones bolivarianas, o económicamente cautivos cuando se trata de votar parta conservar el empleo, se ha salvado solo por algo más que los pelos. La opinión externa a la más intensa feligresía chavista tiene que haberse tomado a mal que pretendieran hacerle creer que Hugo Chávez hubiera aprendido a volar.

En manos del chavismo estará por algún tiempo decidir entre la victoria y la derrota de su proyecto. Si los índices de asistencia a las urnas, próximo al 80%, son exactos, los resultados apuntan a un primer descreimiento del voto adquirido del excoronel. Y, no tanto su refugio en la abstención, como su traslado a las toldas oposicionistas, es lo que puede poner fin –o un paréntesis- al experimento chavista. Para la oposición, el 14-A no ha sido malo y para Capriles, en particular, aun siendo su tercera derrota consecutiva –presidenciales de octubre, regionales de diciembre, y presidenciales del domingo- puede que hasta una tabla de salvación; para el oficialismo no pasa, en cambio, de regular, y para Maduro, en particular, muestra lo que va del producto genuino a una voluntariosa imitación; pero quien sale menos beneficiado de todos es el proyecto bolivariano, tanto en casa como en el exterior, porque Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador saben que hoy están mucho más solos que ayer. Y puede que eso no les disguste en absoluto.

16 Abril 2013

Desconcierto chavista

Editorial (Director: Javier Moreno)

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Esta vez hubo sorpresa. La ajustada victoria de Nicolás Maduro sobre Henrique Capriles en las elecciones del domingo en Venezuela ha provocado el desconcierto en las filas chavistas y abre un panorama inédito en 14 años de revolución bolivariana.

Apenas 200.000 votos, 1,5 puntos, separan al ungido de Hugo Chávez (50,66%) de su rival (49,07%), cuando las encuestas le otorgaban una ventaja de entre 10 y 15 puntos. No solo eso: la participación, cercana al 79%, es muy similar a la registrada en los comicios de octubre de 2012, cuando Chávez obtuvo 10 puntos sobre Capriles. Es decir, ha habido un claro trasvase de votos chavistas al candidato opositor.

Esgrimiendo más de 3.000 denuncias de irregularidades, la oposición se niega a reconocer los resultados y ha exigido un recuento voto a voto. A pesar de ello, Maduro fue proclamado ayer mismo ganador oficial, sin esperar siquiera a que el proceso haya concluido formalmente.

Se comprende que el estupor reine en el gobernante Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV). A falta del carisma del caudillo, Maduro contaba con todo lo demás: la bendición de su mentor, el clima emocional generado por la desaparición de Chávez, los recursos económicos del Estado y la apisonadora de los medios de comunicación controlados por el poder. Lo que parecía que iba a ser un paseo triunfal para Maduro se quedó en salvar los muebles. Y lo que se perfilaba como la inmolación de Capriles en su segunda carrera presidencial es, en la práctica, una victoria moral. El gobernador del Estado de Miranda se ha batido a fondo en una lucha desigual.

Capriles se encuentra en una buena posición. Semejante caudal de votos le confirma como la alternativa al chavismo, siempre que la oposición no repita los errores del pasado y mantenga su estrategia de unidad. Y en manos de su rival queda la dura tarea de enderezar un país polarizado y castigado por la inflación, el declive de la industria petrolera, el desabastecimiento, los cortes de luz y la criminalidad galopante. Con su personalidad arrolladora, Chávez mitigaba el descontento. Desaparecido el caudillo, la oratoria ya no basta. La población va a exigir soluciones.

En el chavismo los cimientos empiezan a cuartearse. Al presidente del Parlamento, Diosdado Cabello, le faltó tiempo para exigir “una autocrítica profunda”. Cabello, aspirante a suceder a Chávez, pide que se busquen las fallas “hasta debajo de las piedras” para no poner en peligro “el legado del Comandante”. El dardo apunta, directamente, a Maduro.

Frente a las felicitaciones de Rusia, China y sobre todo de Cuba, que depende del petróleo venezolano, en el mundo se ha impuesto la prudencia. La OEA ha anunciado su respaldo al recuento de votos exigido por la oposición, una declaración adecuada después del silencio que los Gobiernos latinoamericanos han guardado ante las violaciones a la Constitución y las anomalías del proceso venezolano.

16 Abril 2013

El dudoso futuro de un chavismo con Maduro

Editorial (Director: Pedro J. Ramírez)

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Los resultados de las elecciones presidenciales del domingo en Venezuela ponen en evidencia las enormes dificultades que va a tener Nicolás Maduro para perpetuar el chavismo sin Chávez. El candidato oficial obtuvo el 50,6% de los votos mientras que Henrique Capriles logró el 49%. El país ha quedado dividido en dos mitades difícilmente conciliables.

Maduro se precipitó ayer a proclamar su victoria en la sede del Consejo Nacional Nacional Electoral sin esperar al recuento electoral solicitado por Capriles y aceptado por él mismo. Chávez aguardó tres días para declararse ganador, pero su sucesor ha optado por una política de hechos consumados pese a que la oposición denunció 3.200 irregularidades. Al final, la diferencia ha sido de sólo 235.000 votos sobre 15 millones de papeletas. Los observadores españoles hicieron público un comunicado anoche en el que consideran «fiable» el resultado, mientras que EEUU exigió un nuevo escrutinio. Capriles calificó a Maduro de «presidente ilegítimo» y convocó a sus seguidores a salir a la calle en un clima de enorme tensión.

Teniendo en cuenta que Maduro ha gozado en esta campaña del pleno apoyo de los medios oficiales y de todo el aparato del Estado, además del aval que suponía concurrir a las urnas como el ungido por Chávez, convertido en mártir de la patria, el escaso margen de la victoria resulta casi un fracaso.

Las caras de consternación del equipo de Maduro reflejaban en la madrugada del lunes la decepción por la pérdida de 600.000 votos en relación a los logrados por Hugo Chávez en octubre. Pero más allá de las cifras, surge la duda sobre si Maduro será capaz de gestionar la herencia de un chavismo en una permanente huida hacia adelante y que ha llevado al país al borde del colapso económico.

Una de las claves del castigo electoral al candidato oficial es precisamente la desastrosa situación económica, motivada principalmente por la devaluación del bolívar y la caída de las exportaciones del petróleo. Existe desabastecimiento en algunos servicios básicos como la electricidad y la inflación alcanza más del 20%. Chávez había basado su popularidad, en buena medida, en los subsidios a las clases más desfavorecidas, pero la merma de los ingresos del Estado por las ventas de petróleo (la producción ha bajado de tres millones a algo más de dos millones de barriles diarios) obliga a Maduro a recortar esos programas sociales.

En este contexto, revisten una gran importancia los nombramientos al frente del banco central y de los ministerios económicos, copados hasta la fecha por el sector más duro del chavismo y cercanos al castrismo, que tiene cientos de asesores en Venezuela. Cuba recibe diariamente 70.000 barriles de crudo gratis y no puede permitirse el lujo de prescindir de esa ayuda.

Otro de los problemas de Maduro es su escaso control del Ejército, que al parecer recela sobre su capacidad. Los militares han sido la columna vertebral del régimen y disfrutan de un enorme poder en Venezuela. Maduro deberá contar con ellos para gobernar, al igual que con los diferentes sectores que pugnan por capitalizar la herencia de su mentor. Será difícil que pueda agotar sus seis años de mandato si no logra consolidar su autoridad ante quienes inevitablemente le van a comparar con Chávez.

16 Abril 2013

Maduro, pucherazo y cacerolada

Editorial (Director: Bieito Rubido)

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En el convulso escenario poselectoral de Venezuela, Capriles debe insistir en su programa y prepararse para tratar de salvar al país cuando se produzca su inevitable colapso económico
No es una sorpresa que Nicolás Maduro haya anunciado, pese a la masiva cacerolada con que Venezuela manifestó ayer su repulsa tras la farsa electoral, su decisión de tomar posesión como presidente de Venezuela antes de que se sustancie la revisión del recuento exigida por Henrique Capriles. En realidad, desde su designación como heredero político por parte de Hugo Chávez, el nuevo líder del «bolivarianismo» totalitario no ha cumplido ni una sola de las prescripciones legales que le correspondían. Por eso, tampoco podía extrañar que durante la campaña se hubieran cometido toda clase de tropelías -más incluso que lo habitual en los usos del chavismo- y que el día de las elecciones presidenciales se hubieran registrado miles de irregularidades graves que en cualquier país decente habrían bastado para anular completamente el escrutinio.
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En todo caso, cuando se siente en el sillón presidencial de Miraflores, Maduro no debería celebrar nada. Nadie mejor que él para saber que las elecciones han supuesto en realidad una derrota de un chavismo que sin Chávez ya no es más que un rescoldo apagándose irremediablemente. Si después de todo el despliegue institucional y mediático que siguió al fallecimiento y los estrafalarios funerales, con todo el aparato del Estado -Ejército incluido, puesto sin disimulo al servicio de su candidatura- fuera cierto que ha ganado por apenas 250.000 votos, la situación resultaría desesperada para sus seguidores. Aun admitiendo que fuesen auténticos los resultados que proclama el Consejo Nacional Electoral (institución cuya independencia debe ser puesta en entredicho), Maduro apenas mantendría los votos que heredó de Chávez, mientra s que en los últimos meses más de un millón de venezolanos se han sumado a las filas de Capriles con la esperanza de cambiar las cosas. La inmoral utilización de la enfermedad y muerte del coronel golpista no ha tenido ningún efecto sentimental en la sociedad venezolana, que en ausencia del demagogo original se va despertando poco a poco de catorce años de encantamiento, a la vista de la mala calidad de la copia.
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Hay muy pocas posibilidades de que el régimen acceda a una revisión justa de las elecciones, porque un nuevo examen sería igual de anómalo que las propias elecciones. Pero Capriles no tiene más remedio que exigirlo, porque representa precisamente todo lo contrario: la esperanza de una Venezuela en la que la igualdad y la libertad de todos los ciudadanos sean garantizadas por un auténtico Estado de Derecho. En este escenario convulso, lo único que puede hacer es insistir en su programa y prepararse para intentar salvar el país cuando se produzca el inevitable colapso de la economía y la sociedad venezolanas bajo el mando de Maduro.

16 Abril 2014

Estafa electoral

Álvaro Vargas Llosa

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El anuncio del Consejo Nacional Electoral otorgando a Maduro la victoria por un pelo y su rápida proclamación para legitimarse cuanto antes demuestran que la oposición ya es mayoría en Venezuela y que el régimen tiene los días contados. Ésta debe ser una de las elecciones más desiguales de la historia latinoamericana y, sin embargo ha habido, de acuerdo con una institución oficial que merece cualquier cosa menos credibilidad, un empate. El logro opositor equivale a una hazaña. Se producirá más temprano que tarde la fractura interna en el poder y la oposición ganará en prestigio, si se mantiene unida y bajo el liderazgo de Capriles, mientras el descomunal problema económico que se le vendrá encima a Maduro hace añicos su Presidencia muy probablemente ilegítima.

En 2004, invitado por su familia, intenté visitar a Henrique Capriles en la cárcel, donde el régimen de Chávez lo había recluido acusándolo injustamente de ser responsable de la ocupación de la embajada cubana en Caracas durante el intento de derrocamiento del gobernante dos años antes. No nos permitieron entrar, pero recuerdo a sus familiares y sus amigos de Primero Justicia, el partido de jóvenes que había ayudado a formar, pronosticando: no se quebrará y saldrá convertido en presidente.

El camino ha sido largo y turtuoso, pero dos cosas resultaron providenciales: la unidad y el valor de la resistencia venezolana. Lo segundo consistió no tanto en el coraje físico, aunque también, como en una fortaleza psicológica bastante para impedir la desmoralización. Cuando en 2010 lograron la unidad que había sido esquiva, la combinación estaba completa. Esos dos elementos son la razón de que Venezuela no sea una segunda Cuba. Como a otros pueblos, al venezolano le ha tocado luchar en soledad. La insolidaridad de América Latina y gran parte del mundo ha sido clamorosa. Hace unos días, en Rosario, en un evento liberal en el que participó una delegación de políticos, empresarios y periodistas venezolanos, denunciaron a los gobiernos que se habían precipitado a avalar lo que nunca harían en casa. América Latina llevará mucho tiempo ese baldón.

El efecto internacional de lo que ha sucedido en Venezuela será de enorme magnitud. Aquí en Argentina, donde escribo estas líneas, acaba de producirse un intento de captura de la Justicia por parte del Gobierno que ha ‘gatillado’ una reacción cualitativamente distinta a las que habíamos visto ante otros zarpazos antidemocráticos. Todos los dirigentes con los que he hablado me dicen lo mismo: la unidad de la oposición venezolana es una inspiración para nuestra lucha contra el populismo. Porque nadie se llame a engaño: hay en Argentina un proyecto de naturaleza autoritaria en marcha. Y no se diga nada de Cuba, que ha visto sus problemas energéticos resueltos por Caracas, a lo que se debe añadir el subsidio adicional que le ha permitido revender petróleo suministrado por el chavismo. El subsidio a Cuba es comparable al que recibió la isla de la URSS. La debilidad del régimen que esta victoria de Maduro con aire a fraude ha puesto en evidencia es para Cuba el anuncio de otra caída del Muro de Berlín.

16 Abril 2013

Espiritismo

Ignacio Camacho

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El impostado liderazgo de ultratumba apenas le va a alcanzar a Maduro para ejercer como la Evita de Hugo Chávez

Con una victoria por foto finish, sometida al recelo de un escrutinio bajo sospecha, Nicolás Maduro va a tener serias dificultades para ejercer como la Evita de Hugo Chávez, el médium de una herencia sentimental que el difunto le transmitiría a través del célebre pajarito o de cualquier otra manifestación de ultratumba. Venezuela se ha partido en dos y el postchavismo ha estado a punto de malversar la oleada emocional que provocó la muerte de su caudillo. Capriles, un candidato algo blando y pijo para un país acrisolado en el combativo populismo criollo del régimen, ha rozado una proeza que no consistía tanto en ganar al vivo como al muerto. El carisma no se traspasa ni se imposta; Chávez lo tenía, Maduro no. Ha sobrevivido en volandas de un oficialismo opresivo, asfixiante, hegemónico en los medios de comunicación y reforzado con la presión del brigadismo callejero. Pero tendrá que gobernar un país dividido al que su voluntariosa mediocridad no podrá hipnotizar con charlas televisadas ni con la intuición demagógica de su mentor. Que era, guste o no, un tipo notable.

Esto del espiritismo político no es novedad en América Latina. Lo practicaba Evita con Perón y lo intentaba María Estela con ayuda del brujo López Rega y sus macabras sesiones en el cementerio de la Recoleta. La propia Cristina Kirchner ha llegado a aventar la sombra del esposo muerto en un frufrú de cortinajes mecidos por la corriente. Un continente de hiperliderazgos produce tentaciones de continuismo parasicológico, de lúgubres ritos de ocultismo y santería destinados a escenificar una presunta intervención del más allá en los designios sucesorios. Por lo general suelen abocarse al fracaso; quizá por eso Castro, que al fin y al cabo es un agnóstico, desconfía de las transiciones y ha decidido no morirse nunca.

A Maduro tal vez no le haya hecho falta un pucherazo; no un pucherazo en el sentido clásico de votos falsos o recuentos trucados. Su ventajismo estaba en la propia estructura del régimen, en la falta de garantías, en la prima clientelar de un poder diseñado a medida por Chávez bajo la carcasa de una escenografía democrática. El modelo con que sueña cierta izquierda española irredenta. Venezuela es un sistema autoritario legitimado con unas elecciones razonablemente limpias en sí mismas, pero desprovistas de verdadera igualdad de oportunidades por la dominancia absoluta del aparato oficial bolivariano. Chávez aplastaba la disidencia, la estigmatizaba, la acosaba, la sometía y luego, ya minimizada, la liquidaba en las urnas de forma incontestable. Pero a Maduro le cuesta porque no trae de serie el caudillismo. Es unaparatchik, un secundario, un figurante.

Y fuera de su país, en la América de los populismos emergentes, en Bolivia, Ecuador, Uruguay o Argentina, se están rifando los entorchados del Libertador y Correa lleva más papeletas que nadie.

25 Abril 2013

Venezuela, anatomía de una ofensiva golpista

Iñigo Errejón

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La victoria de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del 14 de abril en Venezuela por poco más de 273.000 votos y 1,83 puntos de diferencia fue mucho más estrecha de lo esperado por propios y extraños, incluyendo a los electores que con independencia de sus preferencias declaraban en los sondeos sentirse seguros de su triunfo. El chavismo no sólo es la primera fuerza electoral, sino que sigue siendo la principal identidad política del país y más de la mitad de la población ha votado por un proyecto explícitamente socialista incluso en ausencia de su líder y catalizador y en un momento de dificultades económicas, pero lo cierto es que ha sufrido una muy importante merma en su apoyo con respecto a las elecciones presidenciales del 7 de octubre y las regionales del 14 de diciembre que no sólo se explica por el ligero aumento de la abstención, sino también por una fuga considerable hacia el candidato opositor. Sin duda, los resultados mostraron importantes cambios políticos y confrontaron al chavismo con la necesidad de un abierto y profundo ejercicio de autocrítica, que no obstante fue inmediatamente bloqueado por la ofensiva que desplegó la derecha desde esa misma noche. También en este caso, el análisis de los resultados será objeto de un próximo artículo.

El excandidato opositor Henrique Capriles tildó la misma noche del domingo a Maduro de “presidente ilegítimo”, desconoció los resultados, al Consejo Nacional Electoral y al sistema electoral venezolano pese a saber que está auditado permanentemente por todos los actores políticos y por misiones internacionales, y pese a saber que es el mismo con el que él ganó recientemente por dos puntos la gobernación del Estado Miranda, el que rigió las primarias opositoras de Febrero de 2011 y con el que la oposición derrotó al chavismo en el referéndum constitucional de 2007 por apenas unas decenas de miles de votos. Acto seguido, llamó a sus seguidores a la movilización contra el fraude, un viejo fantasma de la derecha venezolana, nunca demostrado pero que se convoca y obtiene eco internacional con facilidad, especialmente cuando gana por poco margen una opción permanentemente sospechosa que necesita victorias de dos dígitos para que le sean respetadas. El lunes 15 de abril, con secuelas que se extendieron por dos días más, el país vivió una ola de violencia contra partidarios de la fuerza política ganadora de las elecciones, contra instituciones públicas y misiones sociales y contra los miembros del Poder Electoral. Pese a que el oligopolio mediático español haya hablado de “incidentes” y “enfrentamientos” lo cierto es que las cifras no dejan lugar a dudas: El resultado al momento de escribir estas líneas es de 10 personas asesinadas, todas ellas simpatizantes o militantes chavistas con nombres y apellidos hechos públicos por la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía General, 25 Centros de Diagnóstico Integral (ambulatorios que prestan atención médica universal y gratuita, a menudo con la colaboración de médicos cubanos) asaltados o quemados, tres sedes del Partido Socialista Unido de Venezuela incendiadas, numerosos ataques a edificios públicos, de misiones sociales o viviendas de dirigentes bolivarianos.

Es preciso entender políticamente esta oleada. Se trató de una ofensiva escuadrista destinada a atemorizar, disgregar y paralizar a las bases populares del chavismo e instaurar en el país una situación de ingobernabilidad y desorden que abriese la puerta a una salida “negociada” que pasase por encima de la voluntad expresada en las urnas. Es en ese sentido que se puede hablar de una ofensiva con rasgos golpistas. La oposición, animada por su crecimiento electoral y espoleada tanto por los sectores que financiaron su campaña como por la derecha que hoy comanda sus filas, se lanzó a un movimiento desestabilizador cuyo objetivo no era conquistar el Estado pero sí abrir la cuestión del poder político más allá de las elecciones. Interpretó, erróneamente, que tenía en frente a un Gobierno débil y con apoyo popular desorganizado y en retirada tras la muerte de Chávez, y que estaba ante una posibilidad abierta para infligir una derrota política severa que hiciese imposible la continuación del poder que ha conducido por 14 años el proceso de cambio en el país signado por el protagonismo de los sectores populares.

Sin embargo, esta ofensiva fracasó en sus objetivos principales. La prudencia en la gestión política de las protestas y la disciplina de los sectores populares más combativos evitaron tanto imágenes de represión como enfrentamientos generalizados con las bandas de la derecha que habrían alimentado y confirmado el relato de “un país partido en dos y necesitado de una solución intermedia” que se impusiese a los resultados democráticos del 14 de abril y su atribución de legitimidad política para el nuevo Gobierno. Al mismo tiempo, a la ofensiva golpista le fallaron dos ingredientes fundamentales: por una parte, las fuerzas armadas, pese a los llamados reiterados que recibieron desde la dirigencia opositora para hacer algún movimiento que forzase al Gobierno y a la institucionalidad a transigir, se mantuvieron leales sin fisuras a la Constitución y la democracia, demostrando así que ya no son las mismas de las cuales salieron quienes participaron del Golpe de Estado que el 11 de abril de 2002 –en el que participó el entonces Alcalde de Baruta Henrique Capriles asaltando una embajada, por lo que cumplió pena de prisión- impuso por menos de 72 horas al presidente de la Patronal Fedecámaras, hasta que los militares leales y el pueblo pobre restauraron a Hugo Chávez. Por otro lado, el escenario geopolítico regional se ha transformado gracias a la integración política latinoamericana, y deja poco espacio para maniobras que busquen aislar a un Gobierno democrático. Como en el intento fallido de “golpe cívico-prefectural” de la derecha regionalista boliviana en septiembre de 2008, la intervención de UNASUR volvió a ser decisiva. La cumbre celebrada en Lima el 18 de abril específicamente para la cuestión selló un sólido apoyo de todos los gobiernos de la región, que terminó por precipitar el reconocimiento internacional de los que hasta entonces se habían movido en una ambigüedad más o menos calculada, incluyendo en primer lugar al Ejecutivo español.  A estas horas, tan sólo el Departamento de Estado norteamericano se mantiene en la línea de no reconocimiento que la iniciativa opositora requería.

La oposición para entonces ya había leído que se estrechaba su horizonte y había comenzado a corregir su estrategia. El martes 17, tras la noche de violencia de los grupos de la derecha, Henrique Capriles desconvocó la marcha del día siguiente a la que el Gobierno ya había prohibido llegar a la sede del Consejo Nacional Electoral en el centro de Caracas, muy cercana al Palacio de Miraflores. En los días posteriores acentuó su llamado a sus seguidores a la “disciplina”, reconociendo implícitamente de dónde provenían los ataques, y se concentró en la exigencia de un recuento de votos mientras sus medios de comunicación, ampliamente mayoritarios, invisibilizaban los asesinatos y los incendios y se afanaban en construir evidencias de “enfrentamientos” que alimentasen el discurso de “un país dividido” y diluyesen la responsabilidad y el carácter eminentemente político de la intentona de desestabilización. Consciente de que la subida en apoyo electoral se había debido a su discurso moderado -“progresista”, como sus asesores le insistían, para tapar la militancia derechista del candidato y ajustarse al desplazamiento del eje de gravedad de la política venezolana hacia la izquierda- y sus guiños simbólicos al chavismo, la oposición trató de minimizar el desgaste político por la violencia desatada, que tuvo un considerable impacto emocional y simbólico en no pocos de sus nuevos votantes, tradicionalmente chavistas.

Por decirlo utilizando la metáfora militar de Antonio Gramsci, la dirigencia opositora se replegaba de su iniciativa de “guerra de movimientos” sobre el Estado venezolano, renunciaba a una victoria rápida y “por asalto”, y se preparaba para una “guerra de posiciones” a la ofensiva, confiando en poder acorralar al Gobierno, empañando su legitimidad de origen por medio de las denuncias sobre supuestas irregularidades y hostigando desde el primer día su legitimidad de ejercicio buscando capitalizar todo el descontento con los fallos de gestión. Para esta apuesta le es fundamental mantener abierta la polémica sobre el proceso electoral el mayor tiempo posible. La reclamación de un “recuento” no debe ser entendida aquí como un objetivo en sí mismo sino como un “medio” para sostener la presión internacional, la tensión política y una imagen de interinidad del Gobierno que le dificulte tomar decisiones. Por eso las quejas no se registraron en el Consejo Nacional Electoral hasta el miércoles –tras 48 horas de protestas y ataques- y no incluyen una impugnación de los resultados ni solicitud de recuento, que se tendría que registrar en el Tribunal Supremo de Justicia. Por eso una vez que el CNE se pronunció a favor de una auditoría del 46% de las mesas que complemente el 54% ya realizado y establecido por ley, la respuesta opositora ha sido volver a elevar las peticiones.

Es claro que, en esa estrategia, la oposición trabaja con la vista puesta en el planteamiento –contemplado en la Constitución bolivariana- de un referéndum revocatorio a Nicolás Maduro en 2016, ecuador de su mandato. Hasta entonces, si consigue poner a Capriles a salvo del desgaste de la violencia desatada, tratará de construirlo como referente internacional que devuelva la confianza a sus grandes financiadores de que es posible derrotar democráticamente al chavismo, y como catalizador nacional de una nueva mayoría definida muy vagamente tan sólo en términos de rechazo.

Sin embargo una cosa es “amontonar” descontento o quejas y otra muy diferente edificar con ellos un proyecto alternativo de país. La oposición está lejos de exhibir uno, por eso se mueve en el campo político definido por el chavismo tratando de parecer una garantía de “lo mismo pero mejor”, limitándose a señalar fallos y confiando en que eso le baste para articular una mayoría que una a quienes no quieren un cambio de modelo pero están insatisfechos con algunas situaciones cotidianas (inflación, eficacia en la prestación de servicios públicos, seguridad), con su suelo tradicional de la reacción ultraconservadora contra la revolución bolivariana y la centralidad plebeya en la política nacional. A estas dificultades hay que añadirle la de mantener la iniciativa política con una correlación institucional de fuerzas muy desfavorable y moviéndose dentro de la cultura política definida por el adversario.

Por su parte, el gobierno del “primer presidente chavista” y el proceso de cambio en general tienen ante sí retos cruciales. El nuevo gabinete nombrado parece derivarse de esta misma lectura. El líder bolivariano demostró hasta qué punto la mística es un factor crucial de poder político. Hoy esa mística debe ser renovada con un nuevo impulso en el proceso revolucionario, con la participación popular más amplia, con un diálogo abierto y franco que vuelva a conectar con los sectores hoy alejados, teniendo en cuenta que éstos siguen, en lo fundamental, pensando y definiendo sus actitudes y prioridades políticas dentro la gramática, los valores y el campo simbólico sedimentado ya por el chavismo como “sentido común de época”. La tarea es por tanto repolitizar y repolarizar el escenario, suscitar las pasiones y la energía política imprescindibles en los procesos marcados por el protagonismo de masas en el Estado. Esto sólo es posible con la audacia que el proceso venezolano ha demostrado en todos los momentos en los que a una situación de impasse o de acoso ha respondido con un salto adelante y una nueva generación de ilusión popular.

Al mismo tiempo, 14 años de transformación social y cultural, inclusión y redistribución, han elevado sustancialmente las expectativas y anhelos de los venezolanos tradicionalmente invisibles, lo cual es una buena noticia que paradójicamente aumenta las demandas o inputs que debe atender el Ejecutivo de Maduro, esta vez sin el pararrayos de la identificación afectiva con Chávez. Ese vacío deberá ser llenado con políticas públicas que, en paralelo a satisfacer las principales demandas sociales, apunten a profundizar la transformación social y estatal en un sentido socialista: es decir, hacia la democratización del poder, no sólo del político. Se trata de imitar, pero en sentido contrario, cómo el neoliberalismo operó en Estados Unidos y gran parte de Europa una auténtica revolución social conservadora relativamente irreversible —sabiendo que esto es siempre un imposible en política— ante los cambios electorales, fundante de un orden hegemónico, de un tipo de Estado y una cultura que resistían incluso a las victorias temporales de sus adversarios, por otro lado profundamente transformados para adaptarse al nuevo escenario.